Dado que no sabemos absolutamente nada sobre el tema—lo cual ciertamente no nos ha detenido en el pasado—vamos a tratar de señalar algunas dificultades de la estructura del debate actual sobre el aborto, que impiden no solamente que el debate avance sino que además lleguemos a una decisión correcta, que tal vez sea lo más importante en un debate.
Por un lado, quienes defienden el derecho al aborto (entendido apropiadamente, ya que el aborto ya está permitido en algunos casos), a veces se expresan como si dicho derecho ya existiera. Por ejemplo, Página 12 de ayer subió a su página de Internet que “abortar es un derecho” (como lo muestra la imagen que ilustra esta entrada). Página 12 no es el único ya que hay varios abogados que se expresan como si el derecho al aborto ya existiera en la Constitución. Sin embargo, si abortar fuera un derecho no tendría sentido la discusión actual sobre el tema, las marchas, movilizaciones, etc., y los jueces que han condenado a alguien por dicho delito deberían haber sido destituidos por lo menos.
Toda la discusión se debe en efecto a que abortar no es un derecho, al menos todavía, y probablemente no lo sea por un buen rato. En realidad, es bastante irresponsable por parte de un abogado decir algo semejante ya que una persona podría tomarse en serio semejante afirmación y terminar presa como resultado de la misma. Y aunque, por alguna razón, resultara que la prohibición del aborto fuera inconstitucional, hasta que un tribunal no lo declare tal, la prohibición sigue siendo derecho válido. Lo demás es un derecho que solamente existe en nuestras mentes, en el pueblo o en nuestra teoría política, es decir, no es derecho en absoluto.
También es frecuente entre quienes defienden el derecho al aborto argumentar que la cuestión no es ética, sino de salud pública. En realidad, las cuestiones de salud pública son cuestiones éticas, por lo cual la distinción no tiene mayor sentido. De hecho, si la salud pública no fuera una cuestión ética, no tendría sentido siquiera preocuparse por ella y por lo tanto por el aborto. Quizás lo que subyace a la distinción entre la ética y la salud pública, es que la primera se ocupa de ciertos “derechos absolutos” mientras que la segunda se ocupa de las consecuencias. Sin embargo, otra vez, preocuparse por las consecuencias de nuestros actos es constitutivo de la ética. Nos preocupamos por nuestros actos debido a que tienen consecuencias.
Por el otro lado, quienes se oponen al aborto suelen invocar el daño que provoca el aborto sin que el destinatario de dicho daño tenga absolutamente algo que ver. Insistir en esta posición suena pacifista, esto es, supone que la violencia jamás está justificada, ni siquiera en casos de agresión ilegítima. Dado que quienes están en contra del aborto no son pacifistas ya que, v.g., están a favor de la legítima defensa y de la guerra justa, defienden ciertos actos violentos distinguiendo entre el daño intencional y el previsto pero no deseado (lo que en la jerga se suele denominar como doctrina del doble efecto o del efecto colateral).
De ese modo, el acto de guerra que bombardea una ciudad y mata no combatientes (o “inocentes” para decirlo en general) está exculpado al menos, mientras que el terrorismo—ataque deliberado de dichos inocentes—es completamente intolerable incluso si se tratara de una sola víctima, todo esto a pesar de que las personas que mueren como resultado de un acto de guerra o de un acto terrorista lo único que quieren es seguir viviendo, sin que importa cómo o por qué se los ataca.
Además, en la jerga se discuten algunos casos de amenazas inocentes. Por ejemplo, al salir en una expedición espeleológica, una persona obesa se queda atascada en una abertura, bloqueando la salida de los demás miembros de la expedición. Desafortunadamente, el nivel de agua en la caverna empieza a subir, de tal forma que todos morirán si no pueden despejar la abertura. La única posibilidad es usar dinamita, que justo tenía uno de los expedicionarios, y hacer volar a la persona obesa. Alguien podría decir que los expedicionarios deberían haber previsto el riesgo que corrían al emprender esta aventura, y otras personas podrían argumentar algo semejante en relación al aborto. El punto sin embargo es que podemos imaginar situaciones en las que la amenaza inocente puede ser objeto de daño, salvo que, otra vez, seamos pacifistas. Esta clase de discusión claramente es consecuencialista.
Mucho más sólida es la estrategia legal que se concentra en mostrar que el aborto es inconstitucional. Por supuesto, las discusiones constitucionales suelen ser bastante dilatadas, pero para eso está la Constitución por otro lado, a saber, para proteger o blindar ciertos derechos. Como se puede apreciar, la inconstitucionalidad del aborto tiene una relación ligeramente asimétrica con su constitucionalidad ya que el aborto está prohibido.
Finalmente, algunos se han sorprendido por lo que creen es un cambio de opinión por parte del Gobierno en relación al aborto. Quizás se trate de otro caso en el cual el Gobierno le presta atención a las encuestas. Ahora bien, no faltan quienes critican el gobierno por encuestas debido a que eso revela la falta de principios del Gobierno. Sin embargo, el principismo está bastante sobrevalorado. Cualquiera puede tener principios. Lo que importa no es tener principios sino tener los principios correctos. Después de todo, fue por convicción que el Gobierno anterior no quería saber nada con el aborto.
Por lo tanto, el problema no es que el Gobierno se fije en las encuestas, sino qué dicen esas encuestas. Hasta una encuesta puede tener razón y puede ayudar a que el Gobierno cambie de opinión para bien. Por lo cual, como se suele decir en inglés, hasta un reloj que está parado da la hora correcta dos veces al día. La cuestión entonces es tener paciencia y la sabiduría de darse cuenta cuándo el reloj está dando la hora correcta.