«La causa victoriosa complació a los dioses, mas la vencida a Catón» (Lucano, Farsalia, I.128-9).
martes, 30 de julio de 2013
Reloj no marques las Horas
La Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) informó que los espacios públicos asegurados por el Estado a las tandas o propagandas con vistas a las próximas elecciones serán módulos de 9 segundos para la radio y 12 segundos para televisión. La siguiente prueba de Monty Python (resumir A la Búsqueda del Tiempo Perdido de Proust en 15 segundos) parece un verdadero picnic en comparación:
lunes, 29 de julio de 2013
Al Final, parece que no somos un Sueño imposible que busca la Noche
Los miembros del equipo de La Causa de Catón, fieles a nuestro escepticismo, estábamos convencidos de que el blog era parte de un sueño, o pesadilla según se quiera, de algún personaje de un cuento de Borges. Sin embargo, acabamos de terminar el muy buen libro de Claudia Hilb, Usos del Pasado. Qué hacemos hoy con los setenta, de editorial Siglo XXI, y en su último capítulo, sobre el rechazo de la UBA a los estudiantes procesados o condenados por haber cometido delitos de lesa humanidad ("Estudiantes indeseables en UBA XXII (o: al enemigo, ¿ni justicia?)"), encontramos una referencia a La Causa, entendemos que a El Abogado del Diablo, en apoyo a su crítica a la decisión de la UBA al respecto. Sin duda, no faltará el que alegue que el libro de Hilb también podría ser parte de un sueño (de hecho, los miembros del equipo de La Causa lo han hecho en la última reunión de los viernes); sin embargo, en un gesto de optimismo narcisista vamos a tomar la referencia a La Causa como prueba irrefutable de que existe (y de que alguien la lee).
Vamos a comentar en otra oportunidad más en detalle los otros y muy interesantes capítulos del libro próximamente en esta sala, y por supuesto que agradecemos calurosamente la generosidad de Hilb y su referencia. Por ahora, sólo vamos a aprovechar la ocasión para señalar que mientras que el Gobierno ya ha comenzado a reconciliarse con al menos un sospechado de haber participado al proponerlo como Jefe del Ejército (v.g., véase Perdónalos, no saben lo que hacen), la UBA, fiel a su rica tradición de autonomía universitaria, no quiere saber nada con represores, se planta en sus trece en su acérrima defensa de los derechos humanos, en una actitud más papista que el Papa, o que Cristina mejor dicho.
sábado, 27 de julio de 2013
Más Consejos sobre cómo escribir un Paper
Hace poco volvimos a ver "The Footnote" (2012), la muy buena película de Joseph Cedar:
Esta película israelí contiene una frase que a su vez ofrece la regla de oro de toda obra académica, científica, o como se la quiera llamar. Mientras un profesor analiza un paper que le entregó un alumno, el primero le dice al segundo: "Te voy a decir algo que mi padre me dijo una vez. Hay un montón de cosas verdaderas en tu trabajo, y un montón de cosas nuevas. El problema es que las cosas nuevas no son verdaderas, y las cosas verdaderas no son nuevas". Acá está la receta con todos los ingredientes que todo buen paper debe tener (aunque quizás también convenga repasar este link sobre cómo escribir un paper). Sólo queda escribirlo.
Esta película israelí contiene una frase que a su vez ofrece la regla de oro de toda obra académica, científica, o como se la quiera llamar. Mientras un profesor analiza un paper que le entregó un alumno, el primero le dice al segundo: "Te voy a decir algo que mi padre me dijo una vez. Hay un montón de cosas verdaderas en tu trabajo, y un montón de cosas nuevas. El problema es que las cosas nuevas no son verdaderas, y las cosas verdaderas no son nuevas". Acá está la receta con todos los ingredientes que todo buen paper debe tener (aunque quizás también convenga repasar este link sobre cómo escribir un paper). Sólo queda escribirlo.
jueves, 25 de julio de 2013
Perdónalos, no saben lo que hacen
A juzgar por el siguiente video que contiene parte del alegato de Jorge Bernetti, miembro de Carta Abierta y ex funcionario de Defensa, la confusión conceptual kirchnerista que ya hemos indicado en entradas anteriores sigue viva y coleando (como la vida es corta, recomendamos ver a partir de 1:10 y que aquellos que lo consideren conveniente activen los respectivos filtros parentales, ya que el video que sigue contiene escenas de kirchnerismo explícito, aunque entre adultos consintientes, en el caso de Carta Abierta al menos):
En efecto, ya habíamos señalado la confusión entre Estado y Gobierno que subyace a la designación de Milani (acá se viene a militar). También habíamos señalado la confusión que subyace a sostener que quienes tienen cierta ideología, en este caso quienes son kirchneristas, pueden cometer delitos de corrupción (derecho penal para todos y todas). Ahora, la confusión consiste en que quienes expresan su apoyo al Gobierno pueden ser sospechados de haber colaborado con la última dictadura militar, para decirlo suavemente, sin que eso haga mella en sus aptitudes para ser designados en los más altos puestos del Ejército, como si Milani fuera algo así como un fascista, pero en el buen sentido de la palabra (otra vez parafraseando a Sacha Cohen). La posición de Bernetti nos hace acordar a ese cuento de Dolina en el que el árbitro cobraba los penales según el carácter moral del defensor, algo muy divertido pero sólo en la literatura, no en política.
En realidad, la confusión de Bernetti es quizás mayor, ya que en otro momento de la misma alocución, Bernetti reconoce que si Milani cometió un delito de lesa humanidad, entonces debería ir preso como todos los demás delincuentes, a pesar de sus simpatías políticas. Con lo cual, Bernetti suscribe a lo que en nuestra discusión sobre la defensa de Carta Abierta a Lázaro Báez habíamos llamado "La tesis de la motivación contraproducente" (tesis nro. 3, no disparen, es Báez), según la cual "la motivación de la denuncia no es la denuncia en sí misma sino deslegitimar al Gobierno, o en todo caso el motivo de la denuncia sólo se explica por la ideología opositora al Gobierno".
Esta tesis, más kantiana que Kant, es sorprendente, ya que según ella no podríamos denunciar a un vecino genocida si nuestra motivación fuera vengarnos porque hacía mucho ruido o dejaba la puerta del ascensor abierta o porque justo comulga con ideas políticas opuestas a las nuestras. Kant, vale la pena recordarlo, jamás creyó que la acción pierde todo valor moral si no iba acompañada de un propósito moral. En todo caso, sí creía que el valor moral completo de una acción dependía de su motivación, pero jamás sostuvo entonces que si no va acompañado de una intención pura o moral entonces el acto se vuelve irrelevante o incluso inmoral. Si hay que elegir, entonces, por las dudas el acto moral, y si tiene la intención correcta mejor. Quienes defienden esta estricta teoría motivadora hiperkantiana como Bernetti, Estados Unidos no podría haber entrado en guerra contra el Eje ya que lo hizo porque sus posesiones en el Pacífico estaban amenazadas, o como suele suceder, sus intereses económicos, y no porque estaba teniendo lugar un Holocausto. Si usara la tesis de la presunción de inocencia, Bernetti tendría que explicar hay varias decenas de militares procesados por indicios menos concluyentes que los que apuntan a Milani.
Además, Bernetti se olvida de que no sólo, yendo de mayor a menor, los fascistas, los golpistas y los liberales (si que existe alguna distinción para Bernetti entre estos tres grupos) se oponen a la designación de Milani, sino que incluso un kirchnerista como Verbitsky está en contra de la misma.
Bernetti podría insistir con el alfa y omega del kirchnerismo, el Ave María de todas las plegarias kirchneristas, es decir: Clarín es el diablo (tesis nro. 7, click). Pero tal como habíamos visto, hay un caso extremo que demuestra la puerilidad de este argumento. Hasta Hitler puede llegar a decir la verdad, aunque nadie deseara creerle, tal como lo muestra el caso de la matanza de Katyn. En efecto, Hitler tenía razón cuando protestaba a los cuatro vientos no haber matado a los 20.000 oficiales e intelectuales polacos encontrados muertos en los bosques de Katyn, porque la matanza fue realizada por los soviéticos. Nadie, por supuesto, tiene ganas de creerle a Hitler, pero las creencias no tienen nada que ver con las ganas (al menos por lo que se sabe hasta ahora de la psicología humana y del mundo).
Finalmente, siempre queda el credo quia absurdum, o "creo porque es absurdo". Pudo haber funcionado en teología (hablando de Roma), pero no puede funcionar para quienes desean ser convencidos por argumentos. ¿O sí? Veamos qué opinan nuestros lectores.
miércoles, 24 de julio de 2013
Miles kirchneristus et Deus absconditus
El ascenso del General César Milani a la jefatura del Ejército—aunque curiosamente sólo su ascenso y no la condición misma de militar en actividad—representa todo un desafío, tanto para kirchneristas como para kirchnerólogos, debido a las denuncias que lo vinculan a la última dictadura militar, las cuales han llevado a que un kirchnerista con credencial al día como Horacio Verbitsky haya aconsejado que Milani diera un paso al costado.
Nuestros lectores no sólo recordarán la entrada anterior (acá se viene a militar) sino que seguramente habrán advertido la similitud que existe entre la aporía kirchnerista actual con la teodicea o la superación del desafío que representa la existencia del mal en el mundo con la existencia misma de Dios. Si Dios es todopoderoso y bueno, entonces ¿cómo explicar la existencia del mal en el mundo? Dios puede ser solamente bueno, lo cual explicaría la existencia del mal al precio de la omnipotencia divina. Dios puede ser omnipotente y probablemente decidir no ser bueno, lo cual también explicaría la existencia del mal pero a expensas de la bondad divina. Negar la existencia del mal en el mundo a esta altura no es una opción para nadie.
En lo que atañe directamente a la Presidenta, la situación es básicamente la misma. Parece ser imposible reconciliar las tres proposiciones siguientes:
(A) Cristina es todopoderosa.
(B) Cristina es buena.
(C) Milani existe.
Cristina, sin duda, es omnipotente. Sin embargo, no parece ser fácil reconciliar su bondad con su defensa del ascenso de Milani a la jefatura del Ejército.
Es innegable que la existencia diabólica de Clarín podría explicar no sólo la existencia del mal y la de Milani, sino que además podría explicar fácilmente cómo llegó la carpeta de Milani a la Presidencia de la Nación, lo cual hizo quizás que Cristina equivocadamente lo propusiera. Pero en tal caso, si bien Cristina podría ser considerada buena, no podría obviamente conservar su omnipotencia. Si insistiéramos con su omnipotencia, no quedaría otra alternativa que suponer que Cristina sabe que Milani tiene vínculos con la dictadura militar y sin embargo lo defiende, lo cual nos lleva a fojas cero.
Una primera salida institucional para el Gobierno podría consistir en tomar el camino católico de la infalibilidad del líder espiritual, que tan buenos resultados le ha dado a la Iglesia Católica. Una segunda salida, por si quedaran dudas respecto de la primera, podría ser sostener que la defensa de Milani responde a razones estratégicas, las mismas que explican la alianza kirchnerista con el conglomerado mediático diabólico aproximadamente entre el año 1 y el 4 d.K. Dentro de unos años, Milani podría ser desplazado a las filas diabólicas, tal como le ha sucedido a antiguos socios kirchneristas, entre ellos dicho conglomerado mediático diabólico. La discusión en tal caso giraría alrededor de si entonces la Presidenta seguiría siendo tan buena como solíamos creer. Quienes creen que la alianza indicada con quienes tienen las manos manchadas de sangre fue apropiada o no hace mella a la bondad presidencial, seguramente no tendrán problema alguno en creer otro tanto respecto a la alianza con Milani, la cual es insignificante en comparación.
Finalmente, siempre le queda al kirchnerismo—y por lo tanto a la kirchnerología—lo que el Cristo de Milton respondió frente al desafío de su archirival, Satán: “quien recibe la luz desde arriba, de la fuente de la luz, no necesita de otro doctrina, aunque fuera verdadera” (Paraíso recobrado, IV.288-90). En una época de renovación espiritual como la que estamos viviendo, esta última alternativa bien puede terminar siendo la favorita de los creyentes.
lunes, 22 de julio de 2013
Al Ejército no se viene a hacer Política (al menos no en Democracia)
El General Milani, con las mejores intenciones, y justo antes de que el Senado trate el pliego de su ascenso, nos ha hecho saber: "sí, quiero ser parte de un Ejército que sea parte de un proyecto nacional, que ayude a construir obras de infraestructura, que desarrolle el país" (click), en relación a la administración kirchnerista. Sin embargo, las intenciones puede ser decisivas en moral pero no en política. Milani lamentablemente ignora que como General, y muchísimo más si llegara a ser Comandante en Jefe del Ejército, él tiene que ser parte del proyecto de todo Gobierno elegido democráticamente que transitoriamente representa al Estado. Con lo cual, sus declaraciones o bien son redundantes, o bien son contraproducentes porque trasuntan su compromiso ideológico con las personas que justo sucede están a cargo del Gobierno (la oscilación redundante-contraproducente ya la habíamos discutido en otro lugar: Redundancia o Magnanimidad).
Ciertamente, algunos insistirán en que el sentido de la frase de Milani queda aclarado al final de la misma: "que ayude a construir obras de infraestructura, que desarrolle el país". Sin embargo, aunque estamos de acuerdo con la actitud desarrollista (por así decir) de Milani, nos queda la duda de qué haría Milani entonces si el partido gobernante decidiera no construir obras de infraestructura (irónicamente, el Gobierno actual se caracteriza por su muy pobre gestión en materia de infraestructura; no hace falta, creemos, abundar al respecto). Por deseable que fueran las obras de infraestructura, también quedan supeditadas al mandato democrático. ¿Acaso Milani, o cualquiera, preferiría un gobierno no democrático que desarrollara obras de infraestructura antes que uno democrático que no lo hiciera?
Probablemente, la auto-designación del Gobierno como nacional y popular puede haber confundido al General Milani. ¿Acaso no todo Gobierno es nacional y popular por definición? ¿Y quienes se oponen al Gobierno están en contra de la Nación y del Pueblo? Creemos sin embargo que un General tiene que estar en condiciones de separar la retórica electoral de lo que se espera de un General que sirve bajo un régimen democrático. Tampoco lo ayuda al General el hecho de que la Presidenta tiene el hábito de hablar (y de actuar) en primera persona (no somos los primeros en notarlo: El Imperio del Yo), y quizás entonces el General cree, v.g., que es ella la que la paga el sueldo, o que trabaja para ella. La confusión es comprensible nuevamente, pero fácilmente superable, y por las mismas razones. Después de todo, se trata de un General especialista en Inteligencia.
El General Milani, finalmente, entenderá que sus declaraciones son especialmente preocupantes en un país como el nuestro, el cual en el pasado reciente ha sufrido la atroz intervención de los militares en política, y esperamos que sepa disculpar nuestra propia preocupación al respecto. Como decía Lucano en su inmortal verso de Farsalia (IV.579) (inscripto en las espadas de la Guardia Nacional de la Revolución Francesa convirtiéndose en un símbolo de la lucha por la libertad), a los militares "se [les] han dado las espadas para que nadie sea esclavo" [datos, ne quisquam seruiat, enses], pero para nada más.
Acerca de las denuncias sobre la intervención del General Milani en la dictadura, y acerca del sospechoso incremento de su patrimonio en democracia, a menos que el Gobierno, invocando al gran Sacha Cohen (película), creyera que se trata de un fascista pero en el buen sentido de la palabra, debería tomárselas en serio, del mismo modo que lo hizo con los demás militares que están procesados por denuncias iguales o menores que las relativas a Milani. Esperemos que no sea el Gobierno a su vez el confundido porque Milani le ha expresado su redundante o contraproducente apoyo, y lo trate igual que a los demás militares denunciados. Esperemos.
jueves, 18 de julio de 2013
Sobre la Revolución
En estos días asistimos a la reconversión de una YPF que se enorgullecía de ser completamente nacional y popular en una YPF que cierra un trato con Chevron. Ciertamente, todo aquel que tiene dos dedos de frente al menos intuye que el negocio del petróleo es un negocio que requiere de mucho dinero y muy probablemente exige hacer tratos con el diablo, que encima suele ser extranjero. Pero entonces, deberíamos cuidarnos de cantar las loas del petróleo nacional y popular, sobre todo si terminamos yendo al pie de Chevron.
El argumento oficialista que explica transiciones como la carburífera reciente, o la anterior en relación a Clarín o el dólar o Irán, es el de la revolución, como ya hemos discutido tantas veces en el blog (la revolución K). En medio de una revolución, el principio de no contradicción es un lujo que muy pocos pueden darse, y mucho menos los revolucionarios.
Hete aquí que justo sucede que estamos leyendo el ensayo de Hannah Arendt sobre la revolución, una fuente inagotable de herramientas para comprender el pensamiento revolucionario, a la vez que nos da una idea de lo incomprendidos que se deben sentir los revolucionarios por los demás, al menos por quienes observan la revolución.
En efecto, según Arendt, es tan imprevisible la acción en general y la revolucionaria en particular, que un actor revolucionario no puede saber que lo es, ni que lo va a ser. Leamos a Arendt: "¿No habían sido ellos realistas en 1789 quienes, en 1793, fueron conducidos no meramente a la ejecución de un rey particular (quien pudo o no haber sido un traidor), sino a la denuncia de la monarquía misma como un 'crimen eterno' (Saint-Just)? ¿No habían sido todos ellos ardientes abogados de los derechos de propiedad privada quienes en las leyes de Ventôse en 1794 proclamaron la confiscación de la propiedad no meramente de la Iglesia y de los émigrés sino de todos los 'sospechosos', para que pudiera ser entregada a los 'desafortunados'? ¿No habían sido indispensables en la formulación de una constitución cuyo principio central era la descentralización radical, sólo para ser conducidos a descartarla como totalmente sin valor, y a establecer en cambio un gobierno revolucionario mediante comités que fue más centralizado que cualquier cosa que el ancien régime había conocido o se hubiese animado a poner en práctica?" (On Revolution, p. 40).
De ahí que sea comprensible que el kirchnerismo primero apoyó la privatización de YPF, aunque en los noventa, antes de que existiera siquiera el kirchnerismo, luego se asoció con capitales privados argentinos, dijo haber nacionalizado YPF luego, y ahora se asocia con Chevron. Ojalá que no aparezca algún escéptico, que nunca falta, y alegue que el Gobierno es un revolucionario extraño, ya que sabe que lo es.
Otro rasgo revolucionario, explica Arendt, es que las revoluciones giran alrededor de "un evento en el cual la 'palabra devino carne', esto es, ... un absoluto que había aparecido en el tiempo histórico como una realidad mundana" (p. 151). No vamos a perder tiempo mencionando el enorme número de eventos kirchneristas que prueban el carácter revolucionario del movimiento. Como muestra, basta la referencia indirecta a quien hoy algunos todavía creen que fue solamente un individuo a pesar de que fue el fundador de una nueva era. Para dar una idea, vamos a dar un ejemplo. Fue a fines del año 8 d.K. que fue rescindido el acuerdo con Repsol y es precisamente en el 10 d.K. que el Gobierno firmó un acuerdo con Chevron.
Asimismo, Arendt sostiene que "el principio de la mayoría es inherente a todas las formas de gobierno, incluyendo al despotismo, con la posible excepción sólo de la tiranía. Sólo cuando la mayoría, después de que la decisión ha sido tomada, procede a liquidar políticamente, ..., a la minoría opositora el dispositivo técnico de la decisión de la mayoría degenera en regla de la mayoría" (p. 155). Es por eso que los padres fundadores estadounidenses trataron de prevenir que "los procedimientos de la decisión mayoritaria generaran el 'despotismo electivo' de la regla de la mayoría" (p. 156). Sería un muy interesante debate si en Argentina vivimos o quisiéramos vivir bajo la el régimen de la decisión o de la regla de la mayoría. Vale aclarar que por decisión Arendt siempre entiende un proceso que incluye un debate de opiniones, mientras que la regla sólo dictamina que la mayoría gobierna, sin que importe qué hace.
Por otro lado, mientras que uno de los pilares de la Revolución Francesa fue que el poder y el derecho emanaban de la misma fuente, la Norteamericana siempre se caracterizó por distinguir "entre una república y una democracia o regla de la mayoría", distinción que "gira alrededor de la separación radical del derecho y el poder" (p. 157). El poder fue ejercido por el pueblo al momento de la revolución, mientras que la autoridad del derecho primero es ubicada en el Senado federal de inspiración romana y luego desplazada hacia la Corte Suprema mediante el control de constitucionalidad (p. 191), también neo-romano a su modo (democracia o revolución). Fue esta separación entre el poder y la autoridad lo que explica el triunfo relativamente anodino de la Revolución Norteamericana y el sangriento fracaso de la Francesa, a la cual le llevó un par de siglos y varias constituciones lograr cierta estabilidad. Es curioso, hoy en día no pocos desean re-editar la unificación del poder con la autoridad en la misma institución.
Finalmente, la concepción de revolución que prefería Arendt no era ciertamente la francesa, pero tampoco la norteamericana en realidad, al menos no en su conjunto. Arendt rescataba la tradición participativa colonial previa a la revolución, que reapareció en cierto momento en la Revolución Francesa en la creación de la Comuna de París, luego en la Comuna de París por antonomasia en 1871, y en las revoluciones primero soviética (en sentido literal), luego en los consejos alemanes de 1918-19, y finalmente los húngaros de 1956. En todos estos casos tuvo lugar una verdadera esfera pública en donde la libertad cívica permitía a los participantes debatir y decidir en condiciones estrictamente políticas en el sentido arendtiano, sin estar a merced ni de líderes ni de aparatos partidarios. De aquí surge el paradigma de lo que se suele denominar democracia deliberativa. Se trata de una acción política tan difícil de asir como una mariposa. Sin embargo, no importa: siempre vale la pena (volver a) leer a Hannah Arendt.
lunes, 1 de julio de 2013
¿No existe la Independencia judicial?
No es ninguna novedad que el escepticismo acerca de la independencia del razonamiento judicial se ha vuelto moneda corriente, sobre todo dentro del campo kirchnerista. Es obvio que el kirchnerismo tiene un problema con el poder judicial. Lo que no es tan obvio es cuál es el problema (mutatis mutandis, consideraciones muy similares podrían aplicarse a los periodistas).
En efecto, el kirchnerismo en sus críticas al poder judicial oscila entre dos polos. Por un lado, la crítica consiste en que la independencia o neutralidad judicial es imposible. La idea es que los jueces no son agentes desinteresados, o cuyo único interés es la justicia, sino que son personas con un marcado compromiso político y actúan en consecuencia. De ahí que se les reproche a menudo que al controlar la constitucionalidad de las leyes los jueces tomen decisiones políticas a pesar de que carecen de representatividad política.
La falta de representatividad política es clara, aunque proviene de una decisión del poder constituyente. Además, la crítica de la imposibilidad de la independencia judicial queda expuesta a una obvia réplica. Si la independencia judicial es imposible, es muy difícil de entender por qué Néstor Kirchner se enorgullecía de haber tomado distancia de su antecesor Carlos Menem al designar miembros reputados por su independencia, desde Lorenzetti hasta Zaffaroni, pasando por Argibay y Highton de Nolasco.
Y si asumiéramos que los jueces se refieren hipócritamente a su independencia, quedaría la dificultad de que la idea misma de hipocresía en realidad es un homenaje a la idea de corrección normativa. Si la incorrección fuera imposible, la hipocresía también brillaría por su ausencia. ¿Qué sentido tendría ser hipócrita entre inmorales o entre personas que creen que la corrección es imposible? Nadie caería en la trampa, o habría que ser muy tonto para hacerlo.
Por el otro lado, el kirchnerismo a veces desplaza su crítica desde la imposibilidad de la neutralidad hacia su carácter indeseable. En efecto, cada vez que el kirchnerismo se identifica con el bien en una lucha contra el mal, exige que no seamos neutrales ante dicho conflicto, con lo cual el problema no es que sea imposible ser neutral sino que es inmoral, tal como el Dante famosamente sostiene en su Divina Comedia.
Ahora bien, no hay duda de que los jueces, como todos los demás mortales, tienen cierta ideología. La cuestión es si la presencia de ideología en los jueces justifica el escepticismo acerca de la independencia del razonamiento judicial. En realidad, toda crítica al comportamiento judicial supone la existencia de ciertas reglas o expectativas que suponemos que los jueces deben satisfacer, y que fácilmente puede ser reformuladas en términos de independencia o neutralidad. Por ejemplo, esperamos que los jueces sean independientes de las corporaciones. Pero esa misma expectativa se extiende seguramente a la política. ¿Acaso tendría sentido creer que la independencia frente a las corporaciones es posible y deseable, mientras que la independencia política no lo es? ¿Cuál sería la explicación de esa diferencia?
En realidad, quienes desconfían de la independencia judicial no suelen desconfiar de la posibilidad de una decisión judicial correcta. Si lo hicieran, deberían conformarse con cualquier decisión judicial, o tendrían razones para conformarse con decisiones que provinieran de una perinola o cualquier mecanismo completamente determinado por el azar.
De hecho, mal que nos pese y tal como nos lo recuerda Ronald Dworkin, la idea misma de la crítica de una decisión judicial, por no decir el error de una sentencia, supone la existencia de decisiones correctas. De ahí que sólo pueden darse el lujo de criticar la independencia judicial quienes creen que no existen decisiones judiciales correctas, y por lo tanto, quienes no pueden criticar decisión judicial alguna.
En resumen, el escepticismo ante la independencia judicial no sólo oscila entre la imposibilidad y la inmoralidad de la independencia del poder judicial, sino que además de manera sorprendente cree que los jueces en el fondo son capaces de ser independientes pero sólo respecto de las corporaciones. Además, quienes niegan la posibilidad de decisiones judiciales independientes, si llevaran sus creencias hasta el final, deberían estar dispuestos a reemplazarlas por mecanismos alternativos y determinados por el azar. Muy pocos están dispuestos a dar semejante paso.
En efecto, el kirchnerismo en sus críticas al poder judicial oscila entre dos polos. Por un lado, la crítica consiste en que la independencia o neutralidad judicial es imposible. La idea es que los jueces no son agentes desinteresados, o cuyo único interés es la justicia, sino que son personas con un marcado compromiso político y actúan en consecuencia. De ahí que se les reproche a menudo que al controlar la constitucionalidad de las leyes los jueces tomen decisiones políticas a pesar de que carecen de representatividad política.
La falta de representatividad política es clara, aunque proviene de una decisión del poder constituyente. Además, la crítica de la imposibilidad de la independencia judicial queda expuesta a una obvia réplica. Si la independencia judicial es imposible, es muy difícil de entender por qué Néstor Kirchner se enorgullecía de haber tomado distancia de su antecesor Carlos Menem al designar miembros reputados por su independencia, desde Lorenzetti hasta Zaffaroni, pasando por Argibay y Highton de Nolasco.
Y si asumiéramos que los jueces se refieren hipócritamente a su independencia, quedaría la dificultad de que la idea misma de hipocresía en realidad es un homenaje a la idea de corrección normativa. Si la incorrección fuera imposible, la hipocresía también brillaría por su ausencia. ¿Qué sentido tendría ser hipócrita entre inmorales o entre personas que creen que la corrección es imposible? Nadie caería en la trampa, o habría que ser muy tonto para hacerlo.
Por el otro lado, el kirchnerismo a veces desplaza su crítica desde la imposibilidad de la neutralidad hacia su carácter indeseable. En efecto, cada vez que el kirchnerismo se identifica con el bien en una lucha contra el mal, exige que no seamos neutrales ante dicho conflicto, con lo cual el problema no es que sea imposible ser neutral sino que es inmoral, tal como el Dante famosamente sostiene en su Divina Comedia.
Ahora bien, no hay duda de que los jueces, como todos los demás mortales, tienen cierta ideología. La cuestión es si la presencia de ideología en los jueces justifica el escepticismo acerca de la independencia del razonamiento judicial. En realidad, toda crítica al comportamiento judicial supone la existencia de ciertas reglas o expectativas que suponemos que los jueces deben satisfacer, y que fácilmente puede ser reformuladas en términos de independencia o neutralidad. Por ejemplo, esperamos que los jueces sean independientes de las corporaciones. Pero esa misma expectativa se extiende seguramente a la política. ¿Acaso tendría sentido creer que la independencia frente a las corporaciones es posible y deseable, mientras que la independencia política no lo es? ¿Cuál sería la explicación de esa diferencia?
En realidad, quienes desconfían de la independencia judicial no suelen desconfiar de la posibilidad de una decisión judicial correcta. Si lo hicieran, deberían conformarse con cualquier decisión judicial, o tendrían razones para conformarse con decisiones que provinieran de una perinola o cualquier mecanismo completamente determinado por el azar.
De hecho, mal que nos pese y tal como nos lo recuerda Ronald Dworkin, la idea misma de la crítica de una decisión judicial, por no decir el error de una sentencia, supone la existencia de decisiones correctas. De ahí que sólo pueden darse el lujo de criticar la independencia judicial quienes creen que no existen decisiones judiciales correctas, y por lo tanto, quienes no pueden criticar decisión judicial alguna.
En resumen, el escepticismo ante la independencia judicial no sólo oscila entre la imposibilidad y la inmoralidad de la independencia del poder judicial, sino que además de manera sorprendente cree que los jueces en el fondo son capaces de ser independientes pero sólo respecto de las corporaciones. Además, quienes niegan la posibilidad de decisiones judiciales independientes, si llevaran sus creencias hasta el final, deberían estar dispuestos a reemplazarlas por mecanismos alternativos y determinados por el azar. Muy pocos están dispuestos a dar semejante paso.
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