jueves, 18 de julio de 2013

Sobre la Revolución




En estos días asistimos a la reconversión de una YPF que se enorgullecía de ser completamente nacional y popular en una YPF que cierra un trato con Chevron. Ciertamente, todo aquel que tiene dos dedos de frente al menos intuye que el negocio del petróleo es un negocio que requiere de mucho dinero y muy probablemente exige hacer tratos con el diablo, que encima suele ser extranjero. Pero entonces, deberíamos cuidarnos de cantar las loas del petróleo nacional y popular, sobre todo si terminamos yendo al pie de Chevron.

El argumento oficialista que explica transiciones como la carburífera reciente, o la anterior en relación a Clarín o el dólar o Irán, es el de la revolución, como ya hemos discutido tantas veces en el blog (la revolución K). En medio de una revolución, el principio de no contradicción es un lujo que muy pocos pueden darse, y mucho menos los revolucionarios.

Hete aquí que justo sucede que estamos leyendo el ensayo de Hannah Arendt sobre la revolución, una fuente inagotable de herramientas para comprender el pensamiento revolucionario, a la vez que nos da una idea de lo incomprendidos que se deben sentir los revolucionarios por los demás, al menos por quienes observan la revolución.

En efecto, según Arendt, es tan imprevisible la acción en general y la revolucionaria en particular, que un actor revolucionario no puede saber que lo es, ni que lo va a ser. Leamos a Arendt: "¿No habían sido ellos realistas en 1789 quienes, en 1793, fueron conducidos no meramente a la ejecución de un rey particular (quien pudo o no haber sido un traidor), sino a la denuncia de la monarquía misma como un 'crimen eterno' (Saint-Just)? ¿No habían sido todos ellos ardientes abogados de los derechos de propiedad privada quienes en las leyes de Ventôse en 1794 proclamaron la confiscación de la propiedad no meramente de la Iglesia y de los émigrés sino de todos los 'sospechosos', para que pudiera ser entregada a los 'desafortunados'? ¿No habían sido indispensables en la formulación de una constitución cuyo principio central era la descentralización radical, sólo para ser conducidos a descartarla como totalmente sin valor, y a establecer en cambio un gobierno revolucionario mediante comités que fue más centralizado que cualquier cosa que el ancien régime había conocido o se hubiese animado a poner en práctica?" (On Revolution, p. 40).

De ahí que sea comprensible que el kirchnerismo primero apoyó la privatización de YPF, aunque en los noventa, antes de que existiera siquiera el kirchnerismo, luego se asoció con capitales privados argentinos, dijo haber nacionalizado YPF luego, y ahora se asocia con Chevron. Ojalá que no aparezca algún escéptico, que nunca falta, y alegue que el Gobierno es un revolucionario extraño, ya que sabe que lo es.

Otro rasgo revolucionario, explica Arendt, es que las revoluciones giran alrededor de "un evento en el cual la 'palabra devino carne', esto es, ... un absoluto que había aparecido en el tiempo histórico como una realidad mundana" (p. 151). No vamos a perder tiempo mencionando el enorme número de eventos kirchneristas que prueban el carácter revolucionario del movimiento. Como muestra, basta la referencia indirecta a quien hoy algunos todavía creen que fue solamente un individuo a pesar de que fue el fundador de una nueva era. Para dar una idea, vamos a dar un ejemplo. Fue a fines del año 8 d.K. que fue rescindido el acuerdo con Repsol y es precisamente en el 10 d.K. que el Gobierno firmó un acuerdo con Chevron.

Asimismo, Arendt sostiene que "el principio de la mayoría es inherente a todas las formas de gobierno, incluyendo al despotismo, con la posible excepción sólo de la tiranía. Sólo cuando la mayoría, después de que la decisión ha sido tomada, procede a liquidar políticamente, ..., a la minoría opositora el dispositivo técnico de la decisión de la mayoría degenera en regla de la mayoría" (p. 155). Es por eso que los padres fundadores estadounidenses trataron de prevenir que "los procedimientos de la decisión mayoritaria generaran el 'despotismo electivo' de la regla de la mayoría" (p. 156). Sería un muy interesante debate si en Argentina vivimos o quisiéramos vivir bajo la el régimen de la decisión o de la regla de la mayoría. Vale aclarar que por decisión Arendt siempre entiende un proceso que incluye un debate de opiniones, mientras que la regla sólo dictamina que la mayoría gobierna, sin que importe qué hace.

Por otro lado, mientras que uno de los pilares de la Revolución Francesa fue que el poder y el derecho emanaban de la misma fuente, la Norteamericana siempre se caracterizó por distinguir "entre una república y una democracia o regla de la mayoría", distinción que "gira alrededor de la separación radical del derecho y el poder" (p. 157). El poder fue ejercido por el pueblo al momento de la revolución, mientras que la autoridad del derecho primero es ubicada en el Senado federal de inspiración romana y luego desplazada hacia la Corte Suprema mediante el control de constitucionalidad (p. 191), también neo-romano a su modo (democracia o revolución). Fue esta separación entre el poder y la autoridad lo que explica el triunfo relativamente anodino de la Revolución Norteamericana y el sangriento fracaso de la Francesa, a la cual le llevó un par de siglos y varias constituciones lograr cierta estabilidad. Es curioso, hoy en día no pocos desean re-editar la unificación del poder con la autoridad en la misma institución.

Finalmente, la concepción de revolución que prefería Arendt no era ciertamente la francesa, pero tampoco la norteamericana en realidad, al menos no en su conjunto. Arendt rescataba la tradición participativa colonial previa a la revolución, que reapareció en cierto momento en la Revolución Francesa en la creación de la Comuna de París, luego en la Comuna de París por antonomasia en 1871, y en las revoluciones primero soviética (en sentido literal), luego en los consejos alemanes de 1918-19, y finalmente los húngaros de 1956. En todos estos casos tuvo lugar una verdadera esfera pública en donde la libertad cívica permitía a los participantes debatir y decidir en condiciones estrictamente políticas en el sentido arendtiano, sin estar a merced ni de líderes ni de aparatos partidarios. De aquí surge el paradigma de lo que se suele denominar democracia deliberativa. Se trata de una acción política tan difícil de asir como una mariposa. Sin embargo, no importa: siempre vale la pena (volver a) leer a Hannah Arendt.


1 comentario:

Eduardo Reviriego dijo...

¿Revolución?
En ocasión del último acto de soberanía petrolera -el desconocido convenio firmado por la presidenta con la empresa Chevron- Kicillof expresó que se viene "un carnaval de actividad petrolera".
Todo un acierto: carnaval, festivales, luces y fuegos de artificios, es lo que han caracterizado a los actos "revolucionarios" de este gobierno, que en una concepción reduccionista de la política -conseguir el poder y conservarlo- no tiene problemas en ser estatista o privatista, papista o antipapista, etc., según las conveniencias del momento.
¿Revolucionarios?. No, gracias a Dios. Ya bastante estropicios hicieron los revolucionarios del siglo XX,en el mundo y aquí con sus imitadores locales. Berni y Milani no lo van a permitir.