sábado, 27 de agosto de 2016

Manes, Forster: ¿tomeito, tomato?



En una especie de infomercial, CÑÑ recientemente entrevistó a Facundo Manes acerca del “cerebro argentino” (CÑÑ). Tal como surge en la entrevista, la pregunta por el “cerebro argentino” está relacionada con la reciente designación de Facundo Manes en la “Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital Mental” dentro del ámbito de la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires.

Los cerebros de los lectores del blog no podrán sorprenderse en absoluto de que para algunos cerebros sea natural asociar la reciente institución con la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional de otrora, a cargo de nuestro admirado Ricardo Forster (forsteriana), para no decir nada de la aspiración cristinista de democratizar las neuronas (democratizando neuronas).

Ahora bien, al comienzo mismo de la entrevista sobre el cerebro argentino el propio Manes reconoce que en realidad no existe un cerebro argentino ya que el cerebro argentino es igual al brasileño, al ruso, etc. Por ejemplo, el sesgo de confirmación mencionado por Manes es característico no solamente de kirchneristas y macristas, sino de todos los cerebros e incluso se debe a que originariamente era bueno para los negocios (probablemente debido a que estos sesgos podían ayudar a proteger la reputación propia, lo cual impedía el castigo y/o la expulsión del grupo).

En todo caso, si hubiera que usar un gentilicio habría que decir que todos los cerebros humanos actuales son básicamente africanos, ya que, dicen los que saben, fue en África, hace no más de unos 45.000 años, justo antes de partir hacia los diferentes continentes, donde y cuando el cerebro humano alcanzó su estructura y el funcionamiento actual. Quizás el punto de Manes sea precisamente que en el futuro un nuevo cerebro (probablemente humano) evolucione esta vez en Argentina y no en África, y de ahí que se pueda hablar de un cerebro argentino. Pero, como se puede apreciar, no solamente se trata de una creencia demasiado optimista sino que además se trata de un proceso que puede tardar varios años.

A continuación, Manes mismo, otra vez, parece aclarar que lo que hace que un cerebro sea argentino es que esté rodeado por así decir de la cultura argentina. Los cerebros, entonces, tienen la misma estructura y funcionamiento, pero por razones evolutivas operan con culturas diferentes. Pero entonces, si se nos permite la expresión, somos todos peronistas. En efecto, para poder entender esas culturas diferentes, precisamente, las neurociencias en sentido estricto no pueden ser muy útiles que digamos. Por ejemplo, Chomsky explica los principios universales del lenguaje debido a que el cerebro humano cuenta con una estructura y un funcionamiento no menos universal (al menos hasta ahora, y aunque hubiera cambios estos pueden tomarse su tiempo como vimos más arriba). Son estos principios los que permiten que podamos hablar un idioma.

Pero ningún psicólogo cognitivo cree que, v.g., se puede aprender un idioma estudiando neurociencias o psicología cognitiva. Lo que hace falta es una gramática del idioma particular. Lo mismo sucede con las culturas en general. De ahí que si Manes quiere tener éxito en su proyecto político debería interesarse menos por las neurociencias y más por las ciencias sociales o humanas. Nobleza obliga, Manes mismo habla de cómo la cultura influye sobre el cerebro creando “esquemas mentales”. Pero entonces, es el propio Manes el que reconoce que haría falta menos Prozac (o Manes) y más no tanto Platón sino Aristóteles (o el científico social de nuestra preferencia). Por momentos da la impresión de que para algunos un neurocientífico está en mejores condiciones de ser, v.g., ministro de economía, debido a que los consumidores y productores tienen cerebro. El hecho mismo de que la cultura es un producto de la evolución muestra que hay que tomarse a la cultura en serio y no como la continuación de la biología por otros medios.

Por supuesto, el punto no es que, como se solía creer—y algunos todavía creen—las culturas son soberanas y hacen lo que quieren con los seres humanos y sus cerebros. Pero, otra vez, es precisamente por eso que no tiene sentido hablar de un cerebro argentino. Creer en algo semejante equivaldría a creer, v.g., que fue el cerebro europeo el que logró conquistar el resto del mundo, antes que al revés, cuando hoy en día existe consenso (sobre todo debido a la obra de Jared Diamond) en que la superioridad tecnológica europea que hizo posible dicha conquista no se debió a la superioridad mental o cultural sino a ciertas condiciones geográficas, las cuales influyeron a su vez en el uso de tecnologías y de recursos animales que incluso explican por qué, v.g., los conquistadores españoles eran inmunes a las enfermedades que diezmaron a sus conquistados. Como se puede apreciar, en todo caso no fue una cuestión precisamente cerebral la responsable de la conquista. Lo habría sido si los conquistadores hubieran diseñado una guerra biológica, cuando lo que hicieron fue aprovecharse de ella.

Además, el cerebro argentino (o de cualquier otra clase) no puede ser el problema, no solamente porque también, para ser bastante optimistas, debería ser la solución (a menos que necesitáramos cerebros extranjeros emulando, otra vez, al propio Perón quien en la década del cincuenta se vio forzado a traer árbitros ingleses para el fútbol argentino profesional), sino porque además es un lugar común decir que estos mismos cerebros argentinos se ajustan perfectamente a otras culturas sin tener que operarse el cerebro, terapias cognitivas o tomar medicamento alguno. Precisamente, la falta de políticas de Estado que menciona Manes, a su vez, no se debe a un problema cerebral, sino cultural. Si los argentinos pueden adaptarse a otras culturas con políticas de Estado, podrían hacer otro tanto en su propio país. El problema no es entonces cerebral sino cultural o de coordinación.

En cuanto a las “conductas que perpetúan la pobreza”, la manera en que Manes se expresa sugiere que son las personas las que deciden ser pobres debido a que no cuentan con el capital mental adecuado, como si las personas pudieran dejar de ser pobres sacando un crédito de un banco mental. En realidad, no es difícil de comprobar que la relación de causalidad es fundamentalmente la inversa, i.e. la pobreza y su falta constitutiva de recursos (por ejemplo alimentarios) afecta al desarrollo del cerebro, por lo cual la pobreza en el fondo—i.e. con independencia de algunos casos individuales—no es una decisión individual sino un problema estructural (Gerald Cohen tiene un paper muy bueno al respecto). Habría que decir entonces que la pobreza se debe fundamentalmente a la falta de capital económico y probablemente cultural, no mental. En todo caso, si Cohen se equivocaba, nos gustaría saber cuál era precisamente el defecto cerebral que tenía Gerald Cohen (y bien nos gustaría tenerlo).

Para terminar donde empezamos, es difícil resistir la impresión de que la asociación mental entre Manes y Forster se debe a que existe entre ambos cierto aire de familia. Sin embargo, hay un par de puntos que podríamos mencionar para distinguir entre ambos.

El primero es que mientras que el de Forster era un cargo remunerado, el de Manes es ad-honorem. En segundo lugar, a juzgar por varias de sus expresiones, el de Forster parece ser un caso típico de manual de “bullshit” tal como lo entiende Harry Frankfurt, i.e. como “la falta de conexión con la verdad—esta indiferencia frente a cómo son las cosas en realidad”.

En efecto, el que “bullshitea”, por así decir, “no está preocupado por el valor de verdad de lo que dice. Es por eso que no puede ser considerado como si estuviera mintiendo; ya que no presume que sabe la verdad, y por lo tanto no puede deliberadamente promulgar una proposición que presume que es falsa. Su oración no está basada en una creencia en que es verdadera ni, como debe ser una mentira, en una creencia en que no es verdadera” (H. Frankfurt, On Bullshit, pp. 33-34). En cuanto a Manes, Steven Pinker advirtió no hace mucho acerca de cómo una banalidad puede disfrazarse “de neurohabla y ser tratada como una gran revelación de la ciencia” (The Blank Slate, p. 86). Manes, para ser optimistas, sabe cuál es la verdad y tal vez solamente quiere darse a conocer para favorecer su carrera política. Tal como (dicen) Zhou Enlai dijera acerca del futuro de la Revolución (¿Francesa?), todavía es muy temprano para saber si se trata de buenas o malas noticias.

sábado, 13 de agosto de 2016

"Los verdaderos republicanos somos nosotros, los populistas"




Nos vemos en la obligación de comenzar aclarando que el título de esta entrada, entendemos, no es irónico (i.e. no pertenece a Monty Python), sino que es literal y pertenece al profesor Eduardo Rinesi, al menos según la Agencia Paco Urondo (click). Se trata de una proposición que invita al debate y por eso resulta tan atractiva.

Por alguna razón, mientras que los populistas ocasionalmente tratan de acercarse al (y a veces parece ser hasta quieren apropiarse del) republicanismo, rara vez los republicanos hacen otro tanto en relación al populismo. Nos hace acordar al caso mencionado por Jackie Mason, quien con mucha razón solía contar que mientras que los judíos habitualmente se nutren de comida china, rara vez alguien ha visto a algún chino comiendo comida judía. Quizás se trate de un éxito de relaciones públicas o simplemente se deba a que la comida china es mucho más rica (o los primero debido a lo segundo). Habría que ver si lo mismo se aplica a la relación entre populismo y republicanismo.

Para evitar confusiones, y sin entrar en la cuestión de cuál comida es la más rica, quizás convenga primero hacer un retrato del republicanismo para luego poder determinar si el populismo se le parece o no, con independencia de si el retrato es bello o feo, deseable o indeseable, etc.

Nuestros lectores habituales a esta altura ya saben que a continuación vamos a hacer sonar nuestra propia corneta (Razones Públicas), i.e. vamos a mencionar los cinco rasgos esenciales del republicanismo que no pueden faltar en un retrato republicano clásico. En Razones Públicas consta por qué el retrato que sigue no es una estipulación sino un retrato de la tradición republicana clásica. A continuación nos limitamos a describirlo (Test de republicanismo en sangre).

El primer rasgo esencial del republicanismo es el de la libertad como no dominación, según la cual una persona es libre si no depende del arbitrio de otra persona (sea física o jurídica). En otras palabras, una persona es libre si depende de la ley y nada más. La libertad republicana y el personalismo son completamente incompatibles.

El segundo rasgo es la virtud. Dicha virtud no tiene por qué ser moral; antes bien, se trata de una noción política (precisamente, Montesquieu decía que la republicana es una "virtud política"). La otra cara de la importancia de la virtud es que no se puede ser republicano y defender la corrupción, que precisamente consiste en la falta de virtud.

El tercero rasgo es el debate producido por la participación cívica o popular (dicho sea de paso, no hay que olvidar que "pueblo" es una noción distintiva y originariamente republicana). El conflicto político no se debe a que la gente sea mala o estúpida sino a que incluso agentes virtuosos pueden tener diferentes visiones o proyectos sobre lo que debemos hacer en conjunto. En particular, no podemos calificar a quienes están en desacuerdo con nosotros como enemigos del pueblo sólo porque piensan diferente.

En cuarto lugar, la otra cara del debate cívico es la autoridad de la ley. Dado que los desacuerdos políticos son inevitables tenemos que tomar una decisión sobre cuál es el camino que vamos a seguir y una vez tomada la decisión no podemos incumplirla sosteniendo que las instituciones consagran el status quo. El debate político y el eslogan "la ley es la ley" son dos caras de la misma moneda. Otro tanto se aplica a la distinción entre derecho y poder, característica del discurso republicano.

En quinto lugar, la patria. En efecto, la libertad como no dominación, inspirada por la virtud, la cual en lugar de impedir el debate lo estimula, debate que a su vez es canalizado gracias a la autoridad de la ley, todos estos rasgos tienen como espacio la patria e incluso la nación siempre y cuando entendamos a esta última no en términos chauvinistas sino tal como Ernest Renan la entendía, i.e. como equivalente de patria. De ahí que la expresión "patria libre", bien entendida, es redundante y que sólo pudo haber emergido una vez que el nacionalismo chauvinista se apropiara de la noción de patria.

En efecto, si estamos dominados, no nos preocupa la corrupción, la unanimidad es la regla, nos gobierna el personalismo de un líder providencial y creemos que la nación (sea el territorio, la cultura, etc.) es más importante que las instituciones cívicas, entonces ya no vivimos en un régimen republicano, ya no tenemos una patria en sentido estricto, sino que hemos caído en el cesarismo.

En conclusión, expresiones tales como republicanismo populista o populismo republicano son inevitablemente contradictorias, a menos que se trate de una ironía (aunque a veces no sea fácil percibir la ironía).

sábado, 6 de agosto de 2016

Gobernar a Zeus



La discusión acerca de si Hebe de Bonafini tiene el deber o no de obedecer al derecho muestra que la teoría política moderna, y la cultura política que inspirara, no está preparada para resolver esta cuestión. Algunos, en efecto, alegan que según el Estado de Derecho todas las personas son iguales ante la ley y por lo tanto si un juez las cita a declarar bajo apercibimiento de ser llevadas por la fuerza en caso de negarse, entonces no sólo la persona en cuestión tiene el deber de concurrir sino que si se negara podría ser llevada por la fuerza. Según esta posición, Hebe de Bonafini no es una excepción.

Semejante discusión no habría tomado por sorpresa a Aristóteles, quien había previsto esta situación. En efecto, en su Política se pregunta reveladoramente: "¿qué hay que hacer si llega a haber alguien que se destaca no por una superioridad sobre la base de bienes tales como fuerza política, riqueza o influencias, sino por la virtud? Sin duda, no podría decirse que... podría ejercerse gobierno alguno sobre alguien así. Efectivamente, sería casi como si los seres humanos consideraran justo gobernar sobre Zeus" (III.14.1284b29–34).

Creer entonces que es justo que Hebe de Bonafini acate la decisión de un juez sería como gobernar a Zeus. En efecto, "una persona de este tipo es como un dios entre los seres humanos" (III.13.1284a10). Quizás sea por eso que Diego Maradona haya expresado su más firme repudio al juez y su apoyo a Hebe de Bonafini.

A Carl Schmitt tampoco lo habría sorprendido la idea de excepción en el campo del derecho. Parafraseando el festejado comienzo de su Teología Política: "Hebe de Bonafini, es quien decide sobre el estado de excepción". Por otro lado, quizás habría que leerlo al revés: "Quien decide sobre el estado de excepción, es Hebe de Bonafini". Como se puede apreciar, la interpretación de izquierda a derecha lleva a conclusiones diferentes que la interpretación inversa. La primera suena más normativa (estipula quién decide), la segunda es mucho más performativa (la decisión depende de haber alcanzado cierto resultado o estado de cosas).

La gran cuestión entonces se reduce a si Hebe de Bonafini es un ser humano o un ser divino. ¿Que sea lo que Dios quiera?