miércoles, 30 de diciembre de 2015

Sobre la República, la Corrupción y la Virtud



El veredicto condenatorio del Tribunal Oral en lo Criminal Federal nro. 2 a raíz de la así llamada “Tragedia de Once” indica muy a las claras los efectos que puede provocar la corrupción en el Estado: un delito contra la administración pública puede hacer literalmente estragos. No hace falta siquiera tener conocimientos jurídicos sino exclusivamente sentido común para entender cómo impacta la corrupción pública en el bienestar de las personas.

Sin embargo, si bien la corrupción no es reivindicada por nadie—al menos en público—debido a su infame reputación, no suele ser un objeto de preocupación política, al menos en nuestro país. De hecho, si y cuando la corrupción llega tener repercusión electoral alguna, eso se debe en realidad a que se trata de un efecto colateral de una seria crisis económica. Como muestras, bastan los botones del menemismo y del kirchnerismo: los evidentes casos de corrupción en los que se vieron envueltos solamente tomaron estado público una vez que sus caudales electorales se vieron mermados por razones de índole económica.

Es por eso que quisiera aprovechar la oportunidad no tanto para enfatizar el obvio impacto que tiene la corrupción en la vida de los ciudadanos en casos tales como la Tragedia de Once, sino para dar cuenta del énfasis republicano en la corrupción, uno de sus verdaderos caballitos de batalla.

La preocupación republicana por la corrupción no es sino la otra cara de su defensa de la virtud como un elemento constitutivo de la política. Tal preocupación le ha valido al republicanismo el mote de querer moralizar lo político. En efecto, se suele creer que quienes invocan la virtud republicana lo hacen para ubicarse como los únicos representantes del pueblo y por lo tanto como los únicos justificados en tomar decisiones políticas, degradando de este modo a sus adversarios al status de seres corruptos.

Sin embargo, la idea de virtud no tiene en sí misma connotaciones morales. Algo o alguien es virtuoso cuando desempeña correctamente su función. La virtud de un ciudadano, entonces, dependerá de cuáles son las funciones que debe desempeñar. De ahí que la virtud cívica republicana está muy lejos de ser perfeccionista o inquisitorial. Precisamente, Montesquieu en su celebrado tratado El Espíritu de las Leyes caracteriza a la virtud republicana como una virtud típicamente “política”, “el resorte que hace mover al gobierno republicano”, ya que exige cierto comportamiento mínimo que permite el normal desenvolvimiento del sistema político. Después de todo, no hay que olvidar que en el caso de una república, los ciudadanos no solamente cuentan con un sistema político sino que en el fondo son el sistema político.

Es por eso que la virtud cívica cumple con varias tareas bajo un régimen republicano. En primer lugar, desempeña un papel motivador fundamental. No solamente los ciudadanos participan de la vida cívica gracias a la virtud, sino que la virtud misma es la que explica por qué los ciudadanos entienden la libertad como la inexistencia de dominación y por lo tanto no toleran quedar expuestos al arbitrio de los gobernantes, sino que solamente se rigen por las normas y principios del Estado de Derecho.

En segundo lugar, la virtud cívica es decisiva ya que en una república quienes ocupan los cargos ejecutivos, legislativos e incluso los judiciales son los ciudadanos. La calidad de las decisiones de dichas instituciones dependerá de las deliberaciones que tengan lugar en dichas instituciones, las cuales a su vez dependerán en última instancia de las condiciones de quienes las compongan. Un devoto republicano como Maquiavelo creía precisamente en la superioridad de la república debido a la virtud de sus ciudadanos: “muy pocas veces se ve que cuando el pueblo escucha a dos oradores que tienden hacia partidos distintos y son de igual virtud, no escoja la mejor opinión y no sea capaz de comprender la verdad cuando la oye” (Discursos sobre la primera década de Tito Livio). En tercer lugar, la virtud cívica asegura que la opinión pública, que no es sino la opinión de los ciudadanos, controle los actos de los tres poderes del Estado.

De hecho, según Maquiavelo, la conexión entre la república y la virtud era tal que una vez instaurada la república Roma “pudo rápidamente aprehender y mantener la libertad”; sin embargo, luego del advenimiento del cesarismo, ni siquiera “muerto César” o incluso “extinta toda la estirpe de los Césares” jamás pudo Roma volver a establecer la república. ¿La explicación? Otra vez: es la virtud, estúpido. Las mejores instituciones republicanas están perdidas si no se componen de ciudadanos virtuosos.

La cuadratura del círculo del republicanismo moderno es cómo lograr que los ciudadanos sean virtuosos y/o que el régimen político no sea corrupto. Por ejemplo, la antigua república de Roma apelaba a la censura, una institución cuyo solo nombre hoy en día es impronunciable pero que originariamente monitoreaba el carácter moral de los ciudadanos, sobre todo los que ocupaban cargos públicos.

Hoy en día semejante monitoreo moral no es fácil de reconciliar con nuestra defensa de la autonomía como un valor fundamental. Sin embargo, una educación genuinamente cívica podría y debería lograr que el rechazo de la corrupción forme parte de la identidad misma de los jóvenes y que por lo tanto que se convierta en un tema con repercusiones electorales independientemente del estado de la economía y mucho antes de que tengan que intervenir los tribunales para castigar las proyecciones criminales de la falta de virtud. Otro preciado factor con el que contamos hoy en día sin apartarnos de la defensa liberal de la autonomía es la existencia de un poder judicial independiente, sobre todo en su cúspide. El veredicto de ayer es un paso en la dirección correcta.

Fuente: Bastión Digital.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Catón va al Cine



Quizás nos equivoquemos, pero a esta altura no nos queda otra alternativa que suponer que a los lectores de La Causa de Catón les gusta el cine, y por qué no decir la televisión, tanto como a Catón. De ahí que hayamos decidido terminar el año con una selección de todas las entradas del blog, elegidas según las escenas de películas o programas de televisión que contienen, ordenadas a su vez según su género o programa. Creemos que se trata de una excelente oportunidad para entretenerse solo o en familia, reírse (a veces) un rato y, al releer las entradas, quién sabe, hasta pensar un poco (Dios quiera). Si contara con adeptos la iniciativa, podríamos incluso votar la mejor (o peor) película (o por qué no la entrada) del blog.

Cabe recordar que a la derecha de la pantalla hemos agregado recientemente algunas etiquetas temáticas que suponemos harán las delicias de nuestros lectores, convenientemente designadas: Brienzana, Carta Abierta, Forsteriana, GiardinellianaHoratiana.

Que disfruten de los videos, muchas felicidades para estas fiestas y feliz año nuevo!


Comedia
Mejor Imposible
El Joven Frankenstein
La Vida de Brian I
La Vida de Brian II
La Máscara

Drama
La Reina
La Naranja Mecánica

Musicales
El Hombre de la Mancha
Todos te dicen te amo

Románticas
Tienes un Email
Hechizo de Luna

Televisión
Bing Bang Theory No es lo que parece
Bing Bang Theory French Toast

El Show de Dave Letterman

Mickey Mouse (Pluto)

Monty Python Four Yorkshiremen
Monty Python La Clínica de la Discusión
Monty Python Sketch del Restaurant
Monty Python El Ministerio de los Andares Tontos
Monty Python Libro de Frases Húngaras

martes, 22 de diciembre de 2015

Mempo Giardinelli o Mejor Imposible

Luego del triunfo electoral de Macri los miembros del staff de La Causa de Catón tuvieron una reunión para decidir qué hacer. Algunos sostuvieron que dado que el blog comenzó en 2012 con sus críticas al Gobierno anterior, una vez que, tras nueve años de Gobiernos kirchneristas, el Vicepresidente hiciera que renunciara el Procurador General debido a que este último no había impedido las investigaciones en contra del Vice, correspondía entonces en este caso esperar otra vez nueve años y/o que el Vicepresidente del nuevo Gobierno hiciera otro tanto. Semejante propuesta estúpida solamente se le pudo haber ocurrido a un miembro del staff de este blog y fue rechazada ipso facto.

Por otro lado, si bien temíamos que la suerte de La Causa de Catón estaba atada a la del kirchnerismo, o que en todo caso ningún otro Gobierno iba a dar tantas oportunidades como el kirchnerista para un blog de esta clase, debemos reconocer que no pocas de las decisiones tomadas por el nuevo Gobierno nos hacen ser mucho más optimistas respecto al futuro de este blog. Habrá que ver, no obstante, si los intelectuales macristas nos ofrecerán las mismas oportunidades que los kirchneristas (aunque todo discurso que resulta de agregar el sufijo "-ismo" a un apellido seguramente le va a dar bastante trabajo a un blog republicano).

Hablando de intelectuales, no podemos evitar la tentación de traer a colación ese nuevo desafío que representa la última nota de Mempo Giardinelli (Paisaje después de la batalla y la autocrítica que falta), quien, sin embargo, se define como “un insignificante que ni siquiera es militante K” que escribe “de buena leche estas reflexiones”.

Como todas las notas de Giardinelli, su tesis principal es un desafío para el intelecto. En efecto, para algún desprevenido la primera impresión es que se trata de una nota contradictoria ya que atribuye la victoria de Macri a una equivocación del pueblo a la vez que llama a una auto-crítica del kirchnerismo por haber contribuido a la derrota electoral. ¿Qué sentido tiene la auto-crítica si se equivocó el pueblo? Así y todo, vamos a tratar de seguir el incisivo hilo teórico de la nota para despejar esa primera impresión contradictoria que asalta al lector promedio, desacostumbrado al rigor argumentativo de Giardinelli.

En primer lugar, si bien Giardinelli sostiene que “no es cierto, como jamás lo fue, que los pueblos nunca se equivocan”, es decir, que el pueblo argentino en el fondo no sabe votar—al menos cuando vota contra el kirchnerismo—, se trata de una apreciación hecha “con muchísimo respeto y sin ánimo de ofender a nadie” (otro tanto se aplica a la elegante referencia que hace Giardinelli a la omisión de Cristina de no “convocar a los radicales, incluso a los más doblados”). Parece ser una burda contradicción, pero solamente para el lector que no advierte el guiño u homenaje que hace Giardinelli a esa famosa escena de “Mejor Imposible” (1997):



- "No soy un pendejo. Ud. lo es, no estoy juzgando. Soy un gran cliente. Este día ha sido un desastre"


En realidad, por momentos nos parece que todas las notas de Giardinelli contienen semejantes homenajes ocultos de este tipo y por eso son tan difíciles de comprender.

En segundo lugar, Giardinelli sostiene que “el nuevo gobierno no llegó al poder [solamente] por puros aciertos publicitarios”, sino también “por errores propios, que es menester identificar”. Aquí no hay contradicción alguna, ya que Giardinelli sugiere que una buena campaña publicitaria habría impedido la derrota kirchnerista. También hace referencia en passant a la “prensa mundial hostil”, que por alguna razón fracasó en 2011 y ahora tuvo tanto éxito.

Sin embargo, no es éste el camino que toma Giardinelli, ya que entre los “gruesos errores” que enumera  para explicar la derrota kirchnerista ni menciona a la publicidad. En efecto, Giardinelli prefiere inquirir por qué si “estos 12 años fueron una fiesta para vastos sectores populares”, “entonces... por qué también desde esos sectores se votó a quienes ahora serán sus verdugos”, lo cual debilita notoriamente la equivocación del pueblo.

En la lista de Giardinelli se destacan los siguientes y supuestos “errores”:

(1) “El autoencierro fue letal. CFK no confió en su propio talento para invitar, dialogar y seducir a los opositores y proponerles agendas de negociación. Cierto que sufrió un hostigamiento feroz, pero un estadista igual se sienta y discute, propone, logra acuerdos mínimos”.
(2) “elegir a Macri como el enemigo más ‘fácil’ de vencer porque era un candidato frívolo, empresarial y de pocas luces, a despecho de que era sostenido con mucha inteligencia por un aparato colosalmente poderoso”
(3) “elegir a dedo demasiadas veces [a los candidatos] y con dedo equivocado”
(4) “la falta de una política de transparencia que reconociera que la corrupción es endémica en este país y está instalada en todos los estamentos”

Los así llamados “errores” (1), (2), y (3) son variaciones de un tema que podríamos denominar algo así como la defensa de kirchnerismo sin Cristina, un Hamlet sin el Príncipe, como se suele decir en inglés. Da la impresión de que Giardinelli pertenece a esa clase de gente (en el blog hay varios de este tipo) que adora ir a la playa pero no soporta la arena, o que propone contrafácticos como aquel viejo proverbio yiddish: “si mi abuela hubiera tenido testículos, habría sido mi abuelo”. En cuanto a (4), “la falta de una política de transparencia”, en el fondo no se aparta del tema propuesto. Giardinelli cree que si Cristina hubiera ido presa, entonces Scioli habría ganado las elecciones. Sin embargo, quién sabe. Tal vez sea una estrategia electoral para tener en cuenta.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Introducción a la Democracia



Se suele creer que existen ciertos valores cuya importancia es tal que incluso su peor versión es preferible a la mejor versión de su contrario. Por ejemplo, se suele decir que el valor de la paz es tal que la peor de las paces es preferible a la mejor de las guerras. Otro tanto sucedía en nuestro país con la democracia, ya que, a raíz de la última dictadura militar, desde 1983 hasta hace muy poco se solía decir que la peor de las democracias era preferible no sólo obviamente a una dictadura militar, sino incluso al gobierno de la mejor persona jamás concebida, incluyendo al hijo de Dios, aunque tuviera menos auto-crítica que Nicolás Maduro (Para Maduro, errores y corrupción llevaron a la derrota electoral).

Sin embargo, el comportamiento de Cristina Kirchner y de sus muchos seguidores prueba que en nuestro país la superioridad indiscutida de la democracia ha llegado asombrosamente a su fin, o en todo caso ha sido puesta en tela de juicio. En efecto, hoy en día un número muy significativo de argentinos podrían parafrasear aquella conocida frase de Forster (no el célebre filósofo Secretario para el Pensamiento, sino el otro, probablemente menos conocido entre nosotros, E. M. Forster): “si tuviera que elegir entre la democracia y Cristina, espero tener el coraje de elegir la democracia”.

De hecho, como se ha advertido en la ceremonia de asunción de los nuevos diputados y senadores, no pocos incluso han jurado por Cristina. Ciertamente, también han jurado por Néstor Kirchner, pero el caso de este último es mucho más comprensible, teniendo en cuenta al menos el carácter sacro que pueden adquirir para algunos incluso los seres humanos una vez fallecidos.

Dado que la democracia ha sido puesta discursivamente en cuestión por primera vez al menos desde 1983 (sin contar los infructuosos alzamientos militares), es hora de recordar en qué consiste el núcleo mínimo de la democracia, lo que podríamos llamar “nuda democracia”. Parafraseando a Rousseau, cuando queremos conocer en qué consiste la voluntad general, “cada uno dando su sufragio dice su opinión sobre ello, y del cálculo de los votos se saca la declaración de la voluntad general”. Antes del cálculo de votos entonces, por definición, no podemos conocer qué desea el pueblo, la voluntad general, o, lo que es lo mismo, la democracia. Esto era precisamente a lo que apelaban los kirchneristas cuando eran criticados.

Precisamente, daba la impresión de que los ultra-kirchneristas confiaban en la democracia, y que por eso, por ejemplo, recomendaban a quienes los criticaban que armaran un partido y ganaran las elecciones, pero a juzgar por su comportamiento reciente resultó que eran democráticos básicamente porque había ganado Cristina y porque suponían que era imposible que Cristina, o quien ella designara, perdiera una elección presidencial. Es por eso que creen que, dado que Cristina no ha podido imponer su voluntad, el gobierno en ejercicio es inválido, casi imposible de distinguir de un golpe de Estado, etc.

Sin embargo, el democrático, en el fondo, es un razonamiento institucionalista, ya que resulta de la puesta en marcha de cierto procedimiento, tal como solían creer los kirchneristas en general. El shibboleth o test para detectar quiénes son democráticos y quiénes no, es muy simple. Un demócrata, en última instancia, creerá (A) que un gobierno o persona serán valiosos porque han sido elegidos democráticamente, antes que (B) la democracia es valiosa porque ha permitido elegir cierta clase de gobierno o persona en particular. Las democracias, siempre, están por encima de las personas.

Ciertamente, el razonamiento institucionalista no es exclusivo de las sociedades democráticas. En efecto, Luis XIV, para dar un solo ejemplo, fue rey debido a la institución de la monarquía, o en todo caso al derecho divino de los reyes, y a nadie se le hubiera ocurrido decir que la monarquía era valiosa porque había permitido que Luis XIV (o cualquier otro) fuera rey, sino exactamente lo contrario.

En realidad, el razonamiento institucionalista no es exclusivo de la política, ya que es constitutivo del ser humano (dicen los evolucionistas que somos los únicos animales institucionalistas), y por eso se aplica asimismo a la cultura y a los deportes en particular. No tendría mayor sentido decir, por ejemplo, que el único que puede ser salir campeón válidamente es, por definición, nuestro club. Semejante creencia demostraría una supina ignorancia acerca de lo que es un deporte y acerca de qué significa salir campeón.

Algunos podrán objetar que la democracia no es una institución a prueba de fallas. Por ejemplo, es absolutamente cierto que Hitler llegó al poder democráticamente (en el sentido mínimo de la expresión) y quizás otro tanto suceda con el Frente Nacional en Francia. Sin embargo, a diferencia de la República de Weimar y aparentemente de la francesa actual, la República Argentina cuenta con un filtro constitucional que impide que partidos antisistemas puedan competir democráticamente, precisamente porque son anti-democráticos en cierto sentido, tal como lo muestra la jurisprudencia de la Corte Suprema.

El único argumento medianamente atendible que podrían invocar los cristinistas en apoyo a su predilección por Cristina incluso por sobre la democracia, es que la democracia actual no le permitió a Cristina haber sido re-electa. En otras palabras, en una democracia perfecta Cristina habría sido o en todo podría haber sido re-electa. Incluso concediendo este escenario contra-fáctico (que ignora los peligros que representa para la democracia la re-elección indefinida, i.e. que ignora esa cosa personal que tiene la democracia contra el personalismo), uno de los problemas que tiene argumento es que si el gobierno actual no es completamente democrático porque fue elegido de acuerdo a una Constitución que no permite la re-elección, tampoco fueron completamente democráticos los tres gobiernos kirchneristas elegidos al amparo de esta misma Constitución. Sueña extraño que la misma Constitución, al igual que la democracia, sea válida cuando ganamos, pero inválida cuando perdimos. Un régimen, un gobierno, una constitución, son o no son democráticos, sin que importe quién gane.

Claro que para muchos, precisamente, el punto no es la prohibición la re-elección en sí o en general, sino la prohibición de la re-elección de Cristina, i.e. el punto es que para muchos un régimen es democrático solamente si sigue la voluntad de Cristina. En cierto sentido, ése era, precisamente, nuestro punto también.

Finalmente, alguien podría sostener que hay varias concepciones de democracia. Según la jacobina, por ejemplo, a veces hace falta un liderazgo que enseñe al pueblo a votar correctamente. Sin embargo, habríamos jurado que esta concepción no era la nuestra. Según la nuestra, la democracia kirchnerista parece ser una contradicción en sus términos.



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Argentina no es Suazilandia



Como nos habíamos pronunciado acerca de los problemas de la transmisión del mando y la democracia en las dos últimas entradas: La Reunión en Olivos y La Reina, habíamos decidido abstenernos de seguir con el tema, hasta que un jugoso intercambio en twitter con Don Aarón de Anchorena (@aaronanchorena) nos ha hecho rever esta decisión.

En efecto, a raíz de la controversia acerca de la transmisión del mando Don Aarón había sugerido primero una comparación entre nuestro país y una “republiqueta bananera”. Nos habíamos opuesto a semejante comparación por la sencilla razón de que una republiqueta bananera, tal como consta en la expresión, cuenta con la complejidad suficiente como para tener reglas e instituciones a cargo de asegurar la transición entre un gobierno y otro. Don Aarón entonces, fiel a la caballerosidad que lo distingue, habiéndose primero disculpado y reconocido, como se dice en inglés, el error de sus maneras, procedió entonces a compararnos con Suazilandia. Sin duda, eso fue un paso en la dirección correcta, aunque, lamentamos mucho decir, insuficiente.

En primer lugar, Hernán Brienza o Héctor Timerman, por ejemplo, jamás habrían hecho carrera en Suazilandia. En segundo lugar, al menos hasta el día de hoy, Suazilandia no cuenta con una Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento, Nacional o de otra clase. En tercer lugar, para ser funcionario público en Suazilandia, suponemos, hace falta dar un examen psicofísico. En cuarto lugar, en Suazilandia no llaman democracia a hacer todo lo que se le dé la gana al monarca. Y en quinto lugar, y fundamental a nuestros efectos, Suazilandia, al igual que una republiqueta bananera para el caso, cuenta con lo que se suele llamar en la jerga, siguiendo la terminología de H. L. A. Hart en El Concepto de Derecho, un “sistema legal”. (Ignoramos si, en quinto lugar, la opinión pública en Suazilandia es tan fuerte que los fondos buitres podrían doblegar al gobierno con turno con tan solamente indicar un mínimo acto de corrupción como pasar una noche en Nueva York en un hotel lujoso por parte del gobernante, tal como fue el caso del Congo. Irónicamente, los fondos buitres intentaron emplear la misma estrategia en Argentina con muy magros resultados, tal como es de público conocimiento, ya que suponían que la opinión pública argentina era tan fuerte como la del Congo: la Argentina no es el Congo).

En efecto, Hart se hizo famoso por haber sostenido que la diferencia entre un sistema pre-legal y otro legal consiste en que solamente el segundo cuenta con reglas en sentido fuerte. Para ilustrar el primer caso, Hart da el ejemplo de una población que vive en cierto territorio bajo un gobernante unipersonal, que Hart llamaba Rex pero que nosotros, por obvias razones, vamos a llamar Rexina, cuyas decisiones son las que gobiernan las acciones de todos los habitantes. La tesis de Hart es que semejante sistema—compuesto únicamente por estas reglas primarias que provienen de la voluntad de Rexina—no está preparado para subsistir si por alguna razón (v.g., Dios no lo permita, debido a que Rexina, o su favorito, pierde una elección) Rexina debe dejar su lugar a otro gobernante. Es precisamente por eso que las sociedades pasan de estos sistemas pre-legales que giran alrededor de reglas primarias que emanan de la voluntad de una sola persona a sistemas legales que además cuentan con reglas secundarias o de segundo orden que regulan precisamente la subsistencia del sistema legal en su conjunto.

Nuestro punto es que, hasta donde sabemos, a diferencia de nuestro país, Suazilandia cuenta con estas reglas secundarias, que según Hart definen la existencia de un sistema legal en sentido estricto, y que se encargan de la subsistencia del sistema legal para evitar precisamente que si por alguna razón la sola persona que gobierna deja de hacerlo, el sistema legal no sea conmoriente y que la ceremonia del traspaso sea completamente transparente.

En efecto, en Suazilandia el traspaso está claramente regulado. La regla consiste en que ningún rey puede elegir a su sucesor, sino que solamente el hijo de la la Gran Esposa o Indovuzaki (Elefanta o Reina Madre) será automáticamente el próximo Rey. Sin embargo, para evitar arbitrariedades, únicamente la familia real decide cuál de las esposas del anterior rey será Elefanta o Reina Madre.

A primera vista, el sistema parece ser algo relajado. Sin embargo, es mucho más demandante de lo que parece. La Gran Esposa ha de reunir algunas condiciones: no pertenecer al linaje de la familia reinante, Nkhosi-Dlamini, tener sólo un hijo, pertenecer a una buena familia, no debe ser una esposa ritual del monarca, amén de que debe tener buen carácter (wikipedia). Por si hiciera falta aclararlo, está pésimamente visto y por lo tanto expuesto a peligrosas represalias, que algún clan de la tribu no asista a la ceremonia de asunción del Rey.

Para decirlo al revés, no se conoce en la historia de Suazilandia incertidumbre alguna acerca de cómo, cuándo, dónde se hace y quiénes participan en la ceremonia de traspaso del mando, ni tampoco que los demás clanes no asistan a la ceremonia de transmisión del mando. Podríamos atribuirlo a la suerte, pero, en esta época desencantada y postweberiana que vivimos, suponemos que se debe a la existencia de una clara regla secundaria al respecto y a la existencia de una conciencia pública y de clanes de mente abierta o democráticos, por así decir. Quién sabe, quizás con el tiempo nosotros también los tendremos.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Problemas de Transmisión: la Reunión en Olivos



Mucho se ha hablado sobre la transmisión del mando. Nosotros mismos, en nuestra entrada anterior (La Reina), habíamos propuesto una interpretación de lo que está sucediendo. 

Asimismo, mucho se ha especulado en particular sobre la reunión que tuvieron en Olivos, a solas y a puerta cerrada poco después de las elecciones, la actual Presidenta y el Presidente electo de todxs lxs argentinxs. Precisamente, para arrojar un poco de luz sobre lo sucedido allí, a continuación les mostramos a nuestros lectores imágenes exclusivas de esa reunión.

Como verán, el Presidente electo primero le da unas breves indicaciones a sus asesores y luego ingresa a una habitación un poco oscura, en la cual tiene lugar un muy breve aunque intenso diálogo del electo Presidente con la Presidenta, quizás porque el primero había interrumpido la siesta de la segunda:


- Macri: voy a entrar. Tráiganme esa vela. El amor es lo único que puede salvar a esta pobre criatura, y voy a convencerla de que es amada, incluso a costa de mi propia vida. No importa lo que escuchen ahí adentro, no importa cuán cruelmente se los implore, no importa cuán terriblemente yo pueda gritar, no abran esta puerta o Uds. desharán todo por lo que he trabajado. ¿Entienden? ¡NO ABRAN ESTA PUERTA!
- Marcos Peña: fue lindo trabajar con Ud.
- Frankristina: ¡AGRRRRR!
- Macri: déjenme salir, diablos déjenme salir de acá. ¿QUÉ ES LO QUE LES PASA A UDS. GENTE? ¡ESTABA BROMEANDO! ¿NO RECONOCEN UNA BROMA CUANDO LA OYEN? ¡JESUCRISTO, DÉJENME SALIR DE ACÁ! ¡ABRAN ESTA MALDITA PUERTA O LES VOY A PATEAR SUS PODRIDAS CABEZAS! ¡MAMI!

A la luz de esta valiosa información, podemos inferir que la mejor explicación de esta telenovela sobre la transmisión del mando es que Cristina había decidido de antemano que jamás iba a ser parte de la ceremonia si ganaba Macri, a pesar de que, por otro lado, había hecho todo lo posible para que Macri ganara. Por lo tanto, de un modo algo perverso, sobre todo para la democracia, ella apostaba a que Macri no aceptara la ceremonia en el Congreso y por eso es que esgrime la existencia de una tradición para negarse a ser parte de la ceremonia, lo cual le está saliendo muy bien, al menos hasta ahora.

Decimos que es la mejor explicación, porque la otra explicación que queda es la insania de creer que existe una tradición que le da la razón a ella, cuando existen serias dudas acerca de la existencia de dicha tradición, o dónde tiene lugar semejante tradición.

En efecto, las tradiciones, por no decir las convenciones en general, dependen para su existencia de lo que Davis Lewis llamara "conocimiento común", el cual no solamente debe ser conocido por todos sino además todos tienen que saber que todos lo conocen, y así sucesivamente para cualquier nivel finito. Sin embargo, Cristina hace referencia a una convención que ni siquiera puede satisfacer el primer requisito, i.e. contar con un conocimiento común conocido por todos. Ciertamente el "todos" (o "todxs") en cuestión no tiene por qué abarcar a toda la comunidad, sino al menos a los agentes pertinentes (i.e. el Escribano General de Gobierno, demás funcionarios involucrados, etc.), que forman la comunidad nuclear de cuyo conocimiento se nutren las comunidades satélites (como las que integramos todos los que no conocemos los vericuetos constitucionales), por así decir.

En otras palabras, las tradiciones existen o no, en el medio no hay nada. El hecho mismo de que existan dudas (al interior de la comunidad nuclear mencionada) sobre tal tradición implica que la misma no existe. En última instancia, habría que recordar que el que ganó las elecciones presidenciales es Macri y por lo tanto, incluso si tuviera sentido hablar de una duda sobre la existencia de una tradición presidencial, el que resuelve la duda es precisamente Macri. Para despejar esta meta-duda o la duda sobre la duda, bastaría con preguntarse qué pasaría si fuera al revés, i.e. si fuera Cristina la que recibiera el mando de manos de Macri. La respuesta es obvia.

Como suele pasar, la única cuestión que podría subsistir es cuál de estas dos explicaciones la deja mejor (o peor) parada a Cristina: perversidad o insania. Las dos son muy tentadoras. Los lectores, como siempre, tienen la última palabra.

sábado, 5 de diciembre de 2015

La Reina

Algunos malintencionados comparan la situación actual de la Presidenta con la de la madre del protagonista de la película "Goodbye Lenin" (2003), de Wolfgang Becker, i.e. se trata de una persona que se encuentra en una situación emocional muy delicada y que por lo tanto no puede tolerar modificación alguna de la realidad en la que cree vivir. El trailer de la película, como suele pasar y a pesar del adagio horaciano ut pictura poesis, es mucho más claro al respecto que cualquier descripción que podamos hacer nosotros:





Sin embargo, creemos que la película que mejor representa la actitud de la Presidenta en relación a las últimas elecciones en nuestro país es "La Reina" (2006), de Stephen Frears, particularmente los dos primeros minutos de la primera escena, que registra la reacción de la reina Isabel II ante las elecciones que terminarían consagrando a Tony Blair primer ministro de Gran Bretaña por primera vez:





Reina: ¿Ya ha votado, Sr. Crawford?
Artista: Sí, señora. Estuve ahí cuando abrieron. El primero en la cola. Siete en punto. Y no me importa decirle que no fue por el Sr. Blair.
Reina: ¿Ud. no es un modernizador entonces?
Artista: Ciertamente no. Estamos en peligro de perder demasiado de lo que es bueno en este país tal como está.
Reina: Envidio que Ud. sea capaz de votar. No marcar la casilla en sí, aunque supongo que sería lindo experimentar eso una vez. Sino la pura alegría de ser parcial.   
Artista: Sí. Uno olvida que como Soberana, Ud. no tiene derecho a votar. 
Reina: No.
Artista: Sin embargo, Ud. no me agarrará teniendo pena por Ud. A Ud. no le estará permitido votar, Señora, pero es Su Gobierno. 
Reina: Sí, supongo que eso es cierto consuelo. 

A pesar de lo que dicen sus detractores, Cristina no es una jefa de una facción o un partido, que se resiste a dejar el cargo porque perdió las elecciones, sino que, como toda Reina, ella es soberana y representa a todo el país, y precisamente por eso no puede ser parcial. Ella es Argentina y de hecho, todo gobierno nacional es su gobierno, el gobierno de su Majestad. Cuanto antes entienda este hecho este verdadero "modernizador" que es el señor Macri, mejor se va a llevar con su Majestad, y mejor le irá al país. Después no digan que no avisamos.