miércoles, 30 de diciembre de 2015

Sobre la República, la Corrupción y la Virtud



El veredicto condenatorio del Tribunal Oral en lo Criminal Federal nro. 2 a raíz de la así llamada “Tragedia de Once” indica muy a las claras los efectos que puede provocar la corrupción en el Estado: un delito contra la administración pública puede hacer literalmente estragos. No hace falta siquiera tener conocimientos jurídicos sino exclusivamente sentido común para entender cómo impacta la corrupción pública en el bienestar de las personas.

Sin embargo, si bien la corrupción no es reivindicada por nadie—al menos en público—debido a su infame reputación, no suele ser un objeto de preocupación política, al menos en nuestro país. De hecho, si y cuando la corrupción llega tener repercusión electoral alguna, eso se debe en realidad a que se trata de un efecto colateral de una seria crisis económica. Como muestras, bastan los botones del menemismo y del kirchnerismo: los evidentes casos de corrupción en los que se vieron envueltos solamente tomaron estado público una vez que sus caudales electorales se vieron mermados por razones de índole económica.

Es por eso que quisiera aprovechar la oportunidad no tanto para enfatizar el obvio impacto que tiene la corrupción en la vida de los ciudadanos en casos tales como la Tragedia de Once, sino para dar cuenta del énfasis republicano en la corrupción, uno de sus verdaderos caballitos de batalla.

La preocupación republicana por la corrupción no es sino la otra cara de su defensa de la virtud como un elemento constitutivo de la política. Tal preocupación le ha valido al republicanismo el mote de querer moralizar lo político. En efecto, se suele creer que quienes invocan la virtud republicana lo hacen para ubicarse como los únicos representantes del pueblo y por lo tanto como los únicos justificados en tomar decisiones políticas, degradando de este modo a sus adversarios al status de seres corruptos.

Sin embargo, la idea de virtud no tiene en sí misma connotaciones morales. Algo o alguien es virtuoso cuando desempeña correctamente su función. La virtud de un ciudadano, entonces, dependerá de cuáles son las funciones que debe desempeñar. De ahí que la virtud cívica republicana está muy lejos de ser perfeccionista o inquisitorial. Precisamente, Montesquieu en su celebrado tratado El Espíritu de las Leyes caracteriza a la virtud republicana como una virtud típicamente “política”, “el resorte que hace mover al gobierno republicano”, ya que exige cierto comportamiento mínimo que permite el normal desenvolvimiento del sistema político. Después de todo, no hay que olvidar que en el caso de una república, los ciudadanos no solamente cuentan con un sistema político sino que en el fondo son el sistema político.

Es por eso que la virtud cívica cumple con varias tareas bajo un régimen republicano. En primer lugar, desempeña un papel motivador fundamental. No solamente los ciudadanos participan de la vida cívica gracias a la virtud, sino que la virtud misma es la que explica por qué los ciudadanos entienden la libertad como la inexistencia de dominación y por lo tanto no toleran quedar expuestos al arbitrio de los gobernantes, sino que solamente se rigen por las normas y principios del Estado de Derecho.

En segundo lugar, la virtud cívica es decisiva ya que en una república quienes ocupan los cargos ejecutivos, legislativos e incluso los judiciales son los ciudadanos. La calidad de las decisiones de dichas instituciones dependerá de las deliberaciones que tengan lugar en dichas instituciones, las cuales a su vez dependerán en última instancia de las condiciones de quienes las compongan. Un devoto republicano como Maquiavelo creía precisamente en la superioridad de la república debido a la virtud de sus ciudadanos: “muy pocas veces se ve que cuando el pueblo escucha a dos oradores que tienden hacia partidos distintos y son de igual virtud, no escoja la mejor opinión y no sea capaz de comprender la verdad cuando la oye” (Discursos sobre la primera década de Tito Livio). En tercer lugar, la virtud cívica asegura que la opinión pública, que no es sino la opinión de los ciudadanos, controle los actos de los tres poderes del Estado.

De hecho, según Maquiavelo, la conexión entre la república y la virtud era tal que una vez instaurada la república Roma “pudo rápidamente aprehender y mantener la libertad”; sin embargo, luego del advenimiento del cesarismo, ni siquiera “muerto César” o incluso “extinta toda la estirpe de los Césares” jamás pudo Roma volver a establecer la república. ¿La explicación? Otra vez: es la virtud, estúpido. Las mejores instituciones republicanas están perdidas si no se componen de ciudadanos virtuosos.

La cuadratura del círculo del republicanismo moderno es cómo lograr que los ciudadanos sean virtuosos y/o que el régimen político no sea corrupto. Por ejemplo, la antigua república de Roma apelaba a la censura, una institución cuyo solo nombre hoy en día es impronunciable pero que originariamente monitoreaba el carácter moral de los ciudadanos, sobre todo los que ocupaban cargos públicos.

Hoy en día semejante monitoreo moral no es fácil de reconciliar con nuestra defensa de la autonomía como un valor fundamental. Sin embargo, una educación genuinamente cívica podría y debería lograr que el rechazo de la corrupción forme parte de la identidad misma de los jóvenes y que por lo tanto que se convierta en un tema con repercusiones electorales independientemente del estado de la economía y mucho antes de que tengan que intervenir los tribunales para castigar las proyecciones criminales de la falta de virtud. Otro preciado factor con el que contamos hoy en día sin apartarnos de la defensa liberal de la autonomía es la existencia de un poder judicial independiente, sobre todo en su cúspide. El veredicto de ayer es un paso en la dirección correcta.

Fuente: Bastión Digital.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Catón va al Cine



Quizás nos equivoquemos, pero a esta altura no nos queda otra alternativa que suponer que a los lectores de La Causa de Catón les gusta el cine, y por qué no decir la televisión, tanto como a Catón. De ahí que hayamos decidido terminar el año con una selección de todas las entradas del blog, elegidas según las escenas de películas o programas de televisión que contienen, ordenadas a su vez según su género o programa. Creemos que se trata de una excelente oportunidad para entretenerse solo o en familia, reírse (a veces) un rato y, al releer las entradas, quién sabe, hasta pensar un poco (Dios quiera). Si contara con adeptos la iniciativa, podríamos incluso votar la mejor (o peor) película (o por qué no la entrada) del blog.

Cabe recordar que a la derecha de la pantalla hemos agregado recientemente algunas etiquetas temáticas que suponemos harán las delicias de nuestros lectores, convenientemente designadas: Brienzana, Carta Abierta, Forsteriana, GiardinellianaHoratiana.

Que disfruten de los videos, muchas felicidades para estas fiestas y feliz año nuevo!


Comedia
Mejor Imposible
El Joven Frankenstein
La Vida de Brian I
La Vida de Brian II
La Máscara

Drama
La Reina
La Naranja Mecánica

Musicales
El Hombre de la Mancha
Todos te dicen te amo

Románticas
Tienes un Email
Hechizo de Luna

Televisión
Bing Bang Theory No es lo que parece
Bing Bang Theory French Toast

El Show de Dave Letterman

Mickey Mouse (Pluto)

Monty Python Four Yorkshiremen
Monty Python La Clínica de la Discusión
Monty Python Sketch del Restaurant
Monty Python El Ministerio de los Andares Tontos
Monty Python Libro de Frases Húngaras

martes, 22 de diciembre de 2015

Mempo Giardinelli o Mejor Imposible

Luego del triunfo electoral de Macri los miembros del staff de La Causa de Catón tuvieron una reunión para decidir qué hacer. Algunos sostuvieron que dado que el blog comenzó en 2012 con sus críticas al Gobierno anterior, una vez que, tras nueve años de Gobiernos kirchneristas, el Vicepresidente hiciera que renunciara el Procurador General debido a que este último no había impedido las investigaciones en contra del Vice, correspondía entonces en este caso esperar otra vez nueve años y/o que el Vicepresidente del nuevo Gobierno hiciera otro tanto. Semejante propuesta estúpida solamente se le pudo haber ocurrido a un miembro del staff de este blog y fue rechazada ipso facto.

Por otro lado, si bien temíamos que la suerte de La Causa de Catón estaba atada a la del kirchnerismo, o que en todo caso ningún otro Gobierno iba a dar tantas oportunidades como el kirchnerista para un blog de esta clase, debemos reconocer que no pocas de las decisiones tomadas por el nuevo Gobierno nos hacen ser mucho más optimistas respecto al futuro de este blog. Habrá que ver, no obstante, si los intelectuales macristas nos ofrecerán las mismas oportunidades que los kirchneristas (aunque todo discurso que resulta de agregar el sufijo "-ismo" a un apellido seguramente le va a dar bastante trabajo a un blog republicano).

Hablando de intelectuales, no podemos evitar la tentación de traer a colación ese nuevo desafío que representa la última nota de Mempo Giardinelli (Paisaje después de la batalla y la autocrítica que falta), quien, sin embargo, se define como “un insignificante que ni siquiera es militante K” que escribe “de buena leche estas reflexiones”.

Como todas las notas de Giardinelli, su tesis principal es un desafío para el intelecto. En efecto, para algún desprevenido la primera impresión es que se trata de una nota contradictoria ya que atribuye la victoria de Macri a una equivocación del pueblo a la vez que llama a una auto-crítica del kirchnerismo por haber contribuido a la derrota electoral. ¿Qué sentido tiene la auto-crítica si se equivocó el pueblo? Así y todo, vamos a tratar de seguir el incisivo hilo teórico de la nota para despejar esa primera impresión contradictoria que asalta al lector promedio, desacostumbrado al rigor argumentativo de Giardinelli.

En primer lugar, si bien Giardinelli sostiene que “no es cierto, como jamás lo fue, que los pueblos nunca se equivocan”, es decir, que el pueblo argentino en el fondo no sabe votar—al menos cuando vota contra el kirchnerismo—, se trata de una apreciación hecha “con muchísimo respeto y sin ánimo de ofender a nadie” (otro tanto se aplica a la elegante referencia que hace Giardinelli a la omisión de Cristina de no “convocar a los radicales, incluso a los más doblados”). Parece ser una burda contradicción, pero solamente para el lector que no advierte el guiño u homenaje que hace Giardinelli a esa famosa escena de “Mejor Imposible” (1997):



- "No soy un pendejo. Ud. lo es, no estoy juzgando. Soy un gran cliente. Este día ha sido un desastre"


En realidad, por momentos nos parece que todas las notas de Giardinelli contienen semejantes homenajes ocultos de este tipo y por eso son tan difíciles de comprender.

En segundo lugar, Giardinelli sostiene que “el nuevo gobierno no llegó al poder [solamente] por puros aciertos publicitarios”, sino también “por errores propios, que es menester identificar”. Aquí no hay contradicción alguna, ya que Giardinelli sugiere que una buena campaña publicitaria habría impedido la derrota kirchnerista. También hace referencia en passant a la “prensa mundial hostil”, que por alguna razón fracasó en 2011 y ahora tuvo tanto éxito.

Sin embargo, no es éste el camino que toma Giardinelli, ya que entre los “gruesos errores” que enumera  para explicar la derrota kirchnerista ni menciona a la publicidad. En efecto, Giardinelli prefiere inquirir por qué si “estos 12 años fueron una fiesta para vastos sectores populares”, “entonces... por qué también desde esos sectores se votó a quienes ahora serán sus verdugos”, lo cual debilita notoriamente la equivocación del pueblo.

En la lista de Giardinelli se destacan los siguientes y supuestos “errores”:

(1) “El autoencierro fue letal. CFK no confió en su propio talento para invitar, dialogar y seducir a los opositores y proponerles agendas de negociación. Cierto que sufrió un hostigamiento feroz, pero un estadista igual se sienta y discute, propone, logra acuerdos mínimos”.
(2) “elegir a Macri como el enemigo más ‘fácil’ de vencer porque era un candidato frívolo, empresarial y de pocas luces, a despecho de que era sostenido con mucha inteligencia por un aparato colosalmente poderoso”
(3) “elegir a dedo demasiadas veces [a los candidatos] y con dedo equivocado”
(4) “la falta de una política de transparencia que reconociera que la corrupción es endémica en este país y está instalada en todos los estamentos”

Los así llamados “errores” (1), (2), y (3) son variaciones de un tema que podríamos denominar algo así como la defensa de kirchnerismo sin Cristina, un Hamlet sin el Príncipe, como se suele decir en inglés. Da la impresión de que Giardinelli pertenece a esa clase de gente (en el blog hay varios de este tipo) que adora ir a la playa pero no soporta la arena, o que propone contrafácticos como aquel viejo proverbio yiddish: “si mi abuela hubiera tenido testículos, habría sido mi abuelo”. En cuanto a (4), “la falta de una política de transparencia”, en el fondo no se aparta del tema propuesto. Giardinelli cree que si Cristina hubiera ido presa, entonces Scioli habría ganado las elecciones. Sin embargo, quién sabe. Tal vez sea una estrategia electoral para tener en cuenta.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Introducción a la Democracia



Se suele creer que existen ciertos valores cuya importancia es tal que incluso su peor versión es preferible a la mejor versión de su contrario. Por ejemplo, se suele decir que el valor de la paz es tal que la peor de las paces es preferible a la mejor de las guerras. Otro tanto sucedía en nuestro país con la democracia, ya que, a raíz de la última dictadura militar, desde 1983 hasta hace muy poco se solía decir que la peor de las democracias era preferible no sólo obviamente a una dictadura militar, sino incluso al gobierno de la mejor persona jamás concebida, incluyendo al hijo de Dios, aunque tuviera menos auto-crítica que Nicolás Maduro (Para Maduro, errores y corrupción llevaron a la derrota electoral).

Sin embargo, el comportamiento de Cristina Kirchner y de sus muchos seguidores prueba que en nuestro país la superioridad indiscutida de la democracia ha llegado asombrosamente a su fin, o en todo caso ha sido puesta en tela de juicio. En efecto, hoy en día un número muy significativo de argentinos podrían parafrasear aquella conocida frase de Forster (no el célebre filósofo Secretario para el Pensamiento, sino el otro, probablemente menos conocido entre nosotros, E. M. Forster): “si tuviera que elegir entre la democracia y Cristina, espero tener el coraje de elegir la democracia”.

De hecho, como se ha advertido en la ceremonia de asunción de los nuevos diputados y senadores, no pocos incluso han jurado por Cristina. Ciertamente, también han jurado por Néstor Kirchner, pero el caso de este último es mucho más comprensible, teniendo en cuenta al menos el carácter sacro que pueden adquirir para algunos incluso los seres humanos una vez fallecidos.

Dado que la democracia ha sido puesta discursivamente en cuestión por primera vez al menos desde 1983 (sin contar los infructuosos alzamientos militares), es hora de recordar en qué consiste el núcleo mínimo de la democracia, lo que podríamos llamar “nuda democracia”. Parafraseando a Rousseau, cuando queremos conocer en qué consiste la voluntad general, “cada uno dando su sufragio dice su opinión sobre ello, y del cálculo de los votos se saca la declaración de la voluntad general”. Antes del cálculo de votos entonces, por definición, no podemos conocer qué desea el pueblo, la voluntad general, o, lo que es lo mismo, la democracia. Esto era precisamente a lo que apelaban los kirchneristas cuando eran criticados.

Precisamente, daba la impresión de que los ultra-kirchneristas confiaban en la democracia, y que por eso, por ejemplo, recomendaban a quienes los criticaban que armaran un partido y ganaran las elecciones, pero a juzgar por su comportamiento reciente resultó que eran democráticos básicamente porque había ganado Cristina y porque suponían que era imposible que Cristina, o quien ella designara, perdiera una elección presidencial. Es por eso que creen que, dado que Cristina no ha podido imponer su voluntad, el gobierno en ejercicio es inválido, casi imposible de distinguir de un golpe de Estado, etc.

Sin embargo, el democrático, en el fondo, es un razonamiento institucionalista, ya que resulta de la puesta en marcha de cierto procedimiento, tal como solían creer los kirchneristas en general. El shibboleth o test para detectar quiénes son democráticos y quiénes no, es muy simple. Un demócrata, en última instancia, creerá (A) que un gobierno o persona serán valiosos porque han sido elegidos democráticamente, antes que (B) la democracia es valiosa porque ha permitido elegir cierta clase de gobierno o persona en particular. Las democracias, siempre, están por encima de las personas.

Ciertamente, el razonamiento institucionalista no es exclusivo de las sociedades democráticas. En efecto, Luis XIV, para dar un solo ejemplo, fue rey debido a la institución de la monarquía, o en todo caso al derecho divino de los reyes, y a nadie se le hubiera ocurrido decir que la monarquía era valiosa porque había permitido que Luis XIV (o cualquier otro) fuera rey, sino exactamente lo contrario.

En realidad, el razonamiento institucionalista no es exclusivo de la política, ya que es constitutivo del ser humano (dicen los evolucionistas que somos los únicos animales institucionalistas), y por eso se aplica asimismo a la cultura y a los deportes en particular. No tendría mayor sentido decir, por ejemplo, que el único que puede ser salir campeón válidamente es, por definición, nuestro club. Semejante creencia demostraría una supina ignorancia acerca de lo que es un deporte y acerca de qué significa salir campeón.

Algunos podrán objetar que la democracia no es una institución a prueba de fallas. Por ejemplo, es absolutamente cierto que Hitler llegó al poder democráticamente (en el sentido mínimo de la expresión) y quizás otro tanto suceda con el Frente Nacional en Francia. Sin embargo, a diferencia de la República de Weimar y aparentemente de la francesa actual, la República Argentina cuenta con un filtro constitucional que impide que partidos antisistemas puedan competir democráticamente, precisamente porque son anti-democráticos en cierto sentido, tal como lo muestra la jurisprudencia de la Corte Suprema.

El único argumento medianamente atendible que podrían invocar los cristinistas en apoyo a su predilección por Cristina incluso por sobre la democracia, es que la democracia actual no le permitió a Cristina haber sido re-electa. En otras palabras, en una democracia perfecta Cristina habría sido o en todo podría haber sido re-electa. Incluso concediendo este escenario contra-fáctico (que ignora los peligros que representa para la democracia la re-elección indefinida, i.e. que ignora esa cosa personal que tiene la democracia contra el personalismo), uno de los problemas que tiene argumento es que si el gobierno actual no es completamente democrático porque fue elegido de acuerdo a una Constitución que no permite la re-elección, tampoco fueron completamente democráticos los tres gobiernos kirchneristas elegidos al amparo de esta misma Constitución. Sueña extraño que la misma Constitución, al igual que la democracia, sea válida cuando ganamos, pero inválida cuando perdimos. Un régimen, un gobierno, una constitución, son o no son democráticos, sin que importe quién gane.

Claro que para muchos, precisamente, el punto no es la prohibición la re-elección en sí o en general, sino la prohibición de la re-elección de Cristina, i.e. el punto es que para muchos un régimen es democrático solamente si sigue la voluntad de Cristina. En cierto sentido, ése era, precisamente, nuestro punto también.

Finalmente, alguien podría sostener que hay varias concepciones de democracia. Según la jacobina, por ejemplo, a veces hace falta un liderazgo que enseñe al pueblo a votar correctamente. Sin embargo, habríamos jurado que esta concepción no era la nuestra. Según la nuestra, la democracia kirchnerista parece ser una contradicción en sus términos.



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Argentina no es Suazilandia



Como nos habíamos pronunciado acerca de los problemas de la transmisión del mando y la democracia en las dos últimas entradas: La Reunión en Olivos y La Reina, habíamos decidido abstenernos de seguir con el tema, hasta que un jugoso intercambio en twitter con Don Aarón de Anchorena (@aaronanchorena) nos ha hecho rever esta decisión.

En efecto, a raíz de la controversia acerca de la transmisión del mando Don Aarón había sugerido primero una comparación entre nuestro país y una “republiqueta bananera”. Nos habíamos opuesto a semejante comparación por la sencilla razón de que una republiqueta bananera, tal como consta en la expresión, cuenta con la complejidad suficiente como para tener reglas e instituciones a cargo de asegurar la transición entre un gobierno y otro. Don Aarón entonces, fiel a la caballerosidad que lo distingue, habiéndose primero disculpado y reconocido, como se dice en inglés, el error de sus maneras, procedió entonces a compararnos con Suazilandia. Sin duda, eso fue un paso en la dirección correcta, aunque, lamentamos mucho decir, insuficiente.

En primer lugar, Hernán Brienza o Héctor Timerman, por ejemplo, jamás habrían hecho carrera en Suazilandia. En segundo lugar, al menos hasta el día de hoy, Suazilandia no cuenta con una Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento, Nacional o de otra clase. En tercer lugar, para ser funcionario público en Suazilandia, suponemos, hace falta dar un examen psicofísico. En cuarto lugar, en Suazilandia no llaman democracia a hacer todo lo que se le dé la gana al monarca. Y en quinto lugar, y fundamental a nuestros efectos, Suazilandia, al igual que una republiqueta bananera para el caso, cuenta con lo que se suele llamar en la jerga, siguiendo la terminología de H. L. A. Hart en El Concepto de Derecho, un “sistema legal”. (Ignoramos si, en quinto lugar, la opinión pública en Suazilandia es tan fuerte que los fondos buitres podrían doblegar al gobierno con turno con tan solamente indicar un mínimo acto de corrupción como pasar una noche en Nueva York en un hotel lujoso por parte del gobernante, tal como fue el caso del Congo. Irónicamente, los fondos buitres intentaron emplear la misma estrategia en Argentina con muy magros resultados, tal como es de público conocimiento, ya que suponían que la opinión pública argentina era tan fuerte como la del Congo: la Argentina no es el Congo).

En efecto, Hart se hizo famoso por haber sostenido que la diferencia entre un sistema pre-legal y otro legal consiste en que solamente el segundo cuenta con reglas en sentido fuerte. Para ilustrar el primer caso, Hart da el ejemplo de una población que vive en cierto territorio bajo un gobernante unipersonal, que Hart llamaba Rex pero que nosotros, por obvias razones, vamos a llamar Rexina, cuyas decisiones son las que gobiernan las acciones de todos los habitantes. La tesis de Hart es que semejante sistema—compuesto únicamente por estas reglas primarias que provienen de la voluntad de Rexina—no está preparado para subsistir si por alguna razón (v.g., Dios no lo permita, debido a que Rexina, o su favorito, pierde una elección) Rexina debe dejar su lugar a otro gobernante. Es precisamente por eso que las sociedades pasan de estos sistemas pre-legales que giran alrededor de reglas primarias que emanan de la voluntad de una sola persona a sistemas legales que además cuentan con reglas secundarias o de segundo orden que regulan precisamente la subsistencia del sistema legal en su conjunto.

Nuestro punto es que, hasta donde sabemos, a diferencia de nuestro país, Suazilandia cuenta con estas reglas secundarias, que según Hart definen la existencia de un sistema legal en sentido estricto, y que se encargan de la subsistencia del sistema legal para evitar precisamente que si por alguna razón la sola persona que gobierna deja de hacerlo, el sistema legal no sea conmoriente y que la ceremonia del traspaso sea completamente transparente.

En efecto, en Suazilandia el traspaso está claramente regulado. La regla consiste en que ningún rey puede elegir a su sucesor, sino que solamente el hijo de la la Gran Esposa o Indovuzaki (Elefanta o Reina Madre) será automáticamente el próximo Rey. Sin embargo, para evitar arbitrariedades, únicamente la familia real decide cuál de las esposas del anterior rey será Elefanta o Reina Madre.

A primera vista, el sistema parece ser algo relajado. Sin embargo, es mucho más demandante de lo que parece. La Gran Esposa ha de reunir algunas condiciones: no pertenecer al linaje de la familia reinante, Nkhosi-Dlamini, tener sólo un hijo, pertenecer a una buena familia, no debe ser una esposa ritual del monarca, amén de que debe tener buen carácter (wikipedia). Por si hiciera falta aclararlo, está pésimamente visto y por lo tanto expuesto a peligrosas represalias, que algún clan de la tribu no asista a la ceremonia de asunción del Rey.

Para decirlo al revés, no se conoce en la historia de Suazilandia incertidumbre alguna acerca de cómo, cuándo, dónde se hace y quiénes participan en la ceremonia de traspaso del mando, ni tampoco que los demás clanes no asistan a la ceremonia de transmisión del mando. Podríamos atribuirlo a la suerte, pero, en esta época desencantada y postweberiana que vivimos, suponemos que se debe a la existencia de una clara regla secundaria al respecto y a la existencia de una conciencia pública y de clanes de mente abierta o democráticos, por así decir. Quién sabe, quizás con el tiempo nosotros también los tendremos.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Problemas de Transmisión: la Reunión en Olivos



Mucho se ha hablado sobre la transmisión del mando. Nosotros mismos, en nuestra entrada anterior (La Reina), habíamos propuesto una interpretación de lo que está sucediendo. 

Asimismo, mucho se ha especulado en particular sobre la reunión que tuvieron en Olivos, a solas y a puerta cerrada poco después de las elecciones, la actual Presidenta y el Presidente electo de todxs lxs argentinxs. Precisamente, para arrojar un poco de luz sobre lo sucedido allí, a continuación les mostramos a nuestros lectores imágenes exclusivas de esa reunión.

Como verán, el Presidente electo primero le da unas breves indicaciones a sus asesores y luego ingresa a una habitación un poco oscura, en la cual tiene lugar un muy breve aunque intenso diálogo del electo Presidente con la Presidenta, quizás porque el primero había interrumpido la siesta de la segunda:


- Macri: voy a entrar. Tráiganme esa vela. El amor es lo único que puede salvar a esta pobre criatura, y voy a convencerla de que es amada, incluso a costa de mi propia vida. No importa lo que escuchen ahí adentro, no importa cuán cruelmente se los implore, no importa cuán terriblemente yo pueda gritar, no abran esta puerta o Uds. desharán todo por lo que he trabajado. ¿Entienden? ¡NO ABRAN ESTA PUERTA!
- Marcos Peña: fue lindo trabajar con Ud.
- Frankristina: ¡AGRRRRR!
- Macri: déjenme salir, diablos déjenme salir de acá. ¿QUÉ ES LO QUE LES PASA A UDS. GENTE? ¡ESTABA BROMEANDO! ¿NO RECONOCEN UNA BROMA CUANDO LA OYEN? ¡JESUCRISTO, DÉJENME SALIR DE ACÁ! ¡ABRAN ESTA MALDITA PUERTA O LES VOY A PATEAR SUS PODRIDAS CABEZAS! ¡MAMI!

A la luz de esta valiosa información, podemos inferir que la mejor explicación de esta telenovela sobre la transmisión del mando es que Cristina había decidido de antemano que jamás iba a ser parte de la ceremonia si ganaba Macri, a pesar de que, por otro lado, había hecho todo lo posible para que Macri ganara. Por lo tanto, de un modo algo perverso, sobre todo para la democracia, ella apostaba a que Macri no aceptara la ceremonia en el Congreso y por eso es que esgrime la existencia de una tradición para negarse a ser parte de la ceremonia, lo cual le está saliendo muy bien, al menos hasta ahora.

Decimos que es la mejor explicación, porque la otra explicación que queda es la insania de creer que existe una tradición que le da la razón a ella, cuando existen serias dudas acerca de la existencia de dicha tradición, o dónde tiene lugar semejante tradición.

En efecto, las tradiciones, por no decir las convenciones en general, dependen para su existencia de lo que Davis Lewis llamara "conocimiento común", el cual no solamente debe ser conocido por todos sino además todos tienen que saber que todos lo conocen, y así sucesivamente para cualquier nivel finito. Sin embargo, Cristina hace referencia a una convención que ni siquiera puede satisfacer el primer requisito, i.e. contar con un conocimiento común conocido por todos. Ciertamente el "todos" (o "todxs") en cuestión no tiene por qué abarcar a toda la comunidad, sino al menos a los agentes pertinentes (i.e. el Escribano General de Gobierno, demás funcionarios involucrados, etc.), que forman la comunidad nuclear de cuyo conocimiento se nutren las comunidades satélites (como las que integramos todos los que no conocemos los vericuetos constitucionales), por así decir.

En otras palabras, las tradiciones existen o no, en el medio no hay nada. El hecho mismo de que existan dudas (al interior de la comunidad nuclear mencionada) sobre tal tradición implica que la misma no existe. En última instancia, habría que recordar que el que ganó las elecciones presidenciales es Macri y por lo tanto, incluso si tuviera sentido hablar de una duda sobre la existencia de una tradición presidencial, el que resuelve la duda es precisamente Macri. Para despejar esta meta-duda o la duda sobre la duda, bastaría con preguntarse qué pasaría si fuera al revés, i.e. si fuera Cristina la que recibiera el mando de manos de Macri. La respuesta es obvia.

Como suele pasar, la única cuestión que podría subsistir es cuál de estas dos explicaciones la deja mejor (o peor) parada a Cristina: perversidad o insania. Las dos son muy tentadoras. Los lectores, como siempre, tienen la última palabra.

sábado, 5 de diciembre de 2015

La Reina

Algunos malintencionados comparan la situación actual de la Presidenta con la de la madre del protagonista de la película "Goodbye Lenin" (2003), de Wolfgang Becker, i.e. se trata de una persona que se encuentra en una situación emocional muy delicada y que por lo tanto no puede tolerar modificación alguna de la realidad en la que cree vivir. El trailer de la película, como suele pasar y a pesar del adagio horaciano ut pictura poesis, es mucho más claro al respecto que cualquier descripción que podamos hacer nosotros:





Sin embargo, creemos que la película que mejor representa la actitud de la Presidenta en relación a las últimas elecciones en nuestro país es "La Reina" (2006), de Stephen Frears, particularmente los dos primeros minutos de la primera escena, que registra la reacción de la reina Isabel II ante las elecciones que terminarían consagrando a Tony Blair primer ministro de Gran Bretaña por primera vez:





Reina: ¿Ya ha votado, Sr. Crawford?
Artista: Sí, señora. Estuve ahí cuando abrieron. El primero en la cola. Siete en punto. Y no me importa decirle que no fue por el Sr. Blair.
Reina: ¿Ud. no es un modernizador entonces?
Artista: Ciertamente no. Estamos en peligro de perder demasiado de lo que es bueno en este país tal como está.
Reina: Envidio que Ud. sea capaz de votar. No marcar la casilla en sí, aunque supongo que sería lindo experimentar eso una vez. Sino la pura alegría de ser parcial.   
Artista: Sí. Uno olvida que como Soberana, Ud. no tiene derecho a votar. 
Reina: No.
Artista: Sin embargo, Ud. no me agarrará teniendo pena por Ud. A Ud. no le estará permitido votar, Señora, pero es Su Gobierno. 
Reina: Sí, supongo que eso es cierto consuelo. 

A pesar de lo que dicen sus detractores, Cristina no es una jefa de una facción o un partido, que se resiste a dejar el cargo porque perdió las elecciones, sino que, como toda Reina, ella es soberana y representa a todo el país, y precisamente por eso no puede ser parcial. Ella es Argentina y de hecho, todo gobierno nacional es su gobierno, el gobierno de su Majestad. Cuanto antes entienda este hecho este verdadero "modernizador" que es el señor Macri, mejor se va a llevar con su Majestad, y mejor le irá al país. Después no digan que no avisamos. 

viernes, 27 de noviembre de 2015

Tres Leyes de Hierro de la Política Argentina



El politólogo Carlos Acuña ha publicado una nota muy interesante en Página 12 de hoy: La elección de Macri: Paradojas y escenarios futuros. Sin duda, el autor no deja de expresar su opinión personal acerca del resultado. Aunque celebra "el fortalecimiento democrático que conlleva cada reiteración de elecciones transparentes y pacíficas", sostiene que se trató de un "domingo de mierda".

Sin embargo, lo que más nos interesa en este blog, como no podía ser de otro modo, es la teoría política del autor antes que sus sentimientos. En efecto, en esta nota el autor sostiene que la victoria de Macri arroja "dos grandes paradojas". La primera paradoja consiste en que "el kirchnerismo logró su objetivo de colocar a Macri como su 'contra-opción', aunque al subir al ring lo hizo con pies de barro". La segunda paradoja consiste en que "Macri –inesperadamente victorioso en el ring en el que en gran medida lo colocó el kirchnerismo como principal contrincante– recupere la lógica de construcción política 'transversal'".

En realidad, el autor puede hablar de "paradojas" pero solamente en el sentido débil de que se trata de hechos que van contra la opinión común, ya que pocos creían que Macri tenían probabilidades de ganar y quizás pocos creían en que Macri apelara a la "transversalidad". En un sentido fuerte o filosófico, en cambio, se habla de "paradojas" solamente cuando la proposición en cuestión es absurda o contradictoria, como si creyéramos a la vez que (a) 2 + 2 = 4 y (b) 2 + 2 = 5, a la vez. En el sentido fuerte de la expresión, la victoria de Macri entonces no es paradójica, a menos que supusiéramos que el kirchnerismo no podía perder la elección, lo cual suena ligeramente soberbio. A lo sumo, la victoria fue contra la opinión común (aunque suponemos que no pocos kirchneristas deben haberse hecho la misma pregunta que se hizo Braga Menéndez acerca de si Cristina quería sinceramente ganar las elecciones: click). Otro tanto se aplica a la construcción de una política transversal, que tiene muy poco de absurdo cuando el partido predominante en nuestro país es el peronismo y a alguno se le ocurre desafiarlo electoralmente. Se trata del único camino razonable.

Asimismo, llama la atención que la nota haga referencia a que la de Macri es la "la primera victoria electoral de un partido conservador", lo cual supone que el peronismo que acompañara a Menem en sus dos períodos electorales, particularmente el segundo, no había sido conservador. Evidentemente, el autor no cree que el menemismo haya sido un fenómeno de carácter conservador. Nos despierta curiosidad cómo describe entonces el autor al peronismo. Quizás considera que se trata de un fenómeno precisamente paradójico en el sentido fuerte o filosófico ("el peronismo es de derecha y de izquierda a la vez"), y/o como un puchero a la española, para parafrasear a Aníbal Fernández.

Es curioso también que el autor crea que la debilidad kirchnerista en esta última elección se debió a "diversas razones, que van desde la complicación de condiciones internacionales, medios periodísticos con sistemática y destructiva manipulación pública, limitaciones institucionales al momento de seleccionar candidatos, hasta su propio accionar muchas veces rígido e intolerante; cada uno asignará diversa relevancia a gusto y piacere". Tales razones están al borde de ser tautológicas o contraproducentes para explicar la derrota, ya que se trata de razones que acompañan a cualquier candidatura y/o resultado electoral. Por otro lado, hablar de "complicación de condiciones internacionales" sugiere que cuando el kirchnerismo ganó las elecciones lo hizo por aquel famoso "viento de cola" internacional, tantas veces negado por el kirchnerismo. De hecho, también es revelador que el autor haga referencia a la "buona fortuna" maquiaveliana, pero solamente en relación a Macri, no al kirchnerismo.

Ahora bien, así como propone dos "paradojas", simétricamente el autor menciona dos leyes "de hierro de la política argentina": (1) "en elecciones libres gana el peronismo" (rota por Alfonsín en 1983, como bien nos recuerda el autor, pero además no hay que olvidar el papel de la dictadura militar inmediatamente anterior a dicha elección), y (2) "en Argentina está fuera de lo posible que fuerzas conservadoras puedan acceder al gobierno con legitimidad democrática propia", rota según el autor por la victoria de Macri, aunque no, curiosamente por las victorias de Menem mencionadas más arriba.

Para culminar, nos atrevemos a ofrecer una tercera ley de hierro de la política argentina: (3) "cuántas cagadas se tiene que haber mandado un partido peronista para, luego de haber sacado el 54 % de los votos en la anterior elección presidencial, perder la Provincia de Buenos Aires y la Nación a la vez, contra una alianza básicamente improvisada, sin que medie una dictadura militar". La gran duda entonces si la victoria de Macri se debió a que hay muchos más pobres de los que el actual Gobierno quiere reconocer, o a que, como solía decir el Gobierno, en realidad la pobreza en este país es del 5 %, y el resto es de clase media o alta. Cuando tengamos los datos vamos a saber quién tenía razón, al menos respecto a la pobreza.

domingo, 15 de noviembre de 2015

No es lo mismo



La Causa de Catón, tal como lo muestra su nombre y su muy modesta trayectoria de un breve tiempo a esta parte, es un blog que defiende la causa republicana, esto es, la causa perdida. Sin embargo, en esta ocasión, en vísperas del primer debate presidencial de nuestra historia y a una semana de la segunda vuelta que definirá estas elecciones, nos complace enormemente anunciar públicamente que el candidato que apoyamos sin reservas no solamente representa acabadamente los ideales republicanos sino que tiene muchas probabilidades de triunfar.

Por si hiciera falta decirlo, ese candidato es Daniel Scioli. Nadie mejor que él representa decíamos el ideario republicano: el anti-personalismo y el combate contra la dependencia de las personas, la virtud cívica, la guerra contra la corrupción, la transparencia en la administración de los bienes públicos, el Imperio de la Ley, en fin, en una palabra, el principismo que no claudica aunque vengan degollando: siempre la misma posición.

Hace tiempo que queríamos hacer público nuestro apoyo, sobre todo debido a la insidiosa campaña llevada adelante por gente que se considera de izquierda, como por ejemplo el trotskismo, que trata de instalar maliciosamente en la opinión pública la idea según la cual Scioli y Macri, políticamente hablando, son básicamente lo mismo, y por lo tanto el voto en blanco es la mejor opción. Hablamos de “gente que se considera de izquierda” obviamente porque en nuestro país al menos la “ultra-izquierda”, como es de público conocimiento, es la posición de la Presidenta de la Nación.

Nuestra decisión de salir del clóset fue tomada esta misma mañana gracias a la nota que publicara Hernán Brienza, este modelo de intelectual comprometido, de integridad y desinteresado apego por las ideas. Nuestros lectores conocen nuestra debilidad por Brienza (dos botones de muestra: la Ley de Brienza y la Ontología de Brienza) y es por eso que, como se suele decir en inglés, vamos a sacar una hoja del libro de Brienza, por no decir que vamos a reproducir casi textualmente sus irrebatibles argumentos no tanto en contra de Macri, sino directamente a favor de Scioli.

Dicho sea de paso, nos permitimos inquirir acerca de por qué Brienza dice “Por qué no voto a Macri” (por qué no voto a Macri) en lugar de sostener a voz en cuello: “Por qué voto a Scioli”. Algún purista de la lógica podría sostener que del hecho que alguien no vote a Macri no se sigue necesariamente que deba votar a Scioli. Sin embargo, vamos a concederle esa premisa a Brienza y vamos a reformular sus argumentos a favor de Scioli.

1. “La primera razón es estrictamente afectiva”. “Todos los votos son de tipo afectivo, a no engañarse”. Los que votan a Scioli, entonces, “lo hacen o porque son como él o porque les gustaría ser como él”. Que nos perdone Horacio González, pero a nosotros “nos gusta lo que Scioli significa en términos sociales, culturales, económicos y políticos”. Además, los "funcionarios y seguidores" de Scioli nos representan personalmente.

2. A diferencia de lo que sucede con Macri y su familia, jamás un miembro de la familia Kirchner generó su riqueza "a costa del Estado argentino”, ni se benefició del régimen económico de la última dictadura militar.

3. La de Scioli en la Provincia de Buenos Aires ha sido la mejor gestión de la rica historia que tiene la Provincia (como bien dijera Hebe de Bonafini: "hizo mierda la provincia, pero hay que votarlo sí o sí"; no entendemos el "pero" en esta proposición, aunque estamos totalmente de acuerdo con ella). De hecho, precisamente debido a sus administraciones, el peronismo jamás ha sido derrotado en dicha Provincia en elecciones libres y democráticas y no lo será, al menos en la medida en que no tenga lugar un cataclismo como una dictadura militar.

4. A diferencia de lo que sucede con el macrismo, el kirchnerismo jamás estuvo infectado por economistas liberales ni por miembros de la así llamada “Alianza”, verdadero símbolo del fracaso a finales de los noventa, a los que no nadie quiere volver.

5. En cuanto al plan económico, quizás sea nuestra única duda. No tenemos idea de si Scioli va a llevar adelante un plan menemista, kirchnerista, o sciolista, quizás más sciolista que nunca como le gusta decir a nuestro candidato.

La cuestión es que Scioli no es lo mismo que Macri: "hay gente que trata de confundirnos pero tenemos corazón que no es igual, lo sentimos... es distinto".


sábado, 31 de octubre de 2015

Entre la República de Weimar y Alberto Olmedo



La República vive horas decisivas. El kirchnerismo grita a voz en cuello que si gana Macri vuelven los años noventa. Es más, para algunos como el insigne artista Gerardo Romano, Macri asimismo es un nuevo Hitler. De hecho, en twitter algunos no descartan que en caso de que gane Macri, los—para usar la terminología del Senador Pichetto (click)—“argentinos de religión judía” deberán usar una estrella amarilla, aunque, irónicamente, para manifestar de este modo su adhesión al nuevo régimen. Aparentemente, y para seguir con la terminología del Senador Pichetto, los “argentinos argentinos” no tienen nada que temer.

Nos llama la atención, sin embargo, cómo puede ser que el nacrismo, parafraseando a Gerardo Romano, pueda siquiera competir legalmente en elecciones democráticas. El propio Carl Schmitt, hasta muy poco antes de afiliarse al nazismo, advertía sobre la necesidad de prohibir que el nazismo se presentara a elecciones.

Lo que nos interese discutir, sin embargo, no es el nacrismo en sí mismo, sino que, émulos que somos de la Presidenta y su curiosidad intelectual, nos preguntamos precisamente cómo es posible que el nazismo, en la forma del nacrismo, podría llegar al poder nuevamente en las próximas elecciones presidenciales. Después de todo, es un fenómeno que no sucede frecuentemente, y cuya relevancia moral hace inevitable que nos preguntemos por quiénes son los responsables.

Para ser más precisos, podríamos concentramos en el fait accompli del reciente e histórico triunfo del nacrismo en la Provincia de Buenos Aires. ¿Cuál es la explicación de que dicha Provincia haya caído en manos del nacrismo? Después de todo, se trata de un bastión peronista (al menos bajo regímenes plenamente democráticos), que solamente cayera en manos ajenas merced a la dictadura militar en 1983. En efecto, el triunfo de la fórmula radical Armendariz-Roulet solamente puede ser atribuido a que había tenido lugar una dictadura militar.

Decíamos que somos émulos de la Presidenta, porque así como ella le atribuye el advenimiento del nazismo al Tratado de Versailles, y por lo tanto a la conducta de los aliados, nos da la impresión de que hay dos explicaciones posibles del advenimiento del nacrismo en la Provincia de Buenos Aires. La primera es que lisa y llanamente la gente no sabe votar, o se deja llevar por los medios corporativos enemigos de los intereses del pueblo.

La segunda explicación podría formularse del modo siguiente: "es el kirchnerismo, estúpido", el cual primero seleccionó a su candidato preferido, Aníbal Fernández, y luego se aseguró de que compitiera y perdiera, lo cual posibilitó a su vez el triunfo de la Gobernadora electa, la “joven mujer” María Eugenia Vidal. Además, nos imaginamos que así como el kirchnerismo politizó incluso una multa de tránsito, no va a dejar de politizar las causas que llevaron a esta histórica derrota peronista ante el nacrismo. Así como Versailles entró en la historia como la causa del nazismo, el kirchnerismo entrará suponemos en la historia como la causa del nacrismo, por ahora en la Provincia de Buenos Aires y, Dios no lo permita, en el país entero. Las lecciones de Weimar saltan a la vista: de te fabula narratur.

Párrafo aparte merece la posición de Horacio González, quien, a las puertas de un triunfo del nacrismo en las elecciones presidenciales y aparentemente en nombre de Carta Abierta, exhibe un purismo que sería digno de encomio en otros momentos, pero que ahora nos parece irresponsable. En efecto, mientras que la cosmovisión clásica creía que la ética podía tener una dimensión estética (de ahí el uso de la misma expresión, to kalon, para hacer referencia a lo que es moral y admirable a la vez), Horacio González toma el camino inverso de inferir una ética a partir de los gustos estéticos de una persona, razón por la cual ha manifestado en estos momentos su disconformidad por algunos de los gustos estéticos de Scioli. Sin entrar en el debate sobre el esteticismo quizás paranietzscheano de González, no pocos creen que en estos días en los cuales el nacrismo puede llegar al poder, y encima por medios democráticos, no es momento de ser tan exigentes para decidir el voto. Hebe de Bonafini, en cambio, siempre sutil aunque incisiva a la vez, hizo pública su posición, la cual quizás represente uno de los argumentos más convincentes a favor del candidato del pueblo: "Scioli hizo mierda la Provincia pero hay que votarlo sí o sí" (click).

En verdad, es muy revelador que Horacio González haya tolerado estoicamente una inusitada corrupción sistematizada en las más altas esferas gubernamentales (incluso para los estándares nacionales), la pobreza generalizada en nuestro país a tal punto que el INDEC ha decidido ni siquiera dar cifras apócrifas al respecto, hasta la muerte de militantes a manos de algunas policías provinciales, etc., y sin embargo ha hecho público que su límite es Ricardo Montaner. La inmoralidad puede ser tolerable, pero el mal gusto, eso jamás.

Por alguna razón, la actitud de Horacio González nos hace acordar a aquel sketch de Alberto Olmedo en el que sentado junto a Javier Portales en la antesala del despacho de un productor de televisión, su personaje proponía ciertos guiones de películas. Para ser más precisos, nos hace acordar del guión sobre aquel taxista que iba a pasar un domingo con su familia a la Costanera. Mientras disfrutaba la familia del mate, cómodamente sentados en sus reposeras, irrumpe una banda de malvivientes en moto y comete todo clase de actos contra dicha familia, desde homicidio hasta violaciones, ante la conducta impertérrita del taxista, hasta que uno de los malvivientes se acerca al taxi y lo raya con una llave. El taxista en ese mismo pierde el control, monta en cólera y se juramenta vengarse de todos y cada uno de los malvivientes.  A partir de ese momento, el taxista lleva a cabo su venganza, matándolos uno por uno hasta que terminar con la banda.

La moraleja del sketch de Olmedo, como la de la actitud de Horacio González, es que todos tenemos un límite. La única cuestión es cuál es ese límite.

martes, 27 de octubre de 2015

¿Y si nada de lo hecho tuvo sentido?



Cuando nos proponíamos analizar el resultado de las elecciones en la Provincia de Buenos Aires nos acordamos de una nota extraordinaria escrita por Hernán Brienza el 15 de diciembre de 2013 en la cual, para nuestro asombro, (casi) sin tener que cambiarle una sola coma, anticipa y explica lo sucedido ayer en la Provincia de Buenos Aires. A continuación, la entrada de nuestro blog correspondiente a dicha nota (lo que vos te merecés):

En su habitual columna de Tiempo Argentino hoy Hernán Brienza convoca a que nos hagamos ciertas “preguntas políticas existenciales”, “tras diez años de kirchnerismo: ¿Y si nada de lo hecho tuvo sentido? ¿Y si nada de lo hecho, si ningún esfuerzo, ninguna batalla, ninguna obra tuviera sentido haber sido realizada? ¿Y si, finalmente, este pueblo no se merece absolutamente nada más que ser vapuleado por el liberalismo conservador y los sectores dominantes?”. Nos da la impresión de que el credo que subyace a esta nota de Brienza es una paráfrasis de Forster (no Ricardo, sino E. M.): “si tuviera que elegir entre la democracia y el kirchnerismo, espero tener el coraje de elegir la democracia”.

En efecto, el tono derrotista de la nota nos recuerda aquel trágico desengaño político sufrido por Winston Churchill, a quien luego de haber llevado a Gran Bretaña a la victoria frente a la amenaza nazi, el muy ingrato pueblo británico le dio la espalda en las elecciones generales luego de la guerra, dándole a la vez la victoria al laborismo. Si Churchill fue abandonado por el pueblo británico, ¿cómo no iba a serlo Cristina por el argentino? A veces uno cree que el pueblo argentino, gaucho que es, jamás haría algo semejante, pero, como dice Brienza “la política es una tarea ingrata”. A todo esto, nos da la impresión de que Brienza dramatiza el resultado de las últimas elecciones, ya que parece olvidar que el kirchnerismo sigue siendo la fuerza política más importante del país. Que Brienza no se deje llevar por el antikirchnerismo, al menos por ahora.

Comprendemos el malestar de Brienza cuando declara que “Diez años, una ‘década ganada’ [el entrecomillado es original], para que millones y millones de argentinos bailen al compás de la conga hecha por un mentiroso desmesurado que envenena el alma de los argentinos los domingos a la noche”. En efecto, a pesar de que el Gobierno intentó apelar a la política pública imperial de opacar la mentira desmesurada con nuestra religión secular que es el fútbol, sin embargo ganó la mentira. Es una suerte que tengamos un estándar para distinguir cuándo los números le dan la razón a la verdad, como por ejemplo cuándo los millones votan al kirchnerismo, cuándo “de buenas a primeras millones de argentinos votan a un muchacho insustancial de risa prefabricada” (Brienza tuvo la entereza de no recordarnos que se trata del mismo “muchacho insustancial de risa prefabricada” que había manejado la ANSES y sido Jefe de Gabinete bajo el kirchnerismo, pero que después no tuvo mejor idea que presentarse a elecciones: click), y cuándo los millones siguen a la mentira del antikirchnerismo, como cuando por ejemplo ven a Lanata.

Quizás llame la atención que un defensor del discurso nacional y popular haga referencia a los “lúmpenes”, y de ese modo no sólo adquiera un tinte republicano aunque aristocrático y comparta la tesis teológico-reaccionaria sobre la naturaleza y existencia de la maldad humana (click). Aunque quizás no cabe designar de otro modo a quienes cometen delitos bajo un gobierno como el kirchnerista (click). Brienza, magnánimamente, sostiene que el problema no son sólo los lúmpenes o “saqueadores” y “los policías-delincuentes que robaron artículos del hogar” sino también “los gringos hijos de gringos que salieron a cazar motociclistas negros en Nueva Córdoba”. En otras palabras, el kirchnerismo tiene un gran Gobierno, pero su pueblo todavía no está a la altura, porque ante el primer descuido de dicho Gobierno se matan entre ellos: “Bastan unos minutos de negrura para que el argentino se convierta en lobo del argentino”. La referencia a la queja de Coriolano en la obra homónima de Shakespeare es obvia: "¿Qué es lo que pasa? / Que en varios lugares de la ciudad / Uds. gritan contra el Senado, quienes, / Bajo los dioses, los mantienen a uds. a raya, los cuales de otro modo / Se comerían los unos a los otros?"(I.i.181-5).

Entramos en un terreno más farragoso al leer que Brienza concede, per impossibile (al igual que Grocio, y otros antes que él, habían concedido la inexistencia de Dios para mostrar el absurdo de la inferencia según la cual la moral es arbitraria), que el matrimonio Kirchner pudo haber hecho millones de manera ilegal (la suposición no tendría sentido si hubiesen sido obtenidos de manera legal), para luego preguntarse: “¿qué sentido tuvieron esos millones? ¿No habría sido mejor para Néstor Kirchner haber dejado todo y mandarse a mudar al sur a disfrutar de esos millones?”. No queda claro si Brienza trata de sostener (a) no es que los Kirchner sean corruptos sino que son irracionales, o (b) los Kirchner son corruptos pero en aras de un fin noble. Mientras que (a) es contraproducente porque no queremos que nos gobiernen seres irracionales, (b) sugiere cierto maquiavelismo vulgar al que apelan sólo los desesperados cuando su posición es insostenible.

Finalmente, Brienza se hace una pregunta desgarradora: “¿se merecen los argentinos… un Néstor Kirchner?” (o, para el caso una Cristina Fernández, nos animamos a agregar). Como todo gran pensador, Brienza mediante una pregunta aparentemente simple o retórica en realidad plantea una deliciosa ambigüedad inherente a la noción de “merecimiento” y de paso da el puntapié inicial para que los argentinos podamos ponernos de acuerdo, ya que tanto kirchneristas como anti-kirchneristas responderían al unísono que no nos merecemos al kirchnerismo, y/o que el kirchnerismo no es fácil de reconciliar con la democracia. Por suerte, y por ahora, el kirchnerismo y la democracia siguen por el mismo camino.





sábado, 24 de octubre de 2015

Neurociencia del Voto



Cuando todavía no se han apagado los ecos de la fascinante tesis de Mempo Giardinelli sobre la naturaleza del voto (que no hace mucho, de hecho, hemos examinado en este blog: MG y el voto peroísta), el caso de Horacio González muestra que la tesis de Giardinelli está lejos de ser un fenómeno aislado, como sí lo son, por ejemplo, las muertes por desnutrición en el Chaco. En efecto, González acaba de hacer público su voto desgarrado, a desgano, por Daniel Scioli (el voto desgarrado).

En nuestra entrada sobre Giardinelli, nos habíamos preguntado qué diferencia puede hacer el estado de ánimo del votante al momento de contar su voto. La escuela anglosajona de ciencia política, en efecto, siempre pragmática y desencantada con el mundo, cree que cada voto vale igual, con independencia del ánimo del votante. Quizás Giardinelli y González, más afectos a los matices de la cultura continental, puedan invocar ejemplos en los cuales las emociones, o la falta de ellas, sí hacen una diferencia. Por ejemplo, es muy común ver que los jugadores de fútbol no gritan los goles que marcan contra sus equipos anteriores, en señal de respeto por estos últimos, quizás incluso con lágrimas en los ojos. Claro que semejante ejemplo nos lleva a preguntarnos cuál es la razón por la cual estos jugadores precisamente juegan en contra de sus anteriores equipos por los que sienten tanto cariño, y la respuesta es que le tienen más cariño todavía al dinero. Evidentemente, la metáfora deportiva es un arma de doble filo.

En realidad, la reticencia de Giardinelli y de González se debe a que ambos desconfían de la candidatura de Scioli, como si se tratara del proverbial caballo de Troya. Sin embargo, ellos mismos sugieren que quien le abre la puerta al caballo de Troya, a sabiendas de que se trata del caballo de Troya, pero avisa que lo hace renuentemente, entonces su acción, si bien no está completamente justificada, al menos no es digna de reproche, o no hay razones para exigirle otra conducta, como suelen decir los penalistas. El que avisa no traiciona, bien podría ser el eslogan de esta tesis.

Sin embargo, esta misma mañana hemos visto una nota en Infonews que explica precisamente qué es lo que sucede en el cerebro al momento de elegir (qué pasa en el cerebro a la hora de votar). Allí nos enteramos de que los miembros de Carta Abierta se han sometido gentilmente a un experimento neurocientífico. Después de todo, no hay que olvidarse de que los cerebros de Giardinelli y de González no son los únicos involucrados, sino que todos los cerebros entendemos de Carta Abierta comparten la preocupación de estos dos intelectuales. Precisamente, un equipo de neurocientíficos ha dado con lo que se suele llamar en la jerga “el dilema de Scioli”.

En efecto, a los intelectuales kirchneristas se les presentan dos escenarios distintos. En el primero (denominado en la jerga “Sciolivp+gobpciabsas” o “Scioli bueno”), Scioli se presenta como candidato a vicepresidente y luego como gobernador durante un período que abarca en total doce años. El 99,75 %  de los intelectuales kirchneristas que se sometió al experimento decidió votar  por “Scioli bueno” no solamente con ganas, sino agitando diferentes estandartes, incluso soltando globos y palomas. En el segundo (denominado en la jerga “Sciolipresidente” o “Scioli malo”), Scioli se presenta como candidato a presidente. Los neurocientíficos se asombraron al comprobar que en el caso de “Scioli malo” el 99,75 % de los intelectuales kirchneristas consultados manifestaron que lo votarían pero solamente a desgano, desgarrados, tal como González y Giardinelli lo han hecho público recientemente.

Los neurocientíficos en primer lugar aventuraron la curiosa hipótesis de que a estos intelectuales kirchneristas no podría interesarles menos la Provincia de Buenos Aires y/o que Scioli fuera presidente pero como resultado de haber sido vicepresidente, i.e. a raíz de la indisposición de quien fuera presidente a la sazón. 

Sin embargo, después de todo se trata de neurocientíficos, detectaron que en realidad la diferencia es cerebral. En efecto, habiendo escaneado el cerebro de los participantes en estos estudios, percibieron la diferente reacción del cerebro en ambos escenarios. Quienes votan con ganas a Scioli (lo que la jerga científica llama “Sciolivp+gobpciabsas” o “Scioli bueno”) evidentemente han sufrido un daño en la corteza prefrontal ventromedial. Este comportamiento es típico en el caso de psicópatas de baja ansiedad (conocidos por sus déficits socio-emocionales), que tienden a tomar decisiones utilitaristas, como también lo hacen quienes sufren de alexitimia, un desorden que reduce la conciencia de nuestros propios estados mentales (cf. Joshua Greene, Moral Tribes. Emotion, Reason, and the Gap between Us and Them, Nueva York, Penguin, 2013, p. 125). En cambio, quienes votan a Scioli a desgano (lo que la jerga científica llama “Sciolipresidente” o “Scioli malo”), lo hacen porque su cerebro funciona correctamente. Como bien decía Hobbes, paulatim eruditur vulgus. El vulgo aprende lentamente, pero aprendemos.

Podemos entonces concluir que, afortunadamente, los miembros de Carta Abierta se han recuperado afortunadamente del daño cerebral sufrido antes de votar por Scioli bueno y es por eso que hacen público su rechazo y su apoyo a la vez a la candidatura de Scioli malo. Enhorabuena. 

domingo, 18 de octubre de 2015

¿Filosofía de la Lealtad?


Tiempo Argentino publica hoy una nota de Darío Sztajnszrajber acerca de la lealtad (click). Si bien la nota fue publicada al día siguiente del 17 de octubre, y está ilustrada con una foto que hace referencia obviamente a Perón y al peronismo (tal como se puede apreciar más arriba en esta entrada), sin embargo su contenido no hace referencia alguna a la política. Con lo cual, no habría que descartar que lo que le interesa tratar al autor es la lealtad privada o individual, por así decir, y no la política. Tampoco es simple determinar si se trata de un retrato favorable o desfavorable de la lealtad, i.e. si está a favor o en contra de la misma (lo cual, a decir verdad, se puede decir de muchos retratos). En realidad, se trata de un retrato que despierta varios interrogantes.

En primer lugar, según Sztajnszrajber, la lealtad es incompatible con acuerdo alguno (“No se es leal porque así lo pautamos”). Llama la atención semejante afirmación, ya que desconoce, v.g., el caso de las relaciones feudales que imponían precisamente un deber de lealtad como resultado de un pacto. Por supuesto, existen además deberes de lealtad que provienen de una promesa o juramento (fue precisamente por eso que von Stauffenberg por ejecutado por haber traicionado no solamente a Alemania sino a Hitler). Quizás lo que Sztajnszrajber quiso decir es que habiendo varias clases de lealtades, él aconseja la lealtad en la que incurrimos (casi o por así decir) involuntariamente.

Sin embargo, aunque concediéramos esta estipulación restrictiva de lealtad, el segundo ingrediente de la receta de lealtad, “La lealtad es siempre a pesar”, o sin "ganancia", es demasiado amplio, ya que corresponde a todo requerimiento que se refiera a otra persona. Si debemos ser leales, justos, generosos, etc., semejante deber es independiente de nuestro propio interés (aunque no solamente Platón y Aristóteles, sino que hasta los psicoanalistas creen que la virtud en última instancia es constitutiva del bienestar, particularmente si nuestra identidad a su vez tiene que ver con nuestro bienestar).

Un tercer ingrediente, “no hay ninguna comprobación fáctica que asegure que el otro se va a comportar como uno espera”, otra vez, es demasiado abarcador, ya que en lo que atañe a nuestras razones para actuar, jamás son empíricamente verificables por el sencillo hecho de que siempre podemos actuar de otro modo (en otra época habríamos hecho referencia a nuestro libre albedrío), al menos si estamos bajo condiciones psíquicas normales, i.e. si no nos afecta una adicción o algo por el estilo.

Un cuarto ingrediente, el “otro” a quien le somos leales, le corresponde también a las promesas, contratos, etc., i.e. a todo aquello que precisamente necesita de otro para poder existir: no podemos contratar con nosotros mismos, ni tampoco prometernos cosas. En otras palabras, a los últimos tres ingredientes se les aplica el viejo proverbio “Así es la Vida”, con Luis Sandrini y Susana Campos.

Un quinto ingrediente, la lealtad “tiene algo de ceguera, de locura, de arbitrariedad, de confianza”, quizás sea más apropiado conceptualmente hablando, pero no parece hacerla más atractiva a la lealtad. Volviendo al psicoanálisis, los analistas no suelen recomendar acciones que tengan que ver al menos con la ceguera, la locura y la arbitrariedad.

Un sexto ingrediente es un gran avance, ya que al menos no es redundante, y de hecho es bastante provocador. En efecto, según Sztajnszrajber se “es leal al otro”, pero no a cualquier otro, sino “al otro que molesta, que irrumpe, que amenaza, al otro que necesita”. Para el caso de que la lealtad en cuestión fuera política, nos preguntamos si Sztajnszrajber cree que un peronista debería entonces ser leal, v.g., con el almirante Rojas (si viviera), o con alguna otra figura rabiosamente anti-peronista semejante, con tal de que precisamente este otro anti-peronista necesitara algo. Por lo demás, nos preguntamos si la política es un hábitat apropiado para la lealtad en absoluto, teniendo en cuenta que esta última es de naturaleza eminentemente personal.

Por otro lado, quizás la tesis de Sztajnszrajber sea tan exigente que requiere que para poder ser leales con otro, este otro debe ser, de modo concurrente o simultáneo, “extraño, …carente, …indigente, …extranjero”. En otras palabras, sería suficiente que el otro no fuera alguna de estas cosas para que no tuviéramos que ser leales con él. Semejante exigencia nos hace acordar a un capítulo de Porky en el que Pato Lucas quiere venderle un contrato de seguro contra accidentes domésticos cuyas condiciones eran tales que solamente iba a ser pagado si el accidente tenía lugar un 29 de febrero, a las 17 horas, como resultado de una embestida de una manada de elefantes y si además un tren había pasado por la puerta de la casa. Aunque, pensándolo bien, en este capítulo el pato Lucas persuade finalmente a Porky, Porky se accidenta, habiéndose cumplido todas las condiciones, con lo cual se hizo acreedor al pago del seguro. Quizás la tesis sea más atractiva de lo que parece a primera vista.


lunes, 5 de octubre de 2015

Mempo Giardinelli y el Voto peroísta



Mempo Giardinelli no es ningún tonto. Se ha dado cuenta finalmente de que “es un hecho que prácticamente toda la dirigencia kirchnerista… pasó, con diferentes gradaciones, por el menemismo, y aplaudió y consintió aquel desastre neoliberal que nos condujo al horrible 2001” (Voto cantado, pero con protesta). Giardinelli sabe además que el candidato presidencial actual por el kirchnerismo, Daniel Scioli no es una excepción ciertamente (antes bien, fue el poster boy del menemismo), a pesar de que ha sido elegido por la líder indiscutible del kirchnerismo. Encima, no lo “convence el candidato porque no transmite confianza política; porque en la provincia no hizo un gobierno inolvidable; porque su estilo amiguero lo hace demasiado moderado y es de temer que clarines, naciones, la tele y el empresariado feroz se lo van comer crudo y rápido”. Tampoco le merece mayor confianza el gabinete que Scioli tiene en mente para su eventual gobierno. Es por eso que Giardinelli se siente “entrampado”, “forzado”, “en una posición incómoda, crítica y hasta desagradable”, porque debe votar a Scioli. Es comprensible. En una palabra, Giardinelli está atormentado por su conciencia debido a su voto. 

De ahí que Giardinelli se viera obligado a diseñar una nueva concepción del voto para poder salir de dicho tormento. En realidad, no es la primera vez que Giardinelli saca algo de su galera intelectual para contribuir al debate político actual. Por ejemplo, Giardinelli ya había hecho una contribución inestimable a la teoría política mediante su doctrina del “golpe blando” (Armando Golpe blando, Arturo Golpe duro). No conforme con su anterior hallazgo, hoy se dirige nuevamente a la opinión pública para proponer una revolucionaria teoría del voto, que entendemos podríamos bautizar como la doctrina del “voto cantado, pero de protesta, a favor de la persona contra la cual estamos protestando” o “voto con explicaciones” (como diría el grupo Les Luthiers), aunque quizás sea más conveniente, en aras de la economía espacial, denominarlo como “voto peroísta”, debido a que se trata de una variación del tema ya tratado acerca de la estructura de los juicios valorativos del tipo “X pero Y” (Libertad o Dependencia).

La tesis es fascinante. Por un lado, se encuentran los votos sin más, o por excelencia, que hasta ahora eran los únicos que conocía la ciencia política. Por el otro, según la nueva doctrina del voto peroísta, en las próximas elecciones no es suficiente con saber por quién vota un elector sino además hay que conocer la motivación o estado de ánimo del votante, sin descartar la intensidad de la preferencia que siente el votante por su voto. La gran pregunta es qué diferencia hace el requisito agregado por la doctrina peroísta. ¿Acaso la motivación, el estado de ánimo, la intensidad, etc., deberían hacer que el voto valga más o menos que uno, como valían los votos hasta ahora? De todos modos, la incalculable contribución que hace la doctrina del voto peroísta es que permite votar todo lo bueno de un candidato, o todo lo que nos apetezca, y no votar todo lo malo o todo lo que no nos apetezca del candidato.

Nuestros lectores saben que no es la primera vez que la filosofía ha tratado esta cuestión. En efecto, por ejemplo, las discusiones utilitaristas, o consecuencialistas como suelen ser llamadas merced a un atinado cambio de branding, habitualmente se hacen preguntas acerca de si las preferencias de las personas deben ser contabilizadas por igual, o si acaso la intensidad de las mismas debe ser parte del cálculo, lo cual no es exactamente fácil de lograr. También nos viene a la mente aquella festejada diferencia hecha por John Stuart Mill cuando decía que él que prefería a un Sócrates insatisfecho antes que a un cerdo satisfecho. ¿Será que Giardinelli quiere asegurarse de que la opinión pública lo ubique más cerca de Sócrates que del cerdo? Quizás en algún diálogo platónico haya pistas sobre cuál habría sido la actitud socrática frente al voto que atormenta a Giardinelli. Hasta donde recordamos, sin embargo, Sócrates se tragó de buen grado no tanto un sapo sino la mismísima copa de cicuta, sin decir ni mu, a pesar de los ruegos de sus acólitos que le pedían que se escapara, lo cual era la conducta esperada incluso por el propio régimen ateniense. ¿Quizás el voto peroísta es una especie de purgante que permite tragarse el sapo, o la cicuta, pero digerirlo inmediatamente y expulsarlo del cuerpo en tiempo récord? 

Por otro lado, la teoría del voto peroísta hunde sus raíces hasta la doctrina medieval del doble efecto o de los efectos colaterales. Giardinelli, en efecto, quiere votar a Cristina, suponemos (aunque la critica bastante en la nota), pero su voto a Scioli es un efecto colateral, previsto aunque no deseado, de la intención de votar a Cristina. También nos recuerda cómo Alsogaray caracterizaba su propio voto por los radicales en las elecciones presidenciales de 1983, reveladoramente “como tomar aceite de ricino con la nariz tapada”. Se trata esta de una doctrina empleada por quienes sobreestiman a las intenciones por sobre los resultados, y por ejemplo, usan la doctrina del efecto colateral, como los automovilistas y los bombarderos, para exonerarse de responsabilidad por casos de homicidio. De ahí que los consecuencialistas no se dejen influir por esta clase de teorías, a las que consideran que no son sino un apaciguador de conciencias para poder lidiar con sus inaceptables consecuencias.

Hay un camino fácil que podría haber tomado Giardinelli. En efecto, Giardinelli dice que “Los candidatos del kirchnerismo, ciertamente, ya están fuera de discusión. Están instalados, muchas encuestas los dan triunfadores en las urnas, y por el bien del país uno espera que sea efectivamente así”. En otras palabras, dado que el triunfo de Scioli es altamente probable que suceda Giardinelli podría evitarse el sapo de tener que votarlo, ya que se trata de un sapo que va a ser ingerido por millones de personas de todos modos. Sin embargo, Giardinelli no suele tomar atajos, él toma el toro por las astas.

No podemos esperar hasta el 25 de octubre para ver cómo incide en el resultado electoral la doctrina peroísta del voto. ¿Cuánta valdrá el voto peroísta? ¿Más, menos, igual que el otro voto? Mientras tanto, nos tomamos el atrevimiento de expresar nuestras dudas sobre un par de puntos que contiene esta nueva sublime entrega del pensamiento de Giardinelli. El primero se refiere a que Giardinelli escribe la nota “en base al siguiente razonamiento [el subrayado es nuestro]: nunca me consideré kirchnerista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nacionales y populares de los últimos doce años”. Mucho nos tememos que Giardinelli, sin embargo, debe reconocer su condición de kirchnerista y salir del clóset. En efecto, para poner a prueba el “razonamiento” de Giardinelli pensemos en alguien que dijera “nunca me consideré nazi/liberal/peronista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nazis/liberales/peronistas”. Es hora de que Giardinelli cambie la manera en que se considera a sí mismo.

El segundo punto es que si a Giardinelli realmente le preocupa la corrupción, no terminamos de comprender por qué le preocupa el “pecado” solamente cuando lo comete la oposición, pero no cuando se trata de un “pecado kirchnerista”. Si en verdad le molesta la “podredumbre moral”, su voto por el kirchnerismo solamente puede ser explicado por una grosera disonancia cognitiva, que entendemos puede ser tratada si es detectada a tiempo.

El último punto es: ¿podría alguno de los “manipulados por el aparto comunicacional más extraordinario que hayamos visto”, i.e. alguno de los que votan por algún demonio de la oposición, explicar su propio voto en términos de la doctrina peroísta?¿Podría alguien votar por Stolbizer, Del Caño, Massa o Macri, pero entrampado, con resistencia, retobado, etc., y mediante el voto peroísta atenuar todos los efectos no deseados o colaterales de semejante decisión, votando todo lo bueno pero no lo malo? ¿O será que solamente quienes votan al kirchnerismo tienen buenas intenciones o merezcan poder apaciguar su conciencia? En realidad, quizás Giardinelli podría replicar que los opositores deberían hacer un mea culpa y reconocer que la oposición no tiene nada bueno, es pura maldad, y por lo tanto no hay nada que salvar.

La conclusión es la de siempre. Como todas las intervenciones de Giardinelli, con una sola disciplina, v.g. la ciencia política, no alcanza. Quizás teólogos, juristas, filósofos e historiadores de las ideas, todos juntos, nos ayuden a hacerle justicia. Están todos invitados.   

viernes, 2 de octubre de 2015

El Satélite en Debate



El mundo asiste otra vez atónito a dos grandes nuevos fenómenos argentinos. En primer lugar, politólogos, sociólogos e incluso psicólogos de todas las latitudes están fascinados con el comportamiento electoral argentino. En efecto, han comprobado un fenómeno extraordinario. Mientras que las acusaciones de corrupción, por no decir nada de las condenas a tal efecto, logran que, v.g., el kirchnerismo no solamente mantenga su caudal electoral sino que además lo acreciente—si no es que incluso le permite reformar la Constitución—, al mismo tiempo hacen que otros partidos experimenten el efecto inverso, i.e., ven decrecer su rendimiento por las mismas razones. ¿A qué se debe que en un caso la corrupción sea directamente y en otro inversamente proporcional al incremento del voto?

Nótese que el punto no es que la corrupción merezca la mala prensa que suele tener. En efecto, quizás se trate solamente de un prejuicio burgués u "honestista", como bien solían decir algunos kirchneristas. Sin embargo, la pregunta sigue siendo por qué la corrupción, sea lo que fuera, afecta de modo tan diferente al electorado. 

En realidad, no hace falta ser un científico especializado en el lanzamiento de cohetes para darse cuenta de que la explicación, para variar, es el peronismo. Aunque muchos discuten acerca de si el kirchnerismo es o no verdaderamente peronista, es innegable que existe una relación bastante próxima entre ambos. Ahora bien, es un hecho que pasará un camello por el ojo de una aguja antes que la corrupción le haga perder votos al peronismo. Sin embargo, obviamente, esto no es una explicación, sino solamente una identificación del problema. Resta explicar por qué al peronismo la corrupción no lo afecta o en realidad lo fortalece, a diferencia de los demás partidos. Huelga decir que se trata de un secreto mejor guardado que la fórmula de la Coca Cola, porque si se hiciera público, el peronismo perdería esta innegable ventaja electoral. Nos vendría bien entonces un rocket scientist capaz de identificar la fórmula y explicar el misterio.

Hablando de científicos especializados en el lanzamiento de cohetes, nos sumamos al coro de quienes saludan este nuevo logro de nuestra comunidad científica, el lanzamiento del satélite ARSAT 2 al espacio. Somos uno de los pocos países en el mundo que han logrado algo semejante. Sin embargo, y sin querer desmerecer en absoluto este logro, no hay que perder de vista que una cosa es lanzar un satélite al espacio y otra muy distinta lograr que un candidato peronista que sabe que va ganando en las encuestas participe de un debate presidencial. Ni siquiera la institución de un Premio Nobel en la disciplina parece ser de ayuda, ya que es imposible siquiera intentarlo. Sin embargo, muchas veces la ciencia logró lo que en alguna época pareció imposible. Es cuestión de esperar.  

domingo, 27 de septiembre de 2015

Espíritu al Portador



No es la primera vez que constatamos que Hernán Brienza es lo que en otra época habría sido denominado como un verdadero hombre del Renacimiento. No sólo es un historiador de fuste y un escritor por derecho propio, sino que nos ha hecho sentir contritos por remordimientos de ingratitud ya que no nos merecemos a Cristina (lo que vos te merecés), ha revolucionado el pensamiento jurídico-político mediante una nueva teoría de la responsabilidad que explica por qué Milani no puede ser responsable de violación de derechos humanos alguna (Big Bang Brienza y La Ley de Brienza), y ahora continúa con su muy exitosa incursión en la teoría filosófica.

En efecto, hace poco había recurrido a la ontología para explicar por qué él mismo no es un adulador como muchos suponen sino un pensador integral (La ontología de Brienza), y ahora desembarca en el ámbito de la filosofía hegeliana de la historia para entender la figura precisamente histórica de Cristina como un portador del espíritu del pueblo, por no decir del espíritu universal (click).

Brienza, con razón, sostiene que “[e]n los últimos años, los argentinos hemos podido ser testigos de la significación que tienen las características personales de los líderes en la construcción de la acción política”. ¿Hace falta decir que el sustento de esta afirmación es “la emergencia de Néstor Kirchner, con elementos únicos, y luego, claro, Cristina Fernández de Kirchner”? Nobleza obliga, habría que aclarar que la novedad del planteo de Brienza no consiste precisamente en el énfasis en la agencia individual para poder comprender la historia (suponemos de hecho que otros historiadores han afirmado algo semejante, por ejemplo, en relación al papel que desempeñó Hitler en el nazismo), sino en que Néstor y Cristina cumplen en nuestra época el papel de lo que Hegel denominaba eran los “portadores del espíritu”, siguiendo los pasos de, v.g., Sócrates, Jesús, quizás Lutero, y Napoleón, ciertamente en sus épocas respectivas.

Naturalmente, un pensador como Brienza no podía dejar de plantearse la gran cuestión metafísica. Dado que “Cristina Fernández de Kirchner se ha plantado disputando sin descanso a los grupos corporativos y los poderes económicos”, y que “no es lo mismo” que “las decisiones las tome la actual presidenta o que las tome otro actor o dirigente político”, entonces: “¿Qué particularidades tiene la presidenta que le permiten enfrentarse a los poderes reales?”. Después de todo, no todos los días los súper-poderes de una súper-heroína de ultra-izquierda mantienen a raya al capitalismo global.

Aquí es donde irrumpe el misterio del pensamiento de Brienza. Si la respuesta fuera que los súper-poderes provienen del voto, semejante hipótesis colapsaría por su propio peso con tal solamente recordar que, v.g., Macri y Scioli también han ganado elecciones y han sido re-electos. Los lectores de Asterix podrían aventurar la hipótesis de una poción mágica administrada por un druida como Panoramix, quizás de conformidad con el propio Brienza cuando sostiene en relación no solamente a Néstor sino a Cristina, que “como ya se sabe”, “No fue Magia. Pero fue mágico”. Claro que semejante hipótesis solamente devalúa las virtudes del agente portador del espíritu universal, como si cualquiera que tomara la poción mágica podría hacer magia o historia para el caso.

En realidad, la idea misma de ser "portador del espíritu" también contradice la idea de una persona excepcional, ya que, precisamente, el portador o portadora no es sino un vehículo del espíritu, lo cual implica que el mérito es de la época y no del agente, lo cual, suponemos, contradice el propósito de Brienza de mostrar a Cristina como la súper-heroína que es. Quizás alguna Cadena Nacional, por ejemplo la cuadragésimo-primera, nos ayude a develar el misterio, siempre y cuando el Papa, otro portador del espíritu, no interrumpa con sus misas.