viernes, 18 de marzo de 2016

Entre Carta Abierta y Julia Mengolini: la Teoría de la Corrupción de Horacio Verbitsky



El discurso sobre la corrupción en nuestro país ha experimentado en los últimos tiempos una curiosa oscilación, particularmente en el caso del kirchnerismo. En efecto, tal como solía argumentar Carta Abierta, la posición originaria kirchnerista era que la corrupción o bien no existe porque, obviamente, “Clarín Miente” (Justo lo que faltaba), o bien era “compleja”, “abstracta”, “estructural”, y tres adjetivos más. Julia Mengolini, sin embargo, acaba de pensar “fuera de la caja” como se dice en inglés para sostener lisa y llanamente que si bien la corrupción kirchnerista indudablemente existe “no quita lo bueno del proyecto político” (gobiernos corruptos pero buenos).

Ahora bien, en un reciente reportaje a la revista Playboy Horacio Verbitsky propone una tesis intermedia, entre Carta Abierta y Julia Mengolini por así decir, según la cual no cualquier caso de corrupción merece nuestra atención, o al menos la de Verbitsky. Como se trata de dos párrafos enjundiosos, convendría transcribirlos para luego extraer de ellos la teoría de la corrupción de Verbitsky (Playboy):

- PLAYBOY: La corrupción es uno de los grandes temas en tu trayectoria periodística. En Robo para la corona está muy bien descripta la sobornización como forma de hacer política. ¿Cómo concebís vos la corrupción en el proceso kirchnerista?
- Verbitsky: Mirá, yo creo que los niveles de corrupción de los gobiernos kirchneristas no han superado el promedio de lo que han sido los gobiernos argentinos que yo recuerde. En el caso del menemismo, que es cuando yo dediqué tiempo y esfuerzo para investigar esas cuestiones, a mí me interesaba ver cómo la corrupción era el precio que se pagaba a un movimiento popular de raigambre histórica por el abandono de las banderas tradicionales. (...). En el caso del kirchnerismo… bueno, el caso de Ezkenazi sin duda es un caso de corrupción, no hay ninguna duda de eso. Ahora, digamos, fue puesto al servicio de una idea, errónea, pero donde también había una idea de política de Estado, también en ese caso la motivación (…). Habrá que esperar que pase el tiempo, a ver los hechos de corrupción, cuáles han tenido o no, alguna explicación vinculada con políticas estatales. Cuáles han sido meramente choreos y cuáles han sido resoluciones berretas, torpes, de temas serios. Como el caso Ciccone. Kirchner, con Repsol, lo que hace es meter al presunto empresariado nacional adentro. Cristina, directamente, expropia. Son dos soluciones distintas, en dos momentos distintos. Lo mismo con Aerolíneas. No sé cuántos casos reales de corrupción ha habido en el gobierno de Cristina. Ha habido un tam tam obsesivo y reiterativo, que impide un análisis en serio. Todo es motivo de denuncia, de sospecha, nunca de prueba. Habrá que esperar.


La curiosidad de los periodistas de Playboy acerca de la posición de Verbitsky sobre la corrupción es más que razonable, ya que se trata de un tema que solía interesarle particularmente pero que dejó de atraer su atención, aproximadamente en los últimos doce años. La pregunta clave entonces es: ¿por qué alguien que le había dedicado “tiempo y esfuerzo” a investigar y denunciar la corrupción gubernamental, sobre todo durante el menemismo, dejó de hacerlo bajo el kirchnerismo?
La respuesta de Verbitsky es que para que él dedique “tiempo y esfuerzo” a la corrupción esta última debe satisfacer ciertos requisitos:

1. superar el promedio de corrupción de los gobiernos argentinos que él recuerde (da la impresión de que según Verbitsky para poder ser encontrado penalmente responsable el acusado tiene que inventar un delito nuevo; haber cometido el mismo delito que otros no es suficiente)
2. ser el precio que se paga por abandonar banderas tradicionales
3. [que en el fondo no es sino la otra cara de 2.] no estar al servicio de una idea (nótese que Verbitsky no es muy exigente al respecto, la idea a cuyo servicio hay que estar bien puede ser “errónea”)
4. estar “vinculada con políticas estatales”
5. no deben ser meramente choreos, torpes o berretas
6. no debe involucrar a la burguesía nacional o expropiaciones
7. no debe haber un tam tam obsesivo y reiterativo al respecto

Como se puede apreciar, el gran aporte que hace Verbitsky es el de proveernos de los elementos básicos para una teoría general de la corrupción que nos permite con bastante precisión anticipar qué actitud tomar respecto a la corrupción, o al menos la actitud que tomará Verbitsky.

En líneas generales, se trata de muy buenas noticias para el gobierno de Macri, el cual puede confiar que Verbitsky no tendrá tiempo ni esfuerzo para denunciar corrupción alguna en la medida en que dicha corrupción:

(1) no alcance una marca tal que supere el promedio histórico de corrupción que Verbitsky recuerde de los gobiernos argentinos (recordemos que en caso de que la suma dé con decimales se debe redondear a favor del cliente),
(2) no abandone banderas tradicionales (como se puede apreciar, la ventaja comparativa que tiene el macrismo sobre el menemismo—y quizás sobre el kirchnerismo—al respecto es gigantesca, ya que en líneas generales no hay una bandera tradicional abandonada por el macrismo, ya que el macrismo jamás tuvo una bandera tradicional),
(3) esté al servicio de una idea (errónea obviamente en caso del macrismo, pero hemos visto que Verbitsky solamente pide ideas, no que sean correctas, con lo cual toda corrupción idealista es bienvenida, o al menos no provoca mayor reproche),
(4) no esté vinculada con políticas estatales (la verdad es que no estamos en condiciones de especificar en qué consiste exactamente este requisito; quizás, y solo quizás, el punto es que, v.g., tener una cadena de hoteles con fondos públicos no esté vinculado con políticas estatales, sino antes bien se trate de un intento de lavar fondos).
(5) ser meramente choreos, torpes o berretas (quedarse con el 80 % de la obra pública de una provincia parece caer bajo esta descripción)
(6) involucrar a la burguesía nacional y expropiaciones (Ciccone, Repsol)
(7) tener un tam tam obsesivo y reiterativo al respecto.

Es una pena que no nos hayamos enterado antes de esta teoría general de la corrupción. Nos habríamos ahorrado muchas discusiones.



miércoles, 16 de marzo de 2016

¿Qué son los Gobiernos, sino grandes Bandas de Ladrones?



La (entendemos) abogada Julia Mengolini ha propuesto una tesis fascinante en relación al kirchnerismo que está destinada a provocar enjundiosos debates. En efecto, para ella “La corrupción no quita lo bueno del proyecto político” (La Nación), a pesar de que la corrupción en cuestión salpica, por así decir, a lo más alto de la conducción de dicho proyecto. Para evitar confusiones e inconvenientes en general, vamos a suponer que la discusión es hipotética antes que empírica, i.e., que la tesis de Mengolini se refiere a la relación entre corrupción y política en general, con independencia de los gobiernos y de si las acusaciones al respecto en este caso son (in)fundadas.

A primera vista, la distinción conceptual entre las consecuencias de un proyecto y los actos cometidos por quienes conducen dicho proyecto es absolutamente correcta. De hecho, para negar semejante distinción habría que suponer que puede existir algo así como una malvadocracia tal que solamente cometiera actos corruptos. En realidad, Platón mismo (y tras él Agustín de Hipona y varios más) ya argumentaba que la cooperación entre quienes no se destacan precisamente por su carácter moral prueba la superioridad precisamente de la virtud en relación a la inmoralidad. Quienes cometen delitos en conjunto y no confían entre sí jamás podrán tener éxito en sus negocios.

En rigor de verdad, hasta el mismísimo nazismo puede haber realizado acciones moralmente justificadas, como por ejemplo castigar—incluso mediante el debido proceso—violaciones u homicidios, o incluso proveer guarderías infantiles para aquellos padres que las necesitaran, a pesar de haber cometido los actos más abominables que pueda concebir una mente humana. Algunos de los propios sobrevivientes de los campos de concentración dan cuenta de unos pocos, excepcionales actos benevolentes por parte de algunos nazis. Si nos tomamos la libertad de hacer referencia a la Segunda Guerra Mundial es porque a la propia Mengolini le gusta hacer referencia a la misma de vez en cuando: Alemania decime qué se siente.

El punto es que hasta los emprendimientos colectivos notoriamente injustificados moralmente necesitan de cierta virtud al menos interna y/o realizan acciones a todas luces justificadas en relación a terceros. De hecho, hace poco una muy interesante reseña en el Times Literary Supplement mostraba que la idea misma de una cleptocracia perfecta—en este caso en la Rusia de Putin—no tenía sentido precisamente por estas mismas razones (TLS).

Claro que Mengolini no se conforma con sostener este difícilmente impugnable minimalismo moral (sea interno y/o externo) de los agentes corruptos, sino que suponemos que, al revés, cree que la corrupción kirchnerista en todo caso sería un accidente dentro de un proyecto normal o genéricamente valioso. En todo caso, Mengolini podría además tomar el camino consecuencialista ya desbrozado por esa verdadera pionera que es Diana Conti (Derecho Penal para todxs) y sostener que para hacer política hace falta dinero, sin ser muy exquisita acerca del modo en el cual dicho dinero es obtenido.

Ahora bien, nos preguntamos si Mengolini está dispuesta aceptar que, tal como se suele decir en inglés, no hay nada extraño en encontrar los términos “corrupción” y “proyecto político” en una misma frase. Imaginémonos, por ejemplo, a los máximos dirigentes de un proyecto político, considerados quizás justificadamente como héroes nacionales, a pesar de que los retratos que, a su debido tiempo, cuelgan en las escuelas, hospitales y dependencias públicas en general los muestran luciendo un traje a rayas debido a que la justicia penal hubiere cumplido con su cometido. En otras palabras, estos mismos héroes nacionales serían delincuentes convictos en tal caso.

Quizás Mengolini tenga razón y el problema no esté en las proposiciones—o en las imágenes para el caso—sino en (algunas de) nuestras mentes, incapaces de advertir la distinción conceptual indicada más arriba. Después de todo, tal como nos lo enseñan las neurociencias (y mucho antes Descartes), muchas veces debemos dudar incluso de nuestras propias mentes.