La DAIA se ha quejado con razón de la banalización del nazismo y por ende del Holocausto recientemente hecha por el diario La Nación al comparar la situación de 1933 en Alemania con la argentina actual y por lo tanto al comparar al gobierno kirchnerista actual con el nazi de aquel entonces (1933). La DAIA, sin embargo, omitió señalar la banalización hecha por la última Carta Abierta (Justo lo que faltaba, v. en especial argumento nro. 2). No podemos sin embargo culpar a la DAIA por no leer una Carta Abierta.
En efecto, si hay que elegir, no hay duda de que La Nación supera notoriamente a Carta Abierta al menos en extensión (a igualdad de contenido, incomparablemente menor y por eso mejor) y fundamentalmente en claridad. Parafraseando a H. L. A. Hart y su bon mot sobre el jurista inglés John Austin, es una gran virtud equivocarse claramente, a diferencia de estar claramente equivocado. Vale aclarar que las virtudes de la claridad no sirven propósitos exclusivamente intelectuales como por ejemplo facilitar la lectura, sino fundamentalmente prácticos. Imaginemos, si no, un nazi que no supiera hacerse entender: perderíamos un tiempo muy valioso tratando de descifrar qué nos quiere decir, un tiempo que podríamos emplear buscando ayuda o huyendo simplemente.
Recordemos que la posición de La Nación, en realidad, es que “Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad”. Para entender caritativamente o en su mejor luz lo que propone La Nación podríamos recurrir al pichettismo metodológico (senador, lo que se dice senador y Némesis). En efecto, aplicando la distinción que hace Pichetto entre argentinos argentinos (o absolutos, o simpliciter) y argentinos judíos (o relativos, o secundum quid), podríamos distinguir entre nazis nazis o nazismo sin más, o absoluto, etc., y nazismo de cierta clase o relativo, según el cual sería nazi todo aquel o aquello que tuviera cierta relación con el nazismo.
Por ejemplo, todos los seres humanos serían nazis relativos dado que comparten con los nazis un aparato respiratorio (no podrían haber sido nazis sin respirar, pero no por eso respirar es nazi). Es más, hay cierto nazismo anodino que va más allá de ciertas propiedades comunes a todos los seres humanos. Hay instituciones que fueron creadas por los nazis, tales como la de la juventud política (la tristemente célebre Hitlerjugend), pero nadie cree que por eso, v.g., la Juventud Radical (si es que todavía existe) es una institución nazi en algún sentido relevante (X fue creado por los nazis, de ahí no se sigue que todos los que tengan un X sean nazis). Si la Juventud Radical no lo es, entonces, mal que nos pese, tampoco podría serlo La Cámpora (al menos hasta ahora; de la Juventud Radical podemos hablar con certidumbre porque ya no existe). Otro tanto ocurre con la importancia que el nazismo le daba a la publicidad oficial o al deporte para difundir su mensaje. No por eso cualquiera que ponga la publicidad oficial o el deporte al servicio de su causa es, amén de ser un nazi relativo, por eso un nazi en sentido estricto.
Finalmente, tenemos el caso del fenómeno político que tuvo lugar en Alemania desde 1933 hasta 1945, y que por suerte todavía no se ha repetido, y que obviamente es el nazismo. Hay razones para creer entonces que no tiene mayor sentido hablar de nazismo anodino o relativo y que el uso de la palabra y cognados sólo sirve propósitos políticos pero en el sentido peyorativo de la expresión para descalificar a quienes no piensan como nosotros. Deberíamos acostumbrarnos a llamar “nazismo” sólo al nazismo, y ojalá nunca tengamos que usar la palabra, excepto en broma quizás, y además con extremo buen gusto, como "El Dictador" de Chaplin (o esta otra película).
Ahora bien, sería un error creer que es el anti-kirchnerismo el que lleva necesariamente a editoriales como el de La Nación. Basta recordar que Marcos Aguinis, un escritor que difícilmente pueda ser considerado kirchnerista y que es un habitual columnista del diario, ya se había opuesto tajantemente a la equiparación entre el nazismo y el kirchnerismo, al menos en lo que hace a la juventud. Releamos a Aguinis: “las juventudes hitlerianas…, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación” (El Veneno de la Épica kirchnerista).
A primera vista Aguinis parece hacer quedar mejor al nazismo que al kirchnerismo, una actitud que tiene no pocos seguidores en twitter por lo menos, y que nos hace acordar a cuando el dictador en la película de Sacha Baron Cohen se refiere a alguien como "fascista, pero no en el buen sentido de la palabra". Aguinis tiene razón al decir que (al menos algunos de) los nazis actuaban por ideales, esto es, no lo hacían por puro interés. Pero ¿por qué suponer que una acción principista es por definición más valiosa que la conducta que sólo busca satisfacer el auto-interés del agente? ¿Es mejor un genocidio cometido por principios que la corrupción? No olvidemos que el principismo no sólo puede ser atrozmente inmoral sino paroxísticamente irracional, tal como Hannah Arendt lo recordaba al señalar el costo para el nazismo de un Holocausto en medio de una guerra mundial.
Por si quedaran dudas, pensemos qué preferíamos en el caso de que nos encontráramos en un campo de concentración y tuviéramos que elegir entre un nazi idealista o con un nazi corrupto a cargo de nuestro destino. El nazi idealista nos mataría precisamente por sus convicciones; nada podría hacerle cambiar de opinión, ni siquiera el dinero. Un nazi corrupto al menos nos deja la puerta abierta a la esperanza. El dinero sin duda es moralmente sospechoso, pero no tanto como para hacernos creer que su mera intervención convierte a la acción en cuestión en una instancia del mal absoluto.
La confusión, si es que se trata de una confusión en absoluto, proviene de la buena prensa que tiene el idealismo en sí mismo, con independencia de cuál es la idea en juego, y a la intuición muy popular según la cual la honestidad sólo consiste en actuar por principios, sin que importe cuáles son o qué implican. Irónicamente, en este punto el kirchnerismo que reivindica la violencia política y el principismo de Aguinis están mucho más de acuerdo de lo que ambos creen. Por suerte, la única manera de evitar estos encuentros sorpresivos es pensando. Parafraseando aquella vieja frase, los lugares comunes o intuiciones son como los vacas: si los miramos a los ojos, se escapan.