viernes, 21 de febrero de 2014

Oposición fascista, y no en el buen Sentido de la Palabra




Dada la situación política de Venezuela es hora de aclarar ciertos malentendidos sobre el régimen político neochavista, sobre todo en relación a ciertas críticas de las que suele ser objeto.

En primer lugar, haciendo honor a su prédica por el amor y contra el odio el neochavismo ha convocado al diálogo a todos los sectores luego de haber designado a la oposición como “fascista”. Seguramente, no faltarán los que se apresurarán a criticar al Gobierno del Presidente Maduro por considerar que su actitud es contradictoria, ya que el mote de “fascista” atribuido a la oposición impide precisamente el diálogo que propone su Gobierno. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la crítica de la contradicción supone que “fascista” tiene necesariamente una connotación negativa, algo que no tiene por qué ser el caso, tal como nos lo recuerda el protagonista de “El Dictador” de Sacha Cohen al referirse a un policía de Nueva York como fascista “y no en el buen sentido de la palabra”.

Tampoco faltarán quienes pondrán en duda el carácter democrático del régimen de Maduro debido probablemente a que Maduro afirmó públicamente saber quiénes son los casi un millón de venezolanos (y sus números de documento) que votaron en contra del chavismo en las últimas elecciones, cuando deberían haber votado por él. Esta duda sin embargo supone que el secreto del voto es constitutivo de la democracia y no un prejuicio burgués. Quizás la democracia del futuro sea como la neochavista. Otro tanto se aplica a la inexistencia de canales de TV opositores al Gobierno.

En cuanto a la represión de las marchas estudiantiles, quizás se trate de una cuestión relacionada con la discusión sobre el multiculturalismo. Mientras que en Argentina las manifestaciones estudiantiles son consideradas beneficiosas para la democracia y progresistas (y o quizás lo uno debido a lo otro de manera recíproca), en Venezuela por el contrario son consideradas antidemocráticas y reaccionarias (y o quizás lo uno debido a lo otro de manera recíproca), por no decir fascistas (y no en el buen sentido de la palabra, como diría Aladeen).

En relación a la acusación contra un líder de la oposición por el delito de asociación ilícita, esperemos que ahora nadie salga a decir que se trata de un delito al que recurre el Estado para poder incriminar a alguien cuando no tiene delito alguno que incriminarle, y que precisamente su genealogía es reveladora porque era usado inicialmente en contra de quienes participaban de asociaciones ilegales, como por ejemplo las anarquistas y las asociaciones obreras.

Más polémica, como se suele decir ahora, es la cuestión de los opositores que resultaron muertos como resultado de la represión de las manifestaciones (tampoco ayuda la repercusión que ha tenido el hecho de que una de las víctimas haya sido una reina de belleza). Quizás Luis D’Elía en este caso podría enriquecer el debate con su original teoría de la culpa y de la violencia legítima la cual lo llevó a pedir el fusilamiento de un líder opositor, y luego a sorprenderse por el revuelo que provocaron sus afirmaciones (debemos confesar que no sabemos si se trata de un homenaje implícito al personaje protagonista de “El Dictador” de Sacha Cohen o si lo dijo en serio).

Finalmente, los opositores ni siquiera mencionan el hecho de que el Presidente Maduro no parece tener diálogo alguno con las aves, o al menos se abstiene de mencionarlos. Después de todo, el neochavismo es un régimen político en formación, y se encuentra en una etapa embrionaria de su desarrollo. Veremos cómo evoluciona.

domingo, 16 de febrero de 2014

Menos Calle, mejores Consejeros

Julián Álvarez, nuevo miembro del Consejo de la Magistratura—órgano creado fundamentalmente para mantener al poder judicial lejos de la política o en todo caso, como dice la Constitución Nacional (art. 114) para lograr un "equilibrio entre la representación de los órganos políticos resultante de la elección popular, de los jueces de todas las instancias y de los abogados de la matrícula federal" (amén de representantes académicos)—tiene la sinceridad de decir que su meta principal es “que los jueces hagan política a través de sus sentencias mirando al más débil” (click). Nuevamente, emerge el escepticismo kirchnerista acerca de la independencia del razonamiento judicial.

La  crítica kirchnerista a la independencia del poder judicial oscila entre dos polos. Por un lado, la crítica consiste en que la independencia o neutralidad judicial es imposible. La idea es que los jueces no son agentes desinteresados, sino que son personas con un marcado compromiso político y actúan en consecuencia. De ahí que se les reproche a menudo que al controlar la constitucionalidad de las leyes los jueces tomen decisiones políticas a pesar de que carecen de representatividad política.

La falta de representatividad política de los jueces es clara, aunque proviene de una decisión del poder constituyente cuyo propósito es impedir que mayorías circunstanciales interfieran en las decisiones del poder judicial. Además, la crítica de la imposibilidad de la independencia judicial queda expuesta a una obvia réplica. Si la independencia judicial es imposible, es muy difícil de entender por qué Néstor Kirchner se enorgullecía de haber tomado distancia de su antecesor Carlos Menem al designar miembros reputados por su independencia, desde Lorenzetti hasta Zaffaroni, pasando por Argibay y Highton de Nolasco, todos los cuales han sido criticados por el kirchnerismo precisamente por su independencia.

Y si asumiéramos que los jueces se refieren hipócritamente a su independencia, quedaría la dificultad de que la idea misma de hipocresía en realidad es un homenaje a la idea de corrección normativa. Si la incorrección fuera imposible, la hipocresía también brillaría por su ausencia. ¿Qué sentido tendría ser hipócrita entre inmorales o entre personas que creen que la corrección es imposible? Nadie caería en la trampa, o habría que ser muy tonto para hacerlo.

Por el otro lado, el kirchnerismo a veces desplaza su crítica desde la imposibilidad de la neutralidad hacia su carácter indeseable. En efecto, cada vez que el kirchnerismo se identifica con el bien en una lucha contra el mal, exige que no seamos neutrales ante dicho conflicto, con lo cual el problema no es que sea imposible ser neutral sino que es inmoral, tal como el Dante famosamente sostiene en su Divina Comedia.

Ahora bien, no hay duda de que los jueces, como todos los demás mortales, tienen cierta ideología. La cuestión es si la presencia de ideología en los jueces justifica el escepticismo acerca de la independencia del razonamiento judicial. En realidad, toda crítica al comportamiento judicial supone la existencia de ciertas reglas o expectativas que suponemos que los jueces deben satisfacer, y que fácilmente puede ser reformuladas en términos de independencia o neutralidad. Por ejemplo, esperamos que los jueces sean independientes de las corporaciones. Pero esa misma expectativa se extiende seguramente a la política. ¿Acaso tendría sentido creer que la independencia frente a las corporaciones es posible y deseable, mientras que la independencia política no lo es? ¿Cuál sería la explicación de esa diferencia?

En realidad, quienes desconfían de la independencia judicial no suelen desconfiar de la posibilidad de una decisión judicial correcta. Si lo hicieran, deberían conformarse con cualquier decisión judicial, o tendrían razones para conformarse con decisiones que provinieran de una perinola o cualquier mecanismo completamente determinado por el azar.

Además, supongamos que, Dios no lo permita, el kirchnerismo desaparece del mapa electoral, y sólo quedan jueces kirchneristas, los que va a nombrar ahora Julián Álvarez. ¿Las eventuales decisiones de estos jueces kirchneristas, resabios del modelo dentro del nuevo mapa electoral, serían entonces consideradas como políticas por Álvarez, por ejemplo, cuando fueran objeto de un obvio ataque por parte de las nuevas mayorías políticas, o antes bien Álvarez diría en su defensa que “los jueces sólo cumplen con su tarea, que es hacer cumplir con el derecho?

En realidad, la idea misma de la crítica de una decisión judicial, por no decir el error de una sentencia, supone la existencia de decisiones correctas. Si no existieran decisiones correctas, no podría haber críticas, salvo la de expresar que el juez no hizo lo que uno esperaba.

En resumen, el escepticismo ante la independencia judicial no sólo oscila entre la imposibilidad y la inmoralidad de la independencia del poder judicial, sino que además de manera sorprendente cree que los jueces en el fondo son capaces de ser independientes pero sólo respecto de las corporaciones y que los jueces sólo deben hacer lo que quieren las mayorías circunstanciales.

La solución para una justicia deficiente como la nuestra es lograr que los jueces (y los consejeros que los designan) sean mejores, y no que hagan lo que quiere el poder ejecutivo. Y ojalá que la preocupación por los más débiles se extienda a los casos por corrupción pública, sin que importe quién gobierne, ya que se trata de los casos que más perjudican a los más débiles. La justicia política, por el contrario, lleva a procesos tales como el Juicio Final de Pluto:




martes, 11 de febrero de 2014

Toujours la Subtilité



Nos habíamos tomado un descanso por varias razones, pero fundamentalmente porque el Gobierno se repite tanto que hacer comentario alguno al respecto nos habría forzado a repetirnos, y, nos crean o no, odiamos repetirnos (sobre la oposición no hay nada que decir, porque fundamentalmente no existe). Sin embargo, no podemos con nuestro genio, y nos vamos a repetir, esta vez en reconocimiento de la sutileza ajena.

El polifacético filósofo Ricardo Forster, ha incursionado nuevamente en los medios, ese medio precisamente en el que se siente tan cómodo, como sapo en el agua. Esta vez, para denunciar que "Las grandes corporaciones le torcieron el brazo al Gobierno" (click), lo cual explica ciertamente la devaluación llevada a cabo por el Gobierno, a pesar de que el Gobierno se jactaba de que quienes esperaban una devaluación deberían esperar otro Gobierno.

Ciertamente, la jactancia anti-devaluatoria del Gobierno, so pena de notoria contradicción, no pudo haberse referido a la devaluación progresiva que el Gobierno mismo ha llevado a cabo durante años y que había aniquilado a la moneda nacional lentamente, sino que dicha jactancia solía referirse a devaluaciones que podríamos llamar significativas, precisamente de un 20 % en un día, como la que tuvo lugar hace muy poco precisamente.

Pero hete aquí que, por un lado, así como Forster reconoce que las corporaciones le han torcido el brazo al Gobierno, por otro lado, en Radio Nacional acusó al diario La Nación por tener la intención de "alimentar el imaginario de un gobierno maniatado” (click). Seguramente, no faltarán quienes arrogándose conocimientos filosóficos no tardarán en atribuirle a Forster haber incurrido en una notoria contradicción. ¿Acaso Forster mismo no reconoce que "las grandes corporaciones le han torcido el brazo al Gobierno"?

Aquí es donde Forster se luce como verdadero doctor subtilis que es, y que habría hecho enverdecer de envidia al mismísimo Duns Escoto. En efecto, y en primer lugar, mientras que La Nación tiene la intención de "alimentar el imaginario de un gobierno maniatado", Forster carece de dicha intención. En otras palabras, su denuncia contra las corporaciones es sin intención. En segundo lugar, Forster habría incurrido en una contradicción si "torcer el brazo" fuera igual a "maniatar", lo cual está lejos de ser verdad. Alguien maniatado no puede hacer nada, mientras que alguien a quien le tuercen el brazo al menos puede precisamente mover el brazo. En tercer lugar, mientras que La Nación opera sobre el imaginario de la gente, Forster en cambio es un filósofo que apunta, suponemos, a la verdad.

Finalmente, la noble actitud de Forster de reconocer que al Gobierno le han torcido el brazo ha resuelto lo que otrora habíamos creído representaba una genuina teodicea kirchnerista. Efectivamente, la designación de Milani nos había planteado un verdadero desafío: ¿cómo reconciliar semejante decisión con la naturaleza omnipotente y bondadosa del Gobierno? (Al César lo que es del César). Gracias a Forster sabemos hoy que si bien el mal existe y Cristina es bondadosa, ella no es omnipotente. Queda por ver por supuesto cómo reconciliar la bondad presidencial con la designación de Milani (o con la inflación o la devaluación para el caso), desafío comparable al de reconciliar la existencia de Dios con la tragedia que es la vida humana. Sin embargo, el atributo de la omnipotencia representaba un desafío todavía mayor.