Nos hemos enterado de que los linchamientos de los últimos días en nuestro país han sido objeto de una comparación con el terrorismo de Estado. La comparación, hasta donde sabemos, fue hecha al menos por Gustavo López, ex funcionario del Gobierno de Raúl Alfonsín y actual Subsecretario General de la Presidencia de la Nación (click), amén del conocido actor y abogado Gerardo Romano (click).
Dicha comparación nos llama la atención por dos grandes razones. En primer lugar, la comparación en sí misma, o como diríamos en la jerga, la cuestión conceptual. ¿Qué tienen en común un linchamiento y un acto terrorista de Estado? Precisamente, nada. Para empezar a hablar, mientras que los linchamientos suelen ser espontáneos, el terrorismo de acto fue producto de una cuidadosa planificación. Por lo demás, y fundamentalmente, mientras que un linchamiento típicamente es un acto cometido por la sociedad civil, un acto terrorista de Estado no tiene otra alternativa que haber sido cometido por el Estado. En otras palabras, creer en un linchamiento de sociedad civil y de Estado es una contradicción en sus términos, sobre todo para quienes creen que la expresión terrorismo de Estado es una redundancia.
La segunda razón por la cual nos llama la atención esta comparación entre el linchamiento y el terrorismo de Estado es de naturaleza esencialmente política. En efecto, la comparación es bastante halagadora para quienes cometieron actos terroristas desde el Estado. Hasta aquí, nadie ha tratado de justificar el terrorismo de Estado. Pero como lamentablemente parece haber gente dispuesta a justificar los linchamientos a pesar de que implicaría justificar un crimen, el acercamiento conceptual entre las dos nociones sólo puede jugar a favor del terrorismo de Estado. En efecto, merced a dicho acercamiento parece haber gente dispuesta a parafrasear ¡otra vez! al personaje de Sacha Cohen en “El Dictador” y a creer entonces en que existe algo así como terrorismo de Estado en el buen sentido de la palabra.
Finalmente, como ni López ni Romano dan la impresión de ser gente cercana al terrorismo de Estado, nos llama la atención que hayan sido ellos los que suscriben a la comparación. Por alguna razón, ellos también han caído en la tentación de creer que todo lo que es moralmente repudiable se debe al terrorismo de Estado, así como muchos otros suponen que todo lo que es digno de elogio es por lo tanto democrático. Semejante hábito sólo confunde las cosas. En el fondo, creer que el terrorismo de Estado es el responsable de los linchamientos es sólo una manera más o menos consciente de desviar nuestra atención sobre la responsabilidad de semejantes actos de salvajismo, particularmente de sus condiciones de posibilidad.
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