domingo, 15 de marzo de 2020

Woody Allen: ¿Negocios, Moral o Política?



Mientras esperamos que tenga éxito la campaña contra el virus biológico, quizás sea una buena idea seguir pensando acerca de la viralización moral que está experimentando nuestra cultura, tal como lo muestra la discusión acerca de la publicación de las memorias de Woody Allen (click).

La nota reciente de Maris Kreizman, “El libro de Woody Allen podría señalizar una nueva era en la industria editorial”, es un muy buen ejemplo.

Su comienzo es bastante revelador: “La semana pasada la industria editorial aprendió la potencia del rechazo—que las malas decisiones de negocios tienen consecuencias”. Al final de la nota consta que “simplemente al escuchar y evaluar las preocupaciones de los empleados de menor nivel… las editoriales tienen la oportunidad de evitar la toma de malas decisiones de negocios antes incluso de que los contratos sean firmados”.

Llama la atención la referencia a los “negocios”. En primer lugar, la idea de que la decisión de firmar un contrato con Woody Allen para publicar sus memorias es una mala decisión de negocios es absolutamente circular. De hecho, se parece a aquel chiste judío que solía contar Norman Erlich y que ya hemos mencionado alguna vez en este blog (particularmente en relación a leyes penales retroactivas): dos personas se encuentran en la calle y uno le dice al otro: “me enteré de que se quemó tu negocio” y el otro le responde: “no, callate, la semana que viene”.

Si fuera cierto que era una mala decisión de negocios debido a que nadie iba a comprar el libro, entonces la protesta de los empleados no tiene sentido. La protesta misma implica que el libro se iba a vender, lo cual muestra que no era una mala decisión de negocios. La propia autora sostiene que “los libros que son comercialmente viables no son necesariamente buenos simplemente porque existe una audiencia para ellos”.

En realidad, la decisión editorial de rescindir el contrato no fue una decisión de negocios en sentido estricto, sino que se trató de una decisión moral (si es que la editorial terminó compartiendo el principismo de sus empleados) o directamente de una decisión prudencial o en todo caso motivada por las consecuencias del rechazo de los empleados.

En cuanto a que “los empleados de los niveles más bajos tienen más poder del que hubiéramos creído previamente”, se trata de una consideración que indica que las memorias de Woody Allen están atrapadas por así decir en una discusión política o de poder antes que propiamente moral y que Woody Allen también es mucho menos poderoso de lo que hubiéramos pensado.

La discusión política o de poder es acerca de quién toma las decisiones acerca de qué publicar en una editorial privada: “es la primera vez en la historia reciente que los empleados de una editorial corporativa han recurrido a la acción colectiva para expresar su desaprobación de las decisiones de la administración. Y funcionó”, ya que “los empleados de los niveles más bajos tienen más poder del que hubiéramos creído previamente”.

“Lo que es todavía más importante”, continúa la nota, “la cancelación del libro de Allen señala un cambio radical en una industria notoriamente jerárquica en la cual la administración tomaba las decisiones y los trabajadores se esperaba que cumplieran con ellas”.

Dado que—se trate de una institución privada o pública, capitalista o socialista—quienes forman parte de la administración toman las decisiones y los demás cumplen con ellas, para evitar la redundancia (y/o la creencia de que puede existir la acción colectiva sin administración o toma de decisiones) el punto de la nota podría ser que la administración editorial puede ser más o menos incluyente.

Sin embargo, inmediatamente a continuación leemos que “hace mucho que los editores de libros se ven a sí mismos como los guardianes de la libre expresión, bastiones de pureza moral cuyo imperativo es publicar todos los flancos de una discusión y todos los puntos de vista” [énfasis agregado], lo cual combina el aspecto político o jerárquico de quién decide lo que va a ser publicado con el aspecto moral o de contenido de qué es lo que va a ser publicado.

El final de la nota confirma la moralización en cuestión: “es reconfortante saber que la deshonra pública funciona, y que si las editoriales no tienen la claridad moral de determinar cuáles voces no requieren una amplificación mayor, sus empleados pueden servir como control” [énfasis agregado]. No se trata entonces tanto o solo de negocios, sino de moral.

Ciertamente, los empleadores no suelen ser lo que se dice bastiones de pureza moral ni faros de claridad moral. La pregunta, sin embargo, es: ¿por qué los empleados están tan seguros de contar con suficiente claridad moral como para negarse a publicar un libro? Conviene recordar que Woody Allen todavía no ha sido condenado penalmente y que incluso los convictos, si bien ven limitada su libertad de movimiento, no por eso pierden automáticamente sus demás libertades.

La ironía es que, tratándose de una institución privada, la editorial está mejor pertrechada argumentativamente que los empleados para negarse a cumplir el contrato con Woody Allen, ya que puede invocar que en tanto que institución privada tiene derecho a decidir qué va a publicar o no. Por supuesto, podemos estar en contra de la propiedad privada, pero es otra historia.

La moralización, en cambio, acerca de un autor y/o del contenido de lo que publica, en el fondo es bastante confusa y puede eclipsar la discusión más importante, es decir, quién decide. Pero entonces, si la discusión fuera sobre el sujeto de la decisión antes que sobre su objeto, una vez que diéramos con el sujeto apropiado jamás podríamos evaluar—positiva o negativamente—una decisión acerca de qué libros han de ser publicados.

Dado que hay libertades de por medio, deberíamos abstenernos de caer en la moralización de lo que en el fondo son discusiones políticas. Por supuesto, esto mismo es un juicio moral. Pero en sociedades medianamente complejas como las nuestras, por no decir cualquier sociedad que haya abandonado la caza y la recolección como formas de organización social, es la propia moral la que nos exige someter una parte considerable de nuestras decisiones al razonamiento institucional. De otro modo, caemos en el peor de los escenarios: instituciones que actúan al servicio de la moralidad de cazadores y recolectores, es decir, según la cara del cliente, y no según sus libertades.    

sábado, 7 de marzo de 2020

Woody Allen o Réquiem para el Liberalismo



Finalmente, Hachette, la única editorial que había aceptado publicar la autobiografía de Woody Allen luego de que otras cuatro la hubieran rechazado, ha decidido rescindir su contrato luego de que muchos de sus empleados se negaran a llevar a cabo ese proyecto.

El quite de colaboración no se debe a cuestiones gremiales, sino a que los empleados no están de acuerdo con el contenido de lo que iban a publicar. Lisa y llanamente, están en contra de que Woody Allen pueda expresar sus ideas debido a las acusaciones que pesan sobre él.

Conviene tener en cuenta que para que exista discriminación o no se respete la libertad de expresión, no solo es relevante el resultado, sino que además es decisiva la razón por la cual sucede el resultado. Un bar no podría justificar su negativa a dejarnos entrar porque hay otro en el cual somos bienvenidos. Es natural preguntarse por qué no nos dejan entrar y no solo conformarse con un resultado similar en otro lugar.

Es importante destacar además que por ahora se trata de acusaciones, ya que Woody Allen no ha sido condenado penalmente todavía, y, como se solía creer en el mundo civilizado, toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

No deja de ser bastante irónico que en una época en la cual los condenados por delitos penales ganan cada vez más derechos—o en todo caso mantienen los que tenían—, Woody Allen no pueda publicar su autobiografía.

Salta a la vista que actualmente la moralización de la política es total. Es suficiente que alguien sea inmoral, o haya cometido un acto inmoral para que este alguien, a pesar de ser humano, no pueda ejercer un derecho no menos humano. ¿No podría acaso el diablo, si sucediera que fuera humano, publicar sus memorias?

Es curioso que se hable de “corrección política” para describir esta clase de actitud, ya que hay muy pocas cosas menos políticas que moralizar el espacio público. La responsable de lo que sucede es otra clase de corrección, que para no provocar equívocos convendría denominar “moralista” antes que “moral.

Se supone que la justificación de la exclusión de Woody Allen se debe a que es poderoso, en una época en la cual todo poder es sospechoso (Carl Schmitt alguna vez apuntó: “A una persona sin poder yo le diría: no creas que ya sos bueno por el solo hecho de que no tenes poder”).

Sin embargo, hay que tener poder para lograr que varias editoriales rechacen un libro y sobre todo para lograr que la editorial que finalmente había firmado un contrato para publicarlo lo rescinda. De ahí que, dependiendo de quién lo ejerza y/o contra quién se ejerza, el poder o los poderosos no sean tan antipáticos como parecen. A veces la moralización no es sino la otra cara de la hipocresía.

Alguien podría argumentar que lo que logró que Woody Allen no publique sus memorias no es poder, sino otra cosa. Pero entonces, sea cual fuera esta otra cosa, sin duda tiene más poder que el poder, o es tanto o más preocupante que el poder.

Stephen King comentó que “la decisión de Hachette de abandonar el libro de Woody Allen me pone muy intranquilo. No es él; el Sr. Allen me importa un comino. Lo que me preocupa es quién será el próximo amordazado”. Quizás King quiso decir otra cosa, pero si tomamos literalmente sus palabras, si estuviéramos seguros de que Woody Allen sería el único ya que nadie más estaría afectado, entonces la decisión de la editorial sería kosher. Pero entonces, que quede claro: Woody Allen no tiene derechos.

En realidad, habría que invertir el punto de King: si Woody Allen no logra publicar, ¿qué pueden esperar los demás?

Woody Allen debería haberse puesto en contacto con la editorial o editoriales que publican sin mayores problemas, por ejemplo, “Mein Kampf” o la obra de Mao, o por qué no, Duncker & Humblot, la editorial que ha publicado la mayor parte de la obra de Carl Schmitt, o Vittorio Klostermann, la editorial que publica las obras completas de Martin Heidegger, el maestro de Jacques Derrida, creador de la deconstrucción.

O tal vez Woody Allen debería haber intentado ser condenado, ya que a veces un condenado puede tener derechos que no tiene una persona que todavía es considerada inocente.