Estamos tan acostumbrados a tomar a la así llamada "cultura occidental" como un todo que nos olvidamos de las diferencias entre el clasicismo politeísta y el monoteísmo judeo-cristiano. A continuación, una muy buena nota sobre la diferencia entre el politeísmo clásico y el monoteísmo judeo-cristiano de Tzvetan Todorov (aunque pasa por alto que el universalismo de los derechos humanos que subyace a su crítica de la omnipotencia monoteísta es un producto del mismo monoteísmo; José Pablo Martín, mientras prepara para Editorial Trotta el cuarto volumen de la traducción de las obras completas de Filón de Alejandría, nos hizo saber que el primero que deja un testimonio del término "politeísta" usado en griego es Filón, en el siglo primero de nuestra era, para describir la cultura griega en contraste con la de Moisés):
A principios de marzo de
2012, el Senado de Estados Unidos preguntó al presidente de la Junta de Jefes de Estado
Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Martin E. Dempsey, si era previsible
una intervención militar en Siria, a pesar de estar involucrados en otros
escenarios bélicos y a pesar del contexto específico sirio.
La respuesta del general
incluyó esta formulación lapidaria, nada más que cuatro palabras: “We can do
anything” , “Podemos hacer cualquier cosa” ( The International Herald Tribune ,
12 de marzo de 2012). Sacada de contexto, esta frase podría convertirse en el
emblema de una de las dimensiones esenciales de nuestra cultura.
No todas las culturas
parten del principio de que los seres humanos pueden hacer todo lo que se
propongan.
Esta idea aparece en el
momento en que el paganismo empieza a ceder paso a las religiones monoteístas.
La principal diferencia
que aportan estas últimas es que su Dios no interviene en un mundo ya existente
para poner orden en el caos, como hacían los dioses de los paganos, sino que es
él mismo el que crea el mundo a partir de la nada.
A los autores educados en
la cultura griega clásica les llamaba la atención esta creencia de los
monoteístas. En el siglo II, Galeno consideraba que esa era la gran diferencia
entre gentiles y cristianos. “Moisés piensa que Dios todo lo puede, pero
nosotros, los griegos, afirmamos que existen cosas que son, por naturaleza,
imposibles”. Y Porfirio, en el siglo siguiente: “Dios no puede hacer todo. No
puede hacer que dos por dos sean cien en lugar de cuatro. Porque su potencia no
es la única cosa que rige sus actos y su voluntad”.
Por supuesto, los
cristianos atribuyen la omnipotencia sólo a Dios, no a los hombres. Pero, si se
reconoce que los relatos sobre dioses tienen su fuente en el espíritu del ser
humano, se puede llegar a la conclusión de que los autores de los textos
fundacionales ya soñaban con tener esa omnipotencia ellos mismos.
Ya lo decían en el
Génesis: Dios creó al hombre a su semejanza. Por consiguiente, no sería extraño
descubrir ese rasgo en los seres humanos.
A comienzos del siglo V,
un teólogo da el paso. El monje Pelagio, originario de las Islas Británicas,
sugiere que, dentro de los límites de sus capacidades naturales, los hombres
pueden alcanzar cualquier objetivo y pueden, por tanto, recobrar la salud
mediante un mero esfuerzo de su voluntad. Herejía, exclama su contemporáneo
Agustín, Dios es omnipotente, sin duda, pero el hombre no, porque está manchado
por el pecado original.
En el Siglo de las Luces
se empieza a concebir el mundo sin recurrir a la hipótesis divina y se
transfieren al ser humano sus atributos. Saint-Just declara ante la Asamblea Nacional
francesa que el legislador puede hacer que los hombres sean lo que él quiera.
Este voluntarismo
revolucionario se ve reforzado por los rápidos avances que experimentan la
ciencia y la técnica a partir de esa época.
Y los dirigentes de los
imperios totalitarios del siglo XX se inspiran en él:están convencidos de que
dominan tanto los procesos biológicos como las leyes de la historia , de modo
que, con mucha más razón, el comportamiento de los individuos.
“Vosotros no me conocéis
aún, soy capaz de todo”, dice, amenazador, Génrik Yagoda, jefe de la policía
política de Stalin.
Y es esta gran tradición
monoteísta, cristiana, revolucionaria, europea y comunista en la que se
inscribe la respuesta del general Dempsey.
En el mismo periódico, en
la columna de al lado, se informa de un hecho que, a primera vista, no tiene
relación con el anterior. La víspera, el 11 de marzo de 2012, un tal Robert
Bales, sargento del ejército estadounidense que ocupa en la actualidad
Afganistán, ha asesinado de casa en casa a 17 civiles, entre ellos nueve niños,
y luego ha prendido fuego a los cadáveres.
¿No tiene relación?
Cuando, en el curso de una guerra, se confía a las personas la tarea de “hacer
todo lo que sea”, algunas de ellas, a fuerza de vivir en medio de la violencia
cotidiana y temer a cada instante por su vida, pueden volverse locas y empezar
a disparar contra los niños y los adultos con los que se cruzan.
El caso del sargento
Bales recuerda a otros. El del noruego Anders Breivik, que el 22 de julio de
2011 mató a 77 personas en Oslo y los alrededores con el propósito de alertar a
los noruegos, y a todos los europeos, sobre la amenaza islámica en el
continente; sus víctimas, sobre todo jóvenes militantes laboristas, no eran
suficientemente conscientes de esa amenaza. O el del francés Mohamed Merah,
cuya espiral comenzó ese mismo 11 de marzo con el asesinato de un militar,
prosiguió el día 15 con otros dos militares y culminó el 19 con cuatro civiles,
tres de ellos niños.
El motivo invocado por
Merah para cometer esos asesinatos fue el deseo de vengar las afrentas sufridas
por los musulma nes en otros países como Afganistán y Palestina. ¿Estaban tan
locos Breivik y Merah como el sargento Bales? Lo que estas tres personas tienen
en común, aparte del conflicto Occidente-Islam, es el hecho de haber ignorado
los límites que suelen enmarcar los comportamientos humanos . Igual que el
general Dempsey, un día creyeron que podían hacer cualquier cosa .
Alimentados por discursos
que presentan a los enemigos como una amenaza mortal , decidieron asumir el
papel de defensores y justicieros ... y empezaron a disparar.
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