lunes, 12 de noviembre de 2012

El Kirchnerismo y el Tricentenario de Rousseau




En 2012 se conmemora el tricentenario del nacimiento de Rousseau, y quizás por eso en los últimos días dos reconocidos kirchneristas parecen evocar, a su modo, dos creencias políticas características de Rousseau, que corresponden a lo que podríamos caracterizar como la tesis soberana de la política.

En primer lugar, el psicoanalista y consejero cultural de la embajada argentina en España, Jorge Alemán, esta semana sostuvo en Página 12 que "El pueblo transforma a la historia, la masa hace que vuelva lo de siempre. Nunca se sabe de entrada cuándo actúa el pueblo y cuándo actúa la masa, sólo a posteriori, en sus efectos y consecuencias podemos concluir cuál fue el sujeto en cuestión. De esta forma, cuando se ganó aquel día por el 54 por ciento, y cuando designamos con razón nuestra experiencia como popular, siempre recuerdo que se trata de una causa que no es susceptible de contabilidad alguna y que tendría mi apoyo aunque tuviera el uno por ciento de los números" (click).

Alemán, sutil y elegantemente, parece referirse a un conocido pasaje del Contrato Social (IV.2), y lo hace doblemente. En dicho pasaje Rousseau se pregunta cómo reconocer la voluntad general, la voluntad del pueblo. La respuesta es que "cada uno dando su sufragio dice su opinión sobre ello, y del cálculo de los votos se saca la declaración de la voluntad general. Cuando entonces la opinión contraria a la mía prevalece, eso no prueba otra cosa que yo me había equivocado, y que lo que yo estimaba ser la voluntad general no lo era. Si mi opinión particular hubiera prevalecido yo habría hecho otra cosa de lo que hubiera querido, y es entonces que yo no habría sido libre". De ahí que, como bien dice Alemán, y he aquí la primera referencia, sólo "a posteriori" puede uno enterarse de cuál era la opinión popular, y de ahí la referencia al no menos famoso 54 % con el que los kirchneristas suelen empezar o terminar sus oraciones. Pero si Alemán tiene razón en señalar el papel de la mayoría en la determinación de la voluntad del pueblo, se contradice al sostener que la causa del pueblo es tal "que no es susceptible de contabilidad alguna" y que tendría su "apoyo aunque tuviera el uno por ciento de los números". Si no son los números los que mandan, entonces el 54 % es completamente circunstancial (y de hecho hasta Menem ganó un par de elecciones, la segunda sin engañar a nadie), y es sólo a priori, para seguir la terminología de Alemán, que se debe determinar dónde está la voluntad general. Ahí, la cuestión es quién tiene razón, no quién saca más votos.

La segunda referencia de Alemán es que su contradicción tiene un muy egregio antecedente, ya que a Rousseau le pasa algo parecido. Rousseau en el mismo párrafo, inmediatamente antes de suscribir a una concepción cuantitativa o constitutiva de la voluntad general, sostiene una concepción cualitativa o declarativa de la voluntad general ya que a los ciudadanos no se les pregunta "si aprueban la proposición o si la rechazan, sino si ella es conforme o no a la voluntad general que es la suya", como si la voluntad general fuera anterior a su determinación mediante el cálculo de votos. Rousseau había adelantado que "aquello que generaliza la voluntad es menos el número de los votos, que el interés común que las une" (II.4, 374). Quizás Alemán de este modo sólo quiso hacer un homenaje a Rousseau, y de ahí la evocación, contradicción incluida.

La distinción entre pueblo y masa (o multitud) es un verdadero topos de la tradición soberana, que consiste básicamente en que la distinción pasa porque mientras que el pueblo es un colectivo representado por el Estado, la multitud es precisamente masa, algo informe, lo cual nos lleva a lo que, según Susana Viau en su habitual y bastante exagerada columna dominical de Clarín (click) el diputado kirchnerista Carlos Kunkel sostuvo sobre la manifestación del 8N. Según Kunkel el 8N tuvo ribetes sediciosos sobre la base del artículo 22 de la Constitución Nacional. Según Viau, cuando su entrevistador sorprendido "quiso saber en qué basaba tamaña afirmación", Kunkel le contestó: "No lo digo yo. Lo dice la Constitución. El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes". En otras palabras, el diputado Kunkel suscribe a la contención soberana de la política según la cual toda manifestación multitudinaria, por no decir "popular" (i.e. que se arroga manifestarse en nombre del pueblo) es lisa y llanamente sediciosa.

Nuevamente, detrás de las afirmaciones de Kunkel parece alzarse la figura de Rousseau. Según Rousseau, el soberano, que era el pueblo, actúa sólo mediante leyes, las cuales son actos de la voluntad general, y que proviene de la asamblea del pueblo (III.12). El pueblo debe reunirse regularmente, pero sólo en asambleas "jurídicas" convocadas por los magistrados (III.13). La asamblea hace la ley, y sólo la ley puede dar legitimidad a la asamblea (III.14). Para más datos, en II.6 Rousseau hace referencia a la "multitud ciega que a menudo no sabe lo que quiere, porque ella raramente sabe lo que es bueno" (II.6), y en II.9 advierte que en el caso de una "multitud de hombres que no se conocen los unos a los otros", "los talentos son enterrados, las virtudes ignoradas, los vicios impunes". De hecho, la conducta kirchnerista en el Congreso es un fiel reflejo de la idea rousseauniana según la cual "los largos debates, las disensiones, el tumulto, anuncian el ascendente de los intereses particulares y la declinación del Estado" (IV.2). Una inferencia casi obvia es entonces que toda oposición al gobierno sería equivalente a un delito. Y hay que recordar que para Rousseau, no por casualidad, todo delincuente es un enemigo de la república (II.5).

¿El festejado retorno de la política, entonces, es el de la política soberana? Si lo es, no es fácilmente compatible con otra idea típicamente kirchnerista (e irónicamente, compartida por Marcos Aguinis: click), aunque no tan rousseauniana, según la cual la violencia ideológica o política es preferible a la criminal. Es un tópico que mencionamos al pasar en otra oportunidad (click), y al cual volveremos, próximamente, en esta sala. Mientras tanto, al kirchnerismo le vendría bien la siguiente frase de Rousseau: "Se sabe bien que hay que sufrir un mal Gobierno cuando se lo tiene; la cuestión sería encontrar uno bueno" (III.6).






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