sábado, 31 de octubre de 2015

Entre la República de Weimar y Alberto Olmedo



La República vive horas decisivas. El kirchnerismo grita a voz en cuello que si gana Macri vuelven los años noventa. Es más, para algunos como el insigne artista Gerardo Romano, Macri asimismo es un nuevo Hitler. De hecho, en twitter algunos no descartan que en caso de que gane Macri, los—para usar la terminología del Senador Pichetto (click)—“argentinos de religión judía” deberán usar una estrella amarilla, aunque, irónicamente, para manifestar de este modo su adhesión al nuevo régimen. Aparentemente, y para seguir con la terminología del Senador Pichetto, los “argentinos argentinos” no tienen nada que temer.

Nos llama la atención, sin embargo, cómo puede ser que el nacrismo, parafraseando a Gerardo Romano, pueda siquiera competir legalmente en elecciones democráticas. El propio Carl Schmitt, hasta muy poco antes de afiliarse al nazismo, advertía sobre la necesidad de prohibir que el nazismo se presentara a elecciones.

Lo que nos interese discutir, sin embargo, no es el nacrismo en sí mismo, sino que, émulos que somos de la Presidenta y su curiosidad intelectual, nos preguntamos precisamente cómo es posible que el nazismo, en la forma del nacrismo, podría llegar al poder nuevamente en las próximas elecciones presidenciales. Después de todo, es un fenómeno que no sucede frecuentemente, y cuya relevancia moral hace inevitable que nos preguntemos por quiénes son los responsables.

Para ser más precisos, podríamos concentramos en el fait accompli del reciente e histórico triunfo del nacrismo en la Provincia de Buenos Aires. ¿Cuál es la explicación de que dicha Provincia haya caído en manos del nacrismo? Después de todo, se trata de un bastión peronista (al menos bajo regímenes plenamente democráticos), que solamente cayera en manos ajenas merced a la dictadura militar en 1983. En efecto, el triunfo de la fórmula radical Armendariz-Roulet solamente puede ser atribuido a que había tenido lugar una dictadura militar.

Decíamos que somos émulos de la Presidenta, porque así como ella le atribuye el advenimiento del nazismo al Tratado de Versailles, y por lo tanto a la conducta de los aliados, nos da la impresión de que hay dos explicaciones posibles del advenimiento del nacrismo en la Provincia de Buenos Aires. La primera es que lisa y llanamente la gente no sabe votar, o se deja llevar por los medios corporativos enemigos de los intereses del pueblo.

La segunda explicación podría formularse del modo siguiente: "es el kirchnerismo, estúpido", el cual primero seleccionó a su candidato preferido, Aníbal Fernández, y luego se aseguró de que compitiera y perdiera, lo cual posibilitó a su vez el triunfo de la Gobernadora electa, la “joven mujer” María Eugenia Vidal. Además, nos imaginamos que así como el kirchnerismo politizó incluso una multa de tránsito, no va a dejar de politizar las causas que llevaron a esta histórica derrota peronista ante el nacrismo. Así como Versailles entró en la historia como la causa del nazismo, el kirchnerismo entrará suponemos en la historia como la causa del nacrismo, por ahora en la Provincia de Buenos Aires y, Dios no lo permita, en el país entero. Las lecciones de Weimar saltan a la vista: de te fabula narratur.

Párrafo aparte merece la posición de Horacio González, quien, a las puertas de un triunfo del nacrismo en las elecciones presidenciales y aparentemente en nombre de Carta Abierta, exhibe un purismo que sería digno de encomio en otros momentos, pero que ahora nos parece irresponsable. En efecto, mientras que la cosmovisión clásica creía que la ética podía tener una dimensión estética (de ahí el uso de la misma expresión, to kalon, para hacer referencia a lo que es moral y admirable a la vez), Horacio González toma el camino inverso de inferir una ética a partir de los gustos estéticos de una persona, razón por la cual ha manifestado en estos momentos su disconformidad por algunos de los gustos estéticos de Scioli. Sin entrar en el debate sobre el esteticismo quizás paranietzscheano de González, no pocos creen que en estos días en los cuales el nacrismo puede llegar al poder, y encima por medios democráticos, no es momento de ser tan exigentes para decidir el voto. Hebe de Bonafini, en cambio, siempre sutil aunque incisiva a la vez, hizo pública su posición, la cual quizás represente uno de los argumentos más convincentes a favor del candidato del pueblo: "Scioli hizo mierda la Provincia pero hay que votarlo sí o sí" (click).

En verdad, es muy revelador que Horacio González haya tolerado estoicamente una inusitada corrupción sistematizada en las más altas esferas gubernamentales (incluso para los estándares nacionales), la pobreza generalizada en nuestro país a tal punto que el INDEC ha decidido ni siquiera dar cifras apócrifas al respecto, hasta la muerte de militantes a manos de algunas policías provinciales, etc., y sin embargo ha hecho público que su límite es Ricardo Montaner. La inmoralidad puede ser tolerable, pero el mal gusto, eso jamás.

Por alguna razón, la actitud de Horacio González nos hace acordar a aquel sketch de Alberto Olmedo en el que sentado junto a Javier Portales en la antesala del despacho de un productor de televisión, su personaje proponía ciertos guiones de películas. Para ser más precisos, nos hace acordar del guión sobre aquel taxista que iba a pasar un domingo con su familia a la Costanera. Mientras disfrutaba la familia del mate, cómodamente sentados en sus reposeras, irrumpe una banda de malvivientes en moto y comete todo clase de actos contra dicha familia, desde homicidio hasta violaciones, ante la conducta impertérrita del taxista, hasta que uno de los malvivientes se acerca al taxi y lo raya con una llave. El taxista en ese mismo pierde el control, monta en cólera y se juramenta vengarse de todos y cada uno de los malvivientes.  A partir de ese momento, el taxista lleva a cabo su venganza, matándolos uno por uno hasta que terminar con la banda.

La moraleja del sketch de Olmedo, como la de la actitud de Horacio González, es que todos tenemos un límite. La única cuestión es cuál es ese límite.

martes, 27 de octubre de 2015

¿Y si nada de lo hecho tuvo sentido?



Cuando nos proponíamos analizar el resultado de las elecciones en la Provincia de Buenos Aires nos acordamos de una nota extraordinaria escrita por Hernán Brienza el 15 de diciembre de 2013 en la cual, para nuestro asombro, (casi) sin tener que cambiarle una sola coma, anticipa y explica lo sucedido ayer en la Provincia de Buenos Aires. A continuación, la entrada de nuestro blog correspondiente a dicha nota (lo que vos te merecés):

En su habitual columna de Tiempo Argentino hoy Hernán Brienza convoca a que nos hagamos ciertas “preguntas políticas existenciales”, “tras diez años de kirchnerismo: ¿Y si nada de lo hecho tuvo sentido? ¿Y si nada de lo hecho, si ningún esfuerzo, ninguna batalla, ninguna obra tuviera sentido haber sido realizada? ¿Y si, finalmente, este pueblo no se merece absolutamente nada más que ser vapuleado por el liberalismo conservador y los sectores dominantes?”. Nos da la impresión de que el credo que subyace a esta nota de Brienza es una paráfrasis de Forster (no Ricardo, sino E. M.): “si tuviera que elegir entre la democracia y el kirchnerismo, espero tener el coraje de elegir la democracia”.

En efecto, el tono derrotista de la nota nos recuerda aquel trágico desengaño político sufrido por Winston Churchill, a quien luego de haber llevado a Gran Bretaña a la victoria frente a la amenaza nazi, el muy ingrato pueblo británico le dio la espalda en las elecciones generales luego de la guerra, dándole a la vez la victoria al laborismo. Si Churchill fue abandonado por el pueblo británico, ¿cómo no iba a serlo Cristina por el argentino? A veces uno cree que el pueblo argentino, gaucho que es, jamás haría algo semejante, pero, como dice Brienza “la política es una tarea ingrata”. A todo esto, nos da la impresión de que Brienza dramatiza el resultado de las últimas elecciones, ya que parece olvidar que el kirchnerismo sigue siendo la fuerza política más importante del país. Que Brienza no se deje llevar por el antikirchnerismo, al menos por ahora.

Comprendemos el malestar de Brienza cuando declara que “Diez años, una ‘década ganada’ [el entrecomillado es original], para que millones y millones de argentinos bailen al compás de la conga hecha por un mentiroso desmesurado que envenena el alma de los argentinos los domingos a la noche”. En efecto, a pesar de que el Gobierno intentó apelar a la política pública imperial de opacar la mentira desmesurada con nuestra religión secular que es el fútbol, sin embargo ganó la mentira. Es una suerte que tengamos un estándar para distinguir cuándo los números le dan la razón a la verdad, como por ejemplo cuándo los millones votan al kirchnerismo, cuándo “de buenas a primeras millones de argentinos votan a un muchacho insustancial de risa prefabricada” (Brienza tuvo la entereza de no recordarnos que se trata del mismo “muchacho insustancial de risa prefabricada” que había manejado la ANSES y sido Jefe de Gabinete bajo el kirchnerismo, pero que después no tuvo mejor idea que presentarse a elecciones: click), y cuándo los millones siguen a la mentira del antikirchnerismo, como cuando por ejemplo ven a Lanata.

Quizás llame la atención que un defensor del discurso nacional y popular haga referencia a los “lúmpenes”, y de ese modo no sólo adquiera un tinte republicano aunque aristocrático y comparta la tesis teológico-reaccionaria sobre la naturaleza y existencia de la maldad humana (click). Aunque quizás no cabe designar de otro modo a quienes cometen delitos bajo un gobierno como el kirchnerista (click). Brienza, magnánimamente, sostiene que el problema no son sólo los lúmpenes o “saqueadores” y “los policías-delincuentes que robaron artículos del hogar” sino también “los gringos hijos de gringos que salieron a cazar motociclistas negros en Nueva Córdoba”. En otras palabras, el kirchnerismo tiene un gran Gobierno, pero su pueblo todavía no está a la altura, porque ante el primer descuido de dicho Gobierno se matan entre ellos: “Bastan unos minutos de negrura para que el argentino se convierta en lobo del argentino”. La referencia a la queja de Coriolano en la obra homónima de Shakespeare es obvia: "¿Qué es lo que pasa? / Que en varios lugares de la ciudad / Uds. gritan contra el Senado, quienes, / Bajo los dioses, los mantienen a uds. a raya, los cuales de otro modo / Se comerían los unos a los otros?"(I.i.181-5).

Entramos en un terreno más farragoso al leer que Brienza concede, per impossibile (al igual que Grocio, y otros antes que él, habían concedido la inexistencia de Dios para mostrar el absurdo de la inferencia según la cual la moral es arbitraria), que el matrimonio Kirchner pudo haber hecho millones de manera ilegal (la suposición no tendría sentido si hubiesen sido obtenidos de manera legal), para luego preguntarse: “¿qué sentido tuvieron esos millones? ¿No habría sido mejor para Néstor Kirchner haber dejado todo y mandarse a mudar al sur a disfrutar de esos millones?”. No queda claro si Brienza trata de sostener (a) no es que los Kirchner sean corruptos sino que son irracionales, o (b) los Kirchner son corruptos pero en aras de un fin noble. Mientras que (a) es contraproducente porque no queremos que nos gobiernen seres irracionales, (b) sugiere cierto maquiavelismo vulgar al que apelan sólo los desesperados cuando su posición es insostenible.

Finalmente, Brienza se hace una pregunta desgarradora: “¿se merecen los argentinos… un Néstor Kirchner?” (o, para el caso una Cristina Fernández, nos animamos a agregar). Como todo gran pensador, Brienza mediante una pregunta aparentemente simple o retórica en realidad plantea una deliciosa ambigüedad inherente a la noción de “merecimiento” y de paso da el puntapié inicial para que los argentinos podamos ponernos de acuerdo, ya que tanto kirchneristas como anti-kirchneristas responderían al unísono que no nos merecemos al kirchnerismo, y/o que el kirchnerismo no es fácil de reconciliar con la democracia. Por suerte, y por ahora, el kirchnerismo y la democracia siguen por el mismo camino.





sábado, 24 de octubre de 2015

Neurociencia del Voto



Cuando todavía no se han apagado los ecos de la fascinante tesis de Mempo Giardinelli sobre la naturaleza del voto (que no hace mucho, de hecho, hemos examinado en este blog: MG y el voto peroísta), el caso de Horacio González muestra que la tesis de Giardinelli está lejos de ser un fenómeno aislado, como sí lo son, por ejemplo, las muertes por desnutrición en el Chaco. En efecto, González acaba de hacer público su voto desgarrado, a desgano, por Daniel Scioli (el voto desgarrado).

En nuestra entrada sobre Giardinelli, nos habíamos preguntado qué diferencia puede hacer el estado de ánimo del votante al momento de contar su voto. La escuela anglosajona de ciencia política, en efecto, siempre pragmática y desencantada con el mundo, cree que cada voto vale igual, con independencia del ánimo del votante. Quizás Giardinelli y González, más afectos a los matices de la cultura continental, puedan invocar ejemplos en los cuales las emociones, o la falta de ellas, sí hacen una diferencia. Por ejemplo, es muy común ver que los jugadores de fútbol no gritan los goles que marcan contra sus equipos anteriores, en señal de respeto por estos últimos, quizás incluso con lágrimas en los ojos. Claro que semejante ejemplo nos lleva a preguntarnos cuál es la razón por la cual estos jugadores precisamente juegan en contra de sus anteriores equipos por los que sienten tanto cariño, y la respuesta es que le tienen más cariño todavía al dinero. Evidentemente, la metáfora deportiva es un arma de doble filo.

En realidad, la reticencia de Giardinelli y de González se debe a que ambos desconfían de la candidatura de Scioli, como si se tratara del proverbial caballo de Troya. Sin embargo, ellos mismos sugieren que quien le abre la puerta al caballo de Troya, a sabiendas de que se trata del caballo de Troya, pero avisa que lo hace renuentemente, entonces su acción, si bien no está completamente justificada, al menos no es digna de reproche, o no hay razones para exigirle otra conducta, como suelen decir los penalistas. El que avisa no traiciona, bien podría ser el eslogan de esta tesis.

Sin embargo, esta misma mañana hemos visto una nota en Infonews que explica precisamente qué es lo que sucede en el cerebro al momento de elegir (qué pasa en el cerebro a la hora de votar). Allí nos enteramos de que los miembros de Carta Abierta se han sometido gentilmente a un experimento neurocientífico. Después de todo, no hay que olvidarse de que los cerebros de Giardinelli y de González no son los únicos involucrados, sino que todos los cerebros entendemos de Carta Abierta comparten la preocupación de estos dos intelectuales. Precisamente, un equipo de neurocientíficos ha dado con lo que se suele llamar en la jerga “el dilema de Scioli”.

En efecto, a los intelectuales kirchneristas se les presentan dos escenarios distintos. En el primero (denominado en la jerga “Sciolivp+gobpciabsas” o “Scioli bueno”), Scioli se presenta como candidato a vicepresidente y luego como gobernador durante un período que abarca en total doce años. El 99,75 %  de los intelectuales kirchneristas que se sometió al experimento decidió votar  por “Scioli bueno” no solamente con ganas, sino agitando diferentes estandartes, incluso soltando globos y palomas. En el segundo (denominado en la jerga “Sciolipresidente” o “Scioli malo”), Scioli se presenta como candidato a presidente. Los neurocientíficos se asombraron al comprobar que en el caso de “Scioli malo” el 99,75 % de los intelectuales kirchneristas consultados manifestaron que lo votarían pero solamente a desgano, desgarrados, tal como González y Giardinelli lo han hecho público recientemente.

Los neurocientíficos en primer lugar aventuraron la curiosa hipótesis de que a estos intelectuales kirchneristas no podría interesarles menos la Provincia de Buenos Aires y/o que Scioli fuera presidente pero como resultado de haber sido vicepresidente, i.e. a raíz de la indisposición de quien fuera presidente a la sazón. 

Sin embargo, después de todo se trata de neurocientíficos, detectaron que en realidad la diferencia es cerebral. En efecto, habiendo escaneado el cerebro de los participantes en estos estudios, percibieron la diferente reacción del cerebro en ambos escenarios. Quienes votan con ganas a Scioli (lo que la jerga científica llama “Sciolivp+gobpciabsas” o “Scioli bueno”) evidentemente han sufrido un daño en la corteza prefrontal ventromedial. Este comportamiento es típico en el caso de psicópatas de baja ansiedad (conocidos por sus déficits socio-emocionales), que tienden a tomar decisiones utilitaristas, como también lo hacen quienes sufren de alexitimia, un desorden que reduce la conciencia de nuestros propios estados mentales (cf. Joshua Greene, Moral Tribes. Emotion, Reason, and the Gap between Us and Them, Nueva York, Penguin, 2013, p. 125). En cambio, quienes votan a Scioli a desgano (lo que la jerga científica llama “Sciolipresidente” o “Scioli malo”), lo hacen porque su cerebro funciona correctamente. Como bien decía Hobbes, paulatim eruditur vulgus. El vulgo aprende lentamente, pero aprendemos.

Podemos entonces concluir que, afortunadamente, los miembros de Carta Abierta se han recuperado afortunadamente del daño cerebral sufrido antes de votar por Scioli bueno y es por eso que hacen público su rechazo y su apoyo a la vez a la candidatura de Scioli malo. Enhorabuena. 

domingo, 18 de octubre de 2015

¿Filosofía de la Lealtad?


Tiempo Argentino publica hoy una nota de Darío Sztajnszrajber acerca de la lealtad (click). Si bien la nota fue publicada al día siguiente del 17 de octubre, y está ilustrada con una foto que hace referencia obviamente a Perón y al peronismo (tal como se puede apreciar más arriba en esta entrada), sin embargo su contenido no hace referencia alguna a la política. Con lo cual, no habría que descartar que lo que le interesa tratar al autor es la lealtad privada o individual, por así decir, y no la política. Tampoco es simple determinar si se trata de un retrato favorable o desfavorable de la lealtad, i.e. si está a favor o en contra de la misma (lo cual, a decir verdad, se puede decir de muchos retratos). En realidad, se trata de un retrato que despierta varios interrogantes.

En primer lugar, según Sztajnszrajber, la lealtad es incompatible con acuerdo alguno (“No se es leal porque así lo pautamos”). Llama la atención semejante afirmación, ya que desconoce, v.g., el caso de las relaciones feudales que imponían precisamente un deber de lealtad como resultado de un pacto. Por supuesto, existen además deberes de lealtad que provienen de una promesa o juramento (fue precisamente por eso que von Stauffenberg por ejecutado por haber traicionado no solamente a Alemania sino a Hitler). Quizás lo que Sztajnszrajber quiso decir es que habiendo varias clases de lealtades, él aconseja la lealtad en la que incurrimos (casi o por así decir) involuntariamente.

Sin embargo, aunque concediéramos esta estipulación restrictiva de lealtad, el segundo ingrediente de la receta de lealtad, “La lealtad es siempre a pesar”, o sin "ganancia", es demasiado amplio, ya que corresponde a todo requerimiento que se refiera a otra persona. Si debemos ser leales, justos, generosos, etc., semejante deber es independiente de nuestro propio interés (aunque no solamente Platón y Aristóteles, sino que hasta los psicoanalistas creen que la virtud en última instancia es constitutiva del bienestar, particularmente si nuestra identidad a su vez tiene que ver con nuestro bienestar).

Un tercer ingrediente, “no hay ninguna comprobación fáctica que asegure que el otro se va a comportar como uno espera”, otra vez, es demasiado abarcador, ya que en lo que atañe a nuestras razones para actuar, jamás son empíricamente verificables por el sencillo hecho de que siempre podemos actuar de otro modo (en otra época habríamos hecho referencia a nuestro libre albedrío), al menos si estamos bajo condiciones psíquicas normales, i.e. si no nos afecta una adicción o algo por el estilo.

Un cuarto ingrediente, el “otro” a quien le somos leales, le corresponde también a las promesas, contratos, etc., i.e. a todo aquello que precisamente necesita de otro para poder existir: no podemos contratar con nosotros mismos, ni tampoco prometernos cosas. En otras palabras, a los últimos tres ingredientes se les aplica el viejo proverbio “Así es la Vida”, con Luis Sandrini y Susana Campos.

Un quinto ingrediente, la lealtad “tiene algo de ceguera, de locura, de arbitrariedad, de confianza”, quizás sea más apropiado conceptualmente hablando, pero no parece hacerla más atractiva a la lealtad. Volviendo al psicoanálisis, los analistas no suelen recomendar acciones que tengan que ver al menos con la ceguera, la locura y la arbitrariedad.

Un sexto ingrediente es un gran avance, ya que al menos no es redundante, y de hecho es bastante provocador. En efecto, según Sztajnszrajber se “es leal al otro”, pero no a cualquier otro, sino “al otro que molesta, que irrumpe, que amenaza, al otro que necesita”. Para el caso de que la lealtad en cuestión fuera política, nos preguntamos si Sztajnszrajber cree que un peronista debería entonces ser leal, v.g., con el almirante Rojas (si viviera), o con alguna otra figura rabiosamente anti-peronista semejante, con tal de que precisamente este otro anti-peronista necesitara algo. Por lo demás, nos preguntamos si la política es un hábitat apropiado para la lealtad en absoluto, teniendo en cuenta que esta última es de naturaleza eminentemente personal.

Por otro lado, quizás la tesis de Sztajnszrajber sea tan exigente que requiere que para poder ser leales con otro, este otro debe ser, de modo concurrente o simultáneo, “extraño, …carente, …indigente, …extranjero”. En otras palabras, sería suficiente que el otro no fuera alguna de estas cosas para que no tuviéramos que ser leales con él. Semejante exigencia nos hace acordar a un capítulo de Porky en el que Pato Lucas quiere venderle un contrato de seguro contra accidentes domésticos cuyas condiciones eran tales que solamente iba a ser pagado si el accidente tenía lugar un 29 de febrero, a las 17 horas, como resultado de una embestida de una manada de elefantes y si además un tren había pasado por la puerta de la casa. Aunque, pensándolo bien, en este capítulo el pato Lucas persuade finalmente a Porky, Porky se accidenta, habiéndose cumplido todas las condiciones, con lo cual se hizo acreedor al pago del seguro. Quizás la tesis sea más atractiva de lo que parece a primera vista.


lunes, 5 de octubre de 2015

Mempo Giardinelli y el Voto peroísta



Mempo Giardinelli no es ningún tonto. Se ha dado cuenta finalmente de que “es un hecho que prácticamente toda la dirigencia kirchnerista… pasó, con diferentes gradaciones, por el menemismo, y aplaudió y consintió aquel desastre neoliberal que nos condujo al horrible 2001” (Voto cantado, pero con protesta). Giardinelli sabe además que el candidato presidencial actual por el kirchnerismo, Daniel Scioli no es una excepción ciertamente (antes bien, fue el poster boy del menemismo), a pesar de que ha sido elegido por la líder indiscutible del kirchnerismo. Encima, no lo “convence el candidato porque no transmite confianza política; porque en la provincia no hizo un gobierno inolvidable; porque su estilo amiguero lo hace demasiado moderado y es de temer que clarines, naciones, la tele y el empresariado feroz se lo van comer crudo y rápido”. Tampoco le merece mayor confianza el gabinete que Scioli tiene en mente para su eventual gobierno. Es por eso que Giardinelli se siente “entrampado”, “forzado”, “en una posición incómoda, crítica y hasta desagradable”, porque debe votar a Scioli. Es comprensible. En una palabra, Giardinelli está atormentado por su conciencia debido a su voto. 

De ahí que Giardinelli se viera obligado a diseñar una nueva concepción del voto para poder salir de dicho tormento. En realidad, no es la primera vez que Giardinelli saca algo de su galera intelectual para contribuir al debate político actual. Por ejemplo, Giardinelli ya había hecho una contribución inestimable a la teoría política mediante su doctrina del “golpe blando” (Armando Golpe blando, Arturo Golpe duro). No conforme con su anterior hallazgo, hoy se dirige nuevamente a la opinión pública para proponer una revolucionaria teoría del voto, que entendemos podríamos bautizar como la doctrina del “voto cantado, pero de protesta, a favor de la persona contra la cual estamos protestando” o “voto con explicaciones” (como diría el grupo Les Luthiers), aunque quizás sea más conveniente, en aras de la economía espacial, denominarlo como “voto peroísta”, debido a que se trata de una variación del tema ya tratado acerca de la estructura de los juicios valorativos del tipo “X pero Y” (Libertad o Dependencia).

La tesis es fascinante. Por un lado, se encuentran los votos sin más, o por excelencia, que hasta ahora eran los únicos que conocía la ciencia política. Por el otro, según la nueva doctrina del voto peroísta, en las próximas elecciones no es suficiente con saber por quién vota un elector sino además hay que conocer la motivación o estado de ánimo del votante, sin descartar la intensidad de la preferencia que siente el votante por su voto. La gran pregunta es qué diferencia hace el requisito agregado por la doctrina peroísta. ¿Acaso la motivación, el estado de ánimo, la intensidad, etc., deberían hacer que el voto valga más o menos que uno, como valían los votos hasta ahora? De todos modos, la incalculable contribución que hace la doctrina del voto peroísta es que permite votar todo lo bueno de un candidato, o todo lo que nos apetezca, y no votar todo lo malo o todo lo que no nos apetezca del candidato.

Nuestros lectores saben que no es la primera vez que la filosofía ha tratado esta cuestión. En efecto, por ejemplo, las discusiones utilitaristas, o consecuencialistas como suelen ser llamadas merced a un atinado cambio de branding, habitualmente se hacen preguntas acerca de si las preferencias de las personas deben ser contabilizadas por igual, o si acaso la intensidad de las mismas debe ser parte del cálculo, lo cual no es exactamente fácil de lograr. También nos viene a la mente aquella festejada diferencia hecha por John Stuart Mill cuando decía que él que prefería a un Sócrates insatisfecho antes que a un cerdo satisfecho. ¿Será que Giardinelli quiere asegurarse de que la opinión pública lo ubique más cerca de Sócrates que del cerdo? Quizás en algún diálogo platónico haya pistas sobre cuál habría sido la actitud socrática frente al voto que atormenta a Giardinelli. Hasta donde recordamos, sin embargo, Sócrates se tragó de buen grado no tanto un sapo sino la mismísima copa de cicuta, sin decir ni mu, a pesar de los ruegos de sus acólitos que le pedían que se escapara, lo cual era la conducta esperada incluso por el propio régimen ateniense. ¿Quizás el voto peroísta es una especie de purgante que permite tragarse el sapo, o la cicuta, pero digerirlo inmediatamente y expulsarlo del cuerpo en tiempo récord? 

Por otro lado, la teoría del voto peroísta hunde sus raíces hasta la doctrina medieval del doble efecto o de los efectos colaterales. Giardinelli, en efecto, quiere votar a Cristina, suponemos (aunque la critica bastante en la nota), pero su voto a Scioli es un efecto colateral, previsto aunque no deseado, de la intención de votar a Cristina. También nos recuerda cómo Alsogaray caracterizaba su propio voto por los radicales en las elecciones presidenciales de 1983, reveladoramente “como tomar aceite de ricino con la nariz tapada”. Se trata esta de una doctrina empleada por quienes sobreestiman a las intenciones por sobre los resultados, y por ejemplo, usan la doctrina del efecto colateral, como los automovilistas y los bombarderos, para exonerarse de responsabilidad por casos de homicidio. De ahí que los consecuencialistas no se dejen influir por esta clase de teorías, a las que consideran que no son sino un apaciguador de conciencias para poder lidiar con sus inaceptables consecuencias.

Hay un camino fácil que podría haber tomado Giardinelli. En efecto, Giardinelli dice que “Los candidatos del kirchnerismo, ciertamente, ya están fuera de discusión. Están instalados, muchas encuestas los dan triunfadores en las urnas, y por el bien del país uno espera que sea efectivamente así”. En otras palabras, dado que el triunfo de Scioli es altamente probable que suceda Giardinelli podría evitarse el sapo de tener que votarlo, ya que se trata de un sapo que va a ser ingerido por millones de personas de todos modos. Sin embargo, Giardinelli no suele tomar atajos, él toma el toro por las astas.

No podemos esperar hasta el 25 de octubre para ver cómo incide en el resultado electoral la doctrina peroísta del voto. ¿Cuánta valdrá el voto peroísta? ¿Más, menos, igual que el otro voto? Mientras tanto, nos tomamos el atrevimiento de expresar nuestras dudas sobre un par de puntos que contiene esta nueva sublime entrega del pensamiento de Giardinelli. El primero se refiere a que Giardinelli escribe la nota “en base al siguiente razonamiento [el subrayado es nuestro]: nunca me consideré kirchnerista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nacionales y populares de los últimos doce años”. Mucho nos tememos que Giardinelli, sin embargo, debe reconocer su condición de kirchnerista y salir del clóset. En efecto, para poner a prueba el “razonamiento” de Giardinelli pensemos en alguien que dijera “nunca me consideré nazi/liberal/peronista, pero acompañé y celebré la mayoría de las grandes decisiones nazis/liberales/peronistas”. Es hora de que Giardinelli cambie la manera en que se considera a sí mismo.

El segundo punto es que si a Giardinelli realmente le preocupa la corrupción, no terminamos de comprender por qué le preocupa el “pecado” solamente cuando lo comete la oposición, pero no cuando se trata de un “pecado kirchnerista”. Si en verdad le molesta la “podredumbre moral”, su voto por el kirchnerismo solamente puede ser explicado por una grosera disonancia cognitiva, que entendemos puede ser tratada si es detectada a tiempo.

El último punto es: ¿podría alguno de los “manipulados por el aparto comunicacional más extraordinario que hayamos visto”, i.e. alguno de los que votan por algún demonio de la oposición, explicar su propio voto en términos de la doctrina peroísta?¿Podría alguien votar por Stolbizer, Del Caño, Massa o Macri, pero entrampado, con resistencia, retobado, etc., y mediante el voto peroísta atenuar todos los efectos no deseados o colaterales de semejante decisión, votando todo lo bueno pero no lo malo? ¿O será que solamente quienes votan al kirchnerismo tienen buenas intenciones o merezcan poder apaciguar su conciencia? En realidad, quizás Giardinelli podría replicar que los opositores deberían hacer un mea culpa y reconocer que la oposición no tiene nada bueno, es pura maldad, y por lo tanto no hay nada que salvar.

La conclusión es la de siempre. Como todas las intervenciones de Giardinelli, con una sola disciplina, v.g. la ciencia política, no alcanza. Quizás teólogos, juristas, filósofos e historiadores de las ideas, todos juntos, nos ayuden a hacerle justicia. Están todos invitados.   

viernes, 2 de octubre de 2015

El Satélite en Debate



El mundo asiste otra vez atónito a dos grandes nuevos fenómenos argentinos. En primer lugar, politólogos, sociólogos e incluso psicólogos de todas las latitudes están fascinados con el comportamiento electoral argentino. En efecto, han comprobado un fenómeno extraordinario. Mientras que las acusaciones de corrupción, por no decir nada de las condenas a tal efecto, logran que, v.g., el kirchnerismo no solamente mantenga su caudal electoral sino que además lo acreciente—si no es que incluso le permite reformar la Constitución—, al mismo tiempo hacen que otros partidos experimenten el efecto inverso, i.e., ven decrecer su rendimiento por las mismas razones. ¿A qué se debe que en un caso la corrupción sea directamente y en otro inversamente proporcional al incremento del voto?

Nótese que el punto no es que la corrupción merezca la mala prensa que suele tener. En efecto, quizás se trate solamente de un prejuicio burgués u "honestista", como bien solían decir algunos kirchneristas. Sin embargo, la pregunta sigue siendo por qué la corrupción, sea lo que fuera, afecta de modo tan diferente al electorado. 

En realidad, no hace falta ser un científico especializado en el lanzamiento de cohetes para darse cuenta de que la explicación, para variar, es el peronismo. Aunque muchos discuten acerca de si el kirchnerismo es o no verdaderamente peronista, es innegable que existe una relación bastante próxima entre ambos. Ahora bien, es un hecho que pasará un camello por el ojo de una aguja antes que la corrupción le haga perder votos al peronismo. Sin embargo, obviamente, esto no es una explicación, sino solamente una identificación del problema. Resta explicar por qué al peronismo la corrupción no lo afecta o en realidad lo fortalece, a diferencia de los demás partidos. Huelga decir que se trata de un secreto mejor guardado que la fórmula de la Coca Cola, porque si se hiciera público, el peronismo perdería esta innegable ventaja electoral. Nos vendría bien entonces un rocket scientist capaz de identificar la fórmula y explicar el misterio.

Hablando de científicos especializados en el lanzamiento de cohetes, nos sumamos al coro de quienes saludan este nuevo logro de nuestra comunidad científica, el lanzamiento del satélite ARSAT 2 al espacio. Somos uno de los pocos países en el mundo que han logrado algo semejante. Sin embargo, y sin querer desmerecer en absoluto este logro, no hay que perder de vista que una cosa es lanzar un satélite al espacio y otra muy distinta lograr que un candidato peronista que sabe que va ganando en las encuestas participe de un debate presidencial. Ni siquiera la institución de un Premio Nobel en la disciplina parece ser de ayuda, ya que es imposible siquiera intentarlo. Sin embargo, muchas veces la ciencia logró lo que en alguna época pareció imposible. Es cuestión de esperar.