domingo, 12 de enero de 2025

Despedida a Carlos Strasser


Con el reciente fallecimiento de Carlos Strasser, el mayor estudioso, pensador y promotor de la democracia que han tenido estas tierras, la teoría política latinoamericana debería llevar banderas a media asta por tiempo indeterminado. La tristeza de este momento da unas ganas bárbaras de mandar la politología bien al demonio y dejar de pensar y escribir en la democracia, en el Estado, en el liberalismo, en la república y en la mar en coche. Sin embargo, los que alguna vez hemos sido sus alumnos no podemos darnos ese lujo. No seríamos dignos de su ejemplo.

Carlos Strasser siempre hizo lo máximo que pudo para que más personas accedan a espacios que sean un refugio para estudiar, investigar, enseñar y aprender sobre teoría política y social con la mayor excelencia académica. No le fue nada fácil, ya que empezó con estos empeños aún en la dictadura militar a fines de los años setenta (cuando muchos de sus eventuales alumnos aún no habíamos nacido) y continuó, mientras sus fuerzas físicas se lo permitieron, hasta culminada la segunda década de este siglo XXI.

Así fue que protagonizó más de un momento fundacional de la academia argentina. Entre otras cosas, creó la Maestría en Ciencia Política y Sociología de FLACSO; participó de la fundación de cátedras (Teoría del Estado en Derecho UBA) y carreras (Ciencia Política, en la UBA y en la Universidad de San Andrés) y un largo etcétera en otras instituciones donde dio clases, asesoró y fundó nuevos espacios.

Por mucho menos, otros esperan -y reciben- laureles, placas y reconocimientos varios. Strasser, sin embargo, no fue tan reconocido como debió serlo ni recibió tantos homenajes como merecía. Y los pocos que ha recibido los tomó con cierta sorpresa. La academia a veces es mezquina con quienes más hacen y, sobre todo, con aquellos que suelen ir un poco a contracorriente, por decir las cosas como son y no con la condescendencia de lo que los demás quieren oír.

Con esa impronta de honestidad brutal es que Strasser escribió todas sus teorías. Su obra abarca varios campos: la ciencia política, la sociología y la filosofía política. Su objeto predilecto de dedicación, sin embargo, ha sido la teoría de la democracia. La teoría strasseriana de la democracia es certera en su diagnóstico de los principales problemas operativos de los regímenes democráticos, pero no es una simple crítica sino que también es propositiva. Se caracteriza además por su precisión conceptual ya que dice lo que la democracia es y lo que no es, sin vueltas ni piedad. 

Strasser dijo hasta el cansancio que la democracia es un régimen de gobierno del Estado, que además de su raíz democratista à la Atenas, es hoy una amalgama de eso con nociones tales como Constitución, república y liberalismo político. La democracia no es la sociedad, un contexto ni un estilo de vida. Antes que construir un concepto amplísimo de democracia que todo lo abarque, prefirió un concepto conciso y con posibilidades de realización. De allí que él mismo la ha llamado “una teoría de la democracia posible”. Destronó próceres de la democracia y desarticuló espejitos de colores, cosa que no le debe haber resultado una grata tarea.

Cuando Strasser escribió los principales fundamentos de su teoría de la democracia (a fines de los 80 y principios de los 90), tal vez por el fervor de un todavía reciente regreso a un régimen democrático de gobierno, la sociedad -politólogos y políticos incluidos- forjó una visión de la democracia como algo idílico y omnipotente. A veces por nobles motivos (abrazar con celo algo que no queremos volver a perder), pero a veces por puro sofismo y hasta por intereses creados. Es más lindo y más fácil hablar de la democracia como algo etéreo, que flota en la sociedad y que basta con desearla como modo de vida para vivir en ella, o con proclamarla para legitimar cualquier decisión, por más absurda o perjudicial que esta sea para la sociedad.

En ese mar difuso y “líquido” (como diría Z. Bauman) estudiar teoría de la democracia en la primera década de este siglo era todavía, cuanto menos, una gran confusión. Por eso, leer a Strasser y escucharlo de primera mano fue absolutamente revelador. Fue aprender a estudiar sin miedo y en serio a la democracia; descubrir el valor de la precisión conceptual, para que luego “la cosa” (como a veces llamaba a la democracia) tenga alguna chance de ser viable y de servir para algo.

A pesar de sus esfuerzos, gran parte de aquella laxitud a la hora de pensar la democracia permanece hasta hoy. Y este motivo es más que suficiente para que tomemos la posta de mantener presente la versión strasseriana de la democracia. Hoy más que nunca es imperioso recordar que, al fin de cuentas, la democracia es un instrumento, un artefacto para tomar decisiones de políticas públicas en el gobierno del Estado. Y que justamente por eso es un concepto profundamente político e institucional. La democracia es estatal y constitucional; con una sana cuota de liberalismo político, en tanto protección de derechos y garantías, y de republicanismo, en tanto respeto de la ley -nacida del debate político- y de las instituciones. No parece poca cosa. Al contrario, Strasser nos ha enseñado que conseguir y conservar eso es un montón. La realidad de las últimas décadas le da la razón.

Su cuota de realismo y honestidad intelectual a veces eran presentadas por él mismo como una suerte de hondo pesimismo. Pero ahora puedo verlo con claridad: en realidad, eso era una provocación dirigida a sus estudiantes y a quien lo leyera, para que nos esforcemos más a la hora de pensar la democracia; para ser más rigurosos, no por amor a la erudición, sino para encontrar caminos de realización hacia la democracia posible. Esta posibilidad de la que nos habla Strasser no es la creencia en una quimera, sino una esperanza como “motor de la acción” (Byung-Chu Han, El espíritu de la esperanza, Barcelona, Herder Editorial, 2024, pp. 39 y ss.). 

Querido Profesor, me ilusiono con la idea de que pueda leerme desde algún lugar. Aunque usted es un implacable crítico de la redacción, espero que estas líneas le parezcan decentemente escritas. Hoy todavía he de llorar, pero mañana me voy a levantar a seguir estudiando y escribiendo sobre democracia, como le debo a su memoria y ejemplo. Y a repetir una y mil veces aquello que me ha enseñado: “la democracia, estrictamente hablando, es un régimen de gobierno del Estado, y ni más ni menos que eso” (Carlos Strasser, Para una teoría de la democracia posible. Vol. 2. La democracia y lo democrático, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1991, p. 31).

Lisi Trejo

viernes, 10 de enero de 2025

Carlos Strasser In Memoriam

(Parte del Consejo Académico de la Maestría en Ciencias Política y Sociología de FLACSO bajo el Antiguo Régimen. Carlos Strasser es el primero a la derecha, parado)


Cuando alguien fallece suele ocurrir que por ese mismo hecho se convierte en un santo y sus obituarios se transforman en hagiografías. Sin embargo, sería un error hacer algo semejante en el caso de Carlos Strasser, que falleció a los 88 años el pasado 7 de enero en Buenos Aires. El error se debe a una muy sencilla razón. Todos sabemos, por ejemplo, que un verdadero santo como San Pedro fue la roca sobre la cual Cristo edificó su única Iglesia. Strasser, en cambio, edificó por lo menos tres iglesias: la Maestría en Ciencia Política y Sociología de FLACSO (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), la carrera de Ciencia Política de la UBA y la carrera de Ciencia Política y Gobierno de la Universidad de San Andrés. 

Reveladoramente, la comisión nombrada por el entonces rector de la UBA, Francisco Delich, en los inicios de la última restauración democrática para crear la carrera de y diseñar un plan de estudios en Ciencia Política en dicha universidad, era conocida como la “Comisión Strasser” debido a que estaba presidida por él y el informe producido por dicha comisión fue bautizado como el “Informe Strasser”. 

Como un verdadero legislador antiguo a la manera de Moisés, Licurgo o Solón, Strasser se mantuvo distante de su creación en la UBA. Distinto fue el caso en la Universidad de San Andrés, en donde no sólo fue legislador instituyente sino que además fue ciudadano bastante activo, por no decir gobernante (fue Director del Departamento de Humanidades entre 1994 y 1997).  

Donde se nota aún más la influencia de Strasser como instituyente y gobernante es en la Maestría en Ciencia Política y Sociología de FLACSO, que directamente era conocida por sus profesores más allegados como “la Maestría Strasser”, con la fiel asistencia del Secretario de Posgrado Aldo Agunin. Los orígenes de este programa se remontan a 1977 cuando el golpe de Estado de 1976 hizo que la actividad académica de calidad se refugiara en instituciones privadas, o que en todo caso no pertenecieran a la universidad pública.

Strasser llegó a ser Director del Programa FLACSO Argentina. En la Maestría en Ciencia Política y Sociología, a comienzos de la década de 1990, logró reunir un verdadero Olimpo de profesores como Natalio Botana, Jorge Dotti, Luis Alberto Romero, Hilda Sábato y Oscar Terán, entre muchos otros.

Dado que es imposible repasar toda su trayectoria, cabe agregar solamente que habiéndose formado como abogado y cursado estudios de sociología en la UBA entre 1954 y 1961, se doctoró en 1971 en la Universidad de California, Berkeley, bajo la dirección de dos consagrados de la teoría política de aquel entonces: Sheldon Wolin y Hannah Fenichel Pitkin. Strasser también fue catedrático de Teoría del Estado en la Facultad de Derecho de la UBA a partir de la última restauración democrática e Investigador Principal del CONICET. 

Por si todo esto fuera poco, Strasser se convirtió en uno de los pensadores latinoamericanos más importantes sobre la democracia, tal como lo muestran sus varios volúmenes sobre este tema. Asimismo, se había especializado en la epistemología de las ciencias sociales (por ejemplo, La razón científica en política y sociología, Amorrortu, 1979). Es gracias a la compilación de Lisi Trejo, Ensayos sobre democracia (Editores del Sur, 2023) que existe un muy merecido libro homenaje a la obra de Strasser.    

Strasser no sólo recurría a los mejores profesores disponibles, sino que fue maestro de varias generaciones de investigadores en ciencias sociales, a la vez que alentaba a todo estudiante que se le acercara para que se perfeccionara, lo aconsejaba en sus estudios, hacía todo lo posible por ayudarlo en su carrera y se acalambraba la mano de tanto escribir cartas de recomendación. No pocos estarán de acuerdo en que le deben mucho más “de lo que las palabras pueden blandir el contenido”, como dice Goneril en King Lear de Shakespeare. Dicho sea de paso, quienes conocen su letra no pueden olvidar su perfección caligráfica, word-perfect como se dice en inglés. 

Con sus colegas Strasser tenía un trato tan afectuoso que, por ejemplo, en la Maestría de FLACSO existía una regla no escrita a la manera de la Constitución inglesa, es decir que a pesar de que no estaba escrita se cumplía inexorablemente, según la cual era imposible ir a dar clase a la Maestría de FLACSO sin pasar a tomar por lo menos un café con él en su oficina, que obviamente invitaba él. Otra costumbre que tenía Don Carlos era que de vez en cuando, si algún seminario le interesaba o le provocaba curiosidad, se sentaba a veces al fondo como oyente, como por ejemplo lo hizo en el seminario que diera Carlos Nino en FLACSO a comienzos de la década de 1990. A Strasser le llamaba la atención la manera en que los filósofos como Nino entendían a la democracia. 

Una de las peores cosas que Strasser podía decirle al autor de un escrito era: “escribís como Halperín Donghi”. La ironía es que el estilo de Strasser es bastante barroco, aunque siempre en aras de la precisión. 

Parafraseando la Biblia, “por sus autores favoritos los conoceréis”. Dos de los autores favoritos de Strasser, o de los que más hablaba, eran Karl Polanyi (autor de La gran transformación) y Michael Oakeshott (en su momento, autor de la edición canónica del Leviatán). Para decirlo en muy pocas palabras, mientras que el primero enfatiza los peligros de la mercantilización total de la sociedad, el segundo es un gran pensador político que a la vez es uno de los mejores intérpretes de Thomas Hobbes. Es por eso que Oakeshott entendió que lo único que puede proteger a la libertad individual frente a las corporaciones es el Leviatán, es decir, el Estado de derecho liberal. 

Donde sea que esté, Strasser debe estar haciendo lo que hizo siempre: seguro que está pensando sobre la democracia, conversando con sus amigos, diseñando nuevos programas e instituciones, buscando a los mejores profesores, alentando estudiantes y escribiendo cartas de recomendación. 

(una versión ligeramente modificada apareció en La Nación).