jueves, 23 de julio de 2015

País generoso



Gerald Cohen, otrora profesor Chichele de Teoría Política en la Universidad de Oxford, reconocido y brillante defensor de la causa socialista, solía sostener que el egoísmo capitalista no era una tendencia natural o inevitable para el ser humano, sino antes bien el producto de un círculo entre el capitalismo y las condiciones que este sistema económico genera. La tesis de Cohen sobre el egoísmo, por supuesto, era fundamental para defender la posibilidad del altruismo, un componente decisivo de todo proyecto socialista.

Hasta ahora, no pocos argumentaban que la evidencia empírica, por no decir histórica, le daba la espalda a Cohen y su altruismo socialista, con la muy honrosa excepción de países tales como Noruega o Suecia, cuyo excepcionalismo a su vez es tal que resulta demasiado exigente para el resto de los mortales.

Sin embargo, el kirchnerismo ha demostrado que el socialismo es viable incluso en países como el nuestro, que en teoría son muy diferentes a los nórdicos recién mencionados.

En efecto, a raíz del éxito del modelo las estadísticas muestran que la clase media argentina se duplicó y alcanza al 32,5 %  de la población (click). Si tenemos en cuenta que la pobreza es del 5 % (Cristina dixit) y suponemos que la así llamada clase “baja” se compone de quienes se encuentran precisamente en la pobreza, da la impresión de que se puede inferir que entonces el 62,5 % de la población argentina es de clase "alta". Pero la gran inferencia política que se puede extraer es que, a juzgar por ciertas encuestas, o incluso tomando el resultado de las últimas elecciones presidenciales, el kirchnerismo cuenta con el apoyo de la mitad de la población, lo cual demuestra que el argentino no solamente es un pueblo rico, sino además y fundamentalmente altruista: en lugar de votar en contra de gobiernos cuya presión tributaria es un récord histórico, votan a favor. La única explicación posible es el altruismo.

Ciertamente, hay una explicación del favor con el que cuenta el Gobierno entre los votantes de clase media y alta. Según las cifras mencionadas por el Ministro de Economía, el controvertido impuesto a las ganancias alcanza solamente al 10 % de la población (click), debido, suponemos, a que no hace falta extender el alcance del impuesto debido a que solamente un 5 % se encuentra en la pobreza. Pero entonces nos llama la atención que el Gobierno no obtenga todavía más votos que el 54 % obtenido en la última elección presidencial, ya que, de una potencial base tributaria del 95 % de la gente, el Gobierno solamente le cobra ganancias al 10 % de la población. Dicho sea de paso, si la AUH la recibe por lo menos el 10 % de la población y la pobreza es del 5 %, cabe inferir que hay un 5 % de clase media o alta que está defraudando al Estado.

Pensándolo bien, resultamos ser mucho más egoístas de lo que parecemos. Los medios tampoco ayudan.

jueves, 16 de julio de 2015

Más Oyarbides y menos Bonadíos


En otra decisión ejemplar, la Sala I de la Cámara Federal de la Capital decidió apartar del caso del juez Bonadío, quien demostrara en varias oportunidades su parcialidad, por no decir hostilidad, contra la familia presidencial. Para muestra, basta el botón de investigar al hijo de la Presidenta.

Nobleza obliga, a primera vista puede llamar la atención que una empresa de Lázaro Báez alquilara casi mil habitaciones en la cadena de alojamiento Hotesur, y de ahí la sensación de que se trataba de un caso de lavado de dinero.

Sin embargo, es una alegación que no resiste el menor análisis, toda vez que estemos dispuestos a ponernos "el sombrero de pensar", como dice Sheldon Cooper (no es lo que parece). Por suerte, tenemos a nuestra disposición lo que cuenta  Frederick Spotts en su libro Bayreuth: A History of the Wagner Festival, historia que ya utilizáramos en este blog.

En efecto, Hitler en 1940 instituyó los que fueron llamados “Festivales de Guerra”, en los que el Teatro de Bayreuth no estuvo abierto al público en general sino a los “huéspedes del Führer”: miembros del ejército y trabajadores en la industria militar, quienes como recompensa por sus esfuerzos eran llevados a Bayreuth con todos los gastos pagos.

A muy pocos de los huéspedes del Führer les gustaba la ópera y mucho menos Wagner, de tal forma que estos huéspedes conformaban una audiencia cautiva: no tenían elección, tenían que asistir o asistir: eran transportados en grupos a Bayreuth en un tren musical del Reich, llegaban a las seis de la noche y marchaban en columnas a las barracas en donde eran alojados. A la mañana siguiente se reunían en el teatro en donde recibían folletos sobre Wagner y lecciones sobre la ópera que iban a ver ese día. A la mañana siguiente volvían, y eran reemplazados por otro contingente de huéspedes del Führer. Muchos de los soldados muy probablemente habrían preferido seguir peleando antes que escuchar a Wagner.

¿Por qué no suponer entonces que la empresa de Lázaro Báez sigue los pasos de Hitler, i.e. le concede una recreación a sus empleados para recompensarlos por su diario esfuerzo en la empresa, y como justo la cadena Hotesur es la que brinda los mejores precios, con una ubicación inmejorable, y encima con la enorme diferencia de que mientras que a la gran mayoría de los soldados alemanes no les gustaba la ópera, particularmente Wagner, es muy probable que la gran mayoría de los empleados de Báez sí disfruten de sus días en Hotesur? ¿Vamos a perseguir penalmente a Báez y a los dueños de Hotesur, por algo que ni siquiera le objetaríamos a Hitler?

Todo esto muestra que necesitamos más jueces comprometidos con la democracia como Oyarbide, probos jurisconsultos que saben cuándo desestimar rápidamente una denuncia contra la familia presidencial (una denuncia tan infundada como la de su enriquecimiento ilícito, a pesar de que se trata de una familia que cuenta con insignes practicantes de la abogacía), y menos jueces corporativos. Ojalá que la democratización de la justicia no se detenga.

sábado, 11 de julio de 2015

Independencia y 9 de Julio

En otra oportunidad habíamos comentado una excelente iniciativa del Secretario de Estratégica para el Pensamiento Nacional. Se trataba de aprovechar el hecho de que Néstor Kirchner "desequilibró lo que permanecía equilibrado, removió lo que hacía resistencia, cuestionó lo que permanecía incuestionable", por no decir que Néstor además pensó lo impensable, dijo lo indecible, movió lo inamovible y, al menos en el caso de Lázaro Báez, tuvo una contabilidad incontable (no es lo que parece). En otras palabras, es innegable que Néstor pudo lo imposible, lo cual es una excelente idea para un musical (Néstor Kirchner, el Musical). Lamentablemente, resultó que a alguien ya se le había ocurrido la idea (si no hubiera tiempo, convendría empezar a partir de 2:45):





Como el pensamiento nacional, al igual que la imaginación popular, no descansa nunca, el Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional ahora propone la Declaración de una nueva Independencia. En efecto, todos los países cada tanto renuevan la fecha y el contenido de sus declaraciones de Independencia, y nosotros no podíamos ser menos. Después de todo, a nadie se le puede escapar que el kirchnerismo es mucho más que la ideología de un partido político, sino un verdadero régimen o cultura política. En realidad, se trata de una verdadera civilización, aunque en el buen sentido de la palabra, que trasciende la contingencia de un resultado electoral (vamos Scioli).

Huelga decir que apoyamos esta excelente iniciativa, aunque nos gustaría articularla con la transformación cultural ya iniciada a través de la designación de calles, avenidas del Libertador, plazas, centros culturales, represas, premios, cátedras, becas, llaveros, porta-documentos, postales, etc., que llevan el nombre "Néstor Kirchner". 

A tal efecto, nos hacemos eco de una propuesta que todavía no ha tomado estado público, según la cual es necesario cambiar el calendario gregoriano, que ya cumplió su ciclo, y empezar de cero en el 2003, de tal forma que Cristo habría nacido en el año 2003 a.K, hoy, por ejemplo, estaríamos en el año 12 d.K., y la anterior Declaración de Independencia habría tenido lugar entonces en el año 187 a.K. 

Nos atrevemos a sumar nuestro granito de arena proponiendo el cambio de al menos algunos de los nombres de los meses del año. Por ejemplo, "Julio", por obvias razones, debería convertirse en "Kirchner", y "Octubre" podría llamarse "Cristina". Dejamos los otros diez meses en manos de la imaginación de los lectores.

Finalmente, es una picardía que exista el "kirchnerismo" como un discurso político, al igual que "cesarismo", y que sin embargo el apellido "Kirchner" no se haya convertido aún en una institución, tal como sucediera, v.g., con el cognomen "César" (Caesar, Kaiser, etc.). En el futuro, en Marcos 12:17 rezará "Dad al Kirchner lo que es del Kirchner, y a Dios lo que es de Dios". Quizás, sea necesario cambiar asimismo la designación oficial del Estado, quizás algo así como "República Kirchnerista de Argentina" o directamente "Kirchnerlandia", para evitar confusiones. Claro que se trata de un proyecto a largo plazo. Esperemos que llegue a buen puerto.      

jueves, 2 de julio de 2015

Al Fin andar sin Pensamiento

Debido a que “algunos… miembros” del “proyecto nacional y popular” todavía parecen no aceptar del todo la polémica consagración de la fórmula presidencial del kirchnerismo gracias a la unción de la “líder indiscutida y máxima conductora del proyecto en curso”, Tiempo Argentino publicó una muy iluminadora nota de Demetrio Iramain (una pluma comprensiblemente eclipsada por la de Hernán Brienza) al respecto: Primero hay que saber sufrir.

Iramain, en efecto, sostiene tres argumentos que son otros tantos verdaderos golpes de knock out a la resistencia de quienes creen estar adentro del movimiento y sin embargo todavía objetan la fórmula presidencial kirchnerista.

Un primer argumento, de naturaleza psicológico-política y que depende ciertamente de la notable sofisticación del sistema electoral argentino, consiste en que, como señala Hebe de Bonafini, “hoy… hay que hablar de (Carlos) Zannini, que es un tipo extraordinario”. En otras palabras, respecto de Scioli, dice Hebe, “seguimos pensando lo mismo”, pero vamos a votar a Zannini. La razón es muy simple. Si Scioli llega a ganar por alguna razón, no va a ser por los votos de quienes apoyan a Zannini, ya que al momento de votar el sistema electoral vernáculo permite que el votante aclare si está votando por Scioli (como va a hacer la derecha golpista) o por Zannini (como lo hará la izquierda revolucionaria), o, por imposible que parezca, por los dos juntos (como van a hacer la derecha golpista y la izquierda revolucionaria a la vez).

Un segundo argumento, continúa Iramain, consiste en que “[¿Todas?] las luchadoras del pañuelo blanco… [no] se equivocan”. La estructura del silogismo al que pertenece este argumento es la siguiente:
(a) [Todas] las luchadoras del pañuelo blanco no se equivocan
(b) Hebe es una luchadora del pañuelo blanco
ergo,
(c) Hebe no se equivoca.

Sin embargo, a Iramain no se le escapa que el segundo argumento, por cartesiano que parezca, requiere de apoyo subsidiario, ya que ¿cómo sabemos que “las luchadoras del pañuelo blanco no se equivocan”? En efecto, hace falta una premisa de verdad inconcusa a su vez, algo que no pueda ser puesto en duda, el cogito o el “yo pienso” del pensamiento kirchnerista.

Y eso es exactamente lo que aporta el tercer argumento, el decisivo, de Iramain, que lo pone en boca de Hebe para no pecar de inmodestia: “Cristina nunca se equivoca y las Madres no queremos equivocarnos”. La estructura del silogismo que acompaña a este argumento es la siguiente:
(a) Todas las decisiones de Cristina son correctas.
(b) Es una decisión de Cristina que Scioli sea el candidato kirchnerista.
ergo,
(c) La decisión según la cual Scioli es el candidato kirchnerista, es correcta.
Quizás sea necesario agregar una premisa extra: (a’) las decisiones de Cristina son indiscutibles, probablemente debido a que (a).

En rigor de verdad, no hace falta ser kirchnerista para advertir que Iramain mismo tiene razón. ¿Para qué apelar a la fría ética consecuencialista que apuesta todo, v.g., a la utilidad, con sus dificultosas comparaciones interpersonales de bienestar, o para qué recurrir a la despiadada y sádica ética deontológica con sus abstractas y perversas reglas y deberes, cuando uno tiene a su disposición una ética de la virtud que gira alrededor de la agencia ideal de Cristina, la cual por definición es infalible, una verdadera émula del spoudaios aristotélico?

No queríamos terminar la entrada sin destacar el aforismo de Séneca que figura en la nota: “Tregua, las pelotas” (o como reza el original latino: indutiae, pilae) y la magnífica frase pythonesca “A veces hay que saber perder las discusiones para poder tener razón”. En efecto, a veces uno discute no porque tiene razón sino para pasar el tiempo. Aunque Monty Python lo cuenta mucho mejor: