viernes, 31 de mayo de 2013

Nazis eran los de antes




La DAIA se ha quejado con razón de la banalización del nazismo y por ende del Holocausto recientemente hecha por el diario La Nación al comparar la situación de 1933 en Alemania con la argentina actual y por lo tanto al comparar al gobierno kirchnerista actual con el nazi de aquel entonces (1933). La DAIA, sin embargo, omitió señalar la banalización hecha por la última Carta Abierta (Justo lo que faltaba, v. en especial argumento nro. 2). No podemos sin embargo culpar a la DAIA por no leer una Carta Abierta.

En efecto, si hay que elegir, no hay duda de que La Nación supera notoriamente a Carta Abierta al menos en extensión (a igualdad de contenido, incomparablemente menor y por eso mejor) y fundamentalmente en claridad. Parafraseando a H. L. A. Hart y su bon mot sobre el jurista inglés John Austin, es una gran virtud equivocarse claramente, a diferencia de estar claramente equivocado. Vale aclarar que las virtudes de la claridad no sirven propósitos exclusivamente intelectuales como por ejemplo facilitar la lectura, sino fundamentalmente prácticos. Imaginemos, si no, un nazi que no supiera hacerse entender: perderíamos un tiempo muy valioso tratando de descifrar qué nos quiere decir, un tiempo que podríamos emplear buscando ayuda o huyendo simplemente.

Recordemos que la posición de La Nación, en realidad, es que “Salvando enormes distancias, hay ciertos paralelismos entre aquella realidad y la actualidad”. Para entender caritativamente o en su mejor luz lo que propone La Nación podríamos recurrir al pichettismo metodológico (senador, lo que se dice senador y Némesis). En efecto, aplicando la distinción que hace Pichetto entre argentinos argentinos (o absolutos, o simpliciter) y argentinos judíos (o relativos, o secundum quid), podríamos distinguir entre nazis nazis o nazismo sin más, o absoluto, etc., y nazismo de cierta clase o relativo, según el cual sería nazi todo aquel o aquello que tuviera cierta relación con el nazismo.

Por ejemplo, todos los seres humanos serían nazis relativos dado que comparten con los nazis un aparato respiratorio (no podrían haber sido nazis sin respirar, pero no por eso respirar es nazi). Es más, hay cierto nazismo anodino que va más allá de ciertas propiedades comunes a todos los seres humanos. Hay instituciones que fueron creadas por los nazis, tales como la de la juventud política (la tristemente célebre Hitlerjugend), pero nadie cree que por eso, v.g., la Juventud Radical (si es que todavía existe) es una institución nazi en algún sentido relevante (X fue creado por los nazis, de ahí no se sigue que todos los que tengan un X sean nazis). Si la Juventud Radical no lo es, entonces, mal que nos pese, tampoco podría serlo La Cámpora (al menos hasta ahora; de la Juventud Radical podemos hablar con certidumbre porque ya no existe). Otro tanto ocurre con la importancia que el nazismo le daba a la publicidad oficial o al deporte para difundir su mensaje. No por eso cualquiera que ponga la publicidad oficial o el deporte al servicio de su causa es, amén de ser un nazi relativo, por eso un nazi en sentido estricto.

Finalmente, tenemos el caso del fenómeno político que tuvo lugar en Alemania desde 1933 hasta 1945, y que por suerte todavía no se ha repetido, y que obviamente es el nazismo. Hay razones para creer entonces que no tiene mayor sentido hablar de nazismo anodino o relativo y que el uso de la palabra y cognados sólo sirve propósitos políticos pero en el sentido peyorativo de la expresión para descalificar a quienes no piensan como nosotros. Deberíamos acostumbrarnos a llamar “nazismo” sólo al nazismo, y ojalá nunca tengamos que usar la palabra, excepto en broma quizás, y además con extremo buen gusto, como "El Dictador" de Chaplin (o esta otra película).

Ahora bien, sería un error creer que es el anti-kirchnerismo el que lleva necesariamente a editoriales como el de La Nación. Basta recordar que Marcos Aguinis, un escritor que difícilmente pueda ser considerado kirchnerista y que es un habitual columnista del diario, ya se había opuesto tajantemente a la equiparación entre el nazismo y el kirchnerismo, al menos en lo que hace a la juventud. Releamos a Aguinis: “las juventudes hitlerianas…, por asesinas y despreciables que hayan sido, luchaban por un ideal absurdo pero ideal al fin, como la raza superior y otras locuras. Los actuales paramilitares kirchneristas, y, y otras fórmulas igualmente confusas, en cambio, han estructurado una corporación que milita para ganar un sueldo o sentirse poderosos o meter la mano en los bienes de la nación” (El Veneno de la Épica kirchnerista).

A primera vista Aguinis parece hacer quedar mejor al nazismo que al kirchnerismo, una actitud que tiene no pocos seguidores en twitter por lo menos, y que nos hace acordar a cuando el dictador en la película de Sacha Baron Cohen se refiere a alguien como "fascista, pero no en el buen sentido de la palabra". Aguinis tiene razón al decir que (al menos algunos de) los nazis actuaban por ideales, esto es, no lo hacían por puro interés. Pero ¿por qué suponer que una acción principista es por definición más valiosa que la conducta que sólo busca satisfacer el auto-interés del agente? ¿Es mejor un genocidio cometido por principios que la corrupción? No olvidemos que el principismo no sólo puede ser atrozmente inmoral sino paroxísticamente irracional, tal como Hannah Arendt lo recordaba al señalar el costo para el nazismo de un Holocausto en medio de una guerra mundial.

Por si quedaran dudas, pensemos qué preferíamos en el caso de que nos encontráramos en un campo de concentración y tuviéramos que elegir entre un nazi idealista o con un nazi corrupto a cargo de nuestro destino. El nazi idealista nos mataría precisamente por sus convicciones; nada podría hacerle cambiar de opinión, ni siquiera el dinero. Un nazi corrupto al menos nos deja la puerta abierta a la esperanza. El dinero sin duda es moralmente sospechoso, pero no tanto como para hacernos creer que su mera intervención convierte a la acción en cuestión en una instancia del mal absoluto.

La confusión, si es que se trata de una confusión en absoluto, proviene de la buena prensa que tiene el idealismo en sí mismo, con independencia de cuál es la idea en juego, y a la intuición muy popular según la cual la honestidad sólo consiste en actuar por principios, sin que importe cuáles son o qué implican. Irónicamente, en este punto el kirchnerismo que reivindica la violencia política y el principismo de Aguinis están mucho más de acuerdo de lo que ambos creen. Por suerte, la única manera de evitar estos encuentros sorpresivos es pensando. Parafraseando aquella vieja frase, los lugares comunes o intuiciones son como los vacas: si los miramos a los ojos, se escapan.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Palabras Más, Palabras Menos, Carta Abierta


Muy probablemente nuestro análisis de la última Carta (Justo lo que faltaba) provocó que Horacio González y Vicente Battista aparecieran en televisión para responder nuestras dudas. Sin embargo, salvo una honrosa excepción, quizás dos, que trataremos al final, la respuesta fue más de lo mismo. En efecto, en numerosas ocasiones insistieron en que la motivación de la denuncia es espuria, que se trata de estrategias usadas en el pasado, etc. Hasta donde pudimos apreciar, tampoco pudieron distinguir su propia banalización del nazismo de la hecha recientemente por La Nación (1933, vamos a dedicarnos al tema próximamente en esta sala). Y además ellos mismos reconocen que deberían haberse cuidado de comparar a la oposición con el nazismo.

Hubo dos momentos hilarantes. Primero, la aclaración según la cual Carta Abierta no está acusando a nadie. Nos hace acordar a una frase de la madre de uno de los miembros de La Causa, una vez advertida ella sobre la fuerte crítica que hacía sobre su nuera: "Yo no estoy criticando a nadie, sólo describo la realidad". Segundo, la idea expresada por Battista según la cual el texto de la Carta “está ajeno a los adjetivos”. Que un escritor diga algo semejante nos hace dudar de muchas cosas, para empezar de la escritura misma.

Hubo también momentos curiosos. Comencemos por el momento en que comenzaron a ser interrogados acerca de los términos de la Carta, y González advirtió que "No venimos a dar un examen de filosofía", como si hacerse entender fuera una cuestión filosófica. En realidad, todo el mundo, y particularmente los intelectuales, debe hacerse entender. El segundo, cuando González sostuvo que la Carta “se mantiene en un plano argumental que no existe en otros lados”. Nuevamente, semejante afirmación nos hace dudar de si los argumentos existen, o qué son, y para qué sirven. El tercero, cuando Battista se quejó de que Lanata propusiera algo imposible. En efecto, Battista recordó que al final de un programa Lanata instó a los televidentes a que "hicieran algo" en caso de que Clarín fuera intervenido y el programa no saliera al aire. Pero Battista mismo comenzó su crítica sosteniendo que la intervención de Clarín era imposible, con lo cual el antecedente condicional propuesto por Lanata era asimismo de cumplimiento imposible. Es como si Battista se quejara de que Lanata propusiera ponerle gas natural a la alfombra voladora que nos va a llevar a Marte. Por lo demás, cuando Lanata dijo "hagan algo" no necesariamente quiso decir "algo ilegal", o su propuesta es tan ilegal como "Vamos por todo". Un cuarto momento curioso fue cuando González mismo propuso que dudáramos de las palabras de la Carta, ya que hasta él mismo duda de las palabras que usó en la Carta, con lo cual la Carta misma pierde gran parte de su sentido.

Hablando de palabras, fue muy interesante cuando González, a diferencia de Battista, no le atribuyó intenciones golpistas a Lanata, aunque sí pulsiones golpistas, y en todo caso González aclaró que no iba a haber golpe alguno. Battista, que sí consideró golpista a Lanata luego de haber titubeado al principio, podría haber insistido en que así como hay un peronismo sin Perón, bien podría haber golpismo sin un golpe, así como la sonrisa del gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas: una sonrisa que existe sin la cara que la contiene (nos hacer acordar también a los cacerolazos en Belgrano: cacerolas que suenan desde los balcones sin que se vea la gente que las hace sonar).

A primera vista, la mención del relato gótico puede ser considerado una innovación respecto de la Carta. Sin embargo, dado que tanto González como Battista afirmaron que los que cometieron un delito deben ser castigados, y no ponen la mano en el fuego por nadie; es más, no relativizan las denuncias de corrupción, admiten que pueden ser ciertas. Entonces lo único que les molesta son las formas. La canallada es formal, no material.), entonces su desacuerdo con las denuncias es formal, no de contenido. Les molesta el relato gótico de Lanata, la representación teatral, su vestimenta (aunque cuando Lanata hacía otro tanto en la época de Menem les pareció "creativo"), el rating, etc. Así y todo insistieron en que no había pruebas, a pesar de que existe un contador que pasó de ser Cajero a Millonario en poco tiempo (como en la excelente película de Eddie Murphy y Dan Aykroyd), con veintipico de estancias, vaya uno a saber cuántos millones, las declaraciones incluso en blanco de los funcionarios, etc. Battista tuvo mucha razón al decir que Lanata miente, pero también contemplamos eso en nuestra entrada al hacer referencia al Diablo mismo. La insistencia en el carácter estructural de la corrupción en el capitalismo es una variante de la tesis de la reciprocidad que también discutimos en la entrada anterior.

Una verdadera innovación consiste en la tesis de González según la cual el relato gótico de Lanata produce pesadillas. No vamos a entrar en detalle porque, aunque fuera cierta, nos parece en el fondo interesante pero irrelevante. Algunos tienen pesadillas viendo el fútbol que el gobierno mismo usa hoy contra Lanata.

La innovación más interesante fue la distinción conceptual hecha por Battista, al mejor estilo oxoniense, entre gobiernos que son corruptos y corruptos en el gobierno, como si en el primer caso el gobierno fuera usado como un medio para cometer actos corruptos y en el segundo la corrupción fuera sólo un efecto colateral del gobierno. Según él, mientras que el primer escenario corresponde al menemismo, el segundo al kirchnerismo. El problema con esta distinción es que es circular. Un menemista podría responder diciendo que en realidad hasta el menemismo tenía una ideología en aras de la cual gobernaba, i.e. el libre mercado, y que la corrupción sólo fue ocasional o en todo caso un efecto no deseado. No hay que olvidar que los partidos que defienden el libre mercado están protegidos por la Constitución y pueden competir en igualdad de condiciones con los demás, por más asco que nos dé el individualismo capitalista. La circularidad entonces consistiría en que sólo el kirchnerismo es un gobierno con corrupción ocasional, debido a que defiende la ideología correcta. Por lo demás, la discusión deriva en la tesis de la presunción de inocencia, que también discutimos en la entrada anterior.

El final es revelador. González aclara que si no defienden al Gobierno, se desploma todo. Pero González no debería apoyar al Gobierno por las consecuencias (políticas y/o psicológicas) de no hacerlo, sino porque cree que tiene buenas razones en sí mismas para hacerlo.


viernes, 24 de mayo de 2013

Justo lo que faltaba




Con un título revelador, “Lo justo”, Carta Abierta salió en defensa del Gobierno a raíz de las acusaciones de corrupción de las que ha sido objeto el segundo (en Página 12). Se trata de una carta bastante larga, lo cual es comprensible ya que se trata de un verdadero colectivo que aglutina mucha gente, y por eso nos la hemos repartido entre los miembros de La Causa para poder analizarla en detalle.

La tesis central de la carta es que las recientes y crecientes denuncias de corrupción son infundadas y tienen como objetivo deslegitimar al Gobierno. Nos parece, sin embargo, que la defensa de Carta Abierta adolece de ciertos problemas. Vamos a mostrarlos mediante la enumeración de los varios argumentos que da Carta Abierta en defensa de su tesis y por lo tanto del Gobierno, siguiendo el orden de aparición de los argumentos en la carta.

1. La tesis de la indiferencia política de los delitos. Según Carta Abierta a los medios opositores ya no les importan “las diferencias políticas o ideológicas, tampoco los modelos económicos antagónicos, lo único que le interesa a esta máquina mediática descalificadora es sostener un bombardeo impiadoso y constante que no deje nada en pie”. La obvia dificultad que tiene este argumento es que supone que quien tiene la ideología correcta puede cometer delitos, entre ellos los tan perniciosos contra la administración pública. Hasta donde sabemos el Código Penal no admite como defensa haber sido democráticamente elegido por el pueblo ni tampoco tener creencias políticas correctas o verdaderas o defender un modelo económico justo. Más allá del derecho penal, tampoco el razonamiento moral estándar admite semejante defensa. Se supone que los delitos, salvo excepciones quizás como los que atentan contra la propiedad privada y el aborto, describen acciones que son malas en sí mismas, como rezaba la vieja pero vívida terminología medieval, y por eso su disvalor no depende de quién los comete ni por qué. El ejemplo que daba Aristóteles para ilustrar el disvalor de una acción era el del adulterio con la mujer del tirano. Hoy en día por obvias razones habría que actualizarlo y quizás capture la idea el ejemplo de un genocidio de genocidas.

2. La tesis instrumental. Un segundo argumento consiste en que las denuncias de corrupción según Carta Abierta evocan en la memoria de la audiencia “La oscura figura del avaro, la brutal construcción del ‘judío’ con los bolsillos llenos de dinero que supo desplegar el antisemitismo exterminador”. El argumento consistiría entonces en que dado que los nazis llevaron adelante el antisemitismo exterminador mediante la figura del avaro, entonces las denuncias son nazis o en todo caso no tiene sentido realizarlas. Según este curioso argumento, dado que los nazis condujeron a la muerte a millones de personas usando trenes, entonces deberíamos prohibir los trenes o quizás entregarle la concesión a la familia Cirigliano. Hubo varios elementos que los nazis usaron sin los cuales hubiese sido imposible el Holocausto, pero de ahí no se sigue que no podamos usarlos dándoles por supuesto un uso diferente (relojes, combustible, libros, tinta negra, etc.). Por lo demás hay varias cosas que el nazismo comparte con el Gobierno, de hecho el nazismo inventó la idea de una institución juvenil política (aunque quizás la inventaron los espartanos), el punto es sin embargo que sería absurdo usar eso en contra del Gobierno. Por otro lado, Carta Abierta sí puede comparar el mito del burgués rico que fue usado contra los judíos en la Segunda Guerra para replicar a las denuncias por corrupción (el argumento es: no me vengas con X porque lo usaron para hacer Y), pero los demás no pueden comparar al corrupción menemista con la actual (cuando el argumento es el mismo: no me vengas con X porque lo usaron para hacer Y).
(Una ligera variante es que en el pasado, y probablemente en el futuro, así como en todos los universos posibles como diría Sheldon Cooper, todos los golpistas usan a la corrupción para derribar gobiernos democráticos [“No ha habido en el pasado ni en la actualidad un solo gobierno popular que no haya recibido las descargas de esa seudomoralina autoproclamada como el último bastión de la verdadera república siempre amenazada por los populismos”]. Da la impresión de que esta variante no escapa a los problemas del tema general de esta tesis ni a los de la tesis de la indiferencia).

3. La tesis de la motivación contraproducente. El tercer argumento, emparentado con el primero, consiste en que la motivación de la denuncia no es la denuncia en sí misma sino deslegitimar al Gobierno, o en todo caso el motivo de la denuncia sólo se explica por la ideología opositora al Gobierno (“No actúan en nombre de lo justo”). Este argumento también provoca cierta curiosidad, ya que sus cultores parecen ser más kantianos que Kant. En efecto, para ellos, una acción deja de tener valor moral si no es realizada en aras de un propósito moral. Si no matamos a alguien sólo por miedo al castigo, entonces nuestra abstención no tiene valor moral alguno, es más, es lisa y llanamente inmoral. No podríamos tampoco denunciar a un vecino que cometió un delito creyendo que lo cometió si justo sucediera que lo odiábamos o incluso teníamos planeado matarlo. Tampoco podríamos denunciar a un vecino genocida si nuestra motivación fuera vengarnos porque hacía mucho ruido o dejaba la puerta del ascensor abierta.  Kant, sin embargo, jamás creyó que la acción pierde todo valor moral si no iba acompañada de un propósito moral. En todo caso, sí creía que el valor moral completo de una acción dependía de su motivación, pero jamás sostuvo entonces que si no va acompañado de una intención pura o moral entonces el acto se vuelve irrelevante o incluso inmoral. Si hay que elegir, entonces, por las dudas el acto moral, y si tiene la intención correcta mejor. Pero no es indispensable. Y según esta estricta teoría motivadora hiperkantiana Estados Unidos no podría haber entrado en guerra contra el Eje ya que lo hizo porque sus posesiones en el Pacífico estaban amenazadas, o como suele suceder, sus intereses económicos, y no porque estaba teniendo lugar un Holocausto.
Curiosamente, los defensores del kirchnerismo que tanto reivindican el regreso de la política, son hipermoralistas en casos como éstos y sólo aceptarían denuncias anexas a cuestiones ciertamente políticas hechas por seres angélicos, verdaderos santos (nos permitimos extrapolar un párrafo de la Carta que aparece en otro lugar pero que justo expresa lo que tenemos en mente: “Si esa consigna la dijeran grandes filósofos de la moral, siempre que no lleven a que nos gobierne un nuevo Savonarola o la misma Inquisición, sería atendible”). Todos los demás deben pagar en efectivo, como decía una magnífica leyenda que acompañaba al proverbial “In God we trust”. Nos preguntamos si un miembro de Carta Abierta sí podría denunciar, por ejemplo, la corrupción de otro gobierno, por ejemplo, menemista (vamos a volver sobre el tema).

4. La tesis de las consecuencias (o "Ellos son peores"). Este argumento se extrae del siguiente pasaje: “Se funda entonces una maquinaria de horadar, que por supuesto no es nueva y que incluye muchos antecedentes en el pasado inmediato de la cultura social de Occidente, y especialmente de nuestro país. Indirectamente aludimos a la caída de la República de Weimar que dejó abierto el camino para el ascenso del nazismo al poder, pero también a los climas previos fomentados por agencias operativas de los intereses derrocadores”. Los miembros de Carta Abierta suponen que cualquier otro partido que no sea el kirchnerista equivale al nazi. Ignoran, sin embargo, que los demás partidos han sido habilitados para competir en elecciones democráticas a pesar del estricto control de constitucionalidad que nuestro derecho exige para poder hacerlo, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en países como Francia. Da la impresión de que algunos kirchneristas a pesar de su reivindicación de lo político lo moralizan constantemente (la moralización de lo político). Sobre el consecuencialismo en cuestiones de corrupción ya habíamos discutido la posición de Diana Conti ( Derecho Penal para Todxs). Vale aclarar que esta defensa supone que el fin justifica los medios, lo cual al menos es original. Y al menos, no usaron a Maquiavelo (Con Maquiavelo no, Mocca).

5. La tesis de la presunción de inocencia: “No actúan con pruebas ni documentos irrefutables” (No es lo que parece). Acá Carta Abierta se hace fuerte, quizás inexpugnable, pero sólo a expensas de firmar una Carta número catorce en la que hacen un llamado a desagraviar la figura de Carlos Menem, que ha sido descalificado sistemáticamente por corrupción a pesar de que jamás fue condenado en juicio (excepto en el caso de la venta de armas a Ecuador, en cuyo caso sólo los pacifistas extremos podrían mantenerse en sus trece, no así los que defienden, v.g., la guerra justa, a pesar de que solemos confundir las dos nociones). Nos da la impresión de que sería un precio demasiado alto para defender su posición, entre otras cosas porque la oposición al menemismo es parte constitutiva del relato kirchnerista, quizás su centro de gravedad.

6. La tesis de la reciprocidad: “la corrupción más importante… es la que ocurre en las grandes transacciones capitalistas en materia de estructuras financieras ilegales, circulaciones clandestinas, excedentes que pertenecen a rubros invisibles de la acumulación de sobreprecios, instancias implícitas de gerenciamiento de dineros privados considerados como mercancía de las mercancías en pequeños países que no es que tengan sistema capitalista, sino que el sistema capitalista los tiene a ellos”. Un primer problema con este argumento es que jurídicamente hablando en derecho penal no hay culpa concurrente. Tampoco tiene sentido justificar la comisión de un delito porque los demás cometen delitos. Además, es obviamente cierto que si tomamos al capitalismo en su conjunto hay mucho más corrupción que en la acción de un puñado de individuos. Sin embargo, hay que reconocer que algunos individuos le han hecho fuerza al capitalismo en su conjunto,  alcanzando un notable rendimiento actuando al menudeo o al por menor. Se trata, además, de un regreso al consecuencialismo (v. nro. 4).

7. Clarín es el Diablo. Este último argumento es una combinación de quizás todos los anteriores. Sería muy ingenuo creer que Clarín actúa movido sólo por razones estrictamente morales. Es de público conocimiento que Clarín Miente. Sin embargo, nuevamente, no podemos descalificar el contenido de la denuncia sólo por su fuente. Vamos a dar un ejemplo extremo. Hasta Hitler puede decir la verdad, aunque nadie deseara creerle, tal como lo muestra el caso de la matanza de Katyn. En efecto, Hitler tenía razón cuando protestaba a los cuatro vientos no haber matado a los 20.000 oficiales e intelectuales polacos encontrados muertos en los bosques de Katyn, porque la matanza fue realizada por los soviéticos. Nadie, por supuesto, tiene ganas de creerle a Hitler, pero las creencias no tienen nada que ver con las ganas (al menos por lo que se sabe hasta ahora de la psicología humana y del mundo).

Bonus track: la comparación con Venezuela ("El añorado Capriles argentino se estaría preparando para venir a rescatarnos de tanta infamia") es un arma de doble filo. Maduro públicamente ha declarado que habla con pajaritos, conoce la identidad de quiénes votan en su contra (Voto de Autor) y acaba de declarar que va a armar a miembros de la sociedad civil (obreros) para que los opositores políticos no le falten el respeto al Gobierno, como si el ejército no fuera suficiente al respecto (click). No hace falta ser anti-chavista para mostrar cierto asombro o al menos curiosidad ante estos acontecimientos. Por lo demás, la referencia en la Carta a la "Justicia express" cuando el Gobierno ha criticado a la Justicia por su lentitud en las causas de la ley de medios y ha puesto de hecho en duda a la Justicia en su conjunto y por eso la quiere reformar, también es un arma de doble filo, a menos que la Justicia tenga razón cuando nos da la razón, y nada más.

La defensa de Carta Abierta, en resumen, se concentra en lo que rodea al contenido de la denuncia y no en la denuncia en sí misma, con lo cual hace sospechar que la denuncia es más fuerte de lo que Carta Abierta sostiene. Pero, por supuesto, tampoco la estrategia de Carta Abierta prueba que la denuncia es infalible. Lo que queda claro es que la defensa de Carta tiene bastantes claros, está muy abierta. Hay que ver contra qué atacantes tendrá que vérselas.

lunes, 20 de mayo de 2013

Kirchnerismo y Filosofía política




Si hubiera que resumir en una palabra el credo kirchnerista sobre la política, esa palabra sería indudablemente “conflicto”. En las antípodas se encuentra el credo liberal, cuyos fieles creen que la política es básicamente consenso. De ahí que para el kirchnerismo el liberalismo sea la anti-política por excelencia.

Esta negación liberal de la política admite a su vez tres grandes variantes. (1) Una moral o rawlsiana, según la cual la política es básicamente un sucedáneo de la ética, como si existiera una razón pública capaz de lograr el asentimiento de cualquiera que fuera razonable. (2) Otra, judicial o dworkiniana, cree que la política es esencialmente un desacuerdo jurídico resuelto por un tribunal. (3) La última, mercantil o neohobbesiana, entiende a la política como una negociación o intercambio que intenta alcanzar un punto de equilibrio de los intereses en disputa. El corolario en los tres casos es en el fondo el mismo: el liberalismo, en lugar de obtener un consenso genuino, impone hipócritamente cierto estado socio-económico de cosas injusto, confiriéndole una pátina de objetividad o neutralidad en términos del Estado de Derecho, de la Constitución o del Mercado—o una combinación de los tres—.

Es por eso que el kirchnerismo, según algunos debido a la influencia de Carl Schmitt, se niega a entender a la política como la continuación de la ética, del derecho o de la economía por otros medios. De ahí no se sigue por supuesto que la política sea inmoral, ilegal o ineficiente. El punto es que, por ejemplo, si bien todos aceptamos que la libertad es un valor, que los tribunales deben resolver conflictos jurídicos y que la economía debe ser eficiente, eso no nos ayuda a resolver si las retenciones al campo son restricciones injustificadas de la libertad, si los tribunales tienen suficiente representatividad política para resolver desacuerdos constitucionales, o si la redistribución del ingreso es nociva para la economía. Lo que caracteriza al conflicto político entonces es que se trata de un enfrentamiento entre partes con argumentos igualmente atendibles, incluso partiendo de premisas compartidas, y muchas veces la búsqueda del consenso enmascara la defensa del status quo. Hasta aquí, el kirchnerismo tiene razón.

El kirchnerismo, al igual que Schmitt por supuesto, no se conforma con enfatizar el conflicto sino que tiene su propia versión del orden. En otras palabras, cree ser revolucionario pero está lejos de ser anarquista. Según el kirchnerismo la única solución genuinamente política del conflicto consiste en las decisiones tomadas por un líder elegido de manera democrático-plebiscitaria. Esta confianza K en las decisiones de su liderazgo explica por qué para un K la cuestión de quién gobierna es mucho más importante que el control a dicho gobierno. Dado que quien gobierna es el representante del pueblo soberano, no hay razones para desconfiar de dicho gobierno. En realidad, la persona que desconfía del representante del pueblo en el fondo duda del pueblo mismo y por lo tanto nos da razones para desconfiar de ella misma. ¿Existen acaso razones valederas para desconfiar del gobierno del pueblo?

De ahí que el problema principal con la filosofía política K es que reivindica la política siempre y cuando provenga del Estado K. En efecto, si la sociedad civil marcha en contra del kirchnerismo eso no es considerado pueblo ni política en sentido estricto, sino una manipulación corporativa (si alguna vez el kichnerismo se llegara a encontrar en el papel de opositor, toda su Kulturkampf en aras del monopolio estatal de lo político se le volvería en su contra; de hecho, el macrismo ya le está administrando en Buenos Aires una generosa dosis de su propia medicina).

Esta descalificación del enemigo es un rasgo constante del kirchnerismo, pero no así del pensamiento schmittiano, lo cual nos hace dudar de si los kirchneristas han leído correctamente a Schmitt (si es que lo han leído en absoluto). En efecto, la suposición según la cual nuestros enemigos son idiotas o perversos útiles para los intereses corporativos es muy extraña, ya que la otra cara de la autonomía de la política, tal como Schmitt insiste una y otra vez, es que la política es una lucha entre iguales. Incluso personas bien intencionadas y con información suficiente pueden enfrentarse políticamente.

Creer que la política es una lucha del bien contra el mal, por el contrario, implica una asimetría tal entre los contrincantes que necesariamente moraliza y/o criminaliza el conflicto político en beneficio obviamente de quien dice ser el representante del bien. Y dado que el relato K no sólo invoca al pueblo como sujeto de la acción política sino que además su trama gira alrededor de los derechos humanos, todo aquel que se le enfrenta corre el riesgo de convertirse no sólo en un enemigo de la soberanía popular sino además de los derechos humanos, algo así como un Luis XVI redivivo (hablando de la nobleza, que siempre obliga, la identificación de un enemigo interno a los fines de lograr cohesión nacional no es ajena a la obra de Schmitt, pero sólo pertenece a su período nazi, el cual fue muy breve en comparación con la totalidad de su producción).

Finalmente, cuando el kirchnerismo se encuentra en inferioridad de condiciones morales o legales (v.g. en relación al patrimonio de Lázaro Báez), o debe explicar sus alianzas con gobernadores cuasi-feudales (v.g. Insfrán o Alperovich), o experimenta más o menos rápidos cambios de humor político (sobre Clarín, YPF, Irán, el Papa, el dólar, etc.), no tiene empacho en abandonar su superioridad moral para ensuciarse en el lodo cotidiano de la política, justificando su acción en términos instrumentales debido a la infalibilidad de su liderazgo. El problema aquí no es sólo su oscilación entre los derechos humanos y la Realpolitik según mejor le convenga, sino que además no admite que sus adversarios políticos puedan hacer lo mismo.

En resumen, el kirchnerismo tiene razón en sostener que la política es autónoma y conflictiva. El problema es que pretende aprovechar todas las ventajas de la reivindicación de la política (el conflicto en nombre del pueblo y los derechos humanos) sin sus desventajas (se trata de una lucha entre iguales). La conclusión parece ser inevitable: el kirchnerismo reivindica lo político sólo si le concedemos el monopolio de lo político. No hace falta leer a Schmitt para recordar que se suponía que esa actitud hipócrita era la liberal, no la de quienes reivindican el conflicto.

Fuente: Bastión Digital

sábado, 18 de mayo de 2013

La nueva Democracia venezolana y el Voto de Autor


A juzgar por estas creemos recientes declaraciones de Maduro, en Venezuela ha emergido una nueva concepción de democracia que descansa sobre lo podríamos llamar de "voto de autor", esto es, aquella en la que sabemos quién es el que realiza el voto y a qué o a quién vota (no tan nueva en realidad, ya que no era ignorada precisamente antes de la instauración del voto secreto al menos creemos en Venezuela):




En realidad, la novedad reside en que el voto de autor en Venezuela es restringido, si entendimos bien, ya que sólo se aplica a quienes deberían haber votado a Maduro y no lo hicieron, y no a todos aquellos que votaron en su contra, ya que Maduro sólo dijo tener el documento de aquellos cuyos votos conformaron la brecha entre él y el candidato opositor. 

Esta teoría de la democracia ya la habíamos discutido (click) y, mal que nos pese, es de raigambre rousseauniana. En efecto, recordemos aquel  pasaje del Contrato Social (IV.2) en el cual Rousseau se pregunta cómo reconocer la voluntad general, la voluntad del pueblo. La respuesta es que "cada uno dando su sufragio dice su opinión sobre ello, y del cálculo de los votos se saca la declaración de la voluntad general. Cuando entonces la opinión contraria a la mía prevalece, eso no prueba otra cosa que yo me había equivocado, y que lo que yo estimaba ser la voluntad general no lo era. Si mi opinión particular hubiera prevalecido yo habría hecho otra cosa de lo que hubiera querido, y es entonces que yo no habría sido libre". De ahí que, tal como supone Maduro, al menos esos 900.000 que votaron en su contra se equivocaron.

Una cuestión verdaderamente fascinante en sí misma es saber cómo saben quiénes fueron precisamente esos 900.000 que conformaron la brecha, de los millones y millones que votaron en contra del chavismo: ¿los elegirán al azar? ¿algunos serán anti-chavistas irrecuperables, mientras que otros no lo son? ¿qué es mejor? Nótese que quien es considerado anti-chavista de raza o paladar negro no va a ser molestado, sino sólo aquellos que no lo son. ¿Será que acordaron con estos 900.000 ciertos beneficios a cambio de su voto? Si es así, algunos no cumplieron con su palabra. Pero si la diferencia por la cual ganó fue de 900.000 votos, en realidad Maduro debería agradecerles por haber votado por él. Qué misterio. Otra cuestión no menos fascinante es si el silencio de Maduro después de anunciar urbi et orbi que sabe la identidad de esos 900.000 votos se debe a que se dio cuenta del disparate que acababa de decir, o si sólo quiso infundir miedo. ¿Habrá sido el pajarito aquel el que le contó la identidad de los 900.000? Se trata de otro de los casos que demuestran cuánta razón tienen los que creen que no se puede estudiar a la democracia en un vacío sino que hay que entenderla a la luz de la cultura política imperante.

Retomando el hilo, y en otras palabras, no es la mayoría la que constituye la expresión de la voluntad general o democrática, sino el chavismo. Si no son los números los que mandan, entonces la mayoría es completamente circunstancial. Maduro entonces sigue la senda anticontractualista (al menos si entendemos al contrato en términos volitivos antes que como un indicio de lo que es racional) que lleva desde Rousseau hasta Hegel (que Dios, Rousseau, Kant y Hegel nos perdonen por decir esto) según la cual la voluntad general sólo es perceptible a priori, nunca empíricamente. La cuestión es quién tiene razón, no quién saca más votos.

Ya era hora de que se renovara la aburrida teoría democrática, que hace tiempo repite esa monótona cantinela de la importancia de las mayorías para la determinación de la voluntad democrática y esgrime como un logro el voto secreto y anónimo, fordista, mecánico, despersonalizado, alienante (no más forsterismos). Miremos si no lo que está pasando en Argentina, en donde las líderes de las mayorías nacionales y locales hacen literalmente lo que se las da la gana. Al final, Maduro combina su desconfianza neo-rousseauniana con la vieja tradición contramayoritaria federalista, a pesar de sus bravuconadas populistas y plebiscitarias. En el fondo, como decía el General, somos todos republicanos.  

viernes, 17 de mayo de 2013

Otro Plagio


Hemos descubierto que esta vez fue un tal Andrés Rosler el que nos plagió, y en otro diario, Infobae (click):



En materia penal, cualquiera puede tirar la primera piedra
Mayo 12, 2013
 
Ante la gravedad de las denuncias por corrupción en la función pública, medios afines al Gobierno han decidido adoptar la política de devolver golpe por golpe. A cada acto delictivo que se sospecha ha sido cometido por algún funcionario del Gobierno, la estrategia oficialista consiste en responder con denuncias de actos delictivos que se sospecha fueron cometidos por las corporaciones. Sin embargo, esta estrategia es un arma de doble filo.

En efecto, si bien el kirchnerismo tiene razón en creer que la política es conflicto o polémica, toda polémica, e incluso la guerra misma, es acompañada por un régimen normativo que contiene por lo menos un núcleo de prohibiciones legales. Como nos lo recuerda Hobbes, quien difícilmente era un pacifista, hay ciertas cosas que “ni siquiera en la guerra” se pueden hacer. La idea de una guerra en la que literalmente vale todo es una contradicción en sus términos. Por eso es precisamente que distinguimos la guerra del terrorismo, y sobre todo repudiamos el terrorismo de Estado.

Siguiendo con la metáfora bélica, la comisión de un delito contra la administración pública viene a ser entonces algo así como un crimen de guerra. De ahí que no tenga sentido la estrategia de alegar bíblicamente que nadie puede tirar la primera piedra. Si lo tuviera, podríamos tratar de exculpar un genocidio mediante la comisión de otro. Nadie, sin embargo, compararía razonablemente genocidios, sino que expresaría su más terminante repudio a todo genocidio, sin que importe quién lo cometa. Lo mismo debería aplicarse a los delitos en general. La prohibición penal no depende de sus efectos relativos.

Pero si nos concentráramos en los efectos de los delitos, no habría que olvidar que la corrupción pública, amén de ser cometida por personas que se supone son custodios de la confianza de la sociedad, es un típico delito de cuello blanco, la clase de delito apañado por el sistema a pesar de ser muy perjudicial para la sociedad, particularmente para los sectores más desaventajados, mientras que, tal como nos lo recuerda la criminología crítica, irónicamente delincuentes de muy poca monta van a la cárcel por delitos cuya responsabilidad recae fundamentalmente en la sociedad.

Algunos sospechan de los motivos que inspiran a quienes denuncian la corrupción pública. Sin embargo, no tiene sentido desautorizar la denuncia exclusivamente por sus motivos. Ni los Estados Unidos ni la ex Unión Soviética entraron en guerra con la Alemania nazi por el Holocausto, sino por puro autointerés. ¿Se sigue de ahí entonces que no tenían derecho de entrar en la guerra, o siquiera denunciar los campos de concentración? Tampoco el nazismo podría justificar sus propias atrocidades en términos de las atrocidades soviéticas.

Finalmente, un argumento que se suele invocar en defensa de la corrupción, por extraño que parezca, es que se trata de funcionarios elegidos por la mayoría de los ciudadanos. Sin embargo, la democracia no es un ticket para cometer delitos (y si lo fuera, Macri podría reprimir como y cuando le viniera en gana, con tal de haber ganado las elecciones).

En conclusión, la estrategia de devolver golpe por golpe en lugar de ser una defensa en realidad es un acto de autoincriminación.



jueves, 16 de mayo de 2013

Lo hicimos, salimos en el Diario




Era una cuestión de tiempo. Tarde o temprano nos iban a plagiar. Lo que no imaginábamos es que el plagio provendría de un gigante mediático como Clarín, lo cual, para qué lo vamos a negar, nos enorgullece. Significa que algo estuvimos haciendo bien, o, para no entrar en polémicas, significa al menos que tuvimos éxito o repercusión. Por si no nos creen, transcribimos a continuación la prueba irrefutable al respecto que obra en una nota de Clarín (click).

En efecto, en apoyo de la tesis según la cual "el gobierno de la doctora de Kirchner está en camino de convertirse en una dictadura", Marcelo Moreno cuenta que "En el año 46 antes de Cristo, Marco Poncio Catón (llamado El Joven para distinguirlo de su bisabuelo) se suicidó en la ciudad de Útica de manera espantosa. Lo hizo luego de que César derrotara a sus aliados en la batalla de Tapso. Catón estaba convencido -como era bien probable- que César terminaría coronándose emperador, aniquilando la República. De esta forma, Catón y todos los romanos pasarían, sin derechos ni libertades, de ser ciudadanos a súbditos, como ocurrió efectivamente años después, cuando Octaviano, sobrino de César, se proclamó Augusto. Tampoco quiso Catón regalarle a su enemigo la facultad de perdonarlo. La abrumadora mayoría de la gente no es como Catón y sobrevive -por fortuna- a las diversas clases de despotismos. Como desdichadamente sabemos los argentinos se puede vivir bajo una dictadura. Sólo que sin libertad la vida se vuelve, a veces invisiblemente, indigna".

Esperemos que a nadie se le ocurra aventurar que estamos exagerando, que el nombre "Catón" no es una marca registrada del blog porque se trata de un personaje histórico, una figura de las más representativas de la más rica tradición republicana, y que, por ejemplo, varias personas han leído a Lucano (nombre difícil para usar en Argentina). Nuestra hipótesis es, insistimos, que se trata de un plagio, y como todo plagio, un reconocimiento, si bien indirecto, a lo que imita.

Si Argentina va en camino de tener un gobierno dictatorial podría ser otra de las exageraciones a la que los republicanos estamos tan acostumbrados, y además no hay que olvidar que la dictadura es una creación de larga prosapia republicana. En efecto, se trataba de una magistratura de emergencia empleada con cierta frecuencia hasta el fin del tercer siglo a.C., no fue usada en el segundo, y reapareció en todo su esplendor durante el primer siglo a.C. cuando fue conferida a Sila y a César, quienes en el fondo fueron designados tales para dar forma constitucional a su supremacía de facto.

La función del dictador consistía en tener el mando de un ejército o realizar cierta tarea específica, como llevar a cabo una elección o lidiar con una sedición. Los dictadores solían renunciar apenas cumplían con su tarea, y no podían permanecer en el cargo de todos modos por más de seis meses. Hay que tener en cuenta que, en contra de lo que se suele creer, los dictadores al menos en teoría no estaban exentos ni del veto de los tribunos ni de la provocatio (i.e., la apelación hecha ante el pueblo contra la acción de un magistrado), y podía ser llevado a juicio después de dejar el cargo. Quizás no sea un consuelo, pero otro tanto se aplica a nuestros presidentes. De lo que no cabe duda es que cuando César fue designado dictador perpetuo la institución de la dictadura como una magistratura de emergencia perdió su sentido y se convirtió en una cuasi-monarquía.

La dictadura gozó de toda su antigua reputación de manera más o menos ininterrumpida hasta que, suponemos, luego de la Revolución Francesa, adquirió la mala prensa que no la ha abandonado hasta el día de hoy, esto es, se convirtió en la antecesora de palabras tales como fascismo o nazismo, de tal forma que designa todo aquello que nos parece reúne todos los requisitos del mal absoluto. En otras palabras, perdió gran parte de su poder descriptivo y explicativo (y ciertamente su sentido aprobador, que no sólo es usado por el Dictador de Sacha Cohen sino también por lo mismos fascistas y nazis) porque se convirtió en un mote descalificador.

Cuesta mucho creer que el kirchnerismo puede ser tan torpe como para intervenir Clarín y tomar decisiones sobre el contenido de los medios del grupo. No sólo violaría la libertad de expresión sino que sería un acto políticamente suicida, muy parecido, irónicamente, a la decisión de Catón de demostrar pragmáticamente la libertad existencial proverbialmente atribuida a los estoicos republicanos. Claro que no es ninguna garantía confiar en la racionalidad de los agentes. Veremos qué sucede. Como dijo, dicen, Chou en-Lai sobre la Revolución Francesa, todavía es algo temprano para poder saber.


N. de la R.: Cualquier coincidencia entre los eventos y los personajes del video que obra más arriba y la realidad es pura coincidencia. Vaya nuestro más sincero agradecimiento a Tomás Benjamín Wierzba quien nos llamó la atención sobre la existencia del plagio.

miércoles, 8 de mayo de 2013

¿Sheldon Cooper Canciller?


El Canciller argentino (de quien ya nos hemos ocupado: click) sostuvo respecto a las relaciones de Argentina con Uruguay que "no es cierto que las relaciones (entre ambos países) estén pasando ni por el peor momento ni mucho menos", según Página 12. El mismo diario proclive al oficialismo no oculta el hecho de que Timerman se negó a responderle al Vicepresidente uruguayo, Daniel Astori, quien había dicho que la relación con Argentina estaba "en la peor etapa de su historia", aunque sostuvo de todos modos que la opinión del Vicepresidente uruguayo "no representa la realidad y lo que piensa la mayoría del pueblo uruguayo". Nos mata la curiosidad de saber qué opinaría Timerman si algún uruguayo dijera otro tanto, digamos, sobre alguna opinión de Amado Boudou (ciertamente, no sobre cuál es la temperatura ideal para tomarse un mate, sino sobre el estado de las relaciones argentino-uruguayas) y el pueblo argentino.

Por alguna razón, el comentario del Canciller nos hace acordar al famoso chiste muy utilizado en filosofía de la mente (y probablemente en psicología, pero vamos a tener que confirmarlo) sobre los dos conductistas que tienen sexo, al final del cual uno le dice al otro: "Veo que a vos te gustó. Pero ¿y a mí?". En efecto, para un conductista como Timerman, Uruguay puede llevarse muy bien con Argentina, a pesar de que Uruguay no lo sabe, o a pesar de que Uruguay cree que se lleva muy mal con Argentina. Ciertamente, no queremos comparar el estado de las relaciones internacionales con un dolor de muela, para usar un típico ejemplo wittgensteiniano. Uno no puede equivocarse sobre el segundo, pero sí sobre el primero, y es indudable que hay países que no saben lo que quieren. Pero así y todo sigue siendo un caso extraño.

Todo lo cual nos hace acordar a las dificultades que tiene Sheldon Cooper, y el conductismo en general, para entender a los demás seres humanos, y probablemente a otros países. Quizás ayudaría, tal como lo sugiere este video, si el Vicepresidente y el Canciller del Uruguay usaran carteles en sus interacciones que ayudaran a nuestro Canciller a entenderlos mejor. Algo por este estilo:





martes, 7 de mayo de 2013

¿Sólo el que esté libre de Pecado puede tirar la primera Piedra?




(N. de la R.: "halibut" no es "jabalí" sino un pescado; y en una escena anterior consta que las mujeres no tenían derecho a participar en lapidaciones)


El kirchnerismo, por obvias razones, ha cambiado de estrategia. Si bien no abandona la desautorización moral de sus críticos, a juzgar por las tapas recientes de algunos diarios afines, le ha agregado una dimensión política, según la cual aunque haya corrupción, no es sino el reflejo especular de la corrupción corporativa.

En rigor de verdad, no es una estrategia exactamente nueva. El kirchnerismo siempre ha tratado de reclamar superioridad moral en relación a sus adversarios debido a que representa al pueblo, y cuando nota que anda flojo de papeles, sean legales o morales, alega políticamente que sus faltas son necesarias y por lo tanto justificadas en la guerra que libra contra las corporaciones (como ya habíamos mencionado: delenda est Santa Fe). La respuesta sobre la corrupción golpe a golpe no es sino una variación del mismo tema. También habíamos visto que el hecho mismo de que estemos discutiendo sobre la justificación de la corrupción es un síntoma de que andamos muy mal. La comisión de un delito contra la administración pública, como la comisión de todo delito (excepto quizás aquellos que afectan la propiedad privada y el aborto), debería automáticamente interrumpir la discusión política, amén de sus graves repercusiones legales. El hecho de ganar las elecciones no es un ticket para cometer delitos (y si lo fuera, Macri en Capital podría reprimir a gusto, al menos por ahora).

Recordemos que el propio kirchnerismo utilizaba la teoría del culo limpio (algo irónica en este contexto de lavado) para denostar a los evasores que critican al Gobierno, asumiendo correctamente que todos debemos pagar impuestos (se te olvida). No parece haber razones por las cuales lo mismo no valga para el deber de abstenernos de cometer delitos.

El kirchnerismo, por otro lado, tiene mucha razón al sostener que la política es conflicto, por no decir polémica en el sentido literal o griego. Sin embargo, de ahí no se sigue que en la guerra vale todo, incluso tomando al término guerra en su sentido literal. Por el contrario, toda guerra amén del régimen que determina quiénes pueden participar y por qué razones y de qué modo (lo que en la jerga se suele denominar el derecho a la guerra o jus ad bellum), toda guerra, decíamos, contiene una serie de disposiciones que regulan qué se puede hacer durante la guerra (el derecho en la guerra o jus in bello). Hasta Hobbes, alguien que no suele ser entendido precisamente como un pacifista, creía que hay cosas que no se pueden hacer “ni siquiera en la guerra” (Elementos Filosóficos. Del Ciudadano, III.27, n.). Y estas prohibiciones sobre la guerra son lógicamente independientes de quiénes y de por qué pelean. Tales prohibiciones, precisamente, describen la conducta de quienes cometen crímenes de guerra.

La corrupción en el ejercicio de la función pública, continuando con la metáfora, viene a ser algo así como un crimen de guerra. Es una verdadera tautología sostener que no puede haber razón alguna que justifique la comisión de un delito, y menos de tal delito, y todavía menos en la escala en la que estamos discutiendo en estos días (malgré Diana Conti: derecho penal para todxs). De hecho, los penalistas, sobre todo los criminalistas críticos, con muchísima razón, se cansan de denunciar que mientras que los delincuentes de poca monta van a la cárcel por delitos cuya responsabilidad recae fundamentalmente en la sociedad, el así llamado delito de cuello blanco no sólo es muchísimo más dañoso para la sociedad misma sino que es apañado por los jueces.

Por otro lado, la estrategia de alegar bíblicamente que nadie puede tirar la primera piedra, esto es, la estrategia de devolver acto de corrupción por acto de corrupción, en lugar de ser una defensa termina siendo una auto-incriminación. Es como si los nazis trataran de justificar el Holocausto debido al Gulag soviético, o alguien quisiera defender al genocidio armenio en manos de los turcos mediante una comparación con el genocidio judío en manos de los alemanes. Da la impresión de que no es una buena estrategia.

Algunos proponen desplazar el eje de la acción hacia los actores y, con mucha razón, sospechan de los motivos de Clarín al denunciar la corrupción gobernante. Pero dicha sospecha, ciertamente acertada, es irrelevante. Equivaldría a criticar a los Estados Unidos porque entraron en guerra con Alemania pero por su propio interés (tal como ha sido su costumbre en todas las guerras en las que han entrado), y no para evitar el Holocausto, como si hubiese preferido entonces que no entraran en absoluto antes que hacerlo por auto-interés. O equivaldría a argumentar, tal como hizo Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, que el Imperio Británico había cometido actos tan aberrantes como los nazis en sus propias colonias. Es muy probable que sea cierto. ¿Se sigue entonces de ahí que los nazis tenían derecho a cometer las atrocidades que llevaron a cabo?  

Sin dejar la cuestión del origen o autoría, el famoso eslogan Clarín Miente tampoco puede ser útil. Hasta Hitler puede decir la verdad, aunque nadie deseara creerle, tal como lo muestra el caso de la matanza de Katyn. En efecto, Hitler tenía razón cuando protestaba a los cuatro vientos no haber matado a los 20.000 oficiales e intelectuales polacos encontrados muertos en los bosques de Katyn, porque la matanza fue realizada por los soviéticos. Nadie, por supuesto, tiene ganas de creerle a Hitler, pero las creencias no tienen nada que ver con las ganas (al menos por lo que se sabe hasta ahora de la psicología humana y del mundo).

En realidad, la autoría del delito perjudica sobre todo al Estado. Si hay delitos imprescriptibles por el hecho de que son cometidos por funcionarios públicos mientras que los mismos delitos cometidos por manos privadas no lo son, ¿por qué es distinto el caso de la corrupción cometida por funcionarios públicos? ¿No deberíamos aplicar el mismo estándar? Si el terrorismo de Estado no es una redundancia sino que es peor que el privado, no parece haber razones para negar que con la corrupción debería suceder otro tanto.

Queda una eventual mención a la reciprocidad. ¿Acaso, dirá alguien, Clarín por el mero hecho de ser una corporación, no usa, por así decir, gas mostaza en esta guerra que libra contra el pueblo, y no queda alternativa que hacer otro tanto, para poder acabar con el Diablo, el enemigo de la Humanidad? Incluso suponiendo que la reciprocidad fuera atendible, cabe recordar que el Diablo puede tener buenos abogados constitucionalistas, pero el Pueblo en las últimas elecciones nacionales obtuvo el 54 % de los votos, con el Diablo a toda máquina maquinando en su contra (más allá de que Dios y el Diablo habían trabajado juntos varios años). Y, por supuesto, queda mostrar la relación de causalidad o necesidad entre la corrupción y la guerra contra las corporaciones. En realidad, la corrupción mata pero no a las corporaciones (todo lo contrario en realidad), sino a los individuos que viajan en tren, o simplemente se quedan en casa en un día de lluvia.

sábado, 4 de mayo de 2013

"No es lo que parece" (Lázaro Báez)


En nuestra típica reunión de los viernes (no tenemos nada mejor que hacer) los integrantes de La Causa, siempre preocupados por la corrupción, ese tema tan preocupante que desvela a los republicanos, por más que algunos (que no son precisamente republicanos) no lo sepan (click) y otros no lo quieran entender (click), nos pusimos a ver el clip de la "conferencia de prensa" que dio Lázaro Báez acerca de las denuncias que lo involucran y que son de público conocimiento:




Mientras veíamos estas imágenes, lo que decía Baéz (no es lo que parece, no se dedica a negocios turbios, sus actividades son cien por ciento legales, es utilizado como un "forro" para manchar a Néstor Kirchner,  curiosamente, también habló de su responsabilidad empresarial, de donaciones a colegios e Iglesias, como si tuviera algo que ver con las denuncias, o atenuaran las mismas) a todos los miembros de La Causa nos hizo acordar a algo pero no sabíamos a qué, hasta que, terminada la reunión, nos pusimos a ver TV (algo que religiosamente hacemos después de nuestra reunión de los viernes, otra vez: no tenemos nada mejor que hacer) y justo por casualidad dimos con aquello a lo que nos había hecho acordar la declaración de Báez (en el sentido de que "no es lo que parece", es un "forro", etc.):



L - ¿Qué es lo que está pasando?
P - No es lo que parece.
S - ¿Qué es lo que parece?

Y AHORA…
S - No es lo que parece, no es lo que parece…
L - ¿Qué es lo que estás rumiando?
S – El rompecabezas de Penny de esta mañana. Ella y Koothrappali emergieron de tu habitación. Ella está despeinada y Raj está vestido sólo con una sábana. La única pista: “no es lo que parece”.
L – Sólo déjalo ir Sheldon.
S – Si pudiera, lo haría. Pero no puedo, entonces no lo voy a hacer. Conociendo a Penny, la obvia respuesta es que tuvieron un coito. Pero, como eso es lo que parece, podemos descartar eso. Pongámonos nuestro sombrero para pensar. Raj es de la India, un país tropical, higiene del Tercer Mundo, las infecciones parasitarias son comunes, tales como los oxiuros. El procedimiento para diagnosticar oxiuros es esperar hasta que el sujeto esté dormido y que los parásitos repten fuera del recto en busca de aire. Sí, exactamente así. Penny pudo haber estado inspeccionado la región anal de Raj en busca de parásitos. Eso sí que es ser un bueno amigo.
L – Ellos durmieron juntos, Sherlock.
S – No, no estuviste oyendo. Ella dijo: “no es lo que parece”.
L – Ella mintió.
S – Oh! Entonces debo parecer tonto sentado aquí usando esto.

El único problema que va a tener Báez (y su equipo de abogados) es encontrar los oxiuros que expliquen cómo un contador del Banco de Santa Cruz terminó luego de una década ganada manejando miles de millones, ya que Báez no miente. O quizás de paso le dimos una idea para que pueda defenderse de, entendemos, la acusación penal de la que algún día será objeto, ya que la gente es mala y murmura, como dice el tango. No le deseamos suerte, pero no porque tengamos algo en su contra, sino porque francamente no la necesita, al menos por ahora.



miércoles, 1 de mayo de 2013

Parafraseando al General, al Final somos todos Republicanos


En el fondo, bien en el fondo, de hecho, casi al final del corte de la película hecha por Adrián Caetano, nos enteramos de que Néstor Kirchner era un republicano. En efecto, desde 1:31:30, Kirchner en la Convención Constituyente de Santa Fe en 1994 se quejaba de que en lugar de debatir con él y persuadirlo sobre un cambio en un dictamen, una mayoría producto de un acuerdo peronista que involucraba a Alfonsín le había impuesto un dictamen sobre el federalismo decidido a sus espaldas. Parafraseando a Kirchner, esa mayoría había "parado la democracia". Además, Kirchner se quejaba de quienes negaban el disenso y conculcaban el federalismo. Pero él mismo confiaba en que en algún momento, en el futuro por supuesto, las cosas iban a cambiar, que el movimiento iba a convertirse en "verdaderamente democrático". En el fondo, entonces, no sólo era republicano sino un optimista incorregible. Lo más curioso es que Caetano había creído que este Kirchner republicano, que hablaba de los bonos de Santa Cruz y que aparecía con Menem y Manzano, era material para una película oficialista. Como diría Borges, Kirchner no es el único incorregible entonces. Si no abre acá abajo, la película se puede ver en youtube y acá.