La Causa de Catón, ancha como alpargata de gordo, se da el enorme lujo de publicar esta entrada por Jaime Malamud Goti, un invitado que, como reza la reciente serie de David Letterman en Netflix, no necesita presentación. Enjoy.
Algunos interesantes y perturbadores artículos de Andrés Rosler me impulsan a perpetrar este comentario relacionado con un par de ideas que, a mi forma de ver, son el tema central de los ensayos recientes de Andrés. Versan sobre la muy débil autoridad de la ley en la Argentina y la adyacente falta de credibilidad de los jueces en general. En las cavilaciones que siguen tengo especialmente en cuenta, como Andrés Rosler, a los jueces penales federales. Quiero abordar con respetuosa brevedad una concepción del mundo según la cual este está escindido entre amigos; aquellos que nos son leales, y nuestros enemigos. Los primeros consienten, aprueban –en forma tácita o activa- lo que decimos y hacemos, por un lado. Por el otro, los enemigos. Desde los más hostiles hasta quienes se rehúsan a aprobar nuestros actos, aunque más no sea mostrándose indiferentes. Esta versión, que parece demasiado simple a esta altura de los tiempos, ha plagado la política argentina desde hace mucho. Es la noción de que muchos expresan con simpleza: “los que no están conmigo están contra mí.” Somos amigos o somos enemigos. Esta idea quedó inmejorablemente expresada con dos frases tan claras como breves de Juan Domingo Perón: “A los amigos, todo. A los enemigos ni justicia.”
Como veremos, aunque fue Perón quien articuló en estos términos categóricos esta versión de la realidad política, esta resulta afín a la noción que guio la conducta de un considerable número de gobernantes. Me refiero a la relación estos y sus gobernados y que sólo excepcionalmente están en guerra unos con otros como lo están en países involucrados en los más graves conflictos domésticos. La diferencia entre unos y otros es que los habitantes de una nación respetuosa del Estado de Derecho están sometidos, eso esperamos, a su sistema de Justicia y este, a su vez, está en manos de un número de jueces (uso “Justicia” con mayúscula para distinguirla de la “justicia” como la virtud que unos adjudican a las decisiones y actos de otros.) En el caso de la primera, un juicio correcto se sustenta en la ley. En cuanto a la justicia con minúscula, en cambio, es patrimonio de cualquier individuo, grupo de individuos o institución y se basa en criterios aprobados de equidad, en las emociones que despierta la decisión y de los efectos esperados de esta última. Se sustenta, entonces, en una compartida noción de igualdad, en ajustarse a finalidades valiosas, a principios y otras propiedades asociadas al buen criterio del que decide o actúa.
En el cuento Deutsches Requiem, Borges pone en boca de Otto zur Linde, ex -subcomandante de un campo de concentración y narrador de su historia: “…En cuanto a mí, seré fusilado por torturador y asesino. El tribunal ha procedido con rectitud; desde el principio, yo me he declarado culpable…. No pretendo ser perdonado, porque no hay culpa en mí, pero sí quiero ser comprendido. Quienes sepan oírme, comprenderán la historia de Alemania y la futura historia del mundo.” Borges enfatiza así la diferencia a la que me refiero. Que el tribunal hubiese actuado “correctamente” significa que decidió de acuerdo con la noción de Justicia, de acuerdo con la ley (tal y como, con su declaración, acepta esta ley el condenado.) Que este mismo individuo no se considere culpable responde a su noción de la justicia con minúscula. A lo que él mismo, y tantos otros como él, concibieron que el camino que su vida recorrió apuntaron a formar un mundo mejor como surge de su monólogo final. Sus acciones fueron, entonces correctas, o justas, de acuerdo con esta idea. Hubiese sido propio de una mente verdaderamente justa elogiar de zur Linde de acuerdo con las creencias del último. Este, demás está decirlo, no era merecedor de la condena impuesta por los jueces. Estos actuaron de acuerdo con la noción de Justicia (aunque dejo de lado el hecho de que la validez de las leyes de Nüremberg fueron, y son todavía hoy, materia de debate.)
En 1984, en la Argentina, los juicios penales contra los miembros de las juntas gobernantes y oficiales de alto rango, causaron una contundente reacción por parte de los oficiales de las tres armas. En su mayoría, los militares interpretaron que los juicios y condenas de sus camaradas eran consecuencia de una conspiración. Los procesos, declaraban a diario los oficiales, no eran otra cosa que la continuación de la actividad subversiva; la que ellos mismos aplastaron en el plano militar. No hace falta aclarar mucho este tema, especialmente para quienes fuimos testigos. De acuerdo con esta versión, los jueces se prestaban de un modo –involuntario o intencional- a servir de instrumentos a disposición del difuso “enemigo subversivo.” Para que esta afirmación tenga sentido, es necesario recordar que, para los militares argentinos, “subversivos” fueron, mucho más allá de las agrupaciones militantes, quienes entorpecían de alguna manera la existencia de una sociedad “occidental y cristiana.” Enemigos, por lo tanto, fueron no sólo aquellos que visitaban la obra de de Marx sino también los lectores de Antonin Artaud, Sartre, Freud y otros autores que igualmente amenazantes de la restauración de la fe cristiana. El integrante de la Armada en la primera junta gobernante, Almirante Emilio Massera, sindicó a Marx, Freud y Einstein como los “máximos subversivos”: Mientras los dos primeros subvertían el “orden social,” Einstein subvertía “el orden del universo.” Y lo dijo en serio. La subversión actuaba también en el ámbito económico. Fueron así considerados subversivos aquellos que intentaban entorpecieran “el despegue del país “(sic. Ver, Jaime Malamud Goti, Terror y Justicia en la Argentina, 2000, Ediciones la Flor, Cap. 2) Esta amplitud de la idea de la subversión explica, entonces, por qué la concepción amigos o enemigos.
La actitud, intolerante para decir lo menos, la repitieron los mayores promotores de continuar con los juicios a los criminales de Estado. Los juicios a los militares de 1984, apuntaron a los miembros de las juntas, algunos oficiales de alto rango y un puñado de militares jóvenes sospechados de secuestrar, matar y torturar si estos actos eran ejecutados “más allá del deber de obediencia a sus superiores.” Lo último, “el deber de obedecer,” dicho sea de paso, fue interpretado por los jueces de la manera más amplia posible lo que redujo considerablemente el número de encausados. De cualquier modo, los tribunales fueron de inmediato identificados como el nuevo instrumento de la famosa subversión para destartalar a las Fuerzas Armadas y seguir así adelante con su proyecto anti-cristiano. Si fracasaron en diezmar a los militares con las armas, lo harían entonces, a través de los jueces. Sus miembros, conforme a esta tesis, experimentarían la satisfacción que la venganza suele brindar al vencido en la batalla. Es la aplicación idea de que “si no estás conmigo está contra mí.” Esta actitud, que devastó al país no fue sólo propia de los militares.
La concepción del mundo político como uno de amigos y enemigos no fue una peculiaridad militar de las décadas de los 70 y 80s. Esta noción con bases autoritarias es la que ahora demuestran haber adoptado los funcionarios de la Dinastía Kirchner. Los jueces, otra vez, según declamaron ya varios procesados por corrupción, son el instrumento de sus enemigos para sacarlos del medio. Desacreditarlos, desbaratar la fuerza política que les queda, dispersarlos, hacerlos desaparecer. Un funcionario del Ministerio de Salud de la Dinastía Kirchner me comentó el susto que se llevó con el cambio de la expresión de las caras de funcionarios del Ministerio durante una charla que pronunció hace cuatro o cinco años. Era todo sonrisas en la sala cuando comenzó su informe con la afirmación de que la campaña de vacunación de ese año en la Argentina había marcado un record continental. El entusiasmo se transformó en una colección de ceños fruncidos no bien explicó que la reposición de las vacunas no sería fácil a causa de la pérdida de valor del peso argentino. El amigo se convirtió en un contendiente al referirse a la empinada inflación que el gobierno no sólo negó sino que intentó también disimular denodadamente. Las sonrisas desaparecieron de inmediato y cercado por funcionarios enojados por la revelación indeseada. Observé esta actitud una cuantas veces y me recordó a los años de la Guerra Fría. Un chico norteamericano de unos ocho años le preguntó inesperadamente a mi padre en el ascensor de mi casa: “Are you with us or against us?” No oí razones que justificaran la intolerancia de los desairados funcionarios del gobierno. Si oí repeticiones de expresiones públicas de los funcionarios o el forzado silencio antes a quienes mantuvieran una actitud crítica. No hacía falta que fuera un ataque al gobierno o a sus decisiones. Bastaba con examinar razones, ser crítico. Nadie pareció hacerlo.
De esta manera, no debe sorprender que Cristina Kirchner y los aliados de su dinastía hubiesen declarado repetidamente que los procesamientos y detenciones son la consecuencia de una campaña política hostil. Se trata, una vez más, del enemigo que otra vez utiliza a los jueces –la mayor parte de los cuales- se embarcan en la empresa de destruir al kirchnerismo. Esto implica que, otra vez, para esta visión, afín a un país dividido como lo ha estado la Argentina en casi todo el último siglo, los jueces han perdido la imparcialidad para transformarse en yunque sobre el cual apoyar los pescuezos de quienes, por ostentar algún cargo o función, demostraron apoyar a los años de la Dinastía Kirchner. Por observar la actitud de militares y funcionarios de los Kirchner, los jueces no tuvieron que cavilar demasiado acerca del mérito de sus decisiones. Bienvenidas, en tanto estas sirvieran a la causa anti-Kirchner.
Con independencia, entonces, de la capacidad de los jueces y la virtud legal de sus decisiones, estos necesariamente carecen de la autoridad de la que gozan en países que creen en la neutralidad de sus tribunales. En Alemania, Suecia, el Reino Unido, en su mayor parte, la gente cree que, si alguien fue condenado por un tribunal de justicia, esta persona merece -de acuerdo a un criterio aceptado- el castigo por el simple hecho de haber sido impuesto por un representante de la neutralidad propia del que sigue los dictados de la ley. Law and Order o Law in Order. Si a nuestro vecino lo hubiese encontrado culpable de hurtar fruta en la tienda de la esquina, mis familiares hubiesen considerado que este debió quedarse, en realidad, con lechuga y damascos sin pagar su precio. Lo mismo hubiese ocurrido en Alemania, Inglaterra, Noruega…Es cierto, debo admitir, que esta confianza se ve debilitada cuando las partes del proceso representan minorías sustanciales étnicas, raciales, religiosas y de género. Detrás de la expectativa que genera el resultado para las partes, las sentencias son frecuentemente interpretadas como la expresión de la Justicia frente a la colisión del derecho de igualdad de las minorías. Ejemplo de esto fue el caso de O.J. Simpson y el tema racial; Lorena Bobbit y el estatus legal de la mujer; y los juicios de Tokio, la imposición de leyes inconsistentes con la cultura del vencido. La aplicación del llamado “derecho natural” era tan extravagante para los asiáticos como lo son las sirenas en el Río de la Plata. En estos casos, las nociones de Justicia y justicia llegan a confundirse. He llamado a estos juicios, Juicios Políticos, y en ellos resulta difícil evitar hacer justicia en lugar de la Justicia del Estado de Derecho.
Quiero concluir con la idea la manera en que los jueces pierden realmente la imparcialidad que queremos atribuirles. En un mundo de amigos y enemigos, un medio en el cual los jueces no se animan a mantenerse neutrales y aplicar la ley a secas porque los transformaría en enemigos de lo que tienen poder. Es así habitual que estos dejen de aplicar la ley y hacer Justicia. En cambio, se limitan a aplicar los criterios de justicia adoptados por quienes pueden hacerles muy difícil la vida si estos criterios contradicen a los que cuentan con poder. De esta forma, los juicios a reos poderosos tienden a escapar de la Justicia del Rule of Law. La reemplazan con la justicia tal y como la entienden algunos. Que justificaría, me pregunto, alzarse contra los ideales del gobierno.
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Con estas líneas misceláneas, he intentado complementar las ideas de Andrés Rosler acerca de los peligros de la desviación, por parte de los jueces penales, del Estado de Derecho. No creo que mi contribución revele las causas de las deficiencias del llamado garantismo como las actitudes corrientes concebidas y ejecutadas en Argentina. Creo que sería necesario revisar las nociones de Legalista al aplicar la ley, o seguir criterios que compiten con –y a menudo desvían y desplazan- a la primera con frecuencia. Para entender esto mejor, es más que probable que sea necesario incursionar más extensa y meticulosamente que medidas lograrían hace que la ley sea domesticada de modo de su lectura y eventual interpretación sea, al menos aveces, menos contra-intuitiva y permita así alcanzar con mayor eficiencia propósitos valiosos. Para esto, a mí me falta mucho.
JMG
7 comentarios:
Muy bueno. Sucede que la justicia (virtud particular) opera como intérprete supra legal. Luego, la legitimidad de la administración de justicia pivota sobre categorías morales; a pesar de ser ilegales.
Eso significa el super pasivo Humanidad: que si te embolso no te salva ni el rey.
Leviatán, divino tesoro...
Tengo duda de si la incredulidad a la justicia es a causa de los jueces en si (q ahora hacen bastante por mantenerla) o si proviene de la anomia del argentino. Lo cierto es que pasar de un sistema de reglas a uno de principios, cómo se ha venido haciendo, tampoco genera confianza porque acá el juez dice lo q le plazca, muchas veces sin atenerse al derecho. Ej, la prisión preventiva de Boudou basada en "riesgo procesal por relaciones", por lo que la regla pasa a ser la prisión preventiva de todo funcionario. Con tal de "agradar" a la opinión pública, y más congraciarse con el poder de turno, hacen lo q les plazca. En rigor, tenemos una justicia espantosa y subjetiva, zigzagueante, lenta e ignorante.
Excelente la entrada de Malamud. Felicitaciones a catón por el invitado de lujo.
Saludos
Brillante nota de Jaime Malamud Goti. Tuve experiencias muy similares a la que se menciona sobre el funcionario de un ministerio. Pasar de amigo a sospechoso, y de sospecho a enemigo, y de ahi a traidor podía suceder en una fracción de segundo. Mirada crítica, reflexión, cuestionamientos...solo los tibios. Y a los tibios según aprendí, parece que los vomitaba dios o algo por el estilo.
En la cabina funcionaba el boton de auto-eject, por suerte.
Lo que revela lo que expresas, Antonio, es verdadero. Es muy fácil pasar de un estado amigable a uno hostil con gran facilidad. Mi ejemplo, a diferencia del tuyo, inculpa a mi parte. El otro día, en compañía de una persona amiga, cené en un restaurante. El mozo que nos atendió nos comentó que el restaurante cerraría pronto “debido al estado en que están las cosas. (sic.)” A pesar de que el servicio era eficiente y muy amable quien nos sirvió, “el como están las cosas” le pareció sospechoso a quien tenía en frente: “debe ser kirchnerista.” Aquí, la reacción que no juzgué disparatada en ese instante, me parece tan intolerante como la que hubiese recibido de un asaltante que no tiene tiempo que perder. Podría haber una cantidad de explicaciones que ni siquiera provocamos. De estas, es más que probable que debieron ser escuchadas. A lo mejor, podría haber habido falta de coincidencia respecto de algún tópico y no de otro.
Aquí, el papel de villanos lo desempeñamos nosotros. Demás está decir que villanos en el mejor de los sentidos. Gracias, Antonio.
Omar, me parece muy apropiada tu intervención que de veras agradezco. Es cierto que el tema de la anomia argentina, especialmente la que Carlos Nino llamó “anomia boba” es en si misma, un factor que provoca incredulidad. La última va de la mano, tenés razón, de la falta de legitimidad de los jueces. El tema es que no creo que la anomia y la falta de credibilidad son dos temas muy cercanos. Podría decir –y con muy buenas razones- que los jueces son muy poco criteriosos, que no discuten jamás precedentes cuyas características se asemejan al caso que deciden y tantas otras cosas que yo compartiría. A pesar de lo que acabo de decir, mi intento es el de advertir es la proximidad de un “juicio político” en el sentido que yo le doy a una infinidad de procesos argentinos.
Un juicio político es aquel en el cual, a los intereses de las partes del litigio se agrega la expectativa general por parte del público respecto de cómo es tratada la minoría cuya representación se adjudica a estas partes: elegí los modelos de OJ Simpson, juzgado por el asesinato de una mujer blanca y el de Lorena Bobbit, por cercenar el pene de su marido. Una cantidad sustancial de negros y de blancos, en el primer caso, y mujeres y varones, en el segundo se mantuvieron expectantes porque la sentencia previsiblemente le adjudicaría un particular lugar en el mundo de los derechos a cada una de las partes. Los roles que desempeñaban, como en el caso de O.J. Simpson, definiría, al menos en la imaginación de una gran parte del público, qué derechos le cabrían a los miembros de su minoría. Cuando el juez toma conciencia de estas expectativas, se ve compelido a expresar -o sugerir con su fallo algo más de lo que dice la ley o de o una interpretación ordinaria de esta ley. Acá, no puede establecerse una distinción tajante entre justicia y Justicia. Hubo un caso -que no puedo identificar aquí porque no tengo el libro a mi disposición- en el que pareció que la Justicia de Mississippi o Alabama puso en tela de juicio la esclavitud o, al menos, la esclavitusd y las prácticas a las que se sometía a un esclavo. En este caso, una de estas víctimas mato al capataz cuyas órdenes regían su vida. El juez terminó por absolverlo. Es de lamentar que este fallo no hubiese tenido el impacto que esperaron los liberales del Siglo 19. Pero esa es una cuestión aparte. Del fallo de este juez se extrae que la raza no quita ni agrega derechos, al menos no en la medida en que los sureños les adjudicaban a los descendientes de africanos en ese momento.
Si mi imaginación está bien orientada, el juez debió pensar, antes que si alguien, en razón su color, tamaño, lengua natal o lo que sea, si está obligado a tolerar el trato de un esclavo a manos de un dueño abusivo. O mejor; si se merece alguien ser de legalmente de otro. Curiosamente, el juez invocó la legítima defensa. Acá, en la Argentina, hay muchos juicios que son tomados de esta manera: ¿cómo tomará el gobierno esto? ¿Qué pensaran mis vecinos de mi posición con relación a las mujeres? Y es allí donde la ley juega un rol mucho menor de lo que debería. Y esta es, a mi entender, una causa importante para que la gente tome con pinzas lo que deciden los jueces. Eso, en el mejor de los casos. Esta práctica fue la que me empujó a ser muy cuidadoso respecto de quienes y cómo juzgarían a los generales en 1984. Pero lo que declaro no excluye para nada el tema que traes a colación y este es el de la anomia. Pero la anomia es la otra cara de la autoridad (legitimidad) de la ley. En algún momento los jueces argentinos fueron mejores. Creo que fue pocos días de finalizar la Guerra de Crimea.
Gracias otra vez, Omar.
Estimado Yago, te agradezco muchísimo el elogio. Me estimula a escribir aunque este sea un hecho por el cual muchos te deselogiaran. Gracias! En serio.
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