Acaba de ser publicado Gaza ante la historia, un libro corto (111pp.) de editorial Akal escrito por Enzo Traverso. De acuerdo con la solapa, el autor del libro, profesor en la Universidad de Cornell, es un “autor de referencia internacional” que “ocupa hoy día el lugar de preeminencia que en su día ocuparon E. P. Thompson o Eric Hobsbawm”.
Lo primero que llama la atención en este libro es que si bien la colección a la que pertenece esta obra, “Reverso Akal Historia Crítica”, “tiene como objetivo ofrecer miradas alternativas sobre la historia”, decir hoy en día que “la destrucción de Gaza por el Tzahal recuerda a la del gueto de Varsovia arrasado por el general Stroop en abril de 1943” (p. 96), o que las víctimas de Gaza son como “presos en Auschwitz” (p. 74), ya no constituye una “mirada alternativa sobre la historia”, sino que se ha convertido en un lugar común dentro de las humanidades y las ciencias sociales, amén de las redes sociales o el espacio público en general. De hecho, la comparación entre el sionismo y el nacionalsocialismo, para no hablar del más decidido anti-sionismo, es bastante frecuente incluso dentro de Israel (como muestra, basta mencionar dos de los botones probablemente más conocidos: el filósofo Yeshayahu Leibowitz y el historiador Moshe Zimmermann, ambos de la Universidad Hebrea de Jerusalén).
A continuación y en aras de la argumentación, vamos a asumir que la analogía entre el Estado de Israel y el nacionalsocialismo es correcta, aunque para que la analogía fuera totalmente acertada no sólo habría que imaginar que en la Alemania de Hitler había tanta libertad de expresión como la que hay en Israel, sino que además habría que imaginar que en la Alemania de Hitler uno de los miembros del Tribunal del Reich o de la Corte Suprema era judío, ya que cabe recordar que uno de los miembros de la actual Corte Suprema israelí es musulmán.
Traverso atribuye al orientalismo todavía imperante en las ciencias sociales el hecho de que se ha convertido en un tópico la descripción de “Israel como una isla democrática en medio del océano oscurantista del mundo árabe y a Hamás como una horda de bestias sedientas de sangre” (27). De hecho, para Traverso existe “una flagrante hipocresía en el lenguaje ahora convencional” (p. 23) que trata de modo valorativamente asimétrico a Israel y a Hamás, y dicha asimetría hace quedar al primero mucho mejor que al segundo.
Por momentos da la impresión de que Traverso cree que Israel también debería ser percibido “como una horda de bestias sedientas de sangre”, o que en todo caso hay dos hordas en juego. Sin embargo, en otros momentos da la impresión de que Traverso quiere invertir la simetría, concediéndole legitimidad a Hamás pero no a Israel: “no podemos equiparar la violencia de un movimiento de liberación nacional con la de un ejército de ocupación, porque su legitimidad no es la misma. El delito del primero radica en el uso de medios ilícitos; el del segundo, en su propia finalidad, de la que se deriva” (p. 77).
Por otro lado, al comienzo del libro se lee que mientras que el “ataque de Hamás del 7 de octubre fue objeto, casi en todas partes, de una condena necesaria y comprensible”, en cambio hubo “raras críticas a la política israelí” (“la furia asesina y devastadora desencadenada por Israel”), críticas que en todo caso “no cuestionan una premisa de simpatía y solidaridad” (p. 7). Sin embargo, al final del libro Traverso sostiene que: “La causa palestina se ha convertido en la bandera del Sur Global y de gran parte de la opinión pública, en particular de los jóvenes, incluidos muchos judíos, tanto en Europa como en Estados Unidos” (p. 109). Da la impresión entonces de Traverso oscila entre decir que Israel tiene una imagen mucho mejor de lo que muestra su realidad y entre decir que Israel está perdiendo la batalla cultural. Sólo le faltaría sostener que es un partido empatado o bastante parejo.
En los lineamientos de “Reverso Akal Historia crítica” también consta que: “La colección publica libros respaldados por una investigación rigurosa”. Traverso parece tener precisamente en cuenta esta directriz de la colección cuando explica que: “El concepto de genocidio no puede utilizarse a la ligera, pertenece al ámbito jurídico y, como han señalado muchos investigadores, se adapta mal a las ciencias sociales. Sirve para designar a víctimas y verdugos y siempre se ha utilizado con fines políticos, para estigmatizar a los responsables, obtener justicia o defender causas conmemorativas. Todo esto es cierto, debemos ser conscientes de ello y no podemos utilizar este concepto sin tomar las precauciones necesarias, …”, y acá es cuando en las películas otro de los personajes en la escena agrega: “esto es algo que no te ha detenido en el pasado”, o volviendo al texto el lector intuye o siente que hay un “pero” en pleno desarrollo que no puede tardar en emerger. Traverso no defrauda la expectativa de los lectores. Retomemos el pasaje: “Todo esto es cierto, debemos ser conscientes de ello y no podemos utilizar este concepto sin tomar las precauciones necesarias, pero tampoco podemos ignorarlo, sobre todo hoy” (p. 19, énfasis agregado).
Para fundamentar su aserto, Traverso se refiere a la Convención de la ONU de 1948 contra el genocidio, que según él “se adapta perfectamente a la situación que existe en estos momentos [en Gaza]”. Traverso incluso cita el artículo II de la Convención que exige que el acto perseguido sea cometido “con la intención de destruir total o parcialmente…” [p. 19, énfasis agregado] e insiste en que: “Esta definición describe exactamente lo que está ocurriendo hoy en Gaza” (p. 20). Traverso también hace referencia a la sentencia de la Corte Internacional de Justicia para sustentar su posición.
Ciertamente, hoy en día incluso una persona medianamente bien informada podría ser excusada por cometer un error de esta clase. Pero un investigador avezado como Traverso debería haberse tomado el trabajo de leer la sentencia de la Corte Internacional de Justicia sobre Gaza, al menos la primera, y sobre todo el voto en disidencia de la jueza Sebutinde, que muestra claramente por qué no hay un genocidio en Gaza y por qué lo que busca Sudáfrica (entre otros) con semejante acusación es moralizar lo que en el fondo es un conflicto político, criminalizar o descalificar a sus enemigos políticos (en este caso, Israel: Quien dice genocidio quiere engañar). Además, llama la atención lo que hace Traverso ya que después de haber hecho la advertencia de que no se debe usar el término “genocidio” a la ligera, él mismo lo emplea ligeramente por lo menos once veces en un libro de 111 páginas (pp. 15, 19, 20, 48, 63, 64, 66, 72, 75, 86, 108).
Otra de las particularidades del libro es que en el capítulo 4, “Noticias falsas sobre la guerra”, no menciona, por ejemplo, el supuesto ataque israelí a un hospital en el inicio de la guerra, a la vez que para “desmontar” las “horribles fantasías… puestas en circulación por el ejército israelí”, Traverso recomienda “ver Al Jazeera” (pp. 54, 55).
En el capítulo 3 del libro, “Razón de Estado”, Traverso sostiene que “cuando Alemania apoya a Israel invocando su propia Staatsraison, está admitiendo de forma implícita el carácter moralmente dudoso de su política” (p. 47). Para sustentar su argumento Traverso recurre a “un perspicaz historiador del pensamiento político como Norberto Bobbio”, quien resume el concepto de razón de Estado en estos términos: “conjunto de principios y máximas en función de las cuales acciones que no estarían justificadas si las realizara un individuo, no solo lo están, sino que en algunos casos incluso se ensalzan y glorifican si las lleva a cabo el príncipe o quienquiera que ejerza el poder en nombre del Estado” (cit. en p. 46). De este modo, agrega Traverso, la razón de Estado “revela la brecha existente entre la política y la moral” (p. 47) en la política exterior alemana. Lo que Traverso no advierte—y Bobbio probablemente tampoco—es que solamente un anarquista puede darse el lujo de usar el razonamiento moral como test de la acción estatal, ya que el sentido mismo del Estado—al menos modernamente—es que realice acciones que serían inmorales si fueran llevadas a cabo por un individuo, como por ejemplo cobrar impuestos y castigar delitos. Por otro lado, “el carácter moralmente dudoso de su política” es una frase que tendría resultados devastadores para cualquiera que se pusiera a estudiar las acciones de Hamás.
Ciertamente, Traverso no deja de condenar moralmente las acciones de Hamás. En el inicio del libro, tal como hemos visto Traverso sostiene que: “El ataque de Hamás del 7 de octubre fue objeto, en casi todas partes, de una condena necesaria y comprensible” (p. 7, énfasis agregado); “El ataque del 7 de octubre fue atroz” (p. 72, énfasis agregado); “[las atrocidades del 7 de octubre] por supuesto [que] no tienen justificación: décadas de ocupación no disminuyen el horror de la matanza de niños israelíes” (p. 72, énfasis agregado). Pero la tesis principal del libro, sugerida en las palabras que acaban de aparecer en cursiva, surge inmediatamente a continuación: “El hecho es que la violencia del 7 de octubre vio la luz en un contexto explosivo”, “el ataque del 7 de octubre no es justificable, pero debe ser analizado y no simplemente condenado” (p. 72, énfasis agregado), y es repetida en varias páginas:
- “Este es el trasfondo del extremismo de Hamás” (p. 75).
- “El 7 de octubre no es un estallido repentino de odio, tiene una larga genealogía. Es una tragedia metódicamente preparada por quienes hoy querrían vestirse de víctimas” (p. 18, énfasis agregado).
- “La rave party del Néguev… se celebraba con total indiferencia hacia lo que ocurría al otro lado del muro electrificado. Gaza no existía. Tarde o temprano la olla presión tenía que estallar” (p. 72, énfasis agregado).
- “Como señaló el presidente de la ONU, António Guterres, el 7 de octubre no salió de la nada. Fue la consecuencia de décadas de ocupación, colonización, opresión y humillación” (p. 73, énfasis agregado).
- “De repente, Hamás lo ha vuelto a poner todo patas arriba, imponiéndose como un actor ineludible en el conflicto. Su ataque ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de Israel, golpeado con una violencia extrema dentro de sus fronteras. Gracias a Hamás, los palestinos parecían capaces de pasar a la acción y no solo de sufrir. Esto puede parecer lamentable si se mira con ojos europeos o estadounidenses, pero una parte de los palestinos no ocultó su satisfacción por la masacre del 7 de octubre. Por una vez, el terror, la impotencia, el miedo y la humillación habían cambiado de bando. La Schadenfreude es también un sentimiento humano…” (pp. 73-74, énfasis agregado).
No hay que olvidar además la superioridad tecnológica israelí (aunque según Traverso, tal como acabamos de ver, la misma no impide la vulnerabilidad de Israel), ya que “Hamás, que no es un Estado, solo puede tomar rehenes y lanzar cohetes. El terrorismo de Hamás es el reverso dialéctico del terrorismo de Estado israelí. El terrorismo nunca es bonito ni emocionante, pero el de los oprimidos es generado por el de sus opresores” (77, énfasis agregado).
Traverso aclara que: “No se trata de idealizarlo [a Hamás], pero hay que comprender sus raíces. Hamás es popular entre una gran proporción de palestinos, eso es un hecho. (…). El 7 de octubre fue la reacción inevitable” (pp. 74, 75, énfasis agregado). Traverso reconoce que: “En una sociedad libre, Hamás sería sin duda el principal enemigo de la izquierda”, debido a su “fundamentalismo, el autoritarismo, la naturaleza antidemocrática, misógina y reaccionaria de este movimiento”. Pero: “En las circunstancias actuales”, Hamás “opone resistencia militar al genocidio que se está produciendo” (p. 75).
El problema de este tipo de argumentación no es sólo que no se está produciendo un “genocidio”, sino el uso de los juicios del tipo “X pero Y”, v.g. “la matanza cometida por Hamás es un crimen atroz e imperdonable, pero debe ser entendida en contexto”. La pregunta es qué es lo que agrega el famoso “pero” en esta llamativa proposición. Por un lado, es obvio que toda acción, qué decir las criminales, deben ser puestas en contexto ya que es absurdo—o perverso—condenar (o absolver para el caso) una acción sin haberla comprendido. De ahí que surja la duda de si quienes usan la proposición “X pero Y” en estos casos quieren señalar un punto redundante. Una alternativa es la mera curiosidad, tal como Publio Escipión alguna vez le preguntara a sus tropas luego de que éstas hubieran cometido un acto nefasto de insubordinación: “yo, aunque ningún crimen tiene justificación [o literalmente “razón”], sin embargo, en la medida en que sea posible en un hecho nefasto, querría saber cuál fue vuestra idea, vuestra intención” (Tivo Livio, Ab urbe condita, XXVIII.28).
Ahora bien, el “pero” en cuestión en el caso de Traverso parece ir mucho más allá de la redundancia y la curiosidad, ya que pretende hacer una diferencia real. La pregunta entonces es qué diferencia puede hacer este “pero”. Lo que suele aparecer luego del pero es la referencia a la desigualdad social y económica, la exclusión, etc., de quienes cometieron el acto. Si no hubieran sido víctimas de desigualdad y exclusión, los implicados jamás habrían cometido el acto. Pero entonces, el punto es que no fueron libres de actuar de otro modo. Recordemos a Traverso: “No se trata de idealizarlo [a Hamás], pero hay que comprender sus raíces. El 7 de octubre fue la reacción inevitable”; “Tarde o temprano la olla presión tenía que estallar”. ¿Qué sentido tiene condenar una reacción inevitable? El mismo que condenar un huracán o un terremoto.
No haría falta ser un científico especializado en cohetes para darse cuenta de que no tendría sentido entonces repudiar el acto, ya que equivaldría a responsabilizar a quienes fueron víctimas de la causalidad. Insistir con el repudio—y qué decir con un eventual castigo—no solamente sería contradictorio, sino además completamente sádico. Traverso dice que condena los hechos, pero solamente lo dice. En el fondo no lo cree.
Nótese además que lo que operó como un fenómeno causal, natural o inevitable en Hamás fueron las políticas de Israel. Cabría preguntarse entonces si los gobernantes israelíes pueden alegar a su vez que sus propias decisiones no han sido tales, sino que en todo caso ellas mismas se deben a causas culturales, o porque los educaron así, que operan sobre ellos como fenómenos naturales y por eso les resulta indiferente el daño que provocan. Lo mismo se aplicaría a quienes ejecutan dichas decisiones. Si Traverso fuera consistente tendría que aplicar entonces el mismo juicio a Israel: “El sionismo es atroz, pero…”. La proposición “X pero Y”, entonces, de ser verdadera, debe ser aplicada en todos los casos. Nuestra filosofía de las ciencias sociales, por así decir, no puede depender de nuestra ideología política.
Lo curioso es que Traverso no siente la misma predisposición a emitir juicios del tipo “X pero Y” pero en referencia a Israel: a entender el sionismo o el Estado de Israel en contexto, es decir a explicar lo que hace Israel en lugar de solamente valorarlo (y lo mismo se aplica al nacionalsocialismo con el cual Traverso compara al sionismo).
Por alguna razón, Traverso entiende a Hamás en términos sociológicos o durkheimianos y al sionismo en términos morales o kantianos: el sionismo no es un fenómeno que puede ser explicado, sino que consiste en un pecado original que impide toda explicación, ya que un mal que se puede explicar deja de ser un mal en sentido estricto (como ocurre con Hamás), en la medida en que si hablamos de “causas” los agentes dejan de ser responsables por lo que hacen. El mal que ocasiona Israel se debe a una cuestión casi teológica, a la voluntad de dañar, el mero deseo de hacer sufrir a los demás. Mientras que para los palestinos la Schadenfreude es un “sentimiento humano”, para los sionistas es el resultado o el sentido mismo de ser sionistas, cuya sola causa es la voluntad de dañar.
No es casual que Traverso se refiera a Frantz Fanon y al carácter liberador de la violencia ejercida por los oprimidos (p. 78). La moralización de la violencia que resulta de distinguir entre la conceptualización de la violencia cometida por el opresor y la de la cometida por el oprimido supone una antropología para el oprimido y otra para el opresor: mientras que la violencia del oprimido exige una explicación (antropología columbina: ¿cómo puede ser que agentes dispuestos a la paz y la convivencia deban recurrir a la violencia?), la violencia del opresor no se debe a otra causa que no sea el deseo inherente de hacer daño (es decir, una antropología caída o serpentina).
Esto explica por qué, en otro libro, El final de la modernidad judía. Historia de un giro conservador, Traverso sincroniza al “judaísmo diaspórico” universalista con la “conciencia crítica del mundo occidental” y al sionismo con los “dispositivos de dominación”, de tal forma que “Israel ha puesto fin a la modernidad judía” (p. 195), y por qué en el libro sobre Gaza que estamos examinando, Traverso se refiere al sionismo como una “regresión histórica”.
Incluso asumiendo que el sionismo sea “el final de la modernidad judía”, es decir una “regresión histórica”, es bastante extraño que un historiador todavía crea en la idea de que la historia progresa o tiene regresiones, o edades, todos los cuales son son inventos modernos que irónicamente suponen la secularización de nociones teológicas como la providencia. El espacio (atrás o adelante) o el tiempo (antes o después) no son nociones morales o valorativas, sino puramente descriptivas, y por lo tanto a veces es mejor retroceder (ser “retrógrados” o sufrir una “regresión”) o ser antiguo que progresar (ser “progresistas”) o ser moderno (es decir “nuevo”). Todo depende, por ejemplo, de si tenemos un precipicio adelante (o atrás; o a la izquierda o a la derecha).
Finalmente, Traverso sostiene que Hamás: “Ha condenado el Holocausto y el antisemitismo, declarado que su lucha no es contra los judíos, sino contra el Estado sionista” (74). Incluso suponiendo que esta condena no sólo existió sino que todavía se mantiene firme, quienes creen que el antisemitismo puede buscar refugio en el antisionismo no advierten que para los judíos el antisionismo es mucho más peligroso que el antisemitismo, al menos el antisemitismo línea fundadora. Mal que mal, este último estaba a favor de la creación de un Estado judío, mientras que el antisionista está en contra de la existencia de todo Estado judío por definición (El antisionismo es peor que el antisemitismo). La diferencia entre la existencia y la inexistencia de un Estado judío no es indiferente para los judíos.
Traverso reconoce que “el riquísimo arsenal de estereotipos antisemitas creado en Europa desde finales del siglo XIX se ha importado a Oriente Próximo”. Sin embargo, casi inmediatamente agrega que: “Este injerto en Oriente Medio del antisemitismo europeo ha reforzado así la narrativa sionista: detrás del atentado del 7 de octubre no hay décadas de opresión y negación de los derechos palestinos, sino antisemitismo, el odio eterno e incurable contra los judíos” (p. 93, énfasis agregado), como si el antisemitismo debiera ser subestimado a pesar de que existe, todo para no hacerle el juego al sionismo.
Los anti-sionistas creen que el sionismo es siempre el problema, jamás la solución, porque en el fondo suponen que el antisemitismo (qué decir de la enemistad contra los judíos) no es eterno ni incurable, y por eso los anti-sionistas suelen defender la existencia de Israel como un Estado binacional, en el que judíos y musulmanes puedan convivir en igualdad de condiciones. Por eso, nunca perderá actualidad la advertencia que hiciera Fritz Bernstein en 1926 (y que más de una vez terminó siendo profética) en su libro: El antisemitismo como fenómeno grupal, tal vez el mejor ensayo jamás escrito sobre el antisemitismo: “Otra vez estaremos en shock, otra vez gritaremos desesperados, cuando mañana los judíos sean, en algún lugar del mundo, asesinados, torturados, declarados fuera de la ley; apelaremos a la conciencia de las naciones y pediremos cuentas a nuestros perseguidores por sus acciones, así como estamos preparados a dar cuentas y ser responsables de cada una de nuestras acciones. Pero no debemos cegarnos y debemos tener en cuenta que un sermón penitencial no puede cambiar la naturaleza humana, que la indignación no puede prevenir que la enemistad se transforme en deseos hostiles, y que el fenómeno de la enemistad grupal no puede ser expulsado de la tierra mediante exhortaciones, y que cualquier cosa que se haya hecho para que el mundo esté en una situación más pacífica ha sido hecha mediante medidas calculadas para afectar la naturaleza humana tal como es y no como debería ser”.