martes, 24 de diciembre de 2013

Big Bang Brienza

La Ley de Brienza es tan enjundiosa que con la sola entrada que le dedicamos hace poco ni siquiera empezamos a hacerle justicia (La Ley de Brienza).

Por ejemplo, nos olvidamos de señalar que mientras que en el pasado Diana Conti había ensayado una justificación para delitos comunes como el de corrupción cometidos por la causa (derecho penal para todxs) y Carta Abierta trataba de atenuar los efectos que tales delitos comunes podían tener sobre la imagen del Gobierno (Carta Abierta), Brienza va todavía mucho más lejos y propone su ley para esta vez acometer la ciclópea meta de mostrar cómo ni siquiera los delitos de lesa humanidad pueden hacer mella en el Gobierno.

Además, fieles al proverbio "dime cuál crees que es el descubrimiento más importante de la civilización occidental y te diré quién eres", creemos que mientras que para pensadores como Carl Schmitt el descubrimiento es el Estado y para Carlos Nino los derechos humanos, para Brienza, a juzgar por su subordinación de los DD.HH. al cristinismo, se trata de este último.

También habíamos pasado por alto la honestidad intelectual de Brienza de referirse a las "dudas que, por primera vez, generaba un acto de gobierno en aquellos que simpatizaban, militaban, apoyaban la administración kirchnerista". El hecho de que el caso Milani fuera el primero en generar tales dudas nos dice muchísimo no sólo sobre estos simpatizantes kirchneristas sino además sobre la entidad del caso.

Pero el hallazgo más extraordinario de la Ley de Brienza que pasamos por alto reside en las preguntas siguientes que Brienza se hace en la nota: "¿Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y Norma Arrostito hubieran secuestrado a Pedro Eugenio Aramburu, por ejemplo, el día 16 de abril de 1996? ¿Von Wernich habría dejado de ser el Queque si se hubiera quedado en Concordia?". Brienza mismo tiene parte de responsabilidad en que hayamos omitido este hallazgo ya que debido quizás a su modestia él sostiene en la nota que "así formuladas las preguntas son... estúpidas". Sin duda, la modestia de un pensador insigne no es excusa para una pobre lectura de su obra, pero nuestros lectores estarán de acuerdo en que lectores como nosotros bien pudimos habernos confundido por la exagerada autocrítica de Brienza.

El punto es que escondida tras estas preguntas Brienza anuncia al mundo la defensa no sólo de la culpabilidad circunstancial, tal como habíamos visto, sino además la tesis pionera de lo que podríamos llamar culpabilidad contrafáctica. Con lo cual, para que un sujeto X fuera culpable de un acto Y según Brienza no es suficiente que X haga Y en un tiempo T (y por T entendemos el tiempo histórico por así decir de la acción) sino que además X tendría que haber hecho Y en T + 1 (es decir en un tiempo T posterior), tal como lo sugiere el ejemplo de Aramburu, y si nos apuran nos animamos a sugerir que la tesis sería aún más fascinante si agregara que la acción debería haber sido realizada en el pasado, i.e. X tendría que haber realizado la acción en T - 1.

En otras palabras, y para ilustrar la teoría de la culpabilidad de Brienza, para poder creer que Milani es culpable de haber cometido delitos de lesa humanidad, digamos en 1976, tendría que haber sido capaz de cometerlos contrafácticamente después de 1976, digamos en 1996 (o ahora para el caso), pero antes también, digamos en 1975, por no decir en todos los mundos posibles, tanto en términos temporales y nos animamos a agregar espaciales. Para dar otro ejemplo, para poder reprocharle a Hitler el Holocausto, no sólo tendría que haberlo cometido entre 1941 y 1945, como lo hizo, sino además, digamos, entre 1932 y 1939, y entre 1955 y 1960 (nos preguntamos si la conveniente muerte de Hitler en 1945 lo exonera entonces de la culpabilidad que Brienza llama "absoluta" y sólo permite que le imputemos entonces una culpabilidad circunstancial). Sea como fuere, notará el lector la influencia quizás de la física cuántica o de la teoría de cuerdas, probablemente el guiño implícito a la repercusión del personaje de Sheldon Cooper en "Big Bang Theory" (quienes tengan tiempo querrán ver al menos el primer minuto del clip siguiente).




Sin duda, la tesis brienzana de la culpabilidad, si bien es fascinante, parece ser algo laxa. Y no faltarán quienes como resultado de la Ley de Brienza propongan una tesis contrafáctica pero de la inocencia antes que de la culpabilidad, de tal forma que sólo podríamos estar seguros de que alguien es inocente no sólo si no cometió el acto en el tiempo real, sino que sólo lo estaremos si además jamás podría haber cometido el acto en el pasado (i.e. antes de su comisión efectiva) y en el futuro. Sin embargo, quienes se dedican al mundo de la teoría en todas sus manifestaciones estarán de acuerdo en que no podemos juzgar a una teoría por sus consecuencias, sino sólo por sus méritos. Ahora es el turno de nuestros lectores para que saquen sus propias conclusiones.


lunes, 23 de diciembre de 2013

La Ley de Brienza

Hernán Brienza hace muy poco hizo un invalorable aporte para lograr un amplio consenso entre oficialistas y opositores al sostener que no nos merecíamos a Cristina (lo que vos te merecés). No contento con su contribución al avance de la filosofía política nacional, Brienza ayer decidió agregar al sayo de periodista militante el de filósofo moral y del derecho que podría cambiar el destino de la reflexión filosófica al menos de Occidente.

En efecto, en su nota de hoy en defensa del ascenso de Milani, Brienza desafía una dicotomía que hasta hoy imperaba sin oposición alguna en el territorio de la moral y del derecho, i.e. la dicotomía entre culpabilidad e inocencia, al introducir la noción de culpabilidad “acorde a las circunstancias”. Quizás quede más claro el lugar que ocupa la nueva noción de culpabilidad si la aplicamos al caso de Milani, tal como lo hizo Brienza, probablemente para ayudarnos a comprender mejor su desafiante e innovadora teoría.

En primer lugar, tenemos la inocencia colombina o absoluta. Brienza sostiene que si Milani fuera inocente, no habría controversia alguna. Pero la controversia misma sobre Milani, reconoce Brienza en otro de los gestos magnánimos que lo caracterizan, explica por qué “Nadie cree en su sano juicio que Milani es absolutamente inocente”. En otras palabras, Brienza, ferviente defensor del modelo kirchnerista, podría haber sostenido que Milani es inocente, pero no lo hizo.

Sería natural entonces suponer que, dada la vieja dicotomía inocencia-culpabilidad, como Milani no es inocente entonces no queda otra alternativa que sostener que Milani es culpable. Sin embargo, Brienza sostiene que “nadie puede afirmar que Milani es absolutamente culpable” [el subrayado es nuestro]. De ahí que para Brienza, Milani habite un limbo intermedio entre la culpabilidad absoluta y la inocencia absoluta, y este limbo designa lo que Brienza llama la culpabilidad “acorde a las circunstancias”. Esta culpabilidad circunstancial, huelga decirlo, es menor a la culpabilidad tradicional o absoluta, y permite que, v.g., el culpable sea ascendido a Teniente General.

Vale destacar que si bien la tesis de la culpabilidad “acorde a las circunstancias” es creación de Brienza, la magnanimidad de Brienza es tal que reconoce la inspiración que le brindó la siguiente cita de Balzac: “los principios no existen; lo único que existen son los hechos. No hay ni bien ni mal, ya que éstos son sólo circunstancias”. Envalentonado por su nueva categoría de culpabilidad, Brienza sostiene triunfante: “El problema, entonces, no está en qué haya hecho realmente Milani o Bergolglio o tantos otros durante la dictadura militar. La cuestión se encuentra en qué tan alto se ponga el listón del juicio, la exigencia moral, sobre las acciones, las conductas, y las decisiones de quienes vivieron aquellos años. Y utilizar una vara correcta para no andar cambiándola según las conveniencias políticas”.

Es sobre la base de estas consideraciones que nos tomamos el atrevimiento de formular “la ley de Brienza”, en homenaje a su creador: la culpabilidad circunstancial es inversamente proporcional al listón del juicio o exigencia moral.

Ahora bien, Brienza mismo, magnánimo que es, comprenderá que como ha sucedido en casi todos los casos de las grandes innovaciones en el campo de las ciencias sociales y humanas, la primera reacción es la del escepticismo y miedo al cambio (por no hablar del resentimiento por no haber sido nosotros los descubridores o innovadores), y de ahí que nos asalten las dudas siguientes:

1. ¿La culpabilidad circunstancial no podría ser llamada en realidad también inocencia circunstancial? ¿Se trata del famoso caso de las dos caras de la misma moneda?
2. ¿Acaso no toda culpabilidad es circunstancial, de tal forma que siempre evaluamos si las circunstancias justifican o no la acción realizada, y si lo hacen entonces el agente queda exonerado de responsabilidad, y si no, no? ¿No es entonces su tesis redundante, o peligrosamente apta para justificar lo injustificable, como la obediencia debida?
3. La culpabilidad circunstancial ¿elimina la vieja culpabilidad serpentina o absoluta o permite que esta última subsista, por ejemplo, para el caso de que los culpables no sean kirchneristas? Seguramente comprenderá Brienza que aunque los especialistas estén dispuestos a aceptar la ley de Brienza, no muchos compartirán entonces uno de sus corolarios: la culpabilidad circunstancial es directamente proporcional al compromiso del culpable con la causa kirchnerista (y a la infalibilidad de Cristina, por si hiciera falta aclararlo).
4. Si Brienza cree que no existen los principios, ¿cómo explica él que los principios parezcan ser aplicables para los culpables circunstanciales que desean estudiar en la UBA pero no para ser Jefe del Ejército?
5. ¿Cree Brienza que la frase “el pensamiento estratégico siempre sirve más para entender los hechos que la lógica binaria de malos contra buenos” se aplica entonces también a Videla, y que este último fue culpable sólo acorde a las circunstancias?
6. ¿Cree Brienza que la diferencia la hace la cantidad? ¿Un par de violaciones de DD.HH. no son comparables a un genocidio?
7. ¿O será acaso la edad del que comete la acción la clave, en cuyo caso, v.g., la juventud de Astiz también sería relevante?
8. ¿O la clave está en el lugar que ocupaba el sospechado al momento de cometer la acción? ¿Cómo explicar entonces que Milani hoy en día sostenga que no sabía en ese entonces que las desapariciones tenían lugar en la Argentina en absoluto? ¿Puede ser que este Wunderkind de la Inteligencia militar no se hubiera dado cuenta a esa temprana edad de lo que estaba pasando? ¿Tiene sentido hacer entonces una excepción por él? (el General tiene quien lo ascienda)

Quizás nos estamos tomando a Brienza demasiado en serio, ya que lo que hizo tal vez no fue sino parafrasear uno de los monólogos de Louis C. K. en el que el humorista distingue entre creencias "por supuesto" y creencias "tal vez", de tal forma que "por supuesto", está mal violar derechos humanos, pero "tal vez" si el sospechado es kirchnerista, entonces no está tan mal como parece. Si éste fuera el caso, entre irónicos no nos vamos a dar cornadas. Acá va el video:







domingo, 22 de diciembre de 2013

El General tiene quien lo ascienda

Horacio Verbitsky publicó en Pagina 12 de hoy una nota muy interesante sobre la designación del General Milani como nuevo Jefe del Ejército. Verbitsky, con razón, sostiene que basar el ascenso de Milani en la presunción de inocencia no tiene mayor sentido. Ante la pregunta de por qué fue ascendido, la respuesta oficialista es algo así como: "no cometió ningún delito de lesa humanidad", o peor aún en realidad: "todavía no ha sido probado que lo haya cometido". Es como si a alguien le preguntáramos por qué, v.g., eligió cierto peluquero y la respuesta fuera "no cometió ningún delito de lesa humanidad", o peor aún en realidad: "todavía no ha sido probado que lo haya cometido". Se supone que ser Jefe del Ejército requiere cierta idoneidad profesional, intelectual y moral (tal como sucede, v.g., con un peluquero, y quizás incluso mayor), y que a toda la administración pública se le exige por ley que no tenga antecedentes penales. La discusión parece ser redundante.

Verbitsky también tiene razón al invocar mediante una referencia a Emilio Mignone que para ocupar el cargo uno deposita además cierta "confianza... política, no en el sentido partidario pero sí en el sentido institucional, por cuanto es en aquellos hombres en quienes se depositan las armas de la República y, con ello, la suerte de la vida y la libertad de los argentinos", por lo cual las declaraciones de Milani no nos habían despertado confianza alguna, tal como lo habíamos indicado (click). Por lo demás, Milani no tiene un talento natural para la inteligencia militar, a pesar de que pertenece a la misma, ya que alega no haber sabido de desapariciones durante su carrera bajo la dictadura militar.

No es menos apropiado el comienzo de la nota: "El ascenso del ahora teniente general César Milani es un grave error político", aunque las razones por las que Verbitsky cree que se trata de un error político no son muy convincentes. En efecto, según Verbitsky, "afirmar que ello invalida la política de derechos humanos de la última década revela un sesgo deliberado", y esto se debe a su vez a que "esa pretensión [de invalidar] no proviene de quienes han luchado por la memoria, la verdad y la justicia, sino de aquellos que siempre se opusieron o al menos fueron indiferentes a todo avance en esa dirección", como si la designación de Milani sólo fuera un error político. Tal como hemos repetido millones de veces, las violaciones de derechos humanos son lo suficientemente graves como para que la discusión sobre la autoridad moral de quién los invoca sea irrelevante. ¿Acaso toleraríamos semejantes crímenes sólo porque quienes denuncian su comisión no creen en los derechos humanos?

Finalmente, al Gobierno le queda un argumento para defender el ascenso de Milani. Según este argumento, en lugar de darle tanta importancia a la dimensión moral o las violaciones de derechos humanos, deberíamos tomar a Milani desde un punto de vista orgánico, total. Quizás Milani tenga varias virtudes que no han sido puestas sobre el tapete. Tal vez sea un gran conversador o un eximio jugador de tute. Es más, jamás alguien alegó que Milani haya cortado un rama, qué decir haber talado un árbol (un tema que alguna vez fue muy sensitivo para el Gobierno) o de haber espiado a alguien por teléfono.

Es natural que este argumento nos remita otra vez a aquella gran película de Mel Brooks, "Los Productores" (la original de 1968 con Zero Mostel y Gene Wildner, no la reciente "remake"), en la que los productores contratan a Franz Liebkind, el autor de "Primavera para Hitler", y el autor insiste en que la mala fama de Hitler sólo se debía a la propaganda aliada (a partir de 1:43'):




- No mucha gente sabía que el Führer era un gran bailarín.
- ¿En serio? Nunca siquiera soñé que...
- Eso es porque Ud. fue engañado por la propaganda aliada. Decían mentiras, mentiras! Pero nadie nunca dijo algo malo sobre Churchill. Churchill, con sus cigarros, su brandy, su pintura podrida. Hitler, él sí que era un pintor: podía pintar un departamento entero en una tarde, dos manos.
- Exactamente por eso...
- Déjenme que les diga esto: Hitler era más apuesto que Churchill, contaba chistes más graciosos...
- Exactamente por eso... queremos producir esta obra, para mostrarle al mundo el verdadero Hitler. El Hitler que Ud. amó, que Ud. conoció, el Hitler con una canción en su corazón. Aquí, firme aquí. Haga realidad su sueño.
- Aquí está "Primavera para Hitler", sellada, firmada y entregada. ¿Qué te pasa?
- No me importa el acuerdo, no voy a usar este brazalete.


jueves, 19 de diciembre de 2013

Al César lo que es del César: Repetición de una Entrada del Blog (24/07/13)



El ascenso del General César Milani a la jefatura del Ejército—aunque curiosamente sólo su ascenso y no la condición misma de militar en actividad—representa todo un desafío, tanto para kirchneristas como para kirchnerólogos, debido a las denuncias que lo vinculan a la última dictadura militar, las cuales han llevado a que un kirchnerista con credencial al día como Horacio Verbitsky haya aconsejado que Milani diera un paso al costado.

Nuestros lectores no sólo recordarán la entrada anterior (acá se viene a militar) sino que seguramente habrán advertido la similitud que existe entre la aporía kirchnerista actual con la teodicea o la superación del desafío que representa la existencia del mal en el mundo con la existencia misma de Dios. Si Dios es todopoderoso y bueno, entonces ¿cómo explicar la existencia del mal en el mundo? Dios puede ser solamente bueno, lo cual explicaría la existencia del mal al precio de la omnipotencia divina. Dios puede ser omnipotente y probablemente decidir no ser bueno, lo cual también explicaría la existencia del mal pero a expensas de la bondad divina. Negar la existencia del mal en el mundo a esta altura no es una opción para nadie.

En lo que atañe directamente a la Presidenta, la situación es básicamente la misma. Parece ser imposible reconciliar las tres proposiciones siguientes:

(A) Cristina es todopoderosa.
(B) Cristina es buena.
(C) Milani existe.

Cristina, sin duda, es omnipotente. Sin embargo, no parece ser fácil reconciliar su bondad con su defensa del ascenso de Milani a la jefatura del Ejército.

Es innegable que la existencia diabólica de Clarín podría explicar no sólo la existencia del mal y la de Milani, sino que además podría explicar fácilmente cómo llegó la carpeta de Milani a la Presidencia de la Nación, lo cual hizo quizás que Cristina equivocadamente lo propusiera. Pero en tal caso, si bien Cristina podría ser considerada buena, no podría obviamente conservar su omnipotencia. Si insistiéramos con su omnipotencia, no quedaría otra alternativa que suponer que Cristina sabe que Milani tiene vínculos con la dictadura militar y sin embargo lo defiende, lo cual nos lleva a fojas cero.

Una primera salida institucional para el Gobierno podría consistir en tomar el camino católico de la infalibilidad del líder espiritual, que tan buenos resultados le ha dado a la Iglesia Católica. Una segunda salida, por si quedaran dudas respecto de la primera, podría ser sostener que la defensa de Milani responde a razones estratégicas, las mismas que explican la alianza kirchnerista con el conglomerado mediático diabólico aproximadamente entre el año 1 y el 4 d.K. Dentro de unos años, Milani podría ser desplazado a las filas diabólicas, tal como le ha sucedido a antiguos socios kirchneristas, entre ellos dicho conglomerado mediático diabólico. La discusión en tal caso giraría alrededor de si entonces la Presidenta seguiría siendo tan buena como solíamos creer. Quienes creen que la alianza indicada con quienes tienen las manos manchadas de sangre fue apropiada o no hace mella a la bondad presidencial, seguramente no tendrán problema alguno en creer otro tanto respecto a la alianza con Milani, la cual es insignificante en comparación.

Finalmente, siempre le queda al kirchnerismo—y por lo tanto a la kirchnerología—lo que el Cristo de Milton respondió frente al desafío de su archirival, Satán: “quien recibe la luz desde arriba, de la fuente de la luz, no necesita de otro doctrina, aunque fuera verdadera” (Paraíso recobrado, IV.288-90). En una época de renovación espiritual como la que estamos viviendo, esta última alternativa bien puede terminar siendo la favorita de los creyentes.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Lo que Vos te merecés

En su habitual columna de Tiempo Argentino hoy Hernán Brienza convoca a que nos hagamos ciertas “preguntas políticas existenciales”, “tras diez años de kirchnerismo: ¿Y si nada de lo hecho tuvo sentido? ¿Y si nada de lo hecho, si ningún esfuerzo, ninguna batalla, ninguna obra tuviera sentido haber sido realizada? ¿Y si, finalmente, este pueblo no se merece absolutamente nada más que ser vapuleado por el liberalismo conservador y los sectores dominantes?”. Nos da la impresión de que el credo que subyace a esta nota de Brienza es una paráfrasis de Forster (no Ricardo, sino E. M.): “si tuviera que elegir entre la democracia y el kirchnerismo, espero tener el coraje de elegir la democracia”.

En efecto, el tono derrotista de la nota nos recuerda aquel trágico desengaño político sufrido por Winston Churchill, a quien luego de haber llevado a Gran Bretaña a la victoria frente a la amenaza nazi, el muy ingrato pueblo británico le dio la espalda en las elecciones generales luego de la guerra, dándole a la vez la victoria al laborismo. Si Churchill fue abandonado por el pueblo británico, ¿cómo no iba a serlo Cristina por el argentino? A veces uno cree que el pueblo argentino, gaucho que es, jamás haría algo semejante, pero, como dice Brienza “la política es una tarea ingrata”. A todo esto, nos da la impresión de que Brienza dramatiza el resultado de las últimas elecciones, ya que parece olvidar que el kirchnerismo sigue siendo la fuerza política más importante del país. Que Brienza no se deje llevar por el antikirchnerismo, al menos por ahora.

Comprendemos el malestar de Brienza cuando declara que “Diez años, una ‘década ganada’ [el entrecomillado es original], para que millones y millones de argentinos bailen al compás de la conga hecha por un mentiroso desmesurado que envenena el alma de los argentinos los domingos a la noche”. En efecto, a pesar de que el Gobierno intentó apelar a la política pública imperial de opacar la mentira desmesurada con nuestra religión secular que es el fútbol, sin embargo ganó la mentira. Es una suerte que tengamos un estándar para distinguir cuándo los números le dan la razón a la verdad, como por ejemplo cuándo los millones votan al kirchnerismo, cuándo “de buenas a primeras millones de argentinos votan a un muchacho insustancial de risa prefabricada” (Brienza tuvo la entereza de no recordarnos que se trata del mismo “muchacho insustancial de risa prefabricada” que había manejado la ANSES y sido Jefe de Gabinete bajo el kirchnerismo, pero que después no tuvo mejor idea que presentarse a elecciones: click), y cuándo los millones siguen a la mentira del antikirchnerismo, como cuando por ejemplo ven a Lanata.

Quizás llame la atención que un defensor del discurso nacional y popular haga referencia a los “lúmpenes”, y de ese modo no sólo adquiera un tinte republicano aunque aristocrático y comparta la tesis teológico-reaccionaria sobre la naturaleza y existencia de la maldad humana (click). Aunque quizás no cabe designar de otro modo a quienes cometen delitos bajo un gobierno como el kirchnerista (click). Brienza, magnánimamente, sostiene que el problema no son sólo los lúmpenes o “saqueadores” y “los policías-delincuentes que robaron artículos del hogar” sino también “los gringos hijos de gringos que salieron a cazar motociclistas negros en Nueva Córdoba”. En otras palabras, el kirchnerismo tiene un gran Gobierno, pero su pueblo todavía no está a la altura, porque ante el primer descuido de dicho Gobierno se matan entre ellos: “Bastan unos minutos de negrura para que el argentino se convierta en lobo del argentino”. La referencia a la queja de Coriolano en la obra homónima de Shakespeare es obvia: "¿Qué es lo que pasa? / Que en varios lugares de la ciudad / Uds. gritan contra el Senado, quienes, / Bajo los dioses, los mantienen a uds. a raya, los cuales de otro modo / Se comerían los unos a los otros?"(I.i.181-5).

Entramos en un terreno más farragoso al leer que Brienza concede, per impossibile (al igual que Grocio, y otros antes que él, habían concedido la inexistencia de Dios para mostrar el absurdo de la inferencia según la cual la moral es arbitraria), que el matrimonio Kirchner pudo haber hecho millones de manera ilegal (la suposición no tendría sentido si hubiesen sido obtenidos de manera legal), para luego preguntarse: “¿qué sentido tuvieron esos millones? ¿No habría sido mejor para Néstor Kirchner haber dejado todo y mandarse a mudar al sur a disfrutar de esos millones?”. No queda claro si Brienza trata de sostener (a) no es que los Kirchner sean corruptos sino que son irracionales, o (b) los Kirchner son corruptos pero en aras de un fin noble. Mientras que (a) es contraproducente porque no queremos que nos gobiernen seres irracionales, (b) sugiere cierto maquiavelismo vulgar al que apelan sólo los desesperados cuando su posición es insostenible.

Finalmente, Brienza se hace una pregunta desgarradora: “¿se merecen los argentinos… un Néstor Kirchner?” (o, para el caso una Cristina Fernández, nos animamos a agregar). Como todo gran pensador, Brienza mediante una pregunta aparentemente simple o retórica en realidad plantea una deliciosa ambigüedad inherente a la noción de “merecimiento” y de paso da el puntapié inicial para que los argentinos podamos ponernos de acuerdo, ya que tanto kirchneristas como anti-kirchneristas responderían al unísono que no nos merecemos al kirchnerismo, y/o que el kirchnerismo no es fácil de reconciliar con la democracia. Por suerte, y por ahora, el kirchnerismo y la democracia siguen por el mismo camino.





sábado, 14 de diciembre de 2013

Oh Rousseau, qué de Crímenes se cometen en tu Nombre!




Los saqueos de la semana pasada han traído a la luz otra contradicción rousseauniana del kirchnerismo (en otras palabras, no es la primera vez que pasa: Rousseau y el kirchnerismo). En efecto, por un lado, sobre todo en sus comienzos, el discurso kirchnerista adoptó una posición progresista sobre el delito según la cual el delito es esencialmente provocado por condiciones socioeconómicas defectuosas o antes bien radicalmente injustas. No hay criminalidad en el fondo que resista una redistribución equitativa del ingreso. Al final del camino, lo que subyace a esta concepción progresista del delito es que el ser humano es naturalmente bueno y la sociedad es la que lo lleva a delinquir. El tinte rousseauniano de esta posición es incandescente, al menos en relación al Rousseau del Segundo Discurso tal como se suele designar en la jerga, o Discurso sobre el Origen y el Fundamento de la Desigualdad entre los Hombres.

Sin embargo, a medida que la criminalidad se mostró mucho más inelástica de lo que debería a la luz de la inusitada redistribución equitativa del ingreso de la que el kirchnerismo suele jactarse, el kirchnerismo no tuvo otra alternativa que mudar ideológicamente en lo que atañe a su discurso penal, a menos si es que deseaba continuar jactándose de su redistribución del ingreso. Desde la Presidencia de la República para abajo, se convirtió en un lugar común atribuirle el crecimiento de la criminalidad al pobre desempeño de los jueces penales en su función punitiva.

Es obvio que el desplazamiento del énfasis desde el eje redistributivo o socioeconómico y el papel del Gobierno hacia la actividad de los jueces penales supone adoptar una perspectiva antropológica pesimista, por no decir lisa y llanamente reaccionaria, tal como comentábamos hace muy poco (Contra Rousseau, entre De Maistre y Nietzsche). Esta posición reaccionaria tiene entre sus más ilustres defensores a Joseph De Maistre, aquel célebre monarquista católico (por lo demás enemigo declarado de la democracia precisamente debido a su desconfianza en la naturaleza humana), aunque en nuestro país el más conocido representante de esta teoría antropológica hoy en día tal vez sea Eduardo Feinmann, probablemente autor de la teoría del “uno menos”.

Como era de esperar, los últimos saqueos parecen darle la razón al Gobierno. Quienes cometieron los delitos en cuestión son seres irremediablemente caídos y por lo tanto los que murieron como consecuencia de dichos saqueos bien merecido lo tienen, a juzgar por la posición oficialista. Quizás hablar de merecimiento suene muy fuerte, y convenga decir que según el oficialismo, quienes cometieron los saqueos perdieron el derecho a la vida que de otro modo le corresponde a todo ser humano (lo cual explica las dudas de Estela de Carlotto acerca de quiénes murieron y por qué: eso está por verse).

Es más, no sólo se trató de seres malvados sin más sino de malvados con aspiraciones políticas, ya que el objetivo final de los saqueos fue el de desestabilizar al Gobierno, como no podría ser de otro modo. Así como quienes protestaban en las calles en contra del Gobierno no eran sino destituyentes, qué cabía esperar de quienes hoy lisa y llanamente salen a la calle a cometer delitos. Quienes protestan en contra de este Gobierno y quienes cometen delitos bajo este Gobierno son destituyentes.

Aquí es que aventuramos otro punto de encuentro entre el Gobierno y Rousseau, no menos contradictorio que el señalado más arriba. En efecto, por un lado Rousseau creía que el ser humano era naturalmente bueno, pero por el otro creía que quien cometía un delito, al menos en una república rousseauniana, no sólo era un delincuente sino además un enemigo que se alzaba contra el contrato social: “todo malhechor que al atacar el derecho social se convierte por sus fechorías en rebelde y traidor a la patria, cesa de ser miembro de ella al violar sus leyes, e incluso le hace la guerra” (Del Contrato Social, I.5). Ciertamente, si el régimen político no es sino la encarnación de la moralidad, todo aquel que viole la ley bajo dicho régimen no es meramente un delincuente sino un enemigo del orden político en su conjunto. Así como Rousseau creía que su república iba a encarnar a la moralidad, el discurso kirchnerista parece creer otro tanto, como suele pasar.

Sin embargo, las proyecciones políticas de actos inmorales pueden terminar siendo un arma de doble filo. En efecto, nos hemos enterado de que “la Justicia investigará si hubo ‘un atentado contra el orden institucional’” (Página 12 de ayer). Para el Gobierno, ésta es, tememos, una bendición mixta, como suelen decir en inglés. Si la Justicia confirma que hubo semejante atentado contra la democracia, habría que ver cómo explica el Gobierno el hecho de que prefirió deslindar toda responsabilidad sobre los saqueos al sostener que la seguridad pública es de competencia puramente provincial cuando en realidad el orden democrático federal en su conjunto aparentemente estuvo en peligro durante los saqueos, tal como lo podría dictaminar la Justicia y el Gobierno mismo declara hoy en día a voz en cuello. Dejemos entonces que la causa decante y que el tiempo dé su veredicto.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Contra Rousseau, o entre De Maistre y Nietzsche




La primera reacción del Gobierno ante los últimos acontecimientos que son de público conocimiento fue la de creer que se trataba de una cuestión salarial (ya lo habíamos dicho), y que precisamente por eso no iba a intervenir en ellos.

Pero ahora la posición oficial del Gobierno creemos representada por la Presidenta de la República es que se trató de un complot, una confabulación contra el Gobierno y por lo tanto un acto de naturaleza política (planificación). Suponemos que mediante esta última tesis el Gobierno trata de defender no sólo su cambio de opinión sino su muy pobre reacción ante dichos acontecimientos.

En realidad, hay dos grandes maneras de entender los acontecimientos. Ambas interpretaciones coinciden en que se trató de acontecimientos criminales, pero están en desacuerdo sobre la naturaleza del delito y quién lo cometió. Se trata de la antigua discusión sobre el delito en sí. Algunos toman el camino que podríamos llamar rousseauniano de creer que la explicación del delito es básicamente socio-económica: el ser humano es bueno, pero se ve forzado a cometer actos violentos debido a una pobre o muy pobre redistribución del ingreso.

Otros creen que la gente adolece de un pecado original o ha sufrido una caída como dice la teología, y por lo tanto comete actos malvados. Quizás el más famoso representante de esta interpretación sea Joseph De Maistre y por eso bien puede ser llamada “reaccionaria”. En sus Les Soirées de Saint-Pétersbourg De Maistre sostiene que « toda subordinación reposa sobre el verdugo ; (…). Quitad del mundo este agente incomprensible ; en el instante mismo el orden hace lugar al caos, … y la sociedad desaparece ». Seguramente De Maistre se apoya en sus reflexiones Du Pape en las que sostiene que « Quien ha estudiado suficientemente esta triste naturaleza, sabe que el hombre en general, si es reducido a sí mismo, es demasiado malvado para ser libre ».

Parecería que ninguna de las dos interpretaciones favorece al Gobierno. La tesis rousseauniana obviamente en lugar de defender al Gobierno es una condena inapelable: luego de diez años de crecimiento ininterrumpido, de índices económicos astronómicos, de recaudaciones fiscales siderales, ¿cómo explicar los saqueos? Obviamente, es por eso que el Gobierno dejó atrás la tesis de la discusión salarial (dado que el país creció tanto, es hora de pedir aumentos de salarios) para adoptar la tesis reaccionaria. El país está mejor que nunca económicamente, pero la gente, que es mala y murmura como dice el tango, comete delitos igual. Sin embargo, a De Maistre le habría llamado mucho la atención que alguien compartiera su tesis antropológica sin estar preparado precisamente para hacer frente a la maldad humana que subyace a esta tesis.

Además, invocar el carácter planificado de los acontecimientos es absurdo; en realidad, es una confesión de la propia incapacidad para hacer frente a la responsabilidad de lo político, que consiste precisamente en ofrecer por lo menos protección a cambio de obediencia. ¿Acaso el Gobierno sólo puede hacer frente al mal desorganizado o espontáneo? ¿O supone acaso el Gobierno que la maldad sólo opera espontáneamente, y sólo está preparado para hacer frente a hechos naturales o humanos espontáneos?

Sea como fuere, el Gobierno decidió seguir adelante con la Fiesta de la Democracia, impertérrito ante las muertes, y de ese modo estetizándolas (y no nos referimos precisamente a Moria Casán), quizás en defensa de la genealogía ante quienes creen que el origen de una institución es irrelevante para la comprensión actual de dicha institución. Nobleza obliga, el Gobierno prueba que en este caso Nietzsche tenía razón: "Sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua, la más larga historia del hombre—¡y también en la pena hay muchos elementos festivos" (La Genealogía de la Moral, II.6).

 

domingo, 8 de diciembre de 2013

La Máscara de los Indignados



La Secretaría General de La Causa decidió romper el chanchito e invitar ayer a la noche al equipo de La Causa a ver la representación de Un Ballo in Maschera de Verdi en el Teatro Colón. El equipo de La Causa, por alguna razón, no pudo evitar la comparación con la decisión de Hitler de enviar a miembros del ejército y trabajadores en la industria militar a Bayreuth con todos los gastos pagos, como recompensa por sus esfuerzos (Frederick Spotts, Bayreuth: A History of the Wagner Festival, p. 190).

La comparación provino del hecho de que a muy pocos de los "huéspedes del Führer" les gustaba la ópera y mucho menos Wagner, de tal forma que estos huéspedes conformaban una audiencia cautiva: no tenían elección, tenían que asistir o asistir: eran transportados en grupos a Bayreuth en un tren musical del Reich, llegaban a las seis de la noche y marchaban en columnas a las barracas en donde eran alojados. A la mañana siguiente se reunían en el teatro en donde recibían folletos sobre Wagner y lecciones sobre la ópera que iban a ver ese día. A la mañana siguiente volvían, siendo reemplazados por otro contingente de huéspedes del Führer (de hecho, en estos “Festivales de Guerra” el Teatro de Bayreuth no estuvo abierto al público en general sino sólo a los “huéspedes del Führer”). Muchos de los soldados muy probablemente habrían preferido seguir peleando antes que escuchar a Wagner. Curiosamente, no hubo comparaciones con sorteos cuyos premios fueran un viaje a Miramar.

De todos modos, quizás la comparación se debió a la "polémica" representación de Un Ballo. En primer lugar, los cantantes no estuvieron a la altura, salvo "honrosas excepciones". En segundo lugar, fue muy curiosa y fundamentalmente, la producción, a cargo de Alex Ollé, de La Fura dels Baus. Todos los cantantes, incluyendo al coro, usaron máscaras durante toda la representación, salvo "honrosas excepciones", muy similares a los protectores craneanos que emplean los forwards en rugby; además, usaron un guardapolvo similar a los que usan los funcionarios de la AFIP en ciertos operativos; y finalmente, casi todo el elenco, quizás en un toque de justicia poética, muere gaseado sobre el escenario una vez que se quitaron los máscaras precisamente al final. Además, durante la representación se proyectaron imágenes en las que no podían falta las máscaras de los indignados. Sólo faltó un clip de "La Máscara", con Jim Carrey.

Sin duda, lo que está en juego es lo que alguna vez puede haber sido una transgresión y hoy no es sino una moda decadente: usar a las óperas como una ocasión de hablar del presente. Vamos a citar el muy importante documento contenido en el programa de la ópera de ayer en las palabras mismas de Ollé: "De la sordidez de la historia desplegada en el libreto fueron surgiendo los hilos que establecieron una conexión estética con el universo ideológico de Orwell y su mundo futurista de 1984, que no hacía más que recorrer el horror a los totalitarismos del siglo XX". Como diría Sheldon Cooper, ¿en cuál de los mundos posibles puede Un Ballo in Maschera, o cualquier ópera del siglo XIX para el caso, tener conexión alguna con sucesos acontecidos un siglo después, a menos que la ópera contara con propiedades prolépticas?

Continúa Ollé, "en la actual crisis del capitalismo, el poder político y el financiero se confunden en una trama corrupta de intereses ambiguos del todo ajenos al bien común. Contra esta utilización cínica del poder se han alzado, en los últimos tiempos, las voces de los indignados, (...). Curiosamente es un personaje global que se caracteriza por llevar la cara cubierta, es decir, por el uso de una máscara. Su intención, sin embargo, es arrancarle la máscara al poder. Es en este sentido que todos los personajes de Un ballo in maschera llevan su máscara de principio a fin. Nadie muestra realmente el rostro desnudo en público. Sólo Ricardo y Amelia, en la intimidad, descubrirán su verdadera identidad". Obviamente, se debe a que "esta historia contiene, pese a todo, una historia de amor. El resto es toda mentira". Para finalizar, la "última máscara, la del baile, tal vez sea, en una pesadilla de tintes surrealistas, una máscara de gas que logre proteger, a los supervivientes, de su propio terror a una muerte masiva".

La cuestión, en el fondo, es: ¿por qué esta necesidad imperiosa de usar a la ópera, o al arte en general, como una ocasión para el anacronismo? ¿Acaso la suposición es que el público se olvida de su realidad y necesita que se la recordemos en el teatro? Suponiendo que el público fuera olvidadizo, de ahí no se sigue que alguien tiene el deber de recordarle cómo es la realidad.

Por otro lado, el problema obviamente no es la política de la representación. Si fuéramos fieles a las intenciones y contextos originales, esto permitiría que el significado de la obra emergiera tal como es, sea que la obra fuera conservadora o revolucionaria para el caso. Además, es la única manera de ser fieles a la historia, de concederle autonomía frente al presente y de paso poder aprender de ella. Pero para aprender de la historia tenemos que dejar de subordinarla al presente. Precisamente, el anacronismo no es sino una disposición ingenua o perversa de suponer que la historia no existe, que todo es presente, y por lo cual el anacronismo es el mejor antídoto contra cualquier propuesta genuina de cambio.

Nada más revolucionario hoy que una producción como la que se muestra en este clip de Carlo Bergonzi, quizás uno de los mejores tenores verdianos de todos los tiempos, en vivo aparentemente, no sabemos cuándo ni dónde (irónicamente, como en una producción contemporánea):


 


Y si hay miseria, que no se note: un Plácido Domingo muy joven, quizás en el Teatro Covent Garden de Londres, por 1975:

  

jueves, 5 de diciembre de 2013

Hobbes no era hobbesiano




Muy pocos pudieron resistir la tentación de describir los fenómenos acaecidos en Córdoba en términos de un "estado de naturaleza hobbesiano" (ENH), debido a que se suele creer que semejante escenario representa al ENH por antonomasia. Sin embargo, el ENH sólo ocasionalmente tiene en cuenta escenarios como el cordobés de hace dos días.

En primer lugar, la mera invocación del ENH conjura inevitablemente la imagen de una situación caótica de violencia indiscriminada junto con la imposibilidad de invocar superioridad moral alguna. Sin embargo, si lo que tuvo lugar en Córdoba fue un saqueo en la acepción estándar de la palabra, entonces en dicha situación quizás hubo violencia indiscriminada, pero es obvio que tuvo lugar cierta superioridad al menos normativa y por parte de quienes fueron víctimas de los saqueos. Quienes saquearon suponemos no tenían derecho a actuar y quienes fueron sus víctimas precisamente tenían derecho a no ser saqueados, derecho que es la sombra lógica del deber por parte de quienes saquearon de abstenerse de realizar semejante conducta. En otras palabras, el problema es la impunidad, típico material del que están hechas las películas de buenos y malos.

En segundo lugar, en el ENH es sabido que no existe derecho a la propiedad; tal derecho sólo surge con la aparición del Estado. Hobbes por momentos parece reconocer que existe cierta superioridad normativa en el ENH, pero que la estructura de la interacción es tal que impide reconocer quiénes son normativamente superiores (o inferiores para el caso). De ahí que por momentos la estructura de la interacción es causa y efecto del conflicto, y por lo tanto no podría exigirse otra conducta en el caso de que una parte ejerciera su libertad en perjuicio de la otra. Se trata de una situación en la cual «no podemos reconocer a los buenos entre los malos, […] también a los buenos y a los modestos les pesa perpetuamente la necesidad de desconfiar, precaverse, anticipar, subyugar y defenderse de cualquier modo» («Prefacio», Elementos Filosóficos. Del Ciudadano).

En tercer lugar, Hobbes reconoce que existe una «proclividad natural de los hombres a herirse mutuamente, que deriva de las pasiones, ... en verdad principalmente de su vana autoestima». Pero cree que dicha proclividad es acompañada por el «derecho de todos a todo, por el cual uno ataca con derecho, el otro se resiste con derecho» (EFDC, i.12). Con lo cual, el problema no es psicológico o moral, sino jurídico. El caso central del ENH debería ser entendido entonces como un conflicto de derechos, y no como una situación de impunidad o de falta de motivación a cumplir con la ley.

Hobbes cree además que la religión y la ideología tienen un lugar destacado dentro de la explicación del conflicto político: «ninguna guerra es más feroz que la que se libra entre las sectas de la misma religión y las facciones del mismo Estado, cuando la contienda es o bien sobre doctrina o bien sobre prudencia política» (EFDC, I.5). De ahí que incluso la preservación de la vida pueda quedar relegada en la lista de prioridades de los agentes políticos hobbesianos: «todo signo de odio y desprecio provoca a la pelea y a la lucha más que todo lo demás, hasta tal punto que muchos prefieren perder la vida y mucho más la paz antes que sufrir contumelia» (EFDC, iii.12). En otras palabras, no sólo los derechos sino las creencias en general pueden servir de base a la simetría normativa del estado de naturaleza (lo cual es el material del que están hechas las películas de gladiadores, o las tragedias en general).

Asimismo, no hay que olvidar que si la impunidad fuera el problema, el Estado jamás sería desafiado si se comportara como un Leviatán, y sin embargo lo que provocó la reflexión política de Hobbes fue precisamente la guerra civil, la caída del Leviatán. Tampoco podemos olvidar que si bien Hobbes creía que el ENH era lo peor que nos podía pasar, había otro estado de naturaleza en el que nos aconsejaba entrar (el internacional) para dejar atrás el estado de naturaleza originario o doméstico, por lo cual no todo ENH es por eso necesariamente indeseable, al menos para Hobbes (quienes estén interesados pueden consultar "Hobbes y la autonomía de la política" y "El Enemigo de la República", prólogo a Elementos Filosóficos. Del Ciudadano, Hydra, 2010).

Quizás Hobbes habría llegado a una conclusión similar a la que Engels alega llegó Marx cuando se enteró del uso que varios hacían de su doctrina: "Todo lo que sé, es que no soy marxista".


miércoles, 4 de diciembre de 2013

Génesis y Capitanich

Es curiosa la primera reacción del Gobierno Nacional ante los hechos ocurridos en Córdoba. Nos informa precisamente la agencia oficial Télam que para el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, el conflicto con la Policía cordobesa obedece a una "cuestión estrictamente salarial que compete en forma exclusiva y excluyente al gobierno de la provincia de Córdoba" y, en ese sentido, sostuvo que el Estado Nacional no puede "subrogar responsabilidades ajenas" (click), en obvia referencia al pedido de ayuda del Gobierno Provincial para que el Gobierno Nacional envíe a la Gendarmería (a la sazón, hay un destacamento en Jesús María, a 50 kms de la Ciudad de Córdoba).

En otro orden, según Télam, Capitanich negó que exista "discriminación" del Estado Nacional hacia la provincia de Córdoba, a pesar de que el Gobierno Nacional envió a la Gendarmería a la Provincia de Buenos Aires y a la de Santa Cruz en repetidas veces. La mera coincidencia entre el envío de la Gendarmería y las simpatías políticas de los Gobernadores y/o relación con la provincias en cuestión son sólo eso, una coincidencia. 

Así y todo, llama la atención el criterio invocado por Capitanich, que podemos denominar como criterio genético o genealógico. Dado que la génesis o genealogía del conflicto es salarial, entonces el Gobierno Nacional no debe intervenir. De ahí que si, por ventura, de un conflicto salarial entre la Policía provincial y el Gobierno provincial deviniera un genocidio, el Gobierno Nacional tampoco podría intervenir. Vale recordar que el Gobierno Nacional envió a la Gendarmería a la Provincia de Buenos Aires recientemente sin que siquiera hubiera saqueos de por medio, sólo con fines preventivos entendemos, más allá del obvio propósito electoral. Da la impresión entonces de que el criterio genético es absurdo, y que debería prevalecer qué es lo que sucede, no tanto su génesis. 

Ciertamente, si sucediera que los saqueos fueron el producto de una pobre distribución del ingreso, no serían buenas noticias para un Gobierno Nacional que se ufana del éxito de su política redistributiva (que hasta donde sabemos habría alcanzado hasta la Provincia de Córdoba). Y si sucediera que los saqueos fueron producto de la mera criminalidad por no decir de nuestra caída naturaleza humana, eso tampoco serían buenas noticias para el Gobierno Nacional, ya que dicha naturaleza caída exigiría todavía más la ayuda nacional. Ni qué decir si los saqueos fueran el resultado de una conspiración contra el Gobernador. En este último caso no habría que descartar que al igual que lo sucedido con Massa (click), que el Gobernador mismo hubiera sido el que planeó esta conspiración en su contra, y que después incluso hubiera tratado de evitar la conspiración; la actuación de De la Sota en este caso habría merecido un premio de la Academia:




Hablando del diablo, el hecho de que el Gobernador en cuestión sea De la Sota no afecta nuestra conclusión. En efecto, aunque supusiéramos que De la Sota fuera el diablo (no hace falta ser muy imaginativo para suponerlo), no vemos por qué entonces la Provincia en cuestión debería sufrir por eso. Hasta Provincias gobernadas por diablos tienen derecho a ser socorridas por el Gobierno Nacional, a menos hasta una nueva reforma de la Constitución.