domingo, 31 de marzo de 2013

¿Redundancia o Magnanimidad?


Una cuestión planteada por Silvina Giaganti, muy distinguida y polémica tuitera (@sgigantic) y, decimos con mucho orgullo, ex-alumna del curso de Filosofía de Derecho afiliado a este blog, ha provocado una discusión en el seno del equipo de La Causa de Catón. ¿Cuál es el sentido de la referencia hecha por Cristina Fernández de Kirchner a la ideología del muchacho de San Isidro que sufriera una literal agresión a manos de, entendemos, vecinos del mismo barrio, agresión ocasionada por la orientación sexual y la fe del agredido (los agresores creyeron que la homosexualidad es incompatible con la fe católica y merece por lo tanto ser repelida por la fuerza)? Por si hiciera falta, recordemos las palabras de la Jefa de Estado: 'Alguien me dice “Mirá que éste es antiK rabioso”. “Te trata de fuhrer en el twitter, la madre dice que el gobierno es una dictadura”. ¡¿Y a mi que me importa?!' (declaración que figura en uno de la última serie de veintipico de tweets y además subida a facebook).

La discusión, decíamos, fue sobre qué sentido pudo haber tenido la referencia a la ideología. En efecto, la estructura del repudio hecho por Cristina fue la siguiente: “Repudiamos absolutamente la agresión a X, sin que importe que es Y”. En otras palabras: ¿qué sentido tiene el “sin que importe…”? ¿Por qué no consistió simplemente en “Repudiamos absolutamente la agresión a X”? Una vez que nos detenemos un segundo a pensar, queda claro que la aclaración es redundante o contraproducente.

Redundante, porque es obvio que no importa que X fuera Y, en este caso macrista, ya que, mal que nos pese, incluso los macristas son seres humanos, y no es ninguna novedad que existen derechos humanos que asisten a todos estos seres. En realidad, es imposible encontrar un Y tal que justifique la aclaración.

Si descartamos la opción de la redundancia es porque alguien puede suponer que existe alguna duda al respecto. De hecho, ese pareció ser el sentido de quien cercano a la Jefa de Estado le aclaró que “Mirá que éste es antiK rabioso”. Sin duda, nobleza obliga, queda claro que Cristina nos hace saber que a ella no le importaba. Pero la duda permanece. ¿Había acaso alguna posibilidad de que sí le importara? ¿Para qué aclara que no le importa? Tendría sentido la aclaración esta vez de la falta de importancia si estuviera rodeada de gente a la cual sí le importa, i.e. gente a la cual le debe explicar que todos los seres humanos tienen derechos básicos inalienables, no sólo los kirchneristas. Aquí es que aparece el otro extremo, una vez descartada la redundancia, es decir, el gesto magnánimo de dignarse a reconocer el repudio que merece la agresión a quien profesa una ideología distinta, a pesar de las advertencias de los pensaban lo contrario.

Es muy curioso además que Cristina haya creído que haciendo pública su aclaración “sin que importe que…” iba a quedar mejor que no haciéndolo. En efecto, pensemos en los posibles destinatarios de la aclaración. Si la misma fue dirigida a sus seguidores kirchneristas, haría quedar muy mal no sólo a sí misma sino a sus asesores, tal como acabamos de ver en el párrafo anterior. Si la aclaración estuvo dirigida a quienes no son sus seguidores, nos hace acordar a una escena de “Loco por Mary” que ya habíamos usado en otra oportunidad y, curiosamente, también en referencia a Cristina, para ilustrar el caso de alguien que cree que va a impresionar a alguien muy favorablemente, pero la impresión que logra es exactamente la inversa (click):



(Por si hiciera falta, la transcripción del guión en el original: HEALY My real passion is my hobby. MARY What's that? HEALY I work with retards. MARY (put off) Isn't that a little politically incorrect? HEALY The hell with that. No one's gonna tell me who I can and can't work with. MARY No, I mean...)


Nos vemos forzados a anticipar una objeción que suele emerger cada vez que Cristina recibe una crítica por sus frecuentes declaraciones: si Cristina se pronuncia está mal, si no se pronuncia también. El punto es que debía pronunciarse, por supuesto, pero sin mencionar la ideología del agredido. La mención magnánima es claramente el problema.

Finalmente, y para cerciorarnos de que no es nada personal contra Cristina (algo que suele preocuparle a no pocos kirchneristas), con el siguiente ejemplo. Supongamos que Macri repudiara una "agresión a X", a pesar de que le dijeron que X era kirchnerista. En otras palabras, en tal situación hipotética a Macri no le importaría “que X era kirchnerista". Si Macri hubiera dicho esto, ¿no estaríamos ahora haciéndonos un picnic con semejante aclaración troglodita, y con verdadera saña?

Queda abierta, sin embargo, la discusión acerca de si podemos encontrar una explicación de la aclaración capaz de superar el muy resbaladizo eje “redundancia-magnanimidad”.

viernes, 29 de marzo de 2013

Pacifismo o Violencia legítima





La incansable luchadora por los derechos humanos Estela de Carlotto (quien se jugó la vida por dicha militancia mientras otros se enriquecían y/o se hacían los distraídos durante la última dictadura militar) tuvo una discusión con el periodista algo anodino Ernesto Tenembaum por una pregunta que este último le hizo sobre su posición sobre la lucha armada en los 70 durante una entrevista radial (click). Carlotto se ofendió por el mero hecho de que Tenembaum le hiciera la pregunta. No queda del todo claro sin embargo por qué se ofendió. Lo que sí queda claro es que Carlotto se contradijo, a pesar de su dilatada y muy distinguida trayectoria como militante por los derechos humanos.

En efecto, mal que le pese, por un lado se pronunció en contra de la violencia, pero por el otro reivindicó la lucha. Por si hubiera dudas, Carlotto en ese contexto comparó la lucha que ella reivindicó con la participación de San Martín suponemos en la Guerra de la Independencia. Si Carlotto fuera pacifista, debería estar en contra de cualquier uso de la violencia.

Carlotto en realidad no pudo sustraerse a nuestro curioso clima de época en el cual la gente cree ser pacifista en el sentido del cristianismo primitivo, cuando en realidad, salvo muy honrosas excepciones, todo el mundo se va a defender en caso de que la agredan. Esto se llama violencia o guerra justa, no pacifismo, y es aquí donde se ubica la larga tradición republicana de la reivindicación de la resistencia ante la tiranía. Tenembaum mismo tampoco es un pacifista, a pesar de que lo que él manifiesta, ya que está a favor del Estado (institución violenta si las hay) y, suponemos, sólo en contra de la violencia ejercida en contra del Estado democrático, entre 1973 y 1976. No podemos entonces criticar a Carlotto meramente porque somos pacifistas, a pesar de que lo solemos creer, ya que eso sería ingenuidad o hipocresía.

Ella, además, se mostró confundida: dice reivindicar la lucha armada debido a que quienes participaron en ella creían tener razón. En realidad, salvo muy honrosas excepciones, todos los seres humanos actúan porque creen tener razón, por lo cual no es una manera apropiada reivindicar una acción sobre esa base. Carlotto podría insistir que los fines por los cuales algunos llevaron a cabo la lucha armada eran infinitamente mejores que los fines de los militares. En efecto, mientras que los unos se proponían alcanzar una sociedad justa o sin dominación, los segundos eran genuflexos servidores de la explotación capitalista. Pero del hecho que uno actúa en aras de una meta correcta, y suponiendo que las metas eran factibles (especialmente una sociedad sin dominación), obviamente no se sigue que los medios que elige a tal efecto también sean correctos. Históricamente, tanto quienes se propusieron eliminar la explotación capitalista como continuarla coincidieron en elegir medios igualmente atroces. En otras palabras, es muy difícil si no imposible encontrar algún fin que, por deseable que fuera, justificara cualquier medio.

Si viéramos las cosas en el sentido inverso llegaríamos a la misma conclusión. En efecto, a pesar de que solemos criticar el apotegma según el cual el fin justifica los medios, en realidad dicho apotegma encierra una tautología: si queremos ir a Mar del Plata, entonces sacar un pasaje en micro está justificado. Es más, no hace falta querer ir a Mar del Plata para mostrar la conexión entre Mar del Plata y la racionalidad instrumental de sacar un pasaje. El fin siempre justifica los medios. Por eso hay que asegurarse de que el fin elegido esté justificado. Sobre todo, como hemos visto, teniendo en cuenta que un fin inatacable justificará cualquier medio necesario para alcanzarlo. Nuevamente, no es fácil concebir un fin semejante, un fin cuya "practicalidad" es tal que cualquier cosa que hagamos para alcanzarlo estará justificada no sólo en términos instrumentales sino también prácticos, por así decir.

Carlotto, entonces, tiene toda la razón del mundo en reivindicar los fines de la lucha armada, pero no así la lucha armada en sí misma al menos en contra de un régimen democrático, tal como fue el caso en Argentina entre 1973 y 1976, y probablemente fue por eso que ella se mostró molesta por su contradicción. Ella no quiso trazar la diferencia entre la lucha y sus fines porque temía, quizás, que la crítica de los medios repercutiría de manera políticamente negativa sobre los fines. Pero no tiene por qué ser necesariamente el caso. Se puede insistir con los mismos fines, aunque cambiando los medios. Además, y por si hiciera falta, no se puede justificar violación alguna de los derechos humanos por el mero hecho de que alguien haya actuado violentamente.

Las cosas serían distintas si Carlotto creyera que la democracia capitalista no hace ninguna diferencia sustancial, antes bien, quizás sea todavía peor que una dictadura capitalista, ya que la democracia liberal no hace sino enmascarar la dominación capitalista que en una dictadura sale completamente a la luz, y si creyera que para eliminar dicha dictadura no hay otra alternativa que una dictadura del proletariado provisional hasta la aparición de la sociedad sin clases. Esta postura le permitiría a Carlotto evitar la contradicción, pero no parece ser la que refleja su posición.

domingo, 24 de marzo de 2013

Kirchnerismo neoclásico y kirchnerismo acomodaticio



El Juramento de los Horacios, Jacques-Louis David, 1784 


Los Horacios, González y Verbitsky, cada uno a su modo, se han juramentado a no ceder en su compromiso con sus fuertes principios en contra de Bergoglio. El hecho de que Bergoglio se haya convertido en Francisco no cambió nada para ellos. Como se suele decir últimamente, "se puede discutir" el alambicado estilo de González (que incluye la caracterización de Ratzinger como un "spinozista") y si Verbitsky tiene suficiente respaldo moral como para convertirse en juez de las virtudes y defectos morales de sus enemigos (en realidad, la autoridad moral en el fondo es irrelevante, siempre y cuando estemos dispuestos a que nos juzguen tal como juzgamos), pero es indiscutible que como la proverbial piedra estoica han resistido los cambios de la marea política.

Del resto del kirchnerismo, sin embargo, no se puede decir lo mismo, ya que ha rendido homenaje a la performatividad de la política, por no decir la política de los hechos consumados. Desde Cristina Fernández de Kirchner (quien en realidad parece haberse olvidado de que estaba en contra de Bergoglio, a juzgar por su muy genuina emoción durante su última estadía en Roma) hasta Hebe de Bonafini, pasando por Luis D'Elía y Cynthia García, han tratando a Bergoglio del mismo modo que el diario Le Moniteur Universal, el diario vocero del gobierno francés, había tratado a Napoleón. En efecto, durante el mismo mes de marzo de 1815 éstos son los informes que se sucedieron en dicho periódico de la marcha de Napoleón desde Elba hacia París:


1. El antropófago ha salido de su escondite.
2. El ogro de Corsa viene de desembarcar en el Golfo de Juan.
3. El tigre ha arribado a Grenoble.
4. El monstruo se ha acostado en Grenoble.
5. El tirano ha atravesado Lyon.
6. El usurpador ha sido visto a sesenta leguas de la capital.
7. Bonaparte avanza a gran paso, pero no entrerará jamás en París.
8. Napoléon estará mañana bajo nuestras murallas.
9. El Emperador ha arribado a Fontainebleau.
10. Su Majestad Imperial y Real ha hecho ayer a la noche su entrada en el Palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos.


No tenemos las tapas del Moniteur, pero sí las de Página 12, el mismo diario que publicó las opiniones de los Horacios. Nos dan una idea de cómo habrán sido aquellas tapas napoleónicas:


  


viernes, 22 de marzo de 2013

Pacto de Caballeros


Por un lado, algunos, como el presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, Roberto Feletti, sostienen que al Gobierno no le interesa la suba del dólar ilegal. En el fondo, se trata de un mercado que afecta con toda la fuerza a un diez por ciento de la población, i.e. a las personas capaces de ahorrar. Al resto de la población, el noventa por ciento restantes, lisa y llanamente no les importa la depreciación constante de su moneda y una tasa de inflación de entre veinticinco y treinta por ciento. En realidad, tienen que gastar absolutamente todo su ingreso, ya que apenas sobreviven o bien no pueden ahorrar con semejante inflación. Si éste fuera o quisiera ser o seguir siendo un país de clase media (tal como se creía hace cincuenta años), esta distribución del ingreso sería un problema. Pero como no lo es, la falta de ahorro y la ubicuidad del consumo son buenas noticias.

Por otro lado, sin embargo, no faltan los que sostienen que en realidad al Gobierno sí le preocupa la subida del dólar ilegal, y es por eso que mantiene un diálogo constante con los delincuentes que a pesar de la prohibición obtienen grandes ganancias merced a dicha prohibición en el mercado negro (o azul como se lo suele llamar hoy en día; sobre la naturaleza de la prohibición de comerciar divisas ya nos habíamos pronunciado: en julio, en mayo y otra vez en julio). El Gobierno, entonces, oscila entre la denuncia de la criminalidad y la negociación con la misma (de hecho, acaba de sancionar una ley en la que aprobó un tratado con Irán en relación a la causa AMIA, algo que hemos comentado a menudo en este blog). La última novedad es que el Gobierno ha pedido un feriado cambiario ilegal a los delincuentes (click).

Más allá de la pintoresca contradicción, el diálogo entre nuestras fuerzas del orden y los delincuentes nos hace acordar a una gran película en la que trabaja Peter Sellers, "The Wrong Arm of the Law" (1962), en la que Scotland Yard y los caballerescos delincuentes llegan a un acuerdo para celebrar una tregua de veinticuatro horas y de ese modo concentrar sus fuerzas en contra de otros delincuentes, muy poco caballerescos, que se hacen pasar por policías y que roban a los delincuentes honestos. Lástima que la película de Peter Sellers es muy cómica, mientras que la política económica del Gobierno no lo es tanto, o lo es, pero peligrosamente. No vamos a decir cómo termina la película, en un caso porque lo sabemos y en el otro porque lo tememos.

A continuación subimos la película, de la cual recomendamos a quien no quiera verla entera que vea aproximadamente a partir del minuto 46 (hasta por lo menos el minuto 52), cuando la policía y los caballerescos delincuentes se encuentran en una calesita.


Dolina en la ESMA




Ya habíamos tratado este tema en general (El Sum de la ESMA). En este caso en particular debemos reconocer que hay un antecedente. Un tiempo después de los Juicios de Nuremberg, cuando había pasado un tiempo prudencial, los Aliados decidieron re-apropiarse del campo de exterminio de Auschwitz y como parte de esa política organizaron un show de Jerry Lewis y Dean Martin. Lamentablemente no se ha conservado un testimonio fílmico, pero gracias a You Tube podemos subir una típica rutina de Jerry Lewis representada en aquella oportunidad en Auschwitz aunque obviamente de una representación diferente:


martes, 12 de marzo de 2013

Voegelin y el Chavismo





Dada la rapidez con la que cambia la fascinante realidad política venezolana, el equipo de La Causa, gente de ciencia si la hay, de manera rotativa está las veinticuatro horas del día releyendo bibliotecas en búsqueda de claves que permitan entender los fascinantes acontecimientos que están sucediendo allí.

Por alguna razón los sucesos recientes nos han hecho recordar a Eric Voegelin y su La Nueva Ciencia de la Política, de 1952. En dicha obra, de la misma colección a la que pertenecen La Condición Humana de Hannah Arendt y Derecho Natural e Historia de Leo Strauss, Voegelin, entre otras cosas, analiza la teoría de la institución del jurista francés Maurice Hauriou. Hauriou se había abocado al estudio de la institución durante el declive de la Tercera República francesa, al borde de la desintegración de la sociedad. Según Hauriou, la primera tarea de un poder gobernante es la creación de una "nación políticamente unificada transformando una multiplicidad preexistente y desorganizada en un cuerpo organizado para la acción". La tarea del gobernante es concebir la idea directriz de la sociedad y realizarla históricamente. "La institución está perfeccionada exitosamente cuando el gobernante ha devenido subordinado a la idea y cuando al mismo tiempo el consentimiento costumbrista de los miembros es alcanzado. Ser un representante significa guiar, en una posición dominante, el trabajo de realizar la idea a través de una encarnación institucional" (The New Science of Politics, p. 48).

Hauriou, continúa Voegelin, deriva de aquí una serie de proposiciones sobre la relación entre el poder y el derecho: "(1) La autoridad de un poder representativo precede existencialmente la regulación de este poder por el derecho positivo. (2) El poder mismo es un fenómeno del derecho en virtud de su base en la institución; en la medida en que un poder tiene autoridad representativa, puede sancionar derecho positivo. (3) El origen del derecho no puede ser encontrado en regulaciones legales sino que debe ser buscado en la decisión que reemplaza una situación litigiosa por poder ordenado" (The New Science of Politics, pp. 48-49). Sin duda, nuestros lectores advertirán el eco schmittiano de estas consideraciones, sobre todo debido a que Voegelin había sido influido por e incluso, creemos, estudiado con Schmitt, pero además debido a que Hauriou, a la vez, había influido mucho en Schmitt.

Pero lo que más nos interesa es el párrafo siguiente, el cual parece haber sido escrito por un televidente asiduo de Telesur en el último mes, y que culmina la breve discusión de Voegelin sobre la teoría de Hauriou (teoría que, insistimos, había nacido en el contexto de un colapso representativo):  "Para ser representativo, no es suficiente que un gobierno sea representativo en el sentido constitucional (nuestro tipo elemental de instituciones representativas); también debe ser representativo en el sentido existencial de realizar la idea de la institución. Y la advertencia implicada puede ser explicada en la tesis: si un gobierno no es nada sino representativo en el sentido constitucional, un gobernante representativo en el sentido existencial tarde o temprano lo va a destruir; y muy posiblemente el nuevo gobernante existencial no será muy representativo en el sentido constitucional" (Eric Voegelin, The New Science of Politics, p. 49).

Queda por discutir por qué el gobierno de Venezuela insiste con la farsa constitucional una vez que la representación existencial se ha apoderado de la sociedad. Vamos a seguir buscando en la biblioteca.

domingo, 10 de marzo de 2013

Con la Constitución en la Mano




Las dificultades constitucionales de Venezuela son fácilmente explicables, con independencia de los problemas que provoca animarse a llevar a cabo toda transformación revolucionaria.

En primer lugar, si bien se suele decir que es deseable tomar decisiones políticas con la Constitución en la mano, en Venezuela semejante expresión es un arma de doble filo. En efecto, su Constitución está al alcance la mano, y de hecho algunos jueces de manos no muy grandes pueden tomar decisiones con más de un ejemplar en cada mano (el nuevo Presidente juró con la Constitución literalmente cubierta por su mano, y Edmundo Rivero pudo haber sostenido un container de ejemplares en la mano, pero el suyo era un caso especial), pero precisamente por eso es casi imposible que puedan leerla. Sólo un juez descendiente de halcones, o provisto del ojo biónico de Steve Austin o de un microscopio electrónico, podría leerla. De ahí que no podemos criticar a las autoridades políticas y judiciales de Venezuela por haber entendido cualquier cosa, por ejemplo, confundir al Vicepresidente del Poder Ejecutivo con el Presidente de la Asamblea, o creer que una asunción presidencial puede tener lugar sin el presidente (nos permitimos referir a nuestra discusión de esta cuestión, la cual resultó ser profética, creemos que nunca más apropiado el término que en este contexto: El Pueblo elegido), cuando ni siquiera pueden leer la Constitución.

En segundo lugar, el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela tiene treinta y dos miembros, tal como nos lo recuerda una excelente nota de Página 12 de hoy (No estuvo bien). La imposibilidad de leer la Constitución se agrava notoriamente debido a que con semejante composición es imposible siquiera que los jueces del alto tribunal puedan trabajar juntos. Da escalofrío de hecho pensar sólo en las complicaciones de tránsito en los alrededores que provocaría una reunión del Tribunal a pleno, o dónde podrían ir a almorzar: deberían alquilar un restaurant entero para hacerlo. En efecto, una mesa para treinta y dos es un restaurante. Y para poder sesionar el Tribunal debería lisa y llanamente alquilar un Salón de Fiestas (uno de los miembros de La Causa de hecho estuvo el viernes en una fiesta de quince en la Sociedad Cosmopolita de Socorros Mutuos de Olivos, y lo recomienda pero para una media sesión del Tribunal, o una sesión para la mitad de los miembros. Para una sesión plena y para evitar disgustos convendría alquilar el Luna Park). A esto hay que sumarle dificultades tales como qué pasaría si uno de ellos no soportara el ajo o el olor al ajo y justo alguno de los otros treinta y uno justo comido ajo recientemente, o si no todos fueran estrictos en sus hábitos higiénicos o no se bañara regularmente, o tuviera intolerancia a la lactosa, o vaya uno a saber qué otra eventualidad pudiera suceder.

La siguiente e histórica escena de "Una Noche en la Ópera" de los Hermanos Marx, creemos, nos da una buena idea de cómo es un reunión estándar del Tribunal Supremo de Venezuela, a la cual por obvias razones no pueden asistir ni los secretarios letrados, ni relatores, sino pura y exclusivamente sus miembros:

  

lunes, 4 de marzo de 2013

Terroristas pero honrados





El tratado con Irán sigue dando que hablar (dicen que para muestra basta un botón). Cristina tiene razón en parte en lo que dijo en su discurso de apertura de sesiones en el Congreso. ¿Qué es lo peor que puede pasar como resultado del tratado con Irán? ¿Que el Congreso, esa manga de inútiles, haya perdido tiempo aprobando un tratado que es asimismo inútil? ¿Acaso el Congreso se supone que sirve para algo además de hacer lo que el Poder Ejecutivo le presenta para la firma? ¿Alguien siquiera esperaba que en unos días (hasta los diputados kirchneristas se enteraron por TV del acuerdo) los miembros del Congreso leyeran los cientos de miles de fojas de la causa como para poder informarse al momento de deliberar acerca del tratado con Irán al respecto? En realidad, 200.000 fojas no son tantas si las reparten entre unos 300, son menos de 300 fojas por diputados, y cada uno de los diputados podría haber votado por la información que conocía, y aplicando el famoso argumento de la suma de la Política aristotélica (libro tercero, 1281a40-b10), cada uno opinando sobre la parte que leyó podría haber contribuido a una mejor decisión que si todos hubiesen leído todo. Tampoco nos vamos a quejar por la falta de colaboración entre el Canciller y el Congreso, sólo porque el Canciller no acertó una vez el nombre de los jefes de bloque en Diputados con los que tuvo que tratar en público por televisión y a los que muy probablemente haya conocido en esa oportunidad. O quizás le cueste asociar rostros con nombres. Debe haber un nombre para eso. Quizás se trate de otro caso de legislación express, que bien puede contribuir a una mejora en eficiencia parlamentaria.

Pese a todo, La Causa se empecina en defender el debate republicano, pero se nos ríen en la cara en los bares y encima nos empapelan la ciudad con pósters en los que se mofan de nuestras derrotas. A veces pedimos una señal al cielo para seguir creyendo en la república, y nos contestan con Lilita. Así no va. De hecho, por momentos es difícil resistir la tentación de creer que Dios nos está poniendo a prueba.

En cuanto al aserto presidencial en relación a que Irán se va a comprometer (si es que firma el tratado) con su palabra precisamente dado que se trata de un tratado, Cristina también puede tener razón al respecto. El hecho de que Irán de vez en cuando cometa un acto terrorista y probablemente un delito de lesa humanidad no lo hace menos confiable o menos respetuoso del derecho internacional. De hecho, nos hace acordar a esa escena de Rigoletto en la que Maddalena, enamorada del Duque a quien su hermano Sparafucile debía matar, le ruega a Sparafucile que no mate al Duque sino que mate a Rigoletto en su lugar, lo cual de hecho le iba a convenir aún más en términos económicos. Sparafucile, indignado, le contesta que él le había dado su palabra a Rigoletto y firmado un contrato con él por el cual debía matar al Duque, y le dice de manera inolvidable: "¿Acaso soy un ladrón? ¿Acaso soy un bandido? ¿Qué cliente fue traicionado por mí? Este hombre me paga, a él le seré fiel". Sparafucile es un hombre de principios. No tenemos razones para dudar de que Irán lo sea también (posición digna de Marcos Aguinis, tal como ya lo hemos visto: Al menos tenían Ideales).

Por si esto fuera poco, seguimos entregando. Bonus track: el diálogo entre Maddalena y Sparafucile, con su cénit en 1:38, pero vale la pena ver toda la escena, cinco minutos de una verdadera joya verdiana, en esta versión fílmica de Rigoletto (encima con el Sparafucile de Feruccio Furlanetto, y Edita Gruberova como Gilda [la hija de Rigoletto, por supuesto, no nuestra Gilda, Gilda Gilda, como diría Pichetto]).