jueves, 23 de octubre de 2014

Argentina para los Argentinos




Hace tiempo que venimos discutiendo el problema de la así llamada inseguridad, o aumento del delito, en nuestro país. Una y otra vez hemos dicho que, muy a grandes rasgos, existen dos explicaciones del delito. Por un lado, la tesis moral, por no decir teológico-antropológica, popularizada por, entre otros, el reaccionario Joseph De Maistre, la cual supone que la comisión de delitos se debe lisa y llanamente a que la naturaleza humana ha caído y por lo tanto se ve tentada a incumplir mandatos morales, tales como los que subyacen a las prohibiciones del Código Penal. Por el otro, la tesis socio-económica, para la cual no es la caída en sí misma la que explica el delito—al menos no la caída del así llamado delincuente. En efecto, para esta segunda tesis, el delito se debe a una sensiblemente defectuosa distribución del ingreso. Cuando más equitativa es dicha distribución, menos delito habrá. En todo caso, la tesis socio-económica comparte cierta moralización de la explicación del delito pero en relación a la responsabilidad de quienes no hacen nada por mejorar la distribución del ingreso, la cual a su vez explica el delito para empezar a hablar.

A esta altura no es ninguna novedad que en nuestro país está vigente hace más de una década un modelo de crecimiento con una inclusión socio-económica tal que sería absurdo siquiera sospechar que el incremento del delito que tanto preocupa ahora al Gobierno Nacional pueda tener conexión alguna, por remota que fuera, con una defectuosa distribución del ingreso. Todo lo contrario. De ahí el reciente anuncio presidencial de incluir como parte de una reforma del Código de Procedimientos en Materia Penal un régimen especial para extranjeros sorprendidos en flagrante delito, quienes podrán ser deportados ipso facto, i.e. sin juicio previo. En efecto, el modelo de crecimiento inusitado con inclusión por momentos escandinava, se ha convertido en un nuevo "El Dorado", el cual a su vez ha atraído un número tal de extranjeros que, a juicio del Gobierno al menos, solamente vienen a nuestro país a delinquir, y son responsables de la crisis de inseguridad. La distribución del ingreso es nacional y popular, el delito, en cambio, es extranjero y enemigo del pueblo. En otras palabras, la tesis teológico-antropológico-moral es correcta pero si se aplica a los países vecinos, no al nuestro. La caída se ha enseñado con la naturaleza humana pero no con la de los argentinos, sino con la naturaleza humana de los ciudadanos de los países vecinos.     

Seguramente, no faltarán los liberales y republicanos que, cuándo no, pondrán el grito en el cielo por esta medida xenofóbica, la cual no solamente pone en duda las aspiraciones cosmopolitas del modelo (por lo demás, el modelo siempre se jactó de ser nacional y popular, jamás cosmopolita), sino además muy probablemente argumentarán que las garantías constitucionales en materia penal de los ciudadanos se extienden asimismo a todos los habitantes de nuestro país. Es más, no nos extrañaría en absoluto que invocando el Mercosur y la tan mentada hermandad nuestro-americana se preocuparan por el destino que les podría tocar en suerte a los habitantes de esta incipiente unidad regional si la misma adoptara la política de nuestro Gobierno y decidiera deportar, aunque temporariamente, a sus ciudadanos sorprendidos en flagrante delito. ¿Acaso serían bienvenidos en la Unión Europea, o en África, quizás en nuestro nuevo socio comercial e informativo, Rusia, o China?

Tampoco podemos dejar de mencionar a quienes se consideran de izquierda (a pesar de que a la izquierda de este Gobierno está la pared) y por eso creen que la xenofobia, o la reacción para el caso, son incompatibles con el progresismo. La verdad, no tenemos la menor idea de dónde proviene la idea según la cual la xenofobia es patrimonio exclusivo de la derecha. Lo único que faltaba es que alguien alegara que en realidad el capital no tiene banderas, y que por lo tanto la lucha por la emancipación no puede quedar enmarcada dentro de los límites de una sola nación. Por momentos no podemos resistir la tentación de creer que hay gente que nunca leyó, v.g., a Stalin y su socialismo en un solo país.
  
Párrafo aparte merece la prisión preventiva por hechos que produzcan “conmoción social” y la consideración de la reincidencia a tal efecto. Tal como nos lo hiciera notar nuestro amigo Yago, se trata de una concesión a la tan vapuleada prensa opositora. En efecto, sería suficiente que, v.g., Clarín publicara una nota sobre algún hecho delictivo para que el autor de este hecho no saliera nunca más de la cárcel. Se trata de un gesto que ennoblece a la iniciativa gubernamental, pero nos parece exagerado y nos preocupa qué será entonces de la vida de Boudou (al cual esperemos proteja el principio de irretroactividad de las leyes penales) y de la vida de varios funcionarios de este mismo Gobierno que el día de mañana bien podría caer en las manos de la prensa opositora, desprovistos de todo fuero protector. En cuanto a la reincidencia, se trata de un instituto jurídico que solía preocupar a los penalistas liberales, pero aparentemente eso es cosa del pasado. Ni siquiera vale la pena molestarse por quienes creyeran que ni siquiera mediando juicio previo el Estado tiene derecho a deportar a alguien por haber cometido un delito, sobre todo si esta persona está dispuesta a cumplir con la pena. 

Finalmente, no faltarán los que dudarán de las motivaciones del Gobierno para implementar esta medida xenofóbica. Es más, algunos sostendrán que este mismo Gobierno se contradice ya que en el pasado había abjurado públicamente de toda xenofobia e incluso existe una institución estatal destinada a combatirla (INADI). La respuesta es que, sea por oportunismo electoral o por principio, el modelo de crecimiento con inclusión cuasi-escandinava exige luego de una larga década de éxitos una dosis considerable de xenofobia. En la vida hay que elegir.

sábado, 11 de octubre de 2014

Hacia la Democratización Neuronal




Hasta ahora, la lucha en defensa de la democracia nacional y popular se había concentrado en dos muy poderosos enemigos: el Grupo Clarín y los buitres. Sin embargo, del último discurso de la Presidenta de la República, en ocasión del nuevo convenio con la televisión oficial rusa, se infiere que un factor inesperado se resiste a la marcha del proyecto nacional y popular: las neuronas, al menos las argentinas. En las palabras de nuestra Presidenta, "las neuronas de todos y cada uno de los argentinos" necesitan ser democratizadas. 

Ahora bien, parece haber al menos dos grandes dificultades que deben ser tenidas en cuenta si queremos que este proceso de democratización neuronal tenga éxito. 

En primer lugar, pensemos en los problemas conceptuales de este nuevo proyecto. No se trata de subestimar el hecho de que enemigos internos como Clarín y externos como los buitres (sin mencionar al Gobierno de EE.UU. y al incipiente ISIS) hayan tenido acceso a nuestras neuronas. El problema es que los supuestos guardianes de las libertades republicanas pondrán el grito en el cielo debido al carácter interno, por no decir personalísimo, de las neuronas y exigirán seguramente por razones constitucionales que nuestras neuronas no estén expuestas a la autoridad de los magistrados.  

En segundo lugar, la dificultad más grave que quizás deba enfrentar el proyecto neuro-democratizante es que la idea misma de tener que nacionalizar y popularizar a las neuronas es muy extraña, por no decir redundante. En efecto, según la neurociencia, el cerebro ha sido diseñado para razonar de manera tribal, i.e. para razonar en términos de la lógica amigo-enemigo y anteponer siempre el "nosotros" (i.e. la nación) a "ellos" (i.e. el resto del mundo), debido a que en el estado de naturaleza originario todo extraño o extranjero era por definición un enemigo, particularmente en términos genéticos, en la despiadada lucha por recursos somático-reproductivos, antes que, por ejemplo, un vecino que se acercaba para pedir una silla extra porque tenía invitados en casa.

En otras palabras, el razonamiento nacional y popular ha sido seleccionado por o para nuestro cerebro debido a motivos puramente evolutivos, por eso es que muchos consideran al nacionalismo como una atavismo, y a pesar de ello la Presidenta detecta cierta resistencia neuro-vernácula a lo que la evolución misma ha determinado.

Es digno de ser destacado que si bien la neurociencia había hecho grandes adelantos en el campo de la explicación del comportamiento moral, en especial la manera en que el altruismo supera al egoísmo porque la moralidad facilita la cooperación (la cual a su vez facilita la supervivencia tribal), antes del anuncio presidencial y hasta donde sabemos, la neurociencia no había hecho grandes avances en el campo de la neuro-política, qué decir de la neuro-democracia, con la posible excepción de la siguiente y muy breve escena del musical de Woody Allen:



En defensa de la democratización neuronal habría que decir que la evolución no pudo haber previsto la perversa fusión que tiene lugar en nuestro país entre interior y exterior, la cual ha permitido que no pocos argentinos poco argentinos (para parafrasear al Senador Pichetto) se convirtieran en enemigos internos, i.e. enemigos del pueblo y de la Nación. De hecho, los buitres internos se asemejan mucho a ciertas hemorroides que, en la gráfica terminología de Jorge Corona, no son ni internas ni externas sino medio pupilas, ya que entran y salen cuando quieren. Además, si Clarín pudo llegar hasta nuestro cerebro, ¿por qué no podría llegar el Estado también? Si las neuronas no deben quedar expuestas a la autoridad de los magistrados, tampoco deberían quedar expuestas a las corporaciones.

Finalmente, quizás la democratización cerebral se logre acompañando a la nueva Ley de Medios Audiovisuales con un programa de mejoramiento de la neurotransmisión democrática, como por ejemplo un programa de oxitocina para todos y todas, la hormona responsable en nuestros cerebros por la confianza y la cooperación. Sin duda, sería el mejor legado al que podría aspirar un Gobierno democrático.       

viernes, 3 de octubre de 2014

¿Paz o Pacifismo?




Para alguien como Nietzsche, la decisión de la ONU de establecer un Día Internacional de la No Violencia habría sido un sinsentido. En efecto, Nietzsche creía que “la vida actúa esencialmente… ofendiendo, violando, despojando, aniquilando, y no se la puede pensar en absoluto sin ese carácter” (Sobre la Genealogía de la Moral). Las preguntas que debemos hacernos entonces son si Nietzsche habría tenido razón—después de todo hasta Nietzsche se puede equivocar—y qué tan cerca está la ONU de Nietzsche.

Para responder habría que determinar primero qué entendemos por violencia. La palabra misma “violencia” sugiere cierta violación de algo, pero no explica qué es precisamente aquello que es violado. En realidad, nos hemos acostumbrado a decir que algo es “violento” para expresar nuestro rechazo, de tal forma que, por ejemplo, se ha vuelto cuasi-proverbial creer—entiendo que gracias a una banda de rock—que “violencia es mentir”, lo cual en el fondo es una metáfora para expresar que mentir está (muy) mal. En muchas ocasiones cuando queremos denunciar grandes injusticias decimos precisamente que son violentas para llamar la atención y enfatizar la necesidad de que se debe hacer algo al respecto.

El problema con la equiparación literal entre la violencia y la injusticia, es decir, entre una especie y el género, no solamente consiste en que la idea misma de violencia se nos escurre de las manos (¿qué no sería violento en caso de que la injusticia y la violencia fueran sinónimos?), sino que además implicaría que cada vez que nos enfrentáramos a una situación injusta podríamos actuar violentamente. Pensemos, por ejemplo, en la así llamada violencia simbólica y la reacción que provocan las caricaturas anti-religiosas en los creyentes. Estas caricaturas pueden ser ofensivas, quizás injustas, ¿podría entonces la violencia simbólica justificar la violencia literal contra los autores? Si la respuesta fuera que la violencia simbólica es distinta a la literal, entonces habría que preguntarse para qué llevan el mismo nombre: solamente provoca confusión.

A la inversa, el Estado enmascara la violencia que ejerce bajo el nombre de “fuerza”, como si la violencia estatal estuviera siempre justificada, lo cual es ciertamente absurdo, y es por eso que nos preocupa la así llamada violencia institucional.

¿Qué entiende entonces la ONU por violencia? En el sitio oficial consagrado al Día Internacional de la No Violencia, la ONU invoca una frase muy representativa de Gandhi al respecto: “Existen muchas causas por las cuales estoy dispuesto a morir, pero ninguna por la cual esté dispuesto a matar”. De ahí que sea natural suponer que las instancias de violencia que subyacen al Día Internacional de la No Violencia sean las sospechosas de siempre: el homicidio, la violación sexual, la tortura, etc. En tal caso, la cuestión es si el No de la ONU a la violencia es tan absoluto como parece serlo el del pacifismo de Gandhi.

En realidad, mucha gente cree ser pacifista hasta que cae víctima de la violencia, y en tal caso se siente bastante lejos de Gandhi y mucho más cerca de aquel viejo adagio latino: “es lícito repeler a la violencia con violencia”. En otras palabras, muy poca gente comparte la idea cristiana primitiva de que la violencia es tan repugnante que siempre debemos sufrirla antes que ejercerla (de hecho, hasta el cristianismo cambió de opinión apenas dejó de ser perseguido y se convirtió en oficialista).

La ONU no es una excepción. En efecto, sería un error creer que la adopción por parte de la ONU del nacimiento de Mahatma Gandhi, un verdadero ícono pacifista, como Día Internacional de la No Violencia, se debe a que la ONU es una institución pacifista. En lugar de prohibir la violencia exigiéndole a los Estados miembros que ofrezcan la proverbial mejilla restante en caso de una agresión, la ONU les reconoce en tal caso el derecho a la legítima defensa. Además, la ONU puede autorizar el uso de la violencia para hacer cumplir el derecho internacional.

De ahí que si bien a muchos, no sin razón, les provoca risa el Premio Nobel que obtuviera hace poco el presidente de EE.UU., no debemos olvidar que el Premio en cuestión fue el de la Paz, y no el del Pacifismo, y que la paz muchas veces se obtiene mediante la guerra. Obviamente, esto no justifica el imperialismo de la política exterior estadounidense, pero sí muestra que la conexión entre la paz y la guerra no es necesariamente contradictoria—no al menos en términos causales. Es el pacifismo el único que cree que la peor de las paces es preferible a la mejor de las guerras, aunque vengan degollando. De hecho, como nos lo recuerda Tácito, algunos confunden “paz” con desolación.

Por otro lado, los Estados suelen declararle la guerra al terrorismo, merced a una sutil distinción entre precisamente el acto de guerra y el terrorismo. Mientras que el orden jurídico internacional autoriza actos de guerra y sus efectos colaterales sobre no combatientes, se muestra inflexible con el terrorismo (estatal o insurgente) entendido como el ataque deliberado contra no combatientes.

Ahora bien, la distinción que se suele hacer entre la guerra y el terrorismo puede ser psicológicamente sutil pero no por eso deja de ser moralmente endeble. Después de todo, el derecho interno es mucho más exigente ya que criminaliza no solamente al homicidio intencional sino también el homicidio culposo o negligente. En otras palabras, la distinción psicológica entre la intención y la previsión es innegable, pero de ahí no se sigue que sea moralmente apropiada, particularmente en el caso de los actos de guerra. Y no nos olvidemos de que el número de víctimas de actos terroristas no pueden siquiera hacerle sombra a los cientos de millones de víctimas de los actos de guerra del último siglo.

Siguiendo con las distinciones, no nos extrañaría enterarnos de que Gandhi amén de haber preferido morir a matar, también habría preferido morir a dejar morir a los demás. Sin embargo, algunos creen que la distinción entre actuar y omitir, o entre la violencia subjetiva y la estructural, es moralmente relevante, como si pegarle un tiro a alguien fuera mucho peor que dejarlo morir de hambre sin tener que incurrir en grandes costos, a pesar de que el hambre hoy en día es mucho más letal que el homicidio o la guerra.

Probablemente, la diferencia real entre actuar y omitir se deba a que la persona que muere por un disparo suele estar cerca del que jala el gatillo, mientras que la que dejamos morir de inanición—a pesar de que podríamos evitarlo sin grandes costos de nuestra parte—suele ser alguien que no solamente está muy lejos sino que además ni siquiera sabemos quién es. La cuestión, por supuesto, es si esta distinción, que quizás sirva para apaciguar nuestra conciencia, es a la vez moralmente correcta.

Es difícil entonces resistir la conclusión de que la doctrina del efecto colateral (que mantiene viva la distinción entre guerra y terrorismo) y la distinción moral entre actuar y omitir subsisten porque sobreestimamos el punto de vista de la intención y la relación espacial entre agente y víctima, y subestimamos el punto de vista de las víctimas y por lo tanto la gravedad de las consecuencias de nuestros actos, a pesar de que para la víctima la cuestión clave no es la intención última de la agresión o qué tan lejos esté el victimario, sino la violencia en sí misma.

Además, algunos suelen oponerse a los actos de guerra y no a los embargos comerciales, a pesar de que los segundos pueden provocar muchísimas más muertes que los primeros. ¿No se trata otra vez de una subestimación de las consecuencias, esta vez debido a que provienen de omisiones?

Por otro lado, también somos bastante más tolerantes de lo que pensamos con la violencia en nuestra vida cotidiana, la cual sería impensable sin los así llamados accidentes de tránsito, de trabajo, etc. Del hecho que su nombre no contenga la palabra violencia no se sigue sin embargo que no provoquen daños significativos y a menudo letales. Así y todo, se trata de un daño tolerado, un precio que pagamos para vivir de cierto modo.

Finalmente, tal como nos lo recuerda Nietzsche, muy probablemente “el comienzo de todas las cosas grandes en la tierra… ha estado salpicado profunda y largamente con sangre”. La pregunta es qué se sigue de semejante convencimiento. Por ejemplo, la ONU seguramente es consciente de que las pirámides de Egipto son el producto de trabajo esclavo a una escala gigantesca y sin embargo las ha declarado Patrimonio de la Humanidad, por lo cual comparte la idea de que del hecho de que la esclavitud sea moralmente atroz no se sigue que debamos destruir todo lo que tenga que ver con ella. Otro tanto quizás se aplique a la religión y su genealogía violenta. Hablando de religión, es curioso que algunos de los que denuncian la Conquista de América y no soportan siquiera la estatua de Colón, sin embargo queden extasiados en sus peregrinaciones al Vaticano.

La conclusión es bastante nietzscheana, por así decir. No solamente la paz sino también nuestra humanidad son inconcebibles sin cierta dosis de violencia justificada o tolerada al menos. El gran desafío entonces es determinar cuál es la violencia justificada o tolerada, y decirle terminantemente No a la que no lo es. Como diría otro gran pensador, ¿paz o pacifismo? Esa es la cuestión.

Fuente: http://www.bastiondigital.com/notas/que-violencia-queremos


miércoles, 1 de octubre de 2014

Homenaje kirchnerista a Monty Python (editado)



Mientras veíamos ayer la alocución presidencial por TV, y en particular las sentidas palabras a la militancia en el patio, hubo una parte que nos llamó particularmente la atención. A pesar de que muchos critican al Gobierno por su falta de sentido del humor, ¿alguien puede negar que el minuto en cuestión se trata de un deliberado homenaje, paródico por supuesto, a ese otro minuto que también transcurre con un líder y sus militantes en otro patio y que quizás sea la mejor escena de "La Vida de Brian"?:




Muchas gracias a Javier Smaldone (@mis2centavos) por su excelente edición.