domingo, 29 de mayo de 2016

Comprensión y Justificación en las Ciencias Sociales (otra Vez)



Todavía no salimos de nuestro asombro. Tiempo Argentino, el único medio que todavía rescataba del olvido a Hernán Brienza, el Max Weber argentino, se ha plegado a los medios corporativos y censurado su última nota. Nos hemos enterado de semejante decisión gracias a que El Mordisco lo hiciera público.

En esta segunda nota sobre la corrupción (sobre la primera véase Viva la Corrupción!) Brienza insiste en que nos debemos un debate sobre la corrupción y le responde a quienes le atribuyen la peregrina idea de querer justificar la corrupción que eso se debe a que “no tienen aprobado el nivel uno de lecto-comprensión del castellano”. Muchos de ellos, seguramente, tampoco habrían aprobado las tristemente célebres pruebas PISA.

¿A quién no le ha pasado, como a Brienza, que a pesar de estar gritando la verdad a los cuatro vientos, se da cuenta de que su audiencia no está a la altura de dicha verdad? A esto se suma que Brienza, aunque quisiera, no podría ser más claro ni tampoco ser más certero en sus precisiones. De hecho, nos imaginamos al bonachón de Brienza agarrándose la cabeza al grito de “no me entienden, estos tarados no me entienden”. Después de todo, Brienza no tiene la culpa de si sus lectores tienen defectos intelectuales, son iletrados o tienen grandes dificultades para comprender el castellano.

Es digna de ser destacada, sin embargo, la generosidad de Brienza en no darse por vencido y en intentar seguir ayudando a sus lectores menos aventajados. En efecto, y por si hiciera falta, en esta segunda nota Brienza insiste en que sus lectores no comprenden que su intención fue siempre la de “comprender”, jamás la “de justificar” la corrupción (tal vez en la misma línea de Pedro Brieger: Asesinatos y secuestros en el sentido neutro de la palabra).

Nosotros mismos no solo estamos lejos de poder eximirnos de las dificultades lecto-comprensivas del castellano denunciadas por Brienza (después de todo, hace tiempo que somos lectores de Brienza) sino que también estamos un poco cansados de tratar de explicar sus notas infructuosamente por lo general.

Sin embargo, vamos a hacer un último intento. Pero, como sabemos que Brienza no solo detesta a los ricos, sino además y fundamentalmente a los seguidores obsecuentes y lisonjeros, se nos ocurrió que en lugar de seguir riéndonos de sus detractores, siempre como abogados del Diablo (nunca mejor elegida la expresión) podríamos invocar una muy conocida cita de Leo Strauss en relación a la pura comprensión o descripción a-valorativa en ciencias sociales:

“La prohibición contra los juicios de valor en las ciencias sociales conduciría a la consecuencia de que se nos permite dar una descripción estrictamente fáctica de los actos de público conocimiento que pueden ser observados en los campos de concentración y quizás un análisis igualmente fáctico de la motivación de los actores involucrados: no se nos permitiría, sin embargo, hablar de crueldad. Todo lector de tal descripción que no fuera completamente estúpido vería, por supuesto, que las acciones descriptivas son crueles. La descripción fáctica sería, en verdad, una amarga sátira” (Natural Right and History, p. 52).

En otras palabras, ¿cómo pretende Brienza describir la corrupción de modo puramente fáctico o aséptico, i.e. sin provocar en sus lectores el mismo asco que la corrupción le provoca a él mismo? Parafraseando a Leo Strauss solo un estúpido dejaría de percibir en la más fáctica de las descripciones de un acto inmoral, precisamente, un acto inmoral. Pero allá Leo Strauss. Acá, Hernán Brienza.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Viva la Corrupción!



Por increíble que parezca, habíamos pensado que nuestros lectores se habían saturado de Hernán Brienza. Es por eso que hace un tiempo habíamos decidido interrumpir nuestra veneración por su obra (brienzana).

Sin embargo, de pronto, comenzaron a sonar los teléfonos de la redacción de la Causa de Catón, llovieron los comentarios en el blog, fuimos arrobados en twitter e incluso apareció la Catón-señal en el cielo (la legendaria "LCC": valga aclarar que el juicio por plagio que tenemos al respecto con la compañía de cable de Miramar, La Capital Cable, lo estamos ganando) para hacernos saber que Hernán Brienza había escrito otra de sus magníficas obras y que debíamos decir algo sobre el tema. Nuestros lectores, como siempre, nos demostraron que tienen razón: nadie puede haber tenido suficiente Hernán Brienza. Se trata de una personalidad inagotable.

En efecto, lo hemos visto en acción muchas veces, como un verdadero Sergei Bubka del periodismo intelectual y militante (a decir verdad, tal como consta en su página de wikipedia, se trata de un periodista que a la vez es escritor, politólogo, ensayista e historiador), que cada vez que se lo propone logra romper su récord anterior. De hecho, en su foja de servicios consta que ha sido un paladín de todas las causas justas. Para muestra bastan unos pocos botones: fue miembro numerario del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego (INRHAIMD), demostró que no nos merecíamos a Cristina (lo que vos te merecés), en ocasión de su exitosísima defensa de Milani no solo incursionó no menos exitosamente en la física cuántica (Big Bang Brienza) sino que además hizo añicos la distinción entre culpabilidad e inocencia (La Ley de Brienza), etc. 

En su última nota, la que provocara la más que justificada ira de nuestros lectores para con nosotros, Brienza acomete contra la idea misma de corrupción: “Los argentinos nos debemos un debate en serio sobre la corrupción” (¿Y si hablamos de corrupción en serio?). El intelecto de Brienza no podía dejar de percibir que dado que los grandes iconos de la cultura kirchnerista eran perseguidos por el popularmente denominado crimen de corrupción, bastaba con atacar la idea de corrupción para mostrar la irracionalidad e inmoralidad de dicha persecución. Como se suele decir, muerto el perro, se acabó la rabia. 

La primera tesis que esgrime Brienza al respecto es la de la imposibilidad. En efecto, Brienza argumenta que “No se puede robar un país. No se puede robar todo”. Ahora bien, la inteligencia de Brienza a veces podría jugarle en su contra. Habría que ver cuántos kirchneristas estarán de acuerdo en que el problema con la corrupción que se le atribuye al kirchnerismo es que es imposible. Es como si los nazis hubiesen alegado que es imposible cometer un genocidio de millones de personas. 

De hecho, algunos preferirán tomar el camino tradicionalmente moral de negar la posibilidad de que estadistas como Néstor y Cristina hayan cometido tales actos. Algunos destacados kirchneristas como Julia Mengolini, de hecho, prefieren tomar un camino alternativo (click), ya que si bien todavía creen que la corrupción es moral y jurídicamente reprochable, precisamente por eso tratan de mostrar que a pesar de la corrupción el legado kirchnerista es digno de ser reivindicado (atención, esto es bloguismo verdad en tiempo real: nos está llegando en este preciso momento por la cucaracha que Mengolini hace un tiempo que no paga la cuota y que en realidad a juzgar por su decisión de trabajar en Canal 13 ha dejado de pertenecer al club; ampliaremos). 

De todos modos, a Brienza no se le escapa que la tesis de la imposibilidad puede provocar un debate al interior del kirchnerismo y por eso propone un segundo argumento, el de la necesidad: “La corrupción está íntimamente ligada al financiamiento de la política”. En otras palabras, habiendo dicho primero que la corrupción (en todo caso en el grado atribuido a Néstor y a Cristina Kirchner) es imposible, luego Brienza sostiene que es imposible no ser corrupto si uno se dedica a la política y no tiene dinero. Más abajo lo dice más claramente: “Sólo son decentes los que pueden ‘darse el lujo’ de ser decentes”. Es con un hondo pesar que nos vemos en la obligación de recordar que este argumento, a diferencia del primero, no es exactamente original ya que había sido esgrimido por Diana Conti en televisión (Derecho penal para todxs).

El tercer argumento que da Brienza, suponemos que a mayor abundamiento y no porque los dos primeros no hayan cumplido su misión, es el de la extensión de la idea de corrupción: “Corrupción, también, es evadir impuestos, girar dólares al exterior, tener cuentas en paraísos fiscales, sean funcionarios públicos o privados, porque un presidente que años anteriores defraudó al fisco”. No somos quiénes para decirle a Brienza qué debe hacer o pensar, pero nos cuesta entender cómo este tercer argumento es una defensa del matrimonio Kirchner, sobre todo si Lázaro Báez, tal como se sospecha, no hizo su fortuna mediante una herencia, lotería o un emprendimiento como los de Bill Gates o Steve Jobs (No es lo que parece). 

Por alguna extraña razón (quizás, como dice el tango, “la gente es mala y murmura”), a pesar de su comprobada integridad moral e intelectual, Brienza se ve obligado a aclarar que “No se trata de defender la corrupción en esta nota”. Por si hiciera falta Brienza agrega que “Siento una repulsa moral, heredada de cierto ascetismo cristiano, respecto de la riqueza rápidamente adquirida” e incluso que “considero con Honoré de Balzac que ‘detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen’”. Es más, Brienza sostiene que “No todos somos corruptos”. Otra vez, nos preguntamos cómo se sentirá, v.g., Cristina al leer semejantes líneas. 

A esta altura no podemos dejar de hacer públicas nuestras dudas acerca del registro del discurso de Brienza. Cultores que somos de la ironía, albergamos la sospecha de que Brienza de un modo muy sutil parece estar riéndose de la fortuna de Lázaro Báez y por extensión del kirchnerismo. Habiendo dicho esto, nos vemos forzados a desmentir los rumores según los cuales Brienza trabaja para La Causa de Catón. Bien quisiéramos contar con semejante egregio miembro. 

Finalmente, habiendo dicho que la corrupción era imposible, Brienza termina con un grand finale: “La corrupción… democratiza de forma espeluznante a la política”. A esta altura, y como le debe pasar a varios de los lectores de este blog, ya no sabemos si Brienza está hablando en serio o en broma.

Ahora bien, la ironía brienzana alcanza su punto máximo cuando después de haber hecho pública su denuncia de la corrupción y aclarado que él mismo, a diferencia de los demás, no es corrupto, sostiene que “De lo que se trata en este texto es de comprender no de justificar”. Es difícil resistir la inferencia según la cual, como ya lo hiciera Mempo Giardinelli (Mejor Imposible), Brienza le está rindiendo un homenaje al personaje de Jack Nicholson en “Mejor Imposible”:



- "No soy un pendejo. Ud. lo es, no estoy juzgando. Soy un gran cliente. Este día ha sido un desastre"


Quizás el mensaje de la nota de Brienza sea que, parafraseando al gran Horacio (no al inmortal González, sino a ese otro mucho menos conocido, que tuviera su cuarto de hora en el Renacimiento y por supuesto en la Roma de Augusto), Brienza podrá haber perdido las elecciones, pero ganó la batalla más importante: la cultural e intelectual. Permítasenos entonces lanzar nuestra proclama patriótica en este 25 de mayo: “Viva la Corrupción!”

viernes, 20 de mayo de 2016

¿Quiere saber si Ud. es Republicano? Test de Republicanismo Gratis



"Habría un medio de asombrar al universo, 
haciendo algo totalmente nuevo: la República, por ejemplo". 
Georges Clemenceau, carta al conde de Aunay, 
17 de agosto de 1898


Una teoría política clásica
La tesis central de este libro es muy simple. Un retrato fiel del republicanismo debe contener al menos cinco rasgos fundamentales: libertad, virtud, debate, ley y patria. Estos cinco rasgos, a su vez, son incompatibles por definición con el perfil aguileño y ultrapersonalista de César, o de su equivalente moderno, el cesarismo. Esta breve lista de rasgos sirve asimismo como un test infalible para detectar republicanos. En efecto, de te fabula narratur: si usted está en contra de la dominación, no tolera la corrupción, desconfía de la unanimidad y de la apatía cívicas, piensa que la ley está por encima incluso de los líderes más encumbrados, se preocupa por su patria mas no soporta el chauvinismo, y cree, por consiguiente, que el cesarismo es el enemigo natural de la república, entonces usted es republicano, aunque usted no lo sepa.
Por supuesto, una descripción de los rasgos o conceptos básicos de un discurso político no sirve solamente un propósito estético, sino que constituye a la vez una agenda, i.e. un recordatorio de cuestiones que toda persona interesada en el republicanismo se debería plantear.
Ciertamente, la idea misma de catalogar, incluso brevemente, los rasgos elementales con los que debe contar todo retrato republicano, es sumamente audaz, ya que la republicana es una muy larga y rica historia que abarca diferentes clases de repúblicas y republicanismos, desde sus orígenes romanos hasta la actual República de Francia, pasando por las repúblicas tardomedievales, temprano-modernas y la norteamericana, sin dejar de lado varios autores tan diferentes como Cicerón, Maquiavelo, Montesquieu, Rousseau, Jefferson, Kant, Hegel (vengan de a uno), Tocqueville, y siguen las firmas. Así y todo, creemos que los aspectos republicanos que constituyen los capítulos de este libro dan forma, tal como suelen decir los wittgensteinianos, a un aire o parecido de familia que caracteriza a todos los miembros de la estirpe republicana.
Nuestro retrato del republicanismo es de raigambre definitivamente clásica, en más de un sentido. En primer lugar, en términos cronológicos, ya que todos los temas a discutir figuran predominantemente en la obra de Cicerón, Salustio, Tito Livio, etc. A decir verdad, para la época de este último, el republicanismo ya parecía anticuado, a juzgar por la pregunta que se hace en su prefacio a su narración sobre Los orígenes de Roma —algo así como la historia oficial republicana— si al relatar “los logros del pueblo romano” hacía algo “que valiera el esfuerzo”, puesto que le parecía que “el tema es viejo y trillado”. De hecho, para algunos el nombre mismo de republicanismo suele estar asociado con el conservadurismo o la defensa del statu quo, o en todo caso queda reducido a una teoría de la división del poder.
Sin embargo, lo que para algunos puede parecer un discurso (en el sentido más amplio de la extensión que incluye conceptos, prácticas, instituciones, etc.) vetusto, para otros se trata de una tradición política con una muy rica historia, tal como sucede con las personas entradas en años, quienes jamás son “viejas” sino “experimentadas”. De hecho, gracias a las investigaciones de, v.g., Quentin Skinner sobre el republicanismo, esa muy rica historia ha sido revitalizada a tal punto que se ha convertido en una de las opciones en boga del menú contemporáneo de teoría política, tal como lo muestra la obra de Philip Pettit.
De ahí que la obra de pensadores cronológicamente clásicos como Cicerón, Salustio o Tito Livio, puede ser clásica además en sentido valorativo, ya que en lugar de haberse vuelto obsoleta, ha devenido digna de ser leída y discutida en todas las épocas.
En cuanto a los que creen que el republicanismo no es sino una ideología de la consagración del statu quo, ellos se olvidan no solamente del énfasis republicano en el debate y en el conflicto sino además de la lucha encarnizada del republicanismo a lo largo de su historia contra la dominación. En realidad, lo que suele suceder es que para algunos revolucionarios el republicanismo parece ser conservador, y para algunos conservadores sucede exactamente lo contrario, i.e. el republicanismo parece ser revolucionario. Esto se debe a que el republicanismo trata de articular el debate político con la autoridad de la ley, el cambio radical con la continuidad jurídica, lo extraordinario y lo ordinario.
De hecho, la distinción a ultranza entre conservadurismo y revolución no tiene mucho sentido, a menos que estemos dispuestos a conservar todo o a revolucionar todo. En última instancia, la cuestión es siempre qué debemos hacer aquí y ahora.
En lo que atañe a la reducción del republicanismo a una suerte de fobia al poder, vamos a ver que el republicanismo no solamente se preocupa por controlar el poder, sino que además no tiene reparos en utilizarlo generosamente, siempre al servicio de la libertad de los ciudadanos. Como muy bien sostienen los autores de El Federalista, “el vigor del gobierno es esencial para la seguridad de la libertad”. Ciertamente, “la libertad es a la facción lo que el aire es al fuego, un alimento sin el cual expira instantáneamente”. Sin embargo, “no sería menos una locura abolir la libertad, la cual es esencial para la vida política, porque nutre a la facción, que desear la aniquilación del aire, el cual es esencial para la vida animal, porque le imparte al fuego su agencia destructiva”.
Debido a su insistencia en la necesidad de la virtud como complemento indispensable del gobierno de las instituciones, también se lo suele acusar al republicanismo de “moralizar” y de “juridificar” lo político. Sin embargo, tendremos ocasión de comprobar que la moralización republicana de lo político es o bien anodina, ya que toda discusión política gira alrededor de ciertos valores —y quienes acusan al republicanismo de moralizar lo político también lo hacen en defensa de cierto valor—, o bien la acusación misma es el resultado de un malentendido acerca del papel que debe cumplir la virtud cívica al menos dentro del discurso republicano.

De ahí que Maurizio Viroli tenga mucha razón al recordarnos que la virtud sigue siendo tan “necesaria en nuestra república como en las repúblicas del pasado”, debido a las experiencias de nuestra casa: "por efecto de la debilidad crónica de la conciencia civil en nuestro país, habíamos aceptado tranquilamente y todavía aceptamos prácticas clientelares y políticas de favores, para no hablar del sistema de corrupción política que ha imperado por décadas, y del gobierno de los delincuentes que ha tomado el puesto del gobierno de las leyes en zonas importantes del territorio del Estado". Por otro lado, cierta “juridificación” del conflicto político es inevitable si es que deseamos evitar el anarquismo.
¿Oxford vs. Cambridge?
Cuentan que el legendario filósofo de Oxford, Derek Parfit, dividió alguna vez a los que se dedican a la historia de la filosofía en dos grandes categorías. Por un lado, los arqueólogos, quienes tratan de entender el pasado en aras de sí mismo y además tienen que interpretar los artefactos que encuentran a raíz de sus excavaciones sobre la base de evidencia imperfecta. Para poder entender el significado de los artefactos —sean, v.g., vasijas o libros— los arqueólogos deben hacerse preguntas sobre el papel que desempeñaba el artefacto en cierta forma de vida particular. Por el otro lado, se encuentran los profanadores de tumbas, quienes no solamente cometen un acto ilegal sino que además, y fundamentalmente, toman un artefacto, sea una tumba o el Leviatán de Thomas Hobbes, y le dan un uso completamente diferente al que alguna vez tuvo.

sábado, 14 de mayo de 2016

"Un Papa demasiado católico para mi gusto" (y otros chistes judíos)



A esta altura, nuestros lectores conocen nuestra notoria predilección por los chistes judíos, la cual se debe a no menos (mééééé) públicas razones. De ahí que no hayamos podido resistir la tentación de traer a colación el comentario final de Alejandro Rozitchner en la entrevista que le hicieran Carlos Pagni y Nicolás Dujovne en su programa de televisión (Odisea Argentina) en el minuto 13:22 de la misma. Habiéndole preguntado qué opinaba sobre el Papa, el filósofo de Macri respondió que “era demasiado católico para mi gusto”.

Da la impresión de que se trata de una elíptica aunque simétrica alusión a las películas de Woody Allen en las que suele constar que solamente los judíos sienten miedo de ser “demasiado judíos”. En cambio, al Papa (que suele ser católico por lo general) no parece importarle ser demasiado católico.

Tampoco descartamos que Rozitchner comparta nuestra adicción por el programa de televisión “Little Britain” de la BBC, en particular el sketch del juego de memoria pirata. En efecto, en dicha ocasión, uno de los dos protagonistas representa el papel de un cliente que entra a una juguetería cuyo dueño es el otro protagonista, tal como se puede apreciar en la fotografía de más arriba. El cliente pregunta si tienen un juego de memoria sobre piratas para niños de cuatro a ocho años. Luego de un intercambio entre el dueño y su esposa, el dueño le muestra precisamente ese artículo, a lo cual el cliente interesado le responde que el juego de memoria piratas que le mostró le parece “demasiado pirático” para su gusto e inquiere acerca de la existencia de una tienda especializada en la venta de juegos de memoria sobre piratas y que además se encuentre en el área local (Little Britain).

Decimos que se trata de una broma por parte de Rozitchner debido a que asumimos que Bergoglio no podría haber conseguido el cargo de otro modo. En efecto, suponemos que en la “job description” del papado explícitamente figura que para ser Papa hace falta ser, precisamente, “bastante católico”, o quizás lisa y llanamente “demasiado católico”. Cabe preguntarse de hecho si existe siquiera una persona que pudiera ser “demasiado católica” para ser Papa.

En realidad, alguien podría decir que el Papa es menos católico de lo que parece ya que no parece haberle prestado mucha atención a Macri, quien, convengamos, no es precisamente un seguidor de Bakunin. Convengamos otra vez, así y todo, que a diferencia de los intelectuales en general, Rozitchner se expresa claramente por lo general y, como se puede apreciar, no deja de incluir entre sus afirmaciones un muy saludable buen humor. Ojalá sus colegas lo imitaran más a menudo.

domingo, 8 de mayo de 2016

"Compatriotas, préstenme sus oídos"



En este 2016, año shakespeareano ya que se conmemoran cuatrocientos años del fallecimiento del Bardo, "La Causa de Catón" se suma con gusto a dicha conmemoración haciendo referencia (mééééé) a Razones públicas (Katz Editores), título shakespeareano si los hay. En efecto, la expresión “razones públicas” no fue creada por John Rawls (como parecen suponer los rawlsianos), sino que emerge por primera vez en Julio César (1599) de Shakespeare, reveladoramente en boca de Bruto en el contexto del debate que se plantea alrededor de la muerte de César. Esas "razones públicas" son las que Bruto dará en su famoso discurso ante el pueblo (por no decir la opinión pública) en defensa de la muerte de César (para más detalles, consultar por favor los capítulos 3 y 6 de Razones públicas).

      Dado que Razones públicas a lo largo de sus seis capítulos sobre la libertad, virtud, debate, ley, patria y César, respectivamente, expone y (se podría decir que) defiende la causa republicana apelando generosamente a la obra de Shakespeare (sobre todo en el cap. 3), a continuación, como buenos republicanos (y shakespeareanos amateurs) que somos, dejamos que el Marco Antonio de Shakespeare (representado extraordinariamente por Damian Lewis), defienda a ese verdadero enemigo de la república que era César en respuesta a las "razones públicas" que Bruto acababa de dar:




[el video tiene subtítulos en inglés: CC] "Amigos, romanos, compatriotas, préstenme sus oídos. Vengo a enterrar a César, no a alabarlo. El mal que los hombres hacen en verdad vive después de ellos; el bien, a menudo es enterrado con sus huesos. Que así sea con César. El noble Bruto les ha dicho que César era ambicioso. Si fuera así, sería una falta grave, y César ha respondido gravemente por ella. Aquí, bajo autorización de Bruto y del resto—porque Bruto es un hombre honorable y así lo son todos, todos hombres honorables—vengo a hablar en el funeral de César. Él era mi amigo, fiel y justo conmigo, pero Bruto dice que él era ambicioso, y Bruto es un hombre honorable. Él ha traído muchos cautivos a Roma, cuyos rescates han llenado los cofres generales. ¿Hizo esto que César pareciera ambicioso? Cuando los pobres lloraron, César lloró. La ambición debería estar hecha de un material más severo. Sin embargo, Bruto dice que él era ambicioso, y Bruto es un hombre honorable. Todos uds. vieron que durante las Lupercales tres veces le presenté una corona real, la cual él rechazó en verdad tres veces. ¿Era esto ambición? Sin embargo Bruto dice que él era ambicioso, y seguro que él es un hombre honorable. No hablo para desaprobar lo que Bruto dijo, sino aquí estoy para hablar sobre lo que sí sé. Todos uds. lo amaron una vez, no sin causa; ¿qué causa les impide entonces estar de luto por él? Oh juicio, tú has huido hacia las bestias brutas y los hombres han perdido su razón! Aguanten conmigo; mi corazón está en el cofre ahí con César, y debo hacer una pausa hasta que me vuelva".