lunes, 31 de marzo de 2014

Delito y Teología



A los no pocos problemas que tenemos en este país, se han sumado ahora los linchamientos callejeros de personas sospechadas de haber cometido un delito al parecer—al menos hasta ahora—contra la propiedad.

La primera reacción ante episodios de esta naturaleza es la de dar rienda suelta al impulso de hablar de tales episodios en términos de un estado de naturaleza hobbesiano, a pesar de que semejante comparación no es del todo apropiada, tal como lo habíamos discutido alguna vez (Hobbes no era hobbesiano).

Ahora bien, la explicación de esta clase de fenómenos no es fácil de reconciliar con el relato del que se enorgullece el Gobierno Nacional. En efecto, si la explicación del delito es fundamentalmente socio-económica (y hasta ahora las ciencias sociales han mostrado que lo es) y si este país ha crecido de modo vertiginoso durante los últimos diez años y por ende redistribuido su ingreso equitativamente de forma inaudita merced a las políticas públicas del Gobierno, ¿por qué semejantes linchamientos? Es más, ¿por qué el Gobierno mismo se ha visto en la necesidad de poner en movimiento cada vez más fuerzas represivas para combatir la “inseguridad”, al punto de que la Presidenta misma se vio obligada a reprocharle por cadena nacional a los jueces penales su desidia ante el crecimiento del delito?

Ya habíamos visto que este Gobierno tiene una explicación a su disposición alternativa a la socio-económica, según la cual la raíz del delito es lisa y llanamente teológica (v.g. De Maistre ataca de nuevo). Quizás en otros países la redistribución del ingreso haya hecho disminuir las tasas de criminalidad (al menos las relativas a los delitos contra la propiedad). En Argentina, sin embargo, la redistribución récord en lugar de haber atenuado los índices de criminalidad parece haber ha despertado aún más la codicia humana, a tal punto que por momentos es difícil resistir la conclusión de que en este país hay una desmedida concentración de pecado y desolación, como si Dios se hubiese ensañado con este país, debido probablemente a que la caída aquí hubiese sido mucho mayor que en el resto de la creación, todo esto en un país que solía enorgullecerse de creer que Dios era argentino.

Las ventajas de la explicación teológica no sólo consisten en que esta última explica el comportamiento delictivo de quienes atentan contra la propiedad privada, sino que además explica el comportamiento criminal de quienes participan de su linchamiento.

Una de las desventajas, sin embargo, de la explicación teológica del pecado y de la autoridad que se supone debería ponerlo a raya, es que a esta tesis no le resulta fácil explicar por qué o cómo quienes nos gobiernan han escapado de las consecuencias pecaminosas de la caída que explican el comportamiento delictivo de sus súbditos. ¿Por qué en lugar de, v.g., hacer cumplir el derecho, los funcionarios del Gobierno no se dedican a actividades ilegales? En otras palabras, la caída debió haber arrastrado a todos los seres humanos, tanto a los probables sospechosos como a los eventuales gobernantes.

Pensándolo bien, quizás el Gobierno tenga razón y esta tesis tenga mucho mayor poder explicativo del que parece tener a primera vista.  

lunes, 24 de marzo de 2014

Tu querida Presencia



Hernán Brienza nos tiene mal acostumbrados. Ha revolucionado no sólo el ámbito de la filosofía del derecho con su nueva teoría de la responsabilidad en defensa de la designación de Milani (la ley de Brienza y big bang Brienza), sino que además ha transformado de raíz la filosofía moral al habernos explicado por qué no nos merecemos a Cristina (lo que vos te merecés), y por si esto fuera poco además ha incursionado en el sancta sanctorum de la filosofía, la ontología, para una defensa general por no decir metafísica del Gobierno (la ontología de Brienza), y todo esto sin siquiera ser filósofo, sino politólogo e historiador. Nos preguntamos qué no habría hecho Brienza en el campo de la filosofía, si tan sólo se hubiera propuesto dedicarse completamente a ella.

Pero Brienza, muy probablemente envalentonado por el éxito de sus proyectos intelectuales anteriores, ahora se ha embarcado en una empresa que empalidece todas sus hazañas anteriores, la de justificar su presencia en la delegación argentina en el Salón del Libro de París. En efecto, algunos, como Horacio González, han tratado de explicar la ausencia de Martín Caparrós en dicha delegación (para Horacio González, no hay que explicar pasivamente lo sucedido a Caparrós como resultado de una decisión de los organizadores, sino que fue Caparrós mismo el que activamente intervino en la decisión de los organizadores: una cuestión de estilo). Pero absolutamente nadie ha siquiera ensayado una justificación de la presencia de Brienza, quizás debido a que sea mucho más fácil justificar una ausencia que una presencia, aunque no nos animamos a incursionar en cuestiones metafísicas como Brienza. El punto es que Brienza no tenía alternativa. Si él no se defiende, no lo defiende nadie (sólo él puede lograr lo imposible). Y ahí fue otra vez el domingo último, este Quijote exitoso (click).

No van a faltar los mezquinos que dirán que Brienza se contradice en su habitual columna de los domingos, ya que en la misma nota en que ensaya su defensa, él sostiene que “Tener que defenderme de las acusaciones me empequeñece hasta límites que mi humildad no me lo permite” (siendo él humilde por supuesto), y que “estoy convencido, como escribió Antonio Machado que no hay que contestar las acusaciones de los 'pedantones al paño'" (siendo sus críticos "pedantones al paño"). Sin embargo, a ningún gran pensador le podemos exigir el mito pequeño-burgués de la coherencia. Lo que le pedimos es alguna que otra idea, como diría Heidegger, y Brienza nos ha pagado con creces.

Es digno de ser destacado que Brienza bien podría haber usado en su defensa un argumento usual en el campo de la psicología grupal. En efecto, toda delegación necesita cuidar el “grupo”, como se suele decir, y fue este hecho lo que explicó la ausencia de Ramón Díaz y del mismo Passarella en la selección argentina en el Mundial 86, o de Cantoná en la selección francesa en el 98, y tal mal no les fue.  Sin embargo, Brienza eligió no tomar este camino fácil y trillado. Después de todo, una delegación de escritores será un grupo, pero no es un equipo de fútbol. También podría haber argumentado, parafraseando a Horacio González, que su estilo es más suave que el de Caparrós.

Prefirió Brienza, en cambio, una estrategia dual. Por un lado, apelar al viejo escepticismo valorativo: “Una delegación no se mide –si es que es posible medirla– por si estoy o no estoy incluido o incluida. Nadie es tan importante ni imprescindible en la ronda de la literatura argentina actual, quizás porque todavía no está formado el nuevo canon literario”. La pregunta que se harán obviamente los lectores de Brienza es: ¿cómo es que se mide entonces una delegación? Si no hay criterio, podría haber ido cualquiera, con lo cual la presencia de Brienza continuaría siendo inexplicable. Y Brienza mismo debería haber cedido su lugar.

Pero, Brienza no cedió su lugar, probablemente porque cree que su presencia le “parece un gran hallazgo en términos de selección por parte de los organizadores”, y esto a su vez se debe a un segundo argumento de naturaleza lockeana que deja atrás al escepticismo valorativo del primero y revela lo que para muchos era un misterio. Brienza sostiene que “en estos 20 años como periodista y politólogo no he hecho otra cosa que trabajar, trabajar y trabajar” y “escribí seis libros propios, la mayoría de ellos aceptados por los lectores” (uno de estos libros, entendemos, recopila sus notas en Tiempo Argentino, de las cuales hemos extraído la filosofía de Brienza).

Ahora bien, el estándar que usa Brienza en su defensa despeja nuestras dudas al menos, ciertamente, pero podría abrir nuevos frentes de tormenta.  En verdad, ¿cómo explicar la ausencia entonces de, v.g., Ludovica Squirru u Horangel, que vaya uno a saber hace cuántos años que trabajan y cuántos ejemplares de cuántos libros han vendido? (Squirru y Horangel, piadosa y generosamente, se han abstenido de atizar el fuego de la polémica, conscientes quizás del hastío de la discusión). Pero, pensándolo bien, como en nuestro país quizás no hay ningún otro escritor/a que estuviera trabajando hace más de veinte años con seis libros publicados (o más), la única duda, era Ludovica, Horangel o Brienza, en cuyo caso nadie podría culpar al Gobierno de haberse quedado con Brienza.

Finalmente, tomemos el toro por las astas. Muchos malintencionados sospechan que Brienza fue invitado al Salón sólo porque es kirchnerista, como si Brienza siempre hubiese sido kirchnerista (nuestra ilustración indica que no siempre fue así) y como si éste fuera un Gobierno capaz de politizar hasta las multas de tránsito, qué decir un Salón del Libro. Pero, supongamos, per impossibile, y en aras de la argumentación, que éste fuera el caso. ¿Acaso Sartre ocultó su compromiso político con la resistencia? ¿No habría abandonado él probablemente hasta a su propia madre para cumplir con dicho compromiso? ¿Hubo alguien sin embargo que haya dudado de su talento como escritor? Es la humildad de Brienza la que le impide jugar la carta de la comparación con Sartre, y la transparencia de este Gobierno la que decidió que fuera parte de nuestra delegación. Caso cerrado.

sábado, 22 de marzo de 2014

Una Cuestión de Estilo




Muchas veces el Gobierno ha sido acusado de hipocresía, desde su uso idiosincrático de los derechos humanos hasta su muy declamada abjuración de toda devaluación y/o ajuste económico, pasando por su preocupación por un poder judicial democrático. Sin embargo, en el caso del pabellón argentino en el Salón de Libro de París, el Gobierno se ha mostrado tal cual es, en toda su transparencia.

En efecto, en lugar de haber intentado cumplir con las formas de la corrección política de tal forma que los escritores invitados reflejaran el amplio espectro de discusión que muestra la realidad política hace años (gracias al kirchnerismo ciertamente), el Gobierno ha decidido que la lista de escritores incluya sólo a funcionarios, obsecuentes, y escritores reconocidos que no están a favor del Gobierno pero que no nos lo hacen saber a voz en cuello. Un requisito necesario entonces para ser parte de esta delegación era no haber hecho públicas las críticas contra el Gobierno.

Ahora bien, dada la repercusión que ha tenido precisamente la delegación, llama la atención que el Gobierno haya decidido seguir fielmente a sus principios sectarios. En efecto, el problema en el fondo no es sólo normativo, una cuestión acerca de lo que correspondía hacer, sino de conveniencia. Habría sido mucho más racional disponer la mesas sobre cultura y política de tal forma que estuvieran representadas por escritores opositores.

Horacio González, el Director de la Biblioteca Nacional, muy recientemente ha tratado de explicar, v.g., la ausencia de Martín Caparrós. En efecto, en declaraciones a Radio Francia Internacional, González lamentó la ausencia de Caparrós, con lo cual sugirió que Caparrós debería haber sido invitado y de hecho quisieron invitarlo. Pero según González "La forma en que él [Caparrós] desarrolla sus opiniones políticas es muy áspera”. Por supuesto, dice González, “Eso no quiere decir que por eso una persona no deba venir acá, pero esa aspereza termina interviniendo en decisiones a las que vos les adjudicás un carácter político que quizá se refieran a ciertos estilos regidos por una aspereza evidente, que en el momento de hacer las invitaciones tiene cierto peso por parte de la persona que hizo las invitaciones” [aunque las declaraciones de González terminaran siendo inventadas por el periodista que escribió la nota, nadie en su sano juicio podría negar el talento de este periodista para la falsificación, ya que se trata de declaraciones que sólo González podría hacer y que sólo un perito de Sotheby's podría identificar] (click).

Suponiendo que González haya dicho esto en serio y no de modo pythonesco, no debemos sucumbir a la tentación de creer que González se contradice, como si estuviera diciendo (tal como parece ser el caso) algo así como: debimos haberlo invitado a Caparrós y no lo hicimos (y está bien que no lo hayamos hecho), o debimos haberlo invitado y no debimos haberlo invitado. En realidad, González no se contradice ya que su opinión es que la culpa la tiene Caparrós: debieron haberlo invitado, pero su estilo áspero intervino en la decisión de quienes hacían las invitaciones. Fue el estilo el sujeto de la acción, a la sazón, una intervención en la decisión "de la persona que hizo las invitaciones".

Caparrós ya sabe entonces lo que tiene que hacer para que lo inviten: tiene que suavizar su estilo tan áspero, y su estilo podría de tal modo intervenir de modo diferente en la decisión de las personas que hacen las invitaciones. Dejamos a nuestros lectores las reflexiones acerca de la ironía, por así decir, de que González, alguien cuyo estilo merecería la pena de los infames traidores a la Patria o una Corte Marcial, critique el estilo de Caparrós.

Quienes creen que la discusión sobre el Salón del Libro es algo exagerada, tienen razón. El Gobierno ha hecho muchísimas cosas mucho peores. Quizás lo que parece ser entonces una cuestión de principios no sea sino una maniobra de distracción, que está saliendo bastante bien.

lunes, 17 de marzo de 2014

París es una Fiesta

No es ninguna novedad que Argentina es país invitado de honor en el Salón del Libro de París 2014. Tampoco lo es que la delegación integrada por "46 autores nóveles y consagrados, exponentes de las letras y el pensamiento nacional", suscitó cierta polémica, tanto por las inclusiones como por las exclusiones de la delegación. Sin embargo, lo que nos llama la atención son dos de las mesas que forman parte de la Programación del pabellón argentino de dicho Salón (click).

Por un lado, el domingo 23 de marzo a las 15.30hs María Pia López, Eduardo Rinesi, Hernán Brienza y Mempo Giardinelli, con la moderación de Verónica Riera, “abren el debate alrededor de esta cuestión: cultura y política no pueden pensarse por separado”, ya que “En cada propuesta de gestión cultural hay implícita una propuesta política”.

Si bien ya hemos rendido homenaje en más de una ocasión a un exponente de las letras y del pensamiento nacional, y por qué no autor consagrado, de la talla de Brienza (para muestra, basta un botón), no hace falta ser un científico especializado en cohetes para sorprenderse por la concepción de “debate” que subyace a esta mesa. ¿Cuál sería la discusión por no decir el desacuerdo entre los miembros de esta mesa? A primera vista, y para quienes no estamos entrenados en la nanotecnología, no parece haber grandes diferencias entre los miembros de este panel.

Los kirchneristas de la mesa podrían replicar invocando a Donoso Cortés, para quien “la Iglesia, y la Iglesia sola, ha tenido el santo privilegio de las discusiones fructuosas y fecundas” (esperemos que la Iglesia nos perdone la comparación con el kirchnerismo, aunque últimamente se están llevando bastante bien que digamos). De este modo, quizás un debate kirchnerista típico sea:  ¿Néstor o Cristina?¿Horacio González o José Pablo Feinmann? ¿Edgardo Mocca o Sandra Russo? De adentro podrán parecer
cuestiones muy urticantes, pero de afuera no parece haber grandes diferencias. Nos hace acordar a cuando Hobbes en el Leviatán sostiene que si bien la «controversia era grande entre san Pedro y san Pablo, (tal como podemos leer en Ga. 2, 11.), sin embargo no se expulsaron mutuamente de la Iglesia». O a las nimias diferencias que aparecen en la letra de "Let's Call the Whole Thing Off" de Gershwin (la pronunciación de palabras, gustos de comida, etc.).

Sin embargo, es más que comprensible la composición de este panel y por lo tanto la exclusión de, v.g., Beatriz Sarlo, de esta delegación. Bastante vergüenza le hizo pasar a un destacado panel de seis autores nóveles y consagrados, exponentes de las letras y el pensamiento nacional, durante un programa de 678, como para replicar semejante situación esta vez en París, merced al erario público. Si Sarlo quiere seguir haciéndolos pasar vergüenza, que lo pague de su bolsillo.

Otra mesa que nos llama la atención es la del sábado 22 de marzo a las 15hs: “Democracias populares en América Latina”, con Ricardo Forster, Jorge Alemán, Ernesto Laclau, Jorge Coscia, y la moderación de Rodolfo Hamawi. No faltarán los que crean que la composición de esta segunda mesa es más asombrosa que la otra, ya que si nos costaba ver las diferencias ideológicas entre los miembros de la mesa sobre cultura y política, para poder apreciar las diferencias ideológicas entre Forster (click, click 2), Alemán (cuya filosofía democrática neo-rousseauniana habíamos examinado: click), Laclau y Coscia haría falta un microscopio electrónico.

Ahora bien, esta última apreciación es completamente inapropiada, ya que, a diferencia de la mesa anterior, en este caso la palabra “debate” no figura en ningún lado, con lo cual los cuatro hombres de letras, pensadores o autores podrán explayarse a sus anchas sin tener que poner a prueba sus creencias. Es más, la descripción de la mesa es tal que nadie podría razonablemente oponérseles: “En los últimos años han confluido en América Latina una serie de gobiernos progresistas que impulsan programas y políticas inclusivas destinadas a los sectores menos favorecidos, aquellos que en el desempeño de las democracias son los exponentes de lo que falta, la búsqueda de la reparación y la igualdad”. En efecto, ¿quién podría estar en contra de la inclusión, de la búsqueda de la reparación y de la igualdad, en una palabra, de la “democracia popular”? Después de todo, toda democracia es popular. Y si alguien se opone, es porque responde a intereses corporativos, es un enemigo del pueblo.

No podemos terminar sin expresar nuestra sana envidia por los asistentes a este Salón, los cuales tendrán la oportunidad de deleitarse con tan finos pensadores, hombres de letras y autores nacionales. Ojalá fuéramos una mosca apoyada en la pared del paredón argentino, y esperamos ansiosamente, si no un video de los paneles, al menos la crónica de lo acontecido.


lunes, 3 de marzo de 2014

La Ontología de Brienza




Hernán Brienza es un verdadero hombre del Renacimiento, como se solía decir en otra época. No sólo es un historiador de fuste y un escritor de renombre internacional, amén de haber logrado que nos sintiéramos contritos por remordimientos de ingratitud ya que no nos merecemos a Cristina (lo que vos te merecés) y haber revolucionado el pensamiento jurídico-político mediante una nueva teoría de la responsabilidad que explica por qué Milani no puede ser responsable de violación de derechos humanos alguna (la ley de Brienza y big bang Brienza), sino que ahora ha decidido incursionar en la disciplina filosófica de la ontología para explicar por qué él mismo no es un vil adulador como muchos suponen sino un pensador integral.

En efecto, parafraseando al personaje de John Gielgud en la película "Arturo", parecería a primera vista que si la adulación fuera deporte olímpico Brienza habría hecho orgulloso a su país en innumerables ocasiones, habría sido algo así como el Sergei Bubka argentino.

Brienza en su habitual columna dominical en Tiempo Argentino reconoce, sin embargo, que “el ‘relato’ kirchnerista, …, ha sufrido algunas contradicciones en las últimas semanas”. Es más, sostiene que “no siento ninguna simpatía por las medidas” últimas tomadas por el Gobierno: “Ni [por los supuestos funcionarios corruptos ni por] la devaluación… ni la devolución de los trenes a las empresas privadas –sobre todo después de la millonaria inversión que hizo el Estado para que ahora un par de empresas vendan pasajes y cobren subsidios– ni por la toma de deuda”.

Es precisamente por eso que Brienza ahora incursiona en el ámbito de la ontología para impedir que su obstinada militancia sea vista como vil adulación u obsecuencia: “En términos ontológicos, el 'ser' no se define por una etapa determinada de su existencia”. Nos imaginamos el interés que semejante opinión despertará entre los filósofos, particularmente los que se dedican a la discusión sobre el ser en tanto que ser, la rama filosófica más distinguida y de mayor prosapia. Se trata de uno de los desafíos que tanto le gustan a Brienza.

La teoría de Brienza entonces consiste en que por más que Cristina devalúe, ajuste, se endeude, designe personas acusadas de violaciones de derechos humanos, haya designado a Boudou, etc., semejantes acciones sólo son "una etapa determinada de su existencia", y no forman parte del "ser" kirchnerista en sentido estricto.

Ahora bien, no es fácil asir la ontología briencista, y no podría ser de otro modo. A primera vista la mención de una "etapa" parece sugerir una velada referencia al barco de Neurath, que abandona todo soporte o fundacionalismo para proponer una teoría coherentista, del mismo modo que un barco sigue siendo el mismo a pesar de que al llegar a puerto ha cambiado completamente todos sus componentes. Para muchos el kirchnerismo está haciendo precisamente eso al devaluar, ajustar, designar a Milani, etc., pero un barco kirchnerista que llegara a puerto con semejantes partes, seguiría dando que hablar (v.g. ¿no era que quienes deseaban una devaluación tenían que esperar a otro Gobierno?), y no es lo que Brienza precisamente tiene en mente.

En aras de la argumentación, vamos a suponer que la distinción de Brienza entre el ser y la existencia no es una evocación de la distinción heideggeriana entre el ser y el ente, porque si ése fuera el caso, evidentemente no habríamos entendido la nota en absoluto.

Los dos ejemplos que usa Brienza para ilustrar su complejo pensamiento ontológico ofrecen otras tantas concepciones. El primero: "El amor de una persona por otra no se define por un divorcio y una separación de bienes", sugiere una grave confusión por parte de Brienza. En efecto, cuando tiene lugar un divorcio (o la separación de bienes) no tiene sentido seguir hablando de amor. En la terminología de Brienza, ya no hay ser (amor) sino la nada (del amor). El segundo ejemplo: "la pata del perro no es el perro", no es menos confuso. Efectivamente, quien confundiera al perro con la pata cometería una sinécdoque, pero seguramente hasta el perro mismo convendría en que la pata es al menos parte del perro, y por eso no aprobaría que alguien deseara por ejemplo quitársela. Volviendo a Cristina, la devaluación, el ajuste, Boudou, Milani, etc., son parte de Cristina, aunque no todo por supuesto. Para que la ontología briencista funcione tendría que distanciar a Cristina de semejantes fenómenos en lugar de acercarlos.

Sin embargo, como fino pensador que es, Brienza quiso que sus lectores advirtieran que él deliberadamente los sometió a prueba, tal como lo hace en cada una de sus notas, al proponerles semejantes "arenques rojos" como se dice en inglés, es decir, señuelos o pistas falsas que sus lectores agradecen y esperan ansiosamente, ya que se sentirían irremediablemente ofendidos si Brienza les diera el proverbial pescado ontológico en lugar de la caña metafísica. Todo esto, en realidad, es muy fácil de percibir ya que Brienza, en la misma nota un poco más abajo se refiere a la "esencia" del kirchnerismo, lo cual descarta no sólo al barco de Neurath sino además a la sinécdoque. Todo lector de Brienza entonces podrá fácilmente advertir que lo que Brienza tenía en mente era la distinción entre la substancia o la esencia y los accidentes del kirchnerismo.

De ahí que la misma acción puede accidentalmente ser hereje o salvadora, dependiendo de quién sea la esencia o el autor. Hay algo en Cristina qua Cristina que explica por qué ella puede tomar medidas económicas ortodoxas, pero eso no lo convierte en ortodoxa en términos económicos. Y podrá haber designado a Milani Jefe del Ejército (o apoyar a gobernadores como Insfrán), sin que esto haga mella sobre su política de derechos humanos. En resumen, Cristina podrá cortar todas las flores, pero eso no detendrá la primavera, sólo porque se trata de Cristina. La esencia kirchnerista en otras palabras es nulla salus extra Cristinam.

Brienza no es un psicótico y se da cuenta de que a pesar de que el kirchnerismo no es sólo un relato sino una realidad substancial es rechazado "en la calle, los comercios, los bares". Todo realista no tiene otra alternativa que defender la realidad en estos casos y responsabilizar a los sujetos que se niegan a verla. La gente, estúpida o malvada, se deja llevar por los medios opositores (a los cuales Brienza, en otro gesto ennoblecedor, les reconoce "ironía y destreza").

A Brienza tampoco se le escapa que “el resultado de las elecciones de octubre pasado, sumado a la ausencia de la presidenta por cuestiones de salud y al horizonte de 2015 como relevo presidencial obligatorio, deja al kirchnerismo en una situación diferente a la que tenía en 2011”. La explicación de estos hechos no es otra que la mala suerte del kirchnerismo. La realidad está de su lado, nos ha dado los mejores gobiernos de la historia, viene equipado con un relato unificador, y sin embargo le fue mal en las elecciones y encima se le enfermó su líder político y espiritual. Como ya mencionamos, Brienza ya había explicado este fenómeno en su inmortal “no nos merecemos a Cristina” (lo que vos te merecés).

Sólo resta desear que alguien se encargue de coleccionar estas columnas dominicales y se asegure de que el paso del tiempo no impida que sean legadas a la posteridad.

domingo, 2 de marzo de 2014

Con o sin Correa



Dado que el kirchnerismo ha sacrificado sus convicciones revolucionarias en el altar de las elecciones y en el de la economía, es muy gratificante observar que la revolución continúa en otros países del continente, no sólo en Venezuela sino además en Ecuador. En efecto, el presidente Rafael Correa ha manifestado ayer que está dispuesto a reformar la Constitución de su país que impedía la re-elección indefinida (click), a pesar de que dicho impedimento constitucional era obra de Correa y a pesar de que Correa es un político de palabra.

Pero, "las cosas cambian" no sólo es un título de una muy buen película de David Mamet, con Joe Mantegna y Don Ameche, sino que además es un apodíctico eslogan, y no sólo para los seguidores de Heráclito (o de Correa para el caso). La decisión de Correa de incluir la prohibición re-eleccionaria y de no presentarse a elecciones suponía que jamás iba a perder una elección. Da la impresión que los resultados de la última elección en Ecuador le han hecho ver que su optimismo era exagerado.

Por si hiciera falta, Correa aclaró que "No les estoy diciendo que me voy a lanzar a la reelección, pero sí creo que hay que levantar esas restricciones". Es más, según Página 12, "Correa expresó que no busca nada personalmente en el ejercicio de la presidencia y que su cargo está a disposición del pueblo ecuatoriano".

Además, Correa cree que el triunfo del domingo pasado de la oposición podría hacer que la derecha intente desestabilizar a su Gobierno. En efecto, ¿por qué la derecha iba a continuar con el camino democrático una vez que dicho camino la conduce al triunfo, cuando podría dar un golpe y derrocar al Gobierno?

Por otro lado, y en el fondo, la decisión de Correa es puramente profiláctica, ya que según él la gente no votó contra el Gobierno en la última elección: “Si fuera cierto... , el oficialismo debería haber perdido en todo". En otras palabras, el Gobierno todavía no perdió, pero igual es hora de ir abriendo el paraguas.

Si el Gobierno se deja estar, quién sabe, hasta podría perder una elección, y en dicho caso ¿qué sería de la democracia? Ya bastante generoso fue el Gobierno de Correa al permitir que la derecha, i.e. la oposición, se presentara a elecciones. Ciertamente, no es imposible que los demócratas sean minoría, pero eso sólo podría suceder, Dios no lo permita, en caso de que Correa perdiera las elecciones (el kirchnerismo supo compartir esta concepción de la democracia en los viejos tiempos: Massa no es Pueblo). Mejor prevenir que curar. Uno jamás puede tomar demasiadas medidas en defensa de la democracia.