domingo, 2 de diciembre de 2012

"Maldito sea este Anillo" (Alberich, El Oro del Rin, IV)




La Dirección General de La Causa decidió enviar a un miembro de su equipo a la reciente representación del "Colón Ring". Después de todo, no sólo de filosofía política y del derecho vive el hombre (y la mujer). Se trató del audaz intento de montar la tetralogía entera en cierto sentido, es decir, las cuatro óperas que la componen, pero en un solo día, desde las 14:30 hasta las 23:15. Teniendo en cuenta los intervalos, el tiempo neto fue de unas siete horas, casi la mitad de lo que suelen dudar las cuatro óperas juntas. Así y todo, se trató de un largo trecho, más que apropiado para llevar una generosa caja de tizas, lo cual no desanimó en nada a nuestro enviado acostumbrado a asistir eventos deportivos de extensa duración, incluso desde la apertura del estadio. De hecho, nos recuerda que una vez, más precisamente el día del gol de Rojas en La Bombonera, concurrió a la misma en el momento de su apertura, y se retiró por supuesto, en ese glorioso día de lluvia, luego de la puntillosa hora que se suele respetar luego del final del partido para evitar desmanes entre las parcialidades contrarias (expresión redundante, si las hay). También asistió temprano la última vez en el Monumental, gracias a la enorme gentileza de su amigo Omar Morete, lo cual no impidió que esa raza infame gozara de su habitual suerte, aunque durante casi todo el partido volvió a ser la grandeza de otrora. De todos modos, para nuestro enviado las nueve horas pasaron relativamente rápido, o tan rápido como cuando asiste a la cancha.

Hablando del Ring, el mismo enviado nos recuerda que Frederick Spotts en su libro Bayreuth: A History of the Wagner Festival, p. 190, cuenta que Hitler en 1940 instituyó lo que fueron llamados “Festivales de Guerra”, en los que el Teatro de Bayreuth no estuvo abierto al público en general sino a los “huéspedes del Führer”: miembros del ejército y trabajadores en la industria militar, quienes como recompensa por sus esfuerzos eran llevados a Bayreuth con todos los gastos pagos. A muy pocos de los huéspedes del Führer les gustaba la ópera y mucho menos Wagner, de tal forma que estos huéspedes conformaban una audiencia cautiva: no tenían elección, tenían que asistir o asistir: eran transportados en grupos a Bayreuth en un tren musical del Reich, llegaban a las seis de la noche y marchaban en columnas a las barracas en donde eran alojados. A la mañana siguiente se reunían en el teatro en donde recibían folletos sobre Wagner y lecciones sobre la ópera que iban a ver ese día. A la mañana siguiente volvían, siendo reemplazados por otro contingente de huéspedes del Führer. Muchos de los soldados muy probablemente habrían preferido seguir peleando antes que escuchar a Wagner. No así nuestro enviado. Tampoco sintió nuestro enviado, a diferencia de Woody Allen, ganas de invadir Polonia luego de escuchar a Wagner.

Yendo a la obra en sí misma, y muy a grandes rasgos, para dar sólo una idea de lo acontecido, el oro de El Oro del Rin eran los niños, y los nibelungos eran embarazadas torturadas de cuyos hijos se apropiaban los captores (al final de El Ocaso de los Dioses los niños se reencuentran con sus padres, justo antes de que, supuestamente, los consuma el consabido fuego del fin del mundo con el que termina la tetralogía). En Sigfrido, Mime le sirve un mate envenenado a Sigfrido (cartonero por lo demás). Además hubo un Wotan peronista, mejor dicho, un Wotan representado por Perón, y Fricka era Isabelita (pensándolo bien, los únicos privilegiados son los niños también es un eslogan peronista). Puede ser sonar una producción peronista, pero no hay que olvidar que al final a los dioses (peronistas según la producción) se les prende fuego para dar lugar a los seres humanos. Los cantantes fueron muy buenos. Mime, Sigmund, Sieglinde, Sigfrido y Brünnhilde sobresalientes. Las orquestas excelentes, salvo un problemita, creemos, al final del Ocaso (la segunda orquesta), pero como ningún crítico musical la mencionó bien pudo haberse tratado de una apreciación de nuestro enviado, que por lo demás no sabe nada de música.

Dado este panorama, era inevitable que se desatara una tormentosa polémica. Por un lado, la muy razonable crítica de Diego Fischerman en Página 12 (click). Por el otro, La Nación, que en líneas generales se indignó con lo acontecido. Es curioso. El Director de La Nación puede ventilar sus dudas sobre la democracia en público, pero sus críticos no toleran que alguien se atreva a mutilar el Ring. Es elogiosa la magnanimidad principista del diario. De algunas cosas podemos dudar, pero hay otras con las que no se juega. Es muy tentador parafrasear a Beatriz Sarlo: "Con el Ring no, García Caffi". Nos hace acordar a un sketch de Olmedo (al cual ya habíamos hecho referencia en este blog: click) en el que el personaje que él representaba era un guionista que contaba que tenía un proyecto para una película que siempre giraba alrededor de la venganza de una persona cuya familia era asesinada, violada, etc., por una banda de motociclistas, pero dicha persona sólo reaccionaba cuando le rayaban el auto. Es que todos tenemos ciertos valores respecto de los cuales trazamos una raya, y nos decimos a nosotros mismos (y a los demás): "con esto no se jode". Nietzsche mismo creía que el arte era más importante que la democracia. La Nación no está sola en su quijotada estética.

Los wagnerianos, entre los que de hecho se encontraba Nietzsche mismo, al menos por un tiempo, son gente muy especial. Para muestra, basta un botón. Winifred Wagner, esposa de Siegfried y nuera de Richard, se convirtió en directora de Bayreuth luego de la muerte de Siegfried (no es un juego de palabras). En su primera temporada de 1931 contrató a Furtwängler antes que a Toscanini para dirigir el Ring. Para hacer corta una larga historia, Furtwängler casi se mató en el viaje de avión de Berlín a Bayreuth, avión que había tomado para empezar los ensayos. Milagrosamente él y el piloto se salvaron ilesos. Cuando llegó al Festspielhaus una hora más tarde de lo convenido Furtwängler encontró a todos más preocupados "por su inaudita falta de puntualidad que por su cercano encontronazo con la muerte" (Frederic Spotts, op. cit., p. 161).

Pero volvamos a La Nación. Su tradicional crítico, Juan Carlos Montero, comentó en su análisis de la representación que "al aparecer los responsables de la puesta escénica, el público estalló en un abucheo multitudinario y a unísono de toda la sala, altas, palco y platea, como pocas veces se escuchó en el Colón", y a juzgar por lo que agregó inmediatamente él compartió dicho abucheo: "Es que fue verdad incuestionable que la puesta estuvo plagada de connotaciones y hechos desagradables: niños maltratados, bebes atesorados como oro, embarazadas tiradas en el suelo, ondinas con botas y pañuelos en la cabeza faenando pescado, Wotan vestido como militar latinoamericano, Fafner en silla de ruedas, Hunding con pistola y aspecto de pirata, más allá del boceto escenográfico parecido a una villa" (click). Es curioso que según Montero el problema haya sido que la puesta se haya referido a "cuestiones y hechos desagradables", como si el público del Colón no quiere ni enterarse de que alguna vez hubo apropiaciones de niños, dictaduras militares, gente en silla de ruedas, piratas, etc. (suponiendo además, que todos son "desagradables"). Por lo demás, cabe preguntarse por qué exactamente el "público del Colón" abucheó la puesta "peronista".¿Se debe a que dicho público es tan antiperonista que no quiere ni oír hablar de Perón, dado que lo considera "desagradable" (lo cual surge de la crítica de Montero), incluso cuando implícitamente en esta producción se le atribuye en parte el Golpe del 76? ¿O se debe a que dicho público es tan peronista que se queja de la representación de Wotan como un Perón decadente, que de hecho lleva al Golpe del 76 (amén de las desapariciones y apropiaciones de niños)?

Otro crítico de La Nación,  Jorge Aráoz Badí, lisa y llanamente decidió irse luego de La Valkiria: "Ante la desazón y el aburrimiento frente a un espectáculo, lo mejor que puede hacer el espectador es irse. Así lo hice" (click). Un tercer crítico de La Nación, Pablo de Kohan, simplemente desea que esta clase de desatinos no se produzcan otra vez, nunca jamás (click), y de hecho menciona dos tipos de argumentos en contra de estas representaciones: "No se cuestiona la libertad artística de un creador para transgredir normas o expandir límites, sino sus objetivos y resultados. Este ColónRing es argumentalmente endeble y musicalmente frágil, con ese sólido e inexpugnable entramado de los leitmotiv wagnerianos mortalmente lesionado y con una extensión desmesurada que sobrepasa cualquier capacidad de concentración". En la jerga podríamos decir que si bien un creador es libre de hacerlo (argumento deontológico), las consecuencias son tales que dicha libertad no debería contar (argumento consecuencialista). En otras palabras, el Sr. Kohan se contradice. Si uno tiene un derecho de hacer algo, entonces las consecuencias no deberían jugar en su contra. Y si las consecuencias son las que mandan, decir que alguien tiene derecho a hacer algo no es sino una manera de referirse a las consecuencias del acto son deseables.

Pero al menos el Sr. Kohan nos provee las herramientas para discutir esta producción del Ring. Antes de sumergirnos en ellas, debemos aclarar que dentro de la psicología de nuestro enviado tiene lugar una verdadera batalla campal entre sus intuiciones mitristas (para designar de este modo la actitud de La Nación) según las cuales hay mucho de sacrílego en la mutilación de una obra y sus creencias informadas según las cuales en realidad un análisis de los argumentos revela que las intuiciones no son infalibles.

En efecto, una aproximación deontológica se concentraría en las intenciones de Wagner, que son sagradas para toda representación de la obra. Sin duda, Wagner jamás habría consentido a que el Ring sea montado de este modo. Pero, a pesar de que el nombre es el mismo, muy pocas personas pueden haber creído que asistieron a una representación del Ring en sentido estricto, sino a una selección de compases, por así decir. Con lo cual, las intenciones de Wagner están a cubierto. Alguien podría replicar que Wagner tampoco pudo haber querido que se ofreciera esta selección, con el nombre cambiado. Lo cual es cierto, pero entonces la cuestión es si sólo deberíamos actuar teniendo en cuenta las intenciones de Wagner in toto. ¿Habría querido Wagner de hecho que se representara el Ring, entero por supuesto, fuera de Bayreuth? ¿Habría querido Wagner que usaran aire acondicionado en una teatro de ópera, subtítulos, etc.? Él sólo quería que fueran a verlo por su obra, y nada más. Quienes no estuvieran al tanto de la misma, o no la entendieran, o no supieran alemán, no le preocupaba a Wagner. Sin embargo, y con razón, los intencionalistas no se preocupan por esto.

Finalmente, vayamos ahora a las consideraciones consecuencialistas. Un argumento en contra de la producción es la confusión de la gente entre el Anillo (14 horas) y el Anillito (7 horas). Insistimos que muy poca gente pudo haberse confundido. Quizás el argumento más fuerte sea el que teme que, si tuviera éxito, el Anillito haría desaparecer al Anillo. En realidad, a juzgar por estas críticas, el Anillito no tuvo éxito. Pero aunque lo tuviera, dudamos que los amantes de Wagner prefirieran un Anillito que la enchilada entera, como se suele decir en inglés. El Anillito en realidad es un pis aller, una manera de salir del paso en la espera del anhelado momento de redención, mientras tanto aparece la ocasión de asistir al Anillo, y si es posible en Bayreuth, algo que por obvias y muchas razones, muy pocos pueden llegar a lograr. Quien asiste al Anillito o bien decide no ir nunca más porque prefiere el Anillo, o bien percibe que su deseo por el Anillo se ve incrementado por dicha asistencia, tal como Enobarbus cuenta sobre Cleopatra: "Otras mujeres empalagan los apetitos que alimentan, pero ella [nos] hace hambriento[s] / Cuando más [nos] satisface" (William Shakespeare, Antonio y Cleopatra, II.ii.242-4). Nunca podemos tener demasiado Wagner.








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