lunes, 13 de marzo de 2017

Violencia es que la gente muera aplastada



El Profesor Pablo Alabarces ha publicado una nota en Revista Anfibia acerca de lo ocurrido en Olavarría durante el recital de ayer, cuyo título es "La Sanata Condenatoria" (click). Es un título que despierta curiosidad ya que no queda claro si su significado es general o universal, i.e. (a) toda condena de lo ocurrido es sanata, o si por el contrario (b) es especificativo, i.e. la nota está en contra solamente de la sanata condenatoria y por lo tanto no descarta la condena que no es sanatera.

De la lectura de la nota sin embargo surge que la posición de Alabarces es (b), esto es, hay que condenar lo sucedido pero no de la forma moral en que los medios o algunas personas lo han hecho, sea porque dicha moral es hipócrita o en realidad debido a que toda moral en el fondo es cultural. Nos parece, sin embargo, que la posición de Alabarces adolece de ciertas deficiencias.

Empecemos por una curiosa descripción de Alabarces, que podría ser citada con aprobación verbatim por el mismísimo Abel Posse: "El descontrol es la norma que organiza la cultura rockera-ricotera: no es el exceso que la contradice". Nos parece que convendría que ocupara un lugar menos prominente. En todo caso, tal como sucede con todos los argumentos conceptuales, i.e. "las cosas son así", no es un buen argumento, ya que queda abierta la pregunta acerca de la valoración de dichas cosas.

Un segundo argumento de Alabarces consiste en que el mismo día en la cancha de Boca estuvo a punto de tener lugar un hecho muy similar al acaecido en Olavarría y sin embargo los medios reaccionaron de modo completamente diferente ya que todo el mundo habla de Olavarría pero nadie habla de Boca. Como suele pasar, las comparaciones y/o detectar las incoherencias son un arma de doble filo ya que se resuelven siendo coherente, i.e. tratando del mismo modo a lo que habíamos tratado de modo diferente. Algunos preferirán que siga el corso a pesar de los muertos, otros creen que ni el fútbol profesional ni la música justifican la muerte de seres humanos. Da la impresión sin embargo de que la coherencia es necesaria pero nunca suficiente.

Dicho sea de paso, cuando Alabarces sostiene que "Todos sabemos que las primeras decenas de metros frente al escenario son escabrosas, implican riesgos, exigen resistencias físicas que exceden simplemente una buena capacidad de aguante, implican habilidades corporales específicas, así como retribuyen con recompensas" quizás esté sugiriendo que que quienes asisten a esta clase de espectáculos sin las "resistencias físicas" adecuadas son bastante imprudentes lo cual, suponemos, no quita la responsabilidad por supuesto de las autoridades ni de los artistas a cargo.

Un tercer argumento que usa Alabarces es el del moralismo o de la superioridad moral. Por ejemplo, critica "la distancia ética que puebla las redes y los medios: 'esto es lo que pasa cuando uno pasa por arriba de las normas'". Puede molestar la actitud de semejante superioridad moral, en este caso en boca del Presidente de la Nación, pero el hecho es que la proposición en cuestión es impecable. Hasta Alabarces critica a las autoridades y al músico a cargo del show por no haber cumplido con sus deberes.

Dentro de esta misma superioridad moral Alabarces ubica la frase "La responsabilidad moral es individual, basta de echarle la culpa a la sociedad". Habría que complementar esta frase con un párrafo que aparece más abajo en la nota pero que pertenece al mismo género argumentativo:
"Los que hablan de 'responsabilidad individual' olvidan que los seres humanos son hablados por su cultura y por su lenguaje; que van modificando a lo largo del tiempo –ni la cultura ni el lenguaje son inmutables– por y con sus propias acciones, pero en cada momento histórico la cultura funciona como la pauta que organiza la práctica. El buen intérprete es el que explica y analiza la práctica conociendo la cultura y lo que ésta prescribe, permite o proscribe. El que juzga desde otro lugar no hace más que meter la pata: promete explicación y sólo ofrece condena moral. E ignorancia sociológica, entre tantas otras".

Ahora bien, nos aprece que la idea de que la responsabilidad es individual es incompleta, ya que puede haber responsabilidad colectiva, pero no es inexacta. En efecto, la responsabilidad es individual, o en todo caso grupal, pero no es la sociedad ni la cultura la que juzga en última instancia sobre la responsabilidad moral. Por ejemplo, ante la acusación hecha por Alabarces de que hace televisión basura, los directivos y periodistas de TN podrían responder que ellos también son un producto de la sociedad y de la cultura, ya que, precisamente, como dice Alabarces, "los seres humanos son hablados por su cultura y por su lenguaje; que van modificando a lo largo del tiempo –ni la cultura ni el lenguaje son inmutables– por y con sus propias acciones, pero en cada momento histórico la cultura funciona como la pauta que organiza la práctica". En realidad, malgré lui, la condena de Alabarces, para que tenga sentido, debe ser moral, ya que es lo único que podría hacer frente a una hipotética defensa cultural o sociológica por parte de TN.

Otro tanto sucede cuando Alabarces hace referencia a Solari: "Hay un momento en que el ego, el narciso y la conciencia de que ya estás en la historia son malos consejeros: hay un momento en que todo eso debe ceder frente al hecho irrefutable de que no se puede manejar todo lo anterior sin una organización minuciosa, respetuosa de tu propia gente y de sus cuerpos, además de sus almas". Se trata de una crítica o condena moral, no cultural. Solari no podría apelar a la cultura o a la sociedad para justificar su conducta.

Por otro lado, dado que Alabarces sostiene que toda moral depende de la cultura ("si estás en Roma, compórtate como los romanos"), si nuestra cultura fuera la de asistir a conciertos en los que la vida de los asistentes estuviera en peligro, entonces no habría nada que criticar al respecto. Pensándolo bien, quizás Alabarces esté en lo cierto después de todo.

Un cuarto argumento es de naturaleza estética: "Trescientas mil personas fueron a un concierto de rock, sencillamente porque la música del Indio Solari es uno de los más importantes acontecimientos estéticos de la música popular argentina". Se trata de un punto relacionado con la teoría del riesgo permitido. Muy poca gente (en todo caso solamente algún nietzscheano extremo), sin embargo, cree que la estética puede ser superior a consideraciones morales, sobre todo cuando la vida de seres humanos está en peligro. Alabarces podría replicar que esta frase no es un argumento sino que constata un hecho. La pregunta entonces es qué diferencia hace la constatación de este hecho.

Un quinto argumento es de naturaleza sociológica o cultural: "Había chicos, bebés, embarazos. Los que había en Cromañón. No puede no haberlos: llevar a los pibes al concierto es introducirlos en un ritual potente, superior a sus riesgos". Sin duda, los ritos de iniciación son necesarios para todos los seres humanos, pero es de esperar que los padres elijan responsablemente algún rito en el que la vida de sus hijos no estuviera en peligro. De hecho, hoy por hoy sería mucho menos peligroso, casi como ir a tomar el té en comparación, si los padres iniciaran a sus hijos en el "bungee jumping" antes que en los recitales como el de ayer. Además, mutatis mutandis, quienes hacen "bungee jumping" aprobarían cada palabra de lo que dice Alabarces: "el público afirma en el pogo que es algo más que público, que es además protagonista, que tiene aguante, que está vivo porque poguea y no a pesar de que poguea". Sin embargo, si el bungee jumping no es seguro, está prohibido.

En conclusión, si nos atenemos a consideraciones estrictamente sociológicas, lo que pasó ayer en realidad es el resultado de nuestras prácticas culturales, no una desviación de las mismas. Para condenar lo sucedido ayer no queda otra alternativa que recurrir al razonamiento moral. Lo demás, es "sanata condenatoria".

viernes, 10 de marzo de 2017

"No me peguen, soy Montagut"



Página 12 de hoy ha publicado una nota bastante curiosa, cuyo título es: "Un PROvocador apto para todo servicio". Este "provocador" es "el joven que enfrentó a las mujeres en el 8M" y además "es  militante macrista e integró un partido neonazi". Si bien no estamos completamente al corriente de lo ocurrido, asumimos que es el joven neonazi que fue agredido (en algún sentido relevante, muy probablemente de modo físico) durante el 8M y de ahí que la nota de Página 12 trate de exculpar la agresión.

Sin embargo, en la nota no hay un solo argumento capaz de exculpar dicha agresión. Ciertamente, alguien podría responder que la nota es puramente explicativa, sin pretensión justificadora alguna, en cuyo caso dicha nota no tendría mayor sentido.

Hay una primera familia de argumentos los cuales hacen referencia a que este joven "es cercano a Patricia Bullrich, militó en la neonazi Bandera Vecinal y participó en timbreos de campaña para Cambiemos". En verdad, no nos caen simpáticos los neonazis, o incluso los que tocan el timbre en general (y menos los que encima lo hacen durante una campaña de Cambiemos) e incluso el Gabinete entero del Gobierno. Sin embargo, no entendemos por qué, v.g., tocar el timbre por Cambiemos o incluso ser neonazi justifica ser agredido físicamente. Después de todo para ser neonazi es suficiente haberse afiliado a un partido sin haber puesto en práctica lo que el neonazismo suele anunciar en su plataforma electoral.

Otro hecho mencionado en la nota es que tiene una amiga "que dice llamarse Clara Petacci como la amante de Benito Mussollini" [sic]. Otra vez, tener amigos, sin que importen sus nombres, no parece ser suficiente para justificar una agresión. Hay gente que encima tiene cuñados, pero no por eso tenemos derecho a agredirlos sin más.

Un hecho muy curioso es la mención de que el joven neonazi "apareció frente a la Catedral con una bandera del Vaticano y se lanzó a provocar". A menos que supongamos que quienes manifiestan por un derecho se comportan como toros en el sentido de que una vez que se les muestra un pedazo de tela de cierto color no pueden evitar cargar contra quien sostiene el pedazo de tela, tampoco vemos la relevancia de la bandera en cuestión en relación a la valoración de lo ocurrido.

El último argumento, que quizás sea el más fuerte en comparación, sostiene que "Este 'buen cristiano' [i.e. el joven neonazi] tiene demasiadas conexiones con el oficialismo como para que sus nobles intenciones sean creíbles". Hasta donde recordamos el ejercicio de un derecho, como el de no ser agredido, no puede ser disminuido o eliminado por el solo hecho de que quien pretenda ejercerlo no cuente con "nobles intenciones". En todo caso, la más diabólica de las intenciones no puede ser castigada hasta tanto tenga principio de ejecución como suele decir la jerga del derecho penal.

Para evitar malentendidos, si en lugar de un joven neonazi se hubiera tratado del mismísimo Hitler, el caso habría sido exactamente el mismo.

Da la impresión de que la nota confunde una explicación con una justificación, del mismo modo que algunos creen que si una mujer se viste de cierta modo eso podría provocar y por lo tanto justificar algunos comportamientos nefastos en su contra. Se trata de una falacia que habla por sí misma.

Por si hiciera falta, supongamos que una familia judía hubiese ido de vacaciones a Alemania entre 1933 y 1945 y como resultado de semejante decisión habría terminado en manos del nazismo. Los nazis podría haber alegado que fueron "provocados", lo cual es cierto en el sentido literal de "provocar", i.e. causar, ocasionar, a tal punto que si esa familia no hubiese ido a Alemania entonces no habría terminado en manos del nazismo. Para decir lo menos, la decisión de esta familia no fue prudente. Pero jamás una provocación o en todo caso la negligencia puede justificar una conducta a la cual no tenemos derecho para empezar a hablar.

Finalmente, alguien podría replicar que existe una gran diferencia entre los nazis provocados de nuestro caso hipotético y quienes participaron en el 8M, a saber, la notoria asimetría moral entre ambos. Por supuesto que existe una gran diferencia. Sin embargo, del hecho de que alguien actúe por una causa justa no se sigue que pueda ser cualquier cosa para remover un obstáculo que impide que dicha causa tenga éxito. De otro modo, el "no me peguen, soy Giordano (o Montagut para el caso)" podría hacer alguna diferencia moral. No podemos pegarle a nadie. Es por eso también que la represión policial indiscriminada es digna de reproche.

En rigor de verdad, las agresiones en estas marchas solamente sirven para hacerle el juego a aquellos contra quienes tuvo lugar la marcha y retrasar el paso de la justa causa en cuestión. Si Montagut quiso provocar, pues entonces lo logró.

miércoles, 1 de marzo de 2017

"Comunica, comunica, que algo queda"



La licenciada en comunicación social Julieta Dussel ha publicado una nota muy interesante y sobre todo original en Página 12 de hoy, cuyo título es ciertamente revelador: “Es la comunicación estúpido” (click). Decimos que se trata de una nota muy interesante y original ya que en lugar de atribuir el triunfo de Macri a las falencias del gobierno anterior tal como suele hacerlo tanta gente, sobre la base (suponemos) de que se trató de una década ganada con creces debido a un crecimiento económico con matriz diversificada, para la autora la única manera de explicar la derrota electoral de Scioli es que el mensaje era muy bueno pero falló la comunicación. Dado que se trata de una nota muy rica, vamos a tener que elegir solamente algunos pasajes para poder comentarlos en detalle.

Empecemos por el primer párrafo: "Después del escándalo del Correo Argentino, los Panama Papers, el aumento de la inflación, el desempleo y las tarifas uno no deja de preguntarse cómo fue que la gente votó a estos tipos". Alguien se aventuraría a sostener que lisa y llanamente Macri usó el viejo truco de la mentira, pero algunos, como Sheldon Cooper, se resisten a creer en la posibilidad de la mentira, a pesar de que "Clarín Miente" se haya convertido en un proverbio. Dicho sea de paso, casi al final de la nota la propia autora sostiene que es "obvio que se trató de una campaña llena de mentiras", con lo cual o bien se contradice o simplemente cambió de opinión antes de terminar la nota.

Para la autora, entonces, la explicación del triunfo de Macri es mucho más profunda de lo que parece. Macri ganó no tanto porque mintió sino porque en el fondo dijo lo que la gente quiso escuchar. Alguien dirá para eso está precisamente la democracia, para que gane el candidato que obtiene el mayor número de votos lo cual supone se debe a que atrajo a las preferencias de la mayoría. De ahí que la autora inmediatamente se pregunte por la moralidad del procedimiento mediante el cual Macri pudo enterarse de qué es lo que la gente quería escuchar. Después de todo, si el método fuera irreprochable, impugnar el triunfo de Macri equivaldría a impugnar a la democracia (algo que hacen varios en el fondo, sobre todo cuando pierden las elecciones).

La tesis de Dussel es que Macri, como Trump y otros (entre los que se halla el Partido Demócrata de los EE.UU., al menos según "House of Cards" en su versión estadounidense, pero que la autora no menciona) se valen de lo que se suele denominar como "big data", i.e. información pública (v.g. búsquedas en Google) y no tanto (v.g. Facebook, o directamente privada) para saber cuáles son las preferencias políticas de los votantes. Semejante procedimiento es descripto como "populismo puro", a diferencia, suponemos, de la concepción robusta de democracia deliberativa defendida por el kirchnerismo en general y en particular por la candidatura de Daniel Scioli.

Hablando de Roma, mientras que Macri se valió para ganar de las más sofisticadas armas cibernético-mediáticas, en cambio, "Scioli tuvo una campaña traccionada por miles de militantes que, con mucha buena voluntad y poca organización, trataron de salir a convencer a quien pudieron con sus propias armas". Scioli no tuvo fondos suficientes para contar con asesores, mucho menos asesores extranjeros. En otras palabras, la pura moralidad y esfuerzo de Scioli no pudo hacer nada contra los cuantiosos y moralmente dudosos recursos macristas.

Además, todos recordamos los denodados esfuerzos de Scioli, por ejemplo, en tratar de conseguir el apoyo del Estado Nacional y todas sus reparticiones, ya que fue público y notorio que, tal como caracteriza a la robusta concepción de democracia deliberativa enarbolada por el mismo Scioli (quizás contradiciéndose de ese modo), dichos esfuerzos fueron inanes ya que el Estado Nacional se mantuvo completamente ausente de la elección para que no quedaran dudas acerca de la estricta línea que divide al Estado del Gobierno y al Gobierno Nacional del partido político que ocupa dicho lugar circunstancialmente hasta tanto el pueblo se exprese de otro modo. Por lo demás, aunque el Estado Nacional hubiese hecho campaña por Scioli no habría afectado significativamente el resultado ya que el número de empleados públicos es sensiblemente menor que el de los que trabajan en el sector privado. Scioli, en otras palabras, como se suele decir en inglés, nunca tuvo una chance.

Por si quedaran dudas acerca de la debilidad sciolista, la autora comenta que "Jorge Telerman (el jefe de campaña de Scioli) cambió de bando pocos días después de perder las elecciones y se fue a trabajar con Rodríguez Larreta". Nos imaginamos lo que ella piensa acerca de los Kirchner (para dar solo un par de casos) y el modo que dejaron de ser menemistas.

Finalmente, la autora nos convoca a dar "un debate ético sobre qué información se tiene derecho a usar" (lo cual puede ser confuso: ¿el debate es para mostrar la inmoralidad macrista o para abandonar ese hipermoralismo kantiano que tanto caracteriza al kirchnerismo para de ese modo dejar de pecar por ingenuos y tener más éxitos políticos?) y termina su nota con una severa aunque muy útil advertencia: "no creer que por que [sic] se tengan políticas e ideas tan buenas se van a imponer por sí solas", que esperemos no caiga en oídos sordos.