El tratado con Irán sigue dando que hablar (dicen que para muestra basta un botón). Cristina tiene razón en parte en lo que dijo en su discurso de apertura de sesiones en el Congreso. ¿Qué es lo peor que puede pasar como resultado del tratado con Irán? ¿Que el Congreso, esa manga de inútiles, haya perdido tiempo aprobando un tratado que es asimismo inútil? ¿Acaso el Congreso se supone que sirve para algo además de hacer lo que el Poder Ejecutivo le presenta para la firma? ¿Alguien siquiera esperaba que en unos días (hasta los diputados kirchneristas se enteraron por TV del acuerdo) los miembros del Congreso leyeran los cientos de miles de fojas de la causa como para poder informarse al momento de deliberar acerca del tratado con Irán al respecto? En realidad, 200.000 fojas no son tantas si las reparten entre unos 300, son menos de 300 fojas por diputados, y cada uno de los diputados podría haber votado por la información que conocía, y aplicando el famoso argumento de la suma de la Política aristotélica (libro tercero, 1281a40-b10), cada uno opinando sobre la parte que leyó podría haber contribuido a una mejor decisión que si todos hubiesen leído todo. Tampoco nos vamos a quejar por la falta de colaboración entre el Canciller y el Congreso, sólo porque el Canciller no acertó una vez el nombre de los jefes de bloque en Diputados con los que tuvo que tratar en público por televisión y a los que muy probablemente haya conocido en esa oportunidad. O quizás le cueste asociar rostros con nombres. Debe haber un nombre para eso. Quizás se trate de otro caso de legislación express, que bien puede contribuir a una mejora en eficiencia parlamentaria.
Pese a todo, La Causa se empecina en defender el debate republicano, pero se nos ríen en la cara en los bares y encima nos empapelan la ciudad con pósters en los que se mofan de nuestras derrotas. A veces pedimos una señal al cielo para seguir creyendo en la república, y nos contestan con Lilita. Así no va. De hecho, por momentos es difícil resistir la tentación de creer que Dios nos está poniendo a prueba.
En cuanto al aserto presidencial en relación a que Irán se va a comprometer (si es que firma el tratado) con su palabra precisamente dado que se trata de un tratado, Cristina también puede tener razón al respecto. El hecho de que Irán de vez en cuando cometa un acto terrorista y probablemente un delito de lesa humanidad no lo hace menos confiable o menos respetuoso del derecho internacional. De hecho, nos hace acordar a esa escena de Rigoletto en la que Maddalena, enamorada del Duque a quien su hermano Sparafucile debía matar, le ruega a Sparafucile que no mate al Duque sino que mate a Rigoletto en su lugar, lo cual de hecho le iba a convenir aún más en términos económicos. Sparafucile, indignado, le contesta que él le había dado su palabra a Rigoletto y firmado un contrato con él por el cual debía matar al Duque, y le dice de manera inolvidable: "¿Acaso soy un ladrón? ¿Acaso soy un bandido? ¿Qué cliente fue traicionado por mí? Este hombre me paga, a él le seré fiel". Sparafucile es un hombre de principios. No tenemos razones para dudar de que Irán lo sea también (posición digna de Marcos Aguinis, tal como ya lo hemos visto: Al menos tenían Ideales).
Pese a todo, La Causa se empecina en defender el debate republicano, pero se nos ríen en la cara en los bares y encima nos empapelan la ciudad con pósters en los que se mofan de nuestras derrotas. A veces pedimos una señal al cielo para seguir creyendo en la república, y nos contestan con Lilita. Así no va. De hecho, por momentos es difícil resistir la tentación de creer que Dios nos está poniendo a prueba.
En cuanto al aserto presidencial en relación a que Irán se va a comprometer (si es que firma el tratado) con su palabra precisamente dado que se trata de un tratado, Cristina también puede tener razón al respecto. El hecho de que Irán de vez en cuando cometa un acto terrorista y probablemente un delito de lesa humanidad no lo hace menos confiable o menos respetuoso del derecho internacional. De hecho, nos hace acordar a esa escena de Rigoletto en la que Maddalena, enamorada del Duque a quien su hermano Sparafucile debía matar, le ruega a Sparafucile que no mate al Duque sino que mate a Rigoletto en su lugar, lo cual de hecho le iba a convenir aún más en términos económicos. Sparafucile, indignado, le contesta que él le había dado su palabra a Rigoletto y firmado un contrato con él por el cual debía matar al Duque, y le dice de manera inolvidable: "¿Acaso soy un ladrón? ¿Acaso soy un bandido? ¿Qué cliente fue traicionado por mí? Este hombre me paga, a él le seré fiel". Sparafucile es un hombre de principios. No tenemos razones para dudar de que Irán lo sea también (posición digna de Marcos Aguinis, tal como ya lo hemos visto: Al menos tenían Ideales).
Por si esto fuera poco, seguimos entregando. Bonus track: el diálogo entre Maddalena y Sparafucile, con su cénit en 1:38, pero vale la pena ver toda la escena, cinco minutos de una verdadera joya verdiana, en esta versión fílmica de Rigoletto (encima con el Sparafucile de Feruccio Furlanetto, y Edita Gruberova como Gilda [la hija de Rigoletto, por supuesto, no nuestra Gilda, Gilda Gilda, como diría Pichetto]).
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