«La causa victoriosa complació a los dioses, mas la vencida a Catón» (Lucano, Farsalia, I.128-9).
sábado, 28 de junio de 2014
El Imperio contraataca (siempre)
Anónimx, en un comentario a la última entrada sobre el mordisco de Suárez y la previsibilidad del Imperio (click), hace referencia a una dimensión que no fue tratada a fondo en dicha entrada aunque sí sugerida. En efecto, Anónimx gentilmente nos recuerda, con razón, que la FIFA no ha castigado de manera ecuánime conductas iguales o peores que la de Suárez. Se trata de un punto de naturaleza moral y que está fuera del alcance de quienes hablan de la "moralina" o "moralidad barata" desplegada contra Suárez.
Ahora bien, aunque a Suárez le fuera mucho mejor en una discusión sobre la moralidad, por así decir, no sólo de su conducta sino la moralidad de las decisiones de la FIFA, subsistiría el hecho de que su conducta no sólo fue antireglamentaria, sino notoriamente irracional.
En efecto, incluso suponiendo o concediendo incluso que la de Suárez fue una gesta grande-patriótica revolucionaria contra las fuerzas del Imperio (como parecen creer muchos), la asimetría moral que jugaría en tal caso a favor de Suárez (por definición el Imperio representa al mal), no podría ocultar la asimetría o superioridad militar por así decir que jugaría en tal caso a favor del Imperio, y por lo tanto la conducta de Suárez le dejó servida en bandeja una inmejorable ocasión al Imperio para deshacerse de él. A Suárez ni siquiera le hicieron un control antidoping sorpresivo, sino que muerde a un rival por tercera vez en cuatro años consecutivos.
En otras palabras, Suárez en lugar de, v.g., comportarse estratégicamente haciendo una guerra de guerrillas, no hizo sino facilitarle el trabajo a sus enemigos. Fue precisamente eso lo que quisieron impedir teóricos como el Che, quienes dedicaron grandes esfuerzos a la elaboración de una teoría que no sólo mostrara la superioridad moral de su causa sino fundamentalmente una teoría que asegurara la victoria. De ahí que quienes defienden la misma causa que Suárez deberían ser los primeros en criticar la irracionalidad de su conducta, y por las mismas razones, los que defienden la causa contraria nunca podrán agradecerle lo suficiente por lo que Suárez hizo para ayudarlos. La irresponsabilidad de Suárez fue mayúscula.
Para citar a Perry Anderson en su legendaria discusión con Edward Thompson, "la estrategia sin moralidad es un cálculo maquiavélico, (...). La moralidad sin estrategia, ... sólo... una ética contra un mundo hostil, está condenada a la tragedia innecesaria: una nobleza sin fuerza conduce al desastre. Lo que el socialismo necesita hoy es realismo moral—con igual énfasis en ambos términos [moralidad y estrategia]". Sólo falta reemplazar a a Suárez por Allende o Dubcek para que la equiparación entre el fútbol y el anti-imperialismo sea total.
jueves, 26 de junio de 2014
El Imperio es tan previsible...
Un jugador de fútbol de un equipo sudamericano durante un campeonato mundial en la era de la tecnología apoya con cierto ímpetu la parte superior de su mandíbula sobre el hombro de un jugador rival europeo, y en dicho hombro aparentemente quedan marcados los dientes del jugador sudamericano. El Imperio no tiene mejor idea que iniciar una investigación sobre el hecho, a pesar de que ni el árbitro ni los jueces de línea lo advirtieron, y caratula el caso como una mordida, sin siquiera investigar la buchonada europea de denunciar la aparente violación del reglamento, o qué hacía este jugador europeo, a la sazón italiano, durante el fascismo de Mussolini (y no en el buen sentido de la palabra, como diría Sacha Cohen).
En defensa del jugador sudamericano es sugerente que nadie hable de la inimaginable perversión de quienes redactaron el reglamento de fútbol ya que previeron la posibilidad de un jugador muerda a otro, lo cual dice mucho sobre la psicología del reglamento.
El jugador sudamericano, por su parte, basa su defensa en el hecho de que fue el jugador europeo el que lo golpeó con el hombro a él en el pecho. Es una defensa excelente; lo único que le falta explicar es si el golpe fue en el pecho cómo fue que terminaron las marcas de los dientes en el hombro, y por qué el jugador que hoy es víctima de una investigación se terminó agarrando los dientes luego de un golpe en el pecho.
Un compañero de equipo de Suárez propuso una defensa no menos efectiva. Para Diego Lugano, no hay certidumbre alguna acerca de si los dientes que quedaron marcados en el hombro italiano son de Suárez, ni tampoco acerca de cuándo impactaron el hombro. Es altamente probable que el italiano haya sido mordido antes del partido (suponemos no más de una semana antes, y si el plazo hubiese sido mayor debería haber sido conservado en un freezer y luego descongelado, pero estamos especulando aquí) y que el italiano, perteneciente a una cultura que hace de la picardía un arte, haya esperado hasta el minuto 82 para simular el impacto y caerse, justo cuando Suárez se le acercó en el área y le hizo sentir que tenía su mandíbula cerca.
Y el técnico del equipo, el Maestro Tabarez, con toda su sabiduría defendió a su jugador invocando un proverbio popular en su país: siempre hay alguien detrás de un árbol esperando que uno se equivoque. En otras palabras, siempre está la FIFA viendo los partidos, esperando que alguien viole el reglamento para hacerlo cumplir. En Argentina, Carta Abierta sigue este proverbio oriental a pie puntillas (click).
Por si esto fuera poco, la investigación de la FIFA adolece de dos graves defectos. En primer lugar, se trata de una verdadera judicialización del fútbol. Los jueces no deben tomar decisiones políticas, y los dientes de Suárez son obviamente una cuestión política. ¿De qué no habría acusado la FIFA a Juan Carlos Rousselot, por ejemplo, si alguna vez él hubiese considerado jugar profesionalmente al fútbol? ¿Quién no ve detrás de esta hipócrita acusación de una conducta antideportiva la mano del Imperio que no le perdona a Uruguay haberle ganado a Inglaterra y a Italia? ¿Desde cuándo el reglamento del fútbol es tan importante que hay que cumplirlo, incluso cuando juega un país de la Patria Grande contra otro europeo cuna del fascismo y de la Liga del Norte?
Y en segundo lugar, la investigación de la FIFA se basa en la reincidencia, i.e. una institución que para muchos doctrinarios penales es lisa y llanamente inconstitucional, y que encima se trata de una reincidencia cometida por los jugadores de los equipos contrarios al de Suárez. En efecto, Suárez ya había sido golpeado en su pecho con el hombro por otros dos jugadores al menos y sancionado por ello.
No sólo es absurdo que Suárez sea castigado por el comportamiento de otros, sino que además algunos sostienen que una vez que el castigo ha sido aplicado no debería ser tenido en cuenta en el caso de castigos posteriores, ya que violaría el sagrado principio liberal non bis in idem. Después de todo, el derecho penal no debe formarse una idea moral del carácter de quienes lo violan, sino sólo dedicarse a juzgar acciones discretamente consideradas.
Interrumpimos aquí nuestras reflexiones, a la espera de que el Imperio haga justicia, aunque no nos hacemos muchas ilusiones.
miércoles, 25 de junio de 2014
Siempre se aprende algo nuevo
La debilidad argumentativa de la nota de Dario Sztajnszrajber sobre la filosofía del fútbol (click) nos hizo darnos cuenta de que si bien, por obvias razones welfaristas, sentimos cierta simpatía por el resultadismo, como discurso de justificación el resultadismo es insostenible. En efecto, veamos los argumentos que el así llamado resultadismo suele blandir orgullosamente.
1. Reduccionismo estipulativo: jugar bien equivale a ganar jugando correctamente, i.e. de acuerdo con el reglamento (aunque, irónicamente, los resultadistas como Bilardo en muchas ocasiones no han respetado el reglamento a rajatable precisamente). Semejante argumento no sólo convierte en redundante e ininteligible (por no decir estúpida) toda discusión sobre los merecimientos (ya que si sucede, conviene o está bien) sino además paso por alto el obvio hecho de que hay varias formas de jugar que satisfacen los criterios de ganar y de jugar correctamente, lo cual por supuesto explica el debate en sí mismo y obviamente debería acallar cualquier reduccionismo como por ejemplo el resultadista. Insistir con que jugar bien es ganar sería sólo una petición de principios (e incluso hoy Sabella, quien entendemos es un cultor de la escuela resultadista, sostuvo en la conferencia de prensa después del partido contra Nigeria que el equipo no jugó bien a pesar de que ganó, una frase que no tiene sentido para un resultadista).
Por lo demás, este reduccionismo tiene un costado favorable, ya que haría que la profesión de ser comentarista de fútbol sea la más simple del mundo, ya que según esta posición un buen comentarista sólo constata hechos (cuenta goles) y debería limitarse a decir que jugó bien el que ganó; en caso de un empate, ninguno de los dos equipos jugó bien.
2. Objetivismo: los resultadistas suelen objetar que si jugar bien no es jugar correctamente (y ganar), entonces jugar bien es una noción estética, y la estética es puramente subjetiva; por el contrario, uno puede objetivamente identificar a quienes juegan correctamente. Ahora bien, también es objetivo determinar cuál es el equipo más alto o más pesado, pero no por eso deberíamos usar semejante criterio, ya que es irrelevante. Cumplir con el reglamento es ciertamente relevante, pero no por eso suficiente, tal como acabamos de ver.
3. Subjetivismo estético: merece ser considerada por separado la objeción acerca del subjetivismo o relativismo ético. Se suele entender este subjetivismo como si implicara que en estética vale todo. Si fuera cierto, v.g., estética debería ser la materia más fácil de cualquier carrera de filosofía, ya que para aprobarla sólo haría falta decir en el examen (o en el concurso de profesores para el caso): “todo vale”.
De hecho, para acercarnos un poco al resultadismo, vamos a conceder que la estética en cuestión es la occidental tal como suele ser practicada por los expertos en arte y reconocida por el mercado. Sería absurdo que alguien dijera que el subjetivismo en cuestión impide la apreciación de las obras de arte. El mercado mismo de las obras de arte, institución performativa si las hay, cree seguir ciertos estándares estéticos. Si alguien replicara que los estándares cambian, deberíamos recordar que otro tanto sucede con el reglamento del fútbol.
Finalmente, podríamos conceder que el resultadismo otorga más satisfacciones que el buen juego, precisamente porque los defensores del “jogo bonito” también quieren ganar, a pesar de lo que suelen decir sus detractores, y es un hecho que en general el resultadismo es más efectivo.
Pero entonces, la pregunta es: ¿por qué los resultadistas no se conforman con ganar y con la indudable felicidad que experimentan por haberse quedado con los tres puntos, sino que además pretenden tener cierta superioridad normativa, quieren justificar el triunfo moralmente por así decir? ¿Por qué, además del nexo que existe entre ganar y la felicidad, los resultadistas quieren mostrar cierta conexión entre el resultado y la estética, y probablemente la moral?
Evidentemente, hay algo en la discusión sobre la justificación y las consideraciones estéticas—o de justicia—que incomoda a los resultadistas, quizás porque sienten la debilidad de su posición, y los fuerza a intentar ganar también esa discusión, y no sólo en la cancha. Esta última es una cuestión psicológica y quizás hasta neurobiológica, y escapa a nuestro muy modesto entender.
Para concluir, ignoramos si los así llamados "menottistas" (al menos en nuestro país) tienen razón. Pero no parece haber otra alternativa que creer que el resultadismo es notoriamente reduccionista (aunque no en el buen sentido de la palabra), y sus argumentos dejan bastante que desear.
martes, 24 de junio de 2014
¿Filosofía del Fútbol?
A tono con el Mundial, suponemos, hace poco apareció una nota de Dario Sztajnszrajber sobre el resultadismo y el buen juego en el fútbol (click). La tesis central de la nota es que es muy difícil por no decir imposible distinguir entre el resultadismo y el buen juego. En efecto, según el autor:
"Hay una línea ambigua que divide el resultadismo del buen juego. Es ambigua porque es discutible el concepto mismo de buen juego. ¿A qué se refiere ese “bien”? Se lo asocia, según algunos, a la belleza. Jugar bien es jugar lindo. Pero se confunden así las nociones de bien y de belleza, como si un buen juego tuviera que ver con rescatar cierta estética que todo juego posee. (...). Pero como toda estética, se vuelve imposible de medir. Salvo que exista una disposición reglamentaria que cuantifique belleza y sea posible contabilizar, por ejemplo, cuántos caños, rabonas, jueguitos realiza cada equipo".
Un primer problema con esta tesis es que no existe confusión alguna entre bien y belleza. La idea misma de "buen juego" es obvio que se refiere a la estética. Eso queda muy claro en portugués, tal como lo muestra la expresión "jogo bonito".
En segundo lugar, si fuera cierto que la estética en el fútbol es imposible de medir, el autor debería sostener que la Holanda del 74 y del 78 no jugaron bien porque no obtuvieron el campeonato. O pensemos en el Barcelona que sin duda juega, o jugaba bien, y no porque sí salió campeón repetidamente.
Además, el Barcelona muestra que sí rinde "como negocio una especie de Harlem Globetrotters del fútbol", al menos durante cierto tiempo, a pesar de las dudas del autor de la nota. Y hasta donde sabemos, los partidos del Barcelona han servido para sublimar instintos de violencia. Son los partidos del fútbol argentino los que no pueden cumplir con esta función antropológica, quizás porque no son precisamente instancias de buen fútbol.
En tercer lugar, la propuesta del autor de "asociar... el buen juego con el cumplimiento de lo que el juego dictamina" no tiene mayor sentido, precisamente porque tal como lo dice el autor, "El reglamento podrá o no gustarnos, pero no habla de belleza". Quien cumple con lo que dictamina el reglamento juega correctamente, pero no bien, así como quien hace más goles gana, pero no por eso juega bien. Y sólo algún fanático de las reglas, como lo son varios de los que trabajan en el equipo de La Causa, podría alegar que seguir reglas es jugar bien. No nos queda claro si según el autor hay otras personas aparte de los adoradores de reglas que trabajan en este blog que creen realmente que "jugar bien es hacer más goles que el contrario". Decir en tal caso que alguien jugó bien sería equivalente al "si sucede, conviene".
En cuarto lugar, si bien el autor tiene dudas sobre la existencia del jugar bien, no duda de la existencia de criterios de justicia o merecimientos que nos permiten evaluar el resultado, ya que, suponemos, ese es precisamente el sentido de citar la diferencia entre el derecho y la justicia. Pero entonces, el autor contradice sus propias dudas expresadas al comienzo de la nota. Es obvio que la calificación de un resultado como justo deriva al menos en parte de la estética del juego desplegado, y sólo muy ocasionalmente los merecimientos, v.g., en términos de ocasiones de gol podrán ser completamente independientes de consideraciones de buen juego.
(Dicho sea de paso, es muy extraña la idea según la cual el "derecho siempre ejerce la violencia porque se inclina por un tipo de interpretación de la justicia y deja otras afuera". Con ese criterio, la nota misma en cuestión sería violenta porque se inclina por una interpretación sobre el buen juego en perjuicio de otras interpretaciones. El derecho, en realidad, ejerce autoridad, y ocasionalmente es violento cuando provoca un daño físico o psíquico, y no cuando excluye una interpretación).
En quinto lugar, la siguiente frase mezcla una redundancia con una contradicción: "Está claro que el resultado nunca concreta la justicia, pero pone un límite necesario para que el juego pueda efectivizarse. Lo único que importa entonces es el resultado, pero el resto no sólo importa, sino que se vuelve, justamente por ello, utopía". En efecto, (a) es obvio que a toda competencia es inherente la idea de un resultado, y no sólo para "efectivizarla". Sin resultado, no hay competencia. Y (b) si "lo único que importa es el resultado", no tiene sentido agregar inmediatamente a continuación "el resto no sólo importa sino que...".
En sexto lugar, es nuevamente redundante decir, como lo hace en el siguiente párrafo, que la utopía "no cuenta como resultado", "no define un partido". Si contara, o definiera un partido, no sería una utopía. Y precisamente, es la utopía, o los estándares valorativos, los que usamos para discutir los merecimientos del resultado. Si los merecimientos coincidieran siempre con el resultado, no existiría el resultadismo y el buen juego sería redundante.
Finalmente, del último párrafo surge entonces el autor cambia de opinión ya que el buen juego deja de ser para él ambiguo para convertirse en utópico. Claro que si por utopía entendiéramos un estándar que usamos para evaluar los partidos, estaríamos completamente de acuerdo, con lo cual la nota perdería su sentido.
Para los que quieren fútbol y filosofía, un poco de Monty Python:
"Hay una línea ambigua que divide el resultadismo del buen juego. Es ambigua porque es discutible el concepto mismo de buen juego. ¿A qué se refiere ese “bien”? Se lo asocia, según algunos, a la belleza. Jugar bien es jugar lindo. Pero se confunden así las nociones de bien y de belleza, como si un buen juego tuviera que ver con rescatar cierta estética que todo juego posee. (...). Pero como toda estética, se vuelve imposible de medir. Salvo que exista una disposición reglamentaria que cuantifique belleza y sea posible contabilizar, por ejemplo, cuántos caños, rabonas, jueguitos realiza cada equipo".
Un primer problema con esta tesis es que no existe confusión alguna entre bien y belleza. La idea misma de "buen juego" es obvio que se refiere a la estética. Eso queda muy claro en portugués, tal como lo muestra la expresión "jogo bonito".
En segundo lugar, si fuera cierto que la estética en el fútbol es imposible de medir, el autor debería sostener que la Holanda del 74 y del 78 no jugaron bien porque no obtuvieron el campeonato. O pensemos en el Barcelona que sin duda juega, o jugaba bien, y no porque sí salió campeón repetidamente.
Además, el Barcelona muestra que sí rinde "como negocio una especie de Harlem Globetrotters del fútbol", al menos durante cierto tiempo, a pesar de las dudas del autor de la nota. Y hasta donde sabemos, los partidos del Barcelona han servido para sublimar instintos de violencia. Son los partidos del fútbol argentino los que no pueden cumplir con esta función antropológica, quizás porque no son precisamente instancias de buen fútbol.
En tercer lugar, la propuesta del autor de "asociar... el buen juego con el cumplimiento de lo que el juego dictamina" no tiene mayor sentido, precisamente porque tal como lo dice el autor, "El reglamento podrá o no gustarnos, pero no habla de belleza". Quien cumple con lo que dictamina el reglamento juega correctamente, pero no bien, así como quien hace más goles gana, pero no por eso juega bien. Y sólo algún fanático de las reglas, como lo son varios de los que trabajan en el equipo de La Causa, podría alegar que seguir reglas es jugar bien. No nos queda claro si según el autor hay otras personas aparte de los adoradores de reglas que trabajan en este blog que creen realmente que "jugar bien es hacer más goles que el contrario". Decir en tal caso que alguien jugó bien sería equivalente al "si sucede, conviene".
En cuarto lugar, si bien el autor tiene dudas sobre la existencia del jugar bien, no duda de la existencia de criterios de justicia o merecimientos que nos permiten evaluar el resultado, ya que, suponemos, ese es precisamente el sentido de citar la diferencia entre el derecho y la justicia. Pero entonces, el autor contradice sus propias dudas expresadas al comienzo de la nota. Es obvio que la calificación de un resultado como justo deriva al menos en parte de la estética del juego desplegado, y sólo muy ocasionalmente los merecimientos, v.g., en términos de ocasiones de gol podrán ser completamente independientes de consideraciones de buen juego.
(Dicho sea de paso, es muy extraña la idea según la cual el "derecho siempre ejerce la violencia porque se inclina por un tipo de interpretación de la justicia y deja otras afuera". Con ese criterio, la nota misma en cuestión sería violenta porque se inclina por una interpretación sobre el buen juego en perjuicio de otras interpretaciones. El derecho, en realidad, ejerce autoridad, y ocasionalmente es violento cuando provoca un daño físico o psíquico, y no cuando excluye una interpretación).
En quinto lugar, la siguiente frase mezcla una redundancia con una contradicción: "Está claro que el resultado nunca concreta la justicia, pero pone un límite necesario para que el juego pueda efectivizarse. Lo único que importa entonces es el resultado, pero el resto no sólo importa, sino que se vuelve, justamente por ello, utopía". En efecto, (a) es obvio que a toda competencia es inherente la idea de un resultado, y no sólo para "efectivizarla". Sin resultado, no hay competencia. Y (b) si "lo único que importa es el resultado", no tiene sentido agregar inmediatamente a continuación "el resto no sólo importa sino que...".
En sexto lugar, es nuevamente redundante decir, como lo hace en el siguiente párrafo, que la utopía "no cuenta como resultado", "no define un partido". Si contara, o definiera un partido, no sería una utopía. Y precisamente, es la utopía, o los estándares valorativos, los que usamos para discutir los merecimientos del resultado. Si los merecimientos coincidieran siempre con el resultado, no existiría el resultadismo y el buen juego sería redundante.
Finalmente, del último párrafo surge entonces el autor cambia de opinión ya que el buen juego deja de ser para él ambiguo para convertirse en utópico. Claro que si por utopía entendiéramos un estándar que usamos para evaluar los partidos, estaríamos completamente de acuerdo, con lo cual la nota perdería su sentido.
Para los que quieren fútbol y filosofía, un poco de Monty Python:
lunes, 23 de junio de 2014
Maradona, Max Weber y el Desencantamiento del Mundo
Muy recientemente hemos tratado la polémica Grondona vs. Maradona (Maradona es sagrado). Sin embargo, la Carta Abierta de Maradona en respuesta a la severa acusación de Grondona ha cambiado el eje de la discusión (click). En efecto, según Maradona, Grondona es un perverso, y la razón de la perversión es que Maradona jamás deseó que a la Selección le fuera mal. Nunca pensábamos que iba a llegar el día, pero nos vemos en la obligación en este caso de salir en defensa de Grondona, al menos conceptualmente.
En primer lugar, Grondona jamás puso en duda el aporte de Maradona a la Selección como jugador. Lo que está sobre el tapete ahora es si Maradona como espectador afecta o no el rendimiento de la Selección.
En segundo lugar, la sugerencia de Maradona según la cual su polémica con Grondona representa a su vez el combate entre una nueva América Latina y “los poderes que manipulan el mundo” es inapropiada. En efecto, Grondona ha estado y estará con todos los regímenes políticos, desde los militares hasta los nacionales y populares como el actual en nuestro país (Maradona mismo ha sido generoso en su apoyo a gobiernos tan diferentes como el de Menem y el de Fidel Castro).
En tercer lugar, y aquí está el meollo de la cuestión, ser mufa no es una noción práctica como supone Maradona, sino simplemente ontológica. En efecto, la acusación de Grondona—y acá estamos reconstruyendo su posición de un modo que suponemos Grondona aceptaría—no se refiere a los deseos o actos de Maradona como espectador, sino a lo que Maradona es, i.e. según Grondona su sola presencia en el mismo estadio en el que juega la Selección es perjudicial para la misma. Muchos mufas de hecho han jurado por lo más sagrado que no desean ser perjudiciales ni mucho menos, y jamás eso hizo diferencia alguna. Dicho sea de paso, sería una interesante discusión si un mufa a su ontología podría agregar algo mediante sus estados mentales, v.g. si un mufa pudiera ser peor que otro debido a que además desea que le fuera mal a aquello sobre lo que proyecta la mufa.
Por lo demás, es curioso que Maradona no respondiera con un cambio de paradigma por así decir, atacando a la noción misma de ser mufa, ya que por momentos daría la impresión de que una noción tan común en el campo de las ciencias sociales como la del desencantamiento del mundo popularizada por Max Weber no hubiese llegado aún al ámbito de la Selección Argentina.
domingo, 22 de junio de 2014
Maradona es sagrado
La atribución del carácter de mufa a Maradona por parte de Julio Grondona no sólo ha provocado una muy considerable indignación entre los fanáticos del fútbol sino que además plantea varias cuestiones filosóficas, por así decir.
Una primera pregunta que surge naturalmente al respecto es: ¿qué tiene de malo decir que alguien es mufa? Evidentemente, el problema no puede ser la mufa en sí. Esto es, puede haber mucha gente que cree en la mufa, pero eso no puede explicar la indignación, ya que la mufa es un fenómeno esencialmente supersticioso, i.e., sólo depende de nuestras creencias.
En realidad, la indignación debe provenir del hecho de que dado que la mufa es irracional, atribuirle a alguien carácter de mufa en realidad equivale a expresar cierta desaprobación por los actos de dicha persona. Esto explica por qué, v.g., muy poca gente se quejaba de la atribución del carácter de mufa a Menem, ya que, suponemos, Menem merecía dicho tratamiento por sus varios y notorios actos de corrupción e ineptitud. En cambio, la reciente indignación supone que toda atribución de ser mufa a Maradona es injustificable o inmerecida ya que los merecimientos de Maradona son tan varios y notorios como lo son los desmerecimientos de Menem.
Y aquí es donde surge la otra gran pregunta. ¿Maradona acaso no ha hecho lo suficiente como para merecer cierta desaprobación, como por ejemplo, y sin apelar al razonamiento moral sino ciñéndonos a las reglas del fútbol, doparse durante un Mundial y dejar afuera de la competencia a un equipo que parecía tener todo para ganar el torneo?
Decir que las dotes deportivas de Maradona compensan sus graves faltas antideportivas es absurdo—a pesar de que mucha gente cree, v.g., que el segundo gol contra Inglaterra en el 86 justifica el primero, y quizás por eso los argentinos en general suelen sentirse tan orgullosos de los dos goles. Semejante "clearing" normativo no tiene sentido (para poner a prueba esta afirmación sólo hace falta imaginar cómo nos sentiríamos si quedáramos afuera de un Mundial por un gol con la mano cometido por un eventual rival, incluso suponiendo que dicho rival hubiese hecho un gol similar al segundo contra los ingleses). Quienes sospechan del hecho de que Maradona fue elegido para el control justo el mismo día que se drogó, suponemos que sólo aprueban el control para quienes no se doparon ese mismo día, si es que aprueban el control antidóping en absoluto.
Quedan al menos dos explicaciones de la atribución del carácter de mufa a Maradona. La primera es una variación del tema de la falta de autoridad moral, en este caso de Julio Grondona, para hacer semejante denuncia. Esta explicación es muy débil, como suele pasar con casi toda variación del tema de la autoridad moral. En todo caso sería relevante si Julio Grondona tuviera algo que ver con el dopaje de Maradona, o si hubiese provocado que Maradona se dopara. Una hipótesis cercana sería la de atribuir el dopaje de Maradona—y no el control como acabamos de ver—a una casualidad, hipótesis por supuesto que hiciera famosa Amado Boudou recientemente, la cual nos exime de mayores comentarios.
La segunda explicación es la más sólida ya que cree que la indignación ante la atribución de la mufa a Maradona se debe a que Maradona es sagrado. En efecto, es completamente absurdo creer que algo sagrado o una divinidad pueda ser mufa. Todo lo contrario, sólo puede tener efectos saludables, o debe ser en todo caso anti-mufa por definición. Por supuesto, algunos episodios como el terremoto de Lisboa en el siglo XVIII, las grandes calamidades del siglo XX (entre las que se encuentra probablemente la actuación argentina en Sudáfrica 2010) representan desafíos ingentes para toda teodicea—la cual trata de reconciliar la existencia del mal con la omnipotencia y bondad divinas (v. miles kirchneristus et Deus absconditus)—.
Si los devotos de la Iglesia maradoniana replicaran que se trata de un problema que tienen no sólo ellos sino los devotos de cualquier otra religión, tendrían ciertamente razón.
jueves, 19 de junio de 2014
Son Piratas (y no en el buen Sentido de la Palabra)
Diagnóstico del Gobierno: los acreedores son buitres, verdaderos piratas, y el juez Griesa (con la Corte Federal de Apelaciones y la Corte Suprema de EE.UU. suponemos) un delincuente que está extorsionando a la Argentina (encima, los buitres creen ser legítimos acreedores, y Griesa (et al.) cree ser un juez, también en el buen sentido de la palabra). Es como si alguien es extorsionado por unos secuestradores, digamos porque le han secuestrado a la esposa, y estos secuestradores creen estar actuando legítimamente.
Estrategia del Gobierno (encabezado a la sazón por una abogada muy exitosa): insultar a los piratas y al juez que nos extorsiona, declarar a voz en cuello que no les va a pagar, etc. (amén de que el Gobierno ha reducido sus reservas a la mitad en los últimos dos años, perdió unos 25 mil millones, y gasta unos 14 mil millones en la importación de energía). Es como si el que debe pagar el rescate insulta a los secuestradores, les dice de todo (hasta aquí, si recordamos bien, es casi casi el argumento de "Rescate", con Mel Gibson), y además se gasta gran parte del dinero en otra cosa.
Defensa del Gobierno (una vez que fracasa la estrategia): "¿Qué esperaban? Los acreedores son buitres y el juez un delincuente". Es como si el que debía negociar con los secuestradores dijera ante el fracaso de su estrategia: "¿Qué esperaban? Son secuestradores".
¿Entendimos bien?
martes, 17 de junio de 2014
Bip Bip
En su último mensaje por Cadena Nacional, la Presidenta de la República manifestó su curiosidad por la velocidad con la cual algunos jueces penales en la actualidad están desarrollando su labor, al extremo de que, a tono con este blog, los comparó con aquel famoso dibujo animado “El Correcaminos” e incluso imitó su característico “bip bip”.
Quizás porque muy comprensiblemente no recordaba la terminología taxonómica de los protagonistas que solía aparecer al comienzo de cada episodio, la Presidenta omitió nombrar al juez Lijo (iudex acceleratus incredibilis) y al Vicepresidente de la República, Amado Boudou (manticulator [Jorge Asís dixit] o latro vulgaris).
La Presidenta no parece darse cuenta de la ironía de su comparación, ya que, obviamente, en el dibujo animado el Correcaminos es el perseguido exitoso y el Coyote el torpe perseguidor. Y es literalmente una peripecia que la serie de funcionarios judiciales apartados (un procurador general, un juez y un fiscal hasta ahora al menos) haya dejado paso a una investigación efectiva del comportamiento de Boudou y una persecución penal, literalmente hablando. Acerca de la relevancia del hecho de que puede haber otros que también merezcan ser objeto de una persecución penal, nos remitimos a nuestra última entrada: Código Penal mata Relato. Y dicho sea de paso, es curioso que la Presidenta no haya mencionado otra premura, la de quienes investigan al fiscal Campagnoli por mal desempeño en sus funciones, en particular por “exceso de investigación”, cuando dicha investigación no había cumplido aún su primer mes de vida.
Hablando de Campagnoli, hasta ahora nos ha llamado la atención que su defensa consista esencialmente en que se trata de una persecución política a un fiscal que cumple con su trabajo, i.e. que investiga funcionarios gubernamentales de los que se sospecha han cometido un delito. Nos llama la atención, en efecto, ya que las defensas políticas—como por ejemplo la de Boudou—aparecen en el centro de la escena cuando las legales son muy débiles o inexistentes. Y suponemos que quienes enjuician a Campagnoli, sin que importe cuáles son sus intenciones, van a tomar una decisión fundada, capaz de resistir apelaciones y la evaluación de la opinión pública. Hacer cualquier otra cosa sólo sería contraproducente a esta altura del partido.
En segundo lugar, nos llama la atención la defensa de Campagnoli porque suponemos que ningún fiscal puede ser tan estúpido como para investigar a un Vicepresidente sin haber cumplido obsesivamente con el derecho, antes, durante y después de dicha investigación. De otro modo, dejaría un flanco muy expuesto para que quienes quieran impedir dicha investigación se deshagan de él. Por suerte, Carlos Kunkel, en otro de los tantos nobles gestos que lo caracterizan, le recordó al juez Lijo que el Consejo de la Magistratura estará observando cada movimiento suyo, al igual que la canción de Sting; si Kunkel no fuera tan noble, bien podría haberse guardado la advertencia y simplemente podría haber esperado que Lijo cayera en la trampa.
Finalmente, tal como nos hemos cansado de repetir, ninguna causa política justifica el incumplimiento con el derecho. Y es increíble que estemos debatiendo estas cuestiones. Por lo tanto, si la única defensa de Campagnoli es que se trata de una persecución política, la misma es tan endeble como la de Boudou. La única diferencia quizás consiste en que mientras que respecto a Campagnoli todavía tiene sentido hablar de condicionales, con Boudou da la impresión de que quedan muy pocas dudas.
Quizás porque muy comprensiblemente no recordaba la terminología taxonómica de los protagonistas que solía aparecer al comienzo de cada episodio, la Presidenta omitió nombrar al juez Lijo (iudex acceleratus incredibilis) y al Vicepresidente de la República, Amado Boudou (manticulator [Jorge Asís dixit] o latro vulgaris).
La Presidenta no parece darse cuenta de la ironía de su comparación, ya que, obviamente, en el dibujo animado el Correcaminos es el perseguido exitoso y el Coyote el torpe perseguidor. Y es literalmente una peripecia que la serie de funcionarios judiciales apartados (un procurador general, un juez y un fiscal hasta ahora al menos) haya dejado paso a una investigación efectiva del comportamiento de Boudou y una persecución penal, literalmente hablando. Acerca de la relevancia del hecho de que puede haber otros que también merezcan ser objeto de una persecución penal, nos remitimos a nuestra última entrada: Código Penal mata Relato. Y dicho sea de paso, es curioso que la Presidenta no haya mencionado otra premura, la de quienes investigan al fiscal Campagnoli por mal desempeño en sus funciones, en particular por “exceso de investigación”, cuando dicha investigación no había cumplido aún su primer mes de vida.
Hablando de Campagnoli, hasta ahora nos ha llamado la atención que su defensa consista esencialmente en que se trata de una persecución política a un fiscal que cumple con su trabajo, i.e. que investiga funcionarios gubernamentales de los que se sospecha han cometido un delito. Nos llama la atención, en efecto, ya que las defensas políticas—como por ejemplo la de Boudou—aparecen en el centro de la escena cuando las legales son muy débiles o inexistentes. Y suponemos que quienes enjuician a Campagnoli, sin que importe cuáles son sus intenciones, van a tomar una decisión fundada, capaz de resistir apelaciones y la evaluación de la opinión pública. Hacer cualquier otra cosa sólo sería contraproducente a esta altura del partido.
En segundo lugar, nos llama la atención la defensa de Campagnoli porque suponemos que ningún fiscal puede ser tan estúpido como para investigar a un Vicepresidente sin haber cumplido obsesivamente con el derecho, antes, durante y después de dicha investigación. De otro modo, dejaría un flanco muy expuesto para que quienes quieran impedir dicha investigación se deshagan de él. Por suerte, Carlos Kunkel, en otro de los tantos nobles gestos que lo caracterizan, le recordó al juez Lijo que el Consejo de la Magistratura estará observando cada movimiento suyo, al igual que la canción de Sting; si Kunkel no fuera tan noble, bien podría haberse guardado la advertencia y simplemente podría haber esperado que Lijo cayera en la trampa.
Finalmente, tal como nos hemos cansado de repetir, ninguna causa política justifica el incumplimiento con el derecho. Y es increíble que estemos debatiendo estas cuestiones. Por lo tanto, si la única defensa de Campagnoli es que se trata de una persecución política, la misma es tan endeble como la de Boudou. La única diferencia quizás consiste en que mientras que respecto a Campagnoli todavía tiene sentido hablar de condicionales, con Boudou da la impresión de que quedan muy pocas dudas.
sábado, 14 de junio de 2014
Código Penal mata Relato
En efecto, MP sostiene (1) que "más allá de las responsabilidades que eventualmente le correspondan, es obvia la intencionalidad política de quitarlo de la línea de sucesión constitucional y anular cualquier futuro político que él pudiera tener" (el subrayado es nuestro). Además, la Corpo se está vengando por las AFJP.
Para MG, entonces, "Clarín Miente" se ha transformado en "Clarín dice la verdad pero sólo para satisfacer sus propias ambiciones políticas" (habíamos visto que hasta Boudou reconoce que Clarín a veces dice la verdad: click). Se trata de lo que en ocasión de Carta Abierta 13 habíamos llamado "la tesis de la motivación contraproducente" (Carta Abierta 13).
Según este criterio hiperkantiano, no podríamos denunciar a un vecino criminal de lesa humanidad si nuestra motivación última fuera no cruzarlo en el ascensor, y/o deberíamos oponernos a la participación de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, ya que lo que efectivamente movió a los EE.UU. fue el hecho de que sus posesiones en el Pacífico estaban amenazadas, y no porque, v.g., estaba teniendo lugar un Holocausto. Además, hasta ahora al menos el art. 34 del Código Penal entre las razones por las cuales podemos quedar exentos de responsabilidad penal no incluye la de ser enemigo de las corporaciones, o ser amigo del pueblo para el caso. Una eventual reforma del Código podría ser aprovechada para incluir nuevas causales de justificación.
Según este criterio hiperkantiano, no podríamos denunciar a un vecino criminal de lesa humanidad si nuestra motivación última fuera no cruzarlo en el ascensor, y/o deberíamos oponernos a la participación de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, ya que lo que efectivamente movió a los EE.UU. fue el hecho de que sus posesiones en el Pacífico estaban amenazadas, y no porque, v.g., estaba teniendo lugar un Holocausto. Además, hasta ahora al menos el art. 34 del Código Penal entre las razones por las cuales podemos quedar exentos de responsabilidad penal no incluye la de ser enemigo de las corporaciones, o ser amigo del pueblo para el caso. Una eventual reforma del Código podría ser aprovechada para incluir nuevas causales de justificación.
La segunda variación de "Clarín Miente" es que (2) según MG "la corrupción se ha convertido en el sello más oscuro de la democracia, y no por creación del actual gobierno sino por esa vergonzosa, infame tradición política que se generalizó con la dictadura militar y en particular desde el menemismo". En otras palabras, en nuestro país la corrupción es una tradición, y a nadie se le ha ocurrido castigarla, al menos hasta ahora.
Ahora bien, decir que existe una tradición es sólo comprobar un hecho. También puede existir una tradición de hacer desaparecer personas, y no por eso vamos a defenderla. Pero lo más notable es que lo que para MG son "flancos débiles [del Gobierno] sobre todo en materia de corrupción", son delitos contra la administración pública y por eso están penados. En otras palabras, parafraseando a Jacobo Winograd, Código Penal mata Relato, e incluso mataría al mejor Gobierno de la historia.
Quejarse de que existe una tradición por la cual un delito como el de "corrupción" no ha sido castigado aún en realidad es dar el mejor argumento para empezar a castigarlo. Es precisamente el desajuste entre la realidad y la norma lo que explica en primer lugar la necesidad de la prohibición. En cuestiones como éstas, alguien tiene que tirar la primera piedra. Y Clarín, gracias al Gobierno, algún día hasta podría enorgullecerse de que si no fuera por el terrorismo mediático, jamás nos habríamos enterado de las denuncias por corrupción. La ironía mayor sería que Clarín fuera el que ayudara a la Justicia a vendarse los ojos.
El tercer argumento es una variación conocida de "Clarín Miente" que consiste en que, en muy pocas palabras, (3) no hay oposición. En efecto, el problema según MG es que Clarín "se hace un festín en casos como el de Boudou" ya que Boudou "no puede ni podrá, y lo sabe, con periodistas expertos en ocultar y mentir –antes showmen que informadores–, que son los que formatean las cabezas y los discursos de casi toda la dirigencia opositora, tan camaleónica, hipócrita y carente de principios sólidos".
La réplica es obvia. Si hay o no oposición lo decide el electorado, el cual bien podría votar a los "suplentes" como los designaba antes la Presidenta o a los "formateados" como los llama MG, en cuyo caso MG tendría que tragarse la píldora de la democracia, tal como muchos otros tuvieron que tragársela. Por lo demás, con formateo y todo, y Clarín a toda marcha, Cristina Kirchner obtuvo el 54 % hace nada más que dos años.
Finalmente, MP pone en duda al juez Lijo, por sus decisiones en otros casos. Suponemos que así como Campagnoli está siendo investigado por mal desempeño en sus funciones, otro tanto sucederá con Lijo, si es que le cabe el sayo. Después de todo, Boudou no puede quejarse de persecución judicial. Ya se deshizo de un Procurador General, un juez y un fiscal. MG puede dormir tranquilo.
jueves, 12 de junio de 2014
¿En Defensa de Boudou?
Recientemente Diario Registrado publicó una nota muy curiosa, cuyo autor es Carlos Aletto (Director del Suplemento Literario Télam), y cuyo título es elocuente: "Por qué defiendo a Amado Boudou" (click). Por obvias razones, lo que está en juego no es la presunción legal de la inocencia, la cual opera hasta que un tribunal competente diga lo contrario, sino las razones por las que podemos creer que Boudou es inocente.
Los argumentos de Aletto parecen ser fundamentalmente dos, aunque el autor no los enumera sino que nos hemos tomado el atrevimiento de reconstruirlos.
El primero, invocando la autoridad de Platón, sostiene que no tenemos "acceso a la Verdad absoluta", "no se puede saber nada con absoluta certeza, incluso en los casos en los que uno cree estar seguro". Aletto infiere que en casos "llenos de incertidumbres... sólo optamos por la verdad que se acomoda a nuestras ideas".
Más allá de si este argumento es efectivamente platónico, un obvio problema con este argumento es que entonces la verdad de la nota se acomoda a las ideas de Aletto, y no sus ideas a la verdad, con lo cual quizás eso sea suficiente para que Aletto crea en su nota, pero seguramente no es suficiente para que los demás también lo hagan. Hay que tener una opinión muy alta de uno mismo para suponer que si algo se acomoda a las ideas de uno, es por eso verdadero.
Aletto parece ofrecer una variación de este argumento al sostener al principio de la nota que "muy pocas veces en la vida nos toca ser testigo o partícipe de una noticia", con lo cual quizás Aletto sólo suscriba a la falta de certeza en aquellos casos en los que somos observadores de un hecho o acción, pero no en aquellos casos en los que somos partícipes de dichos hechos o acciones. En otras palabras, Aletto quizás supone que Boudou, Ciccone, etc., dado que son claramente partícipes, sí conocen la verdad absoluta, pero los demás no (y quizás entonces Aletto supone que su nota es verdadera porque la escribió él).
Ahora bien, un obvio problema con esta variación del primer argumento es que según él, v.g., si Aletto todavía no viajó a Egipto, debe por obvias razones dudar de la existencia de las pirámides de Egipto. Y como suponemos no viajó en el tiempo a Nuremberg durante los juicios, también debe dudar de que hayan tenido lugar, y probablemente de su veredicto, y otro tanto suceda de hecho con la vida y obra de Platón, etc. Por lo demás, un juez jamás podría condenar a alguien por una acción de la cual no haya sido partícipe o testigo (lo cual pueden ser buenas noticias para los abolicionistas pero no para quienes, v.g., desean ver en prisión a los que cometieron delitos de lesa humanidad).
El segundo argumento es una versión del ya tradicional "Clarín Miente" (para ahorrar espacio, no vamos a citar a Aletto, el lector podrá comprobar por sí mismo la evidencia en la nota). Para ahorrar tiempo además permítasenos citar parte de nuestra discusión sobre la Carta Abierta 13:
"Sería muy ingenuo creer que Clarín actúa movido sólo por razones estrictamente morales. Es de público conocimiento que Clarín Miente. Sin embargo, nuevamente, no podemos descalificar el contenido de la denuncia sólo por su fuente. Vamos a dar un ejemplo extremo. Hasta Hitler puede decir la verdad, aunque nadie deseara creerle, tal como lo muestra el caso de la matanza de Katyn. En efecto, Hitler tenía razón cuando protestaba a los cuatro vientos no haber matado a los 20.000 oficiales e intelectuales polacos encontrados muertos en los bosques de Katyn, porque la matanza fue realizada por los soviéticos. Nadie, por supuesto, tiene ganas de creerle a Hitler, pero las creencias no tienen nada que ver con las ganas (al menos por lo que se sabe hasta ahora de la psicología humana y del mundo)" (click).
Por lo demás, Aletto comparte la creencia forsteriana en la infalibilidad de algunos medios opositores. En efecto, Forster cree que "Si Pagni y La Nación dicen lo que dicen, es porque no debemos estar equivocándonos demasiado". Semejante argumento supone irónicamente que sus adversarios son, a su modo, infalibles en sus errores: siempre que critican al kirchnerismo lo hacen porque el kirchnerismo tiene razón" (Que el Árbol no tape el Forster).
Y por si esto fuera poco, muy recientemente el Vicepresidente en 678 denunció que el juzgado de su causa anticipa a Clarín y La Nación las decisiones del juez, y cita como fuente de tales filtraciones a... Clarín y La Nación:
No cabe otra conclusión que creer que Boudou ha revisado su opinión sobre algunos medios: al menos para Boudou aunque tales diarios mientan a menudo, no mienten siempre, o al menos en este caso.
Ciertamente, hasta aquí no hemos demostrado que Boudou es culpable. Pero sí hemos dado razones para dudar de la defensa que hace Aletto de Boudou, y esperamos que por el bien del propio Boudou, no sea la defensa que tiene en mente presentar ante los tribunales federales, al menos si es procesado y llevado a juicio.
Los argumentos de Aletto parecen ser fundamentalmente dos, aunque el autor no los enumera sino que nos hemos tomado el atrevimiento de reconstruirlos.
El primero, invocando la autoridad de Platón, sostiene que no tenemos "acceso a la Verdad absoluta", "no se puede saber nada con absoluta certeza, incluso en los casos en los que uno cree estar seguro". Aletto infiere que en casos "llenos de incertidumbres... sólo optamos por la verdad que se acomoda a nuestras ideas".
Más allá de si este argumento es efectivamente platónico, un obvio problema con este argumento es que entonces la verdad de la nota se acomoda a las ideas de Aletto, y no sus ideas a la verdad, con lo cual quizás eso sea suficiente para que Aletto crea en su nota, pero seguramente no es suficiente para que los demás también lo hagan. Hay que tener una opinión muy alta de uno mismo para suponer que si algo se acomoda a las ideas de uno, es por eso verdadero.
Aletto parece ofrecer una variación de este argumento al sostener al principio de la nota que "muy pocas veces en la vida nos toca ser testigo o partícipe de una noticia", con lo cual quizás Aletto sólo suscriba a la falta de certeza en aquellos casos en los que somos observadores de un hecho o acción, pero no en aquellos casos en los que somos partícipes de dichos hechos o acciones. En otras palabras, Aletto quizás supone que Boudou, Ciccone, etc., dado que son claramente partícipes, sí conocen la verdad absoluta, pero los demás no (y quizás entonces Aletto supone que su nota es verdadera porque la escribió él).
Ahora bien, un obvio problema con esta variación del primer argumento es que según él, v.g., si Aletto todavía no viajó a Egipto, debe por obvias razones dudar de la existencia de las pirámides de Egipto. Y como suponemos no viajó en el tiempo a Nuremberg durante los juicios, también debe dudar de que hayan tenido lugar, y probablemente de su veredicto, y otro tanto suceda de hecho con la vida y obra de Platón, etc. Por lo demás, un juez jamás podría condenar a alguien por una acción de la cual no haya sido partícipe o testigo (lo cual pueden ser buenas noticias para los abolicionistas pero no para quienes, v.g., desean ver en prisión a los que cometieron delitos de lesa humanidad).
El segundo argumento es una versión del ya tradicional "Clarín Miente" (para ahorrar espacio, no vamos a citar a Aletto, el lector podrá comprobar por sí mismo la evidencia en la nota). Para ahorrar tiempo además permítasenos citar parte de nuestra discusión sobre la Carta Abierta 13:
"Sería muy ingenuo creer que Clarín actúa movido sólo por razones estrictamente morales. Es de público conocimiento que Clarín Miente. Sin embargo, nuevamente, no podemos descalificar el contenido de la denuncia sólo por su fuente. Vamos a dar un ejemplo extremo. Hasta Hitler puede decir la verdad, aunque nadie deseara creerle, tal como lo muestra el caso de la matanza de Katyn. En efecto, Hitler tenía razón cuando protestaba a los cuatro vientos no haber matado a los 20.000 oficiales e intelectuales polacos encontrados muertos en los bosques de Katyn, porque la matanza fue realizada por los soviéticos. Nadie, por supuesto, tiene ganas de creerle a Hitler, pero las creencias no tienen nada que ver con las ganas (al menos por lo que se sabe hasta ahora de la psicología humana y del mundo)" (click).
Por lo demás, Aletto comparte la creencia forsteriana en la infalibilidad de algunos medios opositores. En efecto, Forster cree que "Si Pagni y La Nación dicen lo que dicen, es porque no debemos estar equivocándonos demasiado". Semejante argumento supone irónicamente que sus adversarios son, a su modo, infalibles en sus errores: siempre que critican al kirchnerismo lo hacen porque el kirchnerismo tiene razón" (Que el Árbol no tape el Forster).
Y por si esto fuera poco, muy recientemente el Vicepresidente en 678 denunció que el juzgado de su causa anticipa a Clarín y La Nación las decisiones del juez, y cita como fuente de tales filtraciones a... Clarín y La Nación:
No cabe otra conclusión que creer que Boudou ha revisado su opinión sobre algunos medios: al menos para Boudou aunque tales diarios mientan a menudo, no mienten siempre, o al menos en este caso.
Ciertamente, hasta aquí no hemos demostrado que Boudou es culpable. Pero sí hemos dado razones para dudar de la defensa que hace Aletto de Boudou, y esperamos que por el bien del propio Boudou, no sea la defensa que tiene en mente presentar ante los tribunales federales, al menos si es procesado y llevado a juicio.
domingo, 8 de junio de 2014
¿Un Secretario borgeano?
Modestamente, nos atribuimos al menos una pequeña parte del mérito por la
designación de Forster como Secretario de Coordinación Estratégica para el
Pensamiento Nacional. Después de todo, muy pocos blogs se habían tomado tan en
serio sus apreciaciones sobre la política nacional, quizás abusando de la paciencia de nuestros lectores pero revelando a la vez un "alma profética", como dice Hamlet. Y a tono con la buena nueva, hemos engrosado nuestra
lista de etiquetas con una nueva cuyo nombre es, reveladoramente, “Forsteriana”. Por otro lado, nos invade un sentimiento de culpa ya que quizás seamos asimismo moral y jurídicamente responsables por la designación de Forster.
En esta ocasión quisiéramos destacar ciertos aspectos borgeanos de Forster. En primer lugar, algunos como Horacio González, han ensayado una defensa de la nueva Secretaría, y de ese modo del nombramiento de Forster, concediendo que el nombre de la misma es inapropiado, como si el nombre fuera arquetipo de la cosa, tal como reza “El Golem”. Es más, Forster mismo aseguró que habría preferido que la especificación del pensamiento a su cargo fuera “latinoamericana” antes que “nacional”, lo cual sugiere que no se trató de un cargo hecho a medida. Hernán Brienza cree que "argentino" sería más apropiado que "nacional".
Sin embargo, aunque el adjetivo que acompañara al
pensamiento fuera “internacional”, los problemas serían exactamente los mismos.
Imaginemos, si no, el rótulo de “Secretaría del Pensamiento” simpliciter, por excelencia. Sonaría aún
más ridículo, contraproducente o redundante que “Secretaría del Pensamiento
Nacional”, tal como ya lo hemos discutido (Secretaría pythonesca).
Dicho sea de paso, quienes creen que la nueva Secretaría a cargo de Forster es nazi se equivocan totalmente por una muy sencilla razón: ni los nazis tenían una Secretaría del Pensamiento, nacional o de cualquier otra índole.
Dicho sea de paso, quienes creen que la nueva Secretaría a cargo de Forster es nazi se equivocan totalmente por una muy sencilla razón: ni los nazis tenían una Secretaría del Pensamiento, nacional o de cualquier otra índole.
En segundo lugar, es muy difícil no asociar la existencia del imitador de Forster en twitter (@RicarForster) con “El Otro”:
Forster tiene un encuentro con otro Forster. Es más, la imitación es tan buena
que por momentos es imposible distinguir la copia del original, lo cual por supuesto nos remite a su vez inevitablemente a “Pierre
Menard, Autor del Quijote”.
Ahora bien, la reacción de Forster ante tal
imitación es reveladora de su intelecto. En efecto, para Forster “quien lo hace... es un poco tonto”, se trata de un pensamiento “mezquino, pequeño, ... pigmeo”. Sin
embargo, es muy extraño que el Secretario para el Pensamiento no se dé cuenta
de que si el contenido proposicional de la imitación es tan parecido que a veces es imposible
distinguir quién dice qué, entonces, merced al principio de identidad, su
propio pensamiento tiene que ser tan tonto, mezquino, pequeño o pigmeo como el
de su imitador. Después de todo, Forster no puede alegar diferencia alguna en
el tiempo y/o en el espacio, como la que sí existe en “El Otro” y en “Pierre
Menard”, que le impida caer en semejante absurdo.
Forster podría responder que no se refería al contenido de
la imitación—el cual reconoce que es muy fidedigno—sino a la intención, ya que
trata de ponerlo en ridículo. Sin embargo, semejante pensamiento sería aún más
extraordinario que el anterior. ¿Por qué la repetición de lo que dice lo
pondría en ridículo? Si Forster fuera coherente, debería sostener que quienes lo citan, las grabaciones de su voz, y los videos de sus apariciones en TV lo ridiculizan.
Quizás, finalmente, Forster cree que la verdad o falsedad de una proposición no depende de su contenido sino de su fuente, como sugiere el propio Borges en "Los Teólogos".
Un Secretario del Pensamiento, para pensar.
jueves, 5 de junio de 2014
Secretaría pythonesca
No se puede describir con una sola palabra el nombramiento de Ricardo Forster como Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional. Se trata de una decisión polémica, controversial, incisiva, desafiante, a contrapelo, audaz, agónica y agonista. Parafraseando al nuevo Secretario, es un viento refrescante que airea lo que de otro modo sería una asfixiante realidad miasmática, y seguramente contribuirá a que la flecha de la historia continúe su marcha.
Sin duda, una Secretaría del Pensamiento es el lugar ideal para alguien como Forster. Si hay alguien que cree en el valor intrínseco del pensamiento, por no decir de los intelectuales, es él. Muy recientemente nos ha hecho saber que hoy en día estamos mejor que en los noventa debido a que, entre otras cosas, ahora los intelectuales participan masivamente en política, a diferencia de lo que sucedía antes. Claro que semejante actitud reivindicatoria de los intelectuales es esencialmente un prejuicio bastante extraño. Hubo intelectuales que apoyaron incondicionalmente al estalinismo y al nazismo. En realidad, el valor de la actividad intelectual depende de cómo es realizada y qué fines persigue. Se supone que un intelectual, sobre todo, debería ser consciente de eso.
Para algunos el cargo mismo es contradictorio, o tiene reminiscencias del Ministerio de Andares Tontos (“The Ministry of Silly Walks”) de Monty Python. En efecto, ¿tiene sentido acaso hablar de pensamiento nacional? ¿El pensamiento tiene fronteras? Y aunque las tuviera, otros recordarán que la especialidad de Forster no es exactamente el pensamiento nacional, sino la obra de Theodor Adorno, Walter Benjamin, Gershom Scholem y la cábala, lo cual provocará cierta perplejidad en quienes se dedican a la historia de las ideas nacionales, y sobre todo entre quienes esperaban que alguien más cercano al pensamiento nacional, como Norberto Galasso, accediera a dicho cargo.
Además, dado que la tarea principal de la nueva secretaría es la de “diseñar, coordinar e instrumentar una usina de pensamiento nacional”, muchos se preguntarán cómo se pone en marcha una usina de pensamiento. ¿Se emprenderán acaso proyectos multilaterales con los países vecinos como Yaciretá o Itaipú? ¿Se verá esta usina afectada por los cortes de electricidad en casos de picos de alto consumo? En realidad, quizás sea una muy buena señal que un gobierno nacional y popular designe a un especialista en la cábala al frente de una Secretaría del Pensamiento; semejante decisión quizás ayude a que a la Selección le vaya bien durante el inminente Mundial. La presencia de Benjamin y Scholem en el Gobierno asegura, por lo demás, que el viejo chauvinismo vernáculo quedará reducido al mínimo.
Para quienes crean que el cargo no es contradictorio sino antes bien redundante por no decir peligroso u orwelliano debido a que ya existen varias instituciones dedicadas al pensamiento (por ejemplo, las universidades nacionales), valga otra paráfrasis de las palabras de Forster (que él mismo empleó para referirse al legado de Néstor Kirchner): a veces hace falta subvertir las “formas” institucionales para devolverles una legitimidad perdida.
Otros se concentrarán en el hombre antes que en el cargo. En efecto, alguien podría objetar la designación de Forster debido a su militancia, en particular porque Forster cree, a la usanza de los antiguos jesuitas, que todo buen militante debe criticar lo que dice un enemigo, sólo porque lo dice el enemigo. De hecho, no faltarán los que comparen desfavorablemente la designación de Forster con la de Roberto Mangabeira Unger en Brasil hace unos años como Secretario de Planificación de Largo Plazo por Lula. En efecto, Lula designó a Mangabeira no sólo porque era un intelectual destacadísimo sino además y fundamentalmente porque Mangabeira había denunciado a su gobierno como el más corrupto de la historia, y sin embargo Mangabeira se fue del gobierno de Lula acusado de haber sido cooptado.
En este punto, sin embargo, el Gobierno lleva las de ganar. En este país no nos interesa el largo plazo. Además, para no perder tiempo y evitar la acusación la cooptación de un crítico acérrimo, designó directamente a un fiel militante como Forster a quien la corrupción no le preocupa demasiado. En efecto, Forster ha manifestado que, y aquí citamos de memoria, el patrimonio de Lázaro Báez “no me importa un carajo”. En todo caso, Forster cree que la corrupción, en lugar de ser una grave preocupación, corresponde a “las opacidades de la política y de la gestión estatal”.
Por lo demás, algunos de sus detractores se quejan de que Forster confunde el pensamiento profundo con la adjetivación copiosa o de que su obra, particularmente sus participaciones en la esfera pública, individualmente o como miembro de Carta Abierta, es incomprensible. Forster ha atribuido esta crítica al anti-intelectualismo de quienes no le perdonan leer a autores “que escriben demasiado difícil y oscuro y se niegan a dejarse engullir como una papilla de fácil digestión”. De ahí que su designación indica que el Gobierno podrá ser nacional y popular pero se muestra reacio a tomar el camino facilista de designar un funcionario que pueda ser comprendido sin mayores dificultades por sus conciudadanos. Antes bien, para guiarnos en el pensamiento convoca a un intelectual cuya obra a muchos les cae como un mondongo un mediodía de verano, para seguir con la metáfora introducida por Forster.
Quién sabe, por otro lado, quizás esta Secretaría para el Pensamiento Nacional nos ayude a pensar definitivamente mejor a la hora de votar.
Fuente: http://bastiondigital.com/notas/el-ministerio-de-los-andares-tontos
martes, 3 de junio de 2014
Todo es Ideología. ¿Y qué?
En Página 12 de hoy ha salido una nota muy curiosa del profesor de Teoría del Conocimiento Roberto Follari (click). En ella, Follari defiende un fárrago de tesis sobre la ideología que los lectores deben reconstruir por sí mismos. Nosotros, al menos, hemos detectado tres.
(1) "no existen las personas 'independientes', no hay quienes no respondan a ideología alguna".
(2) "Todos dependemos de nuestras ideas".
(3) "la ideología más fuerte es la de aquellos que creen no tenerla".
De esta tres tesis, la tercera quizás sea la más atractiva, pero reveladoramente tiene como blanco de su crítica "alguna veterana comensal de la TV que cree que la sociedad es igual a los rumbos de Recoleta o Barrio Norte, en Buenos Aires". Queda por demostrar, sin embargo, que todos los que creen no tener ideología no la tienen.
Respecto de las otras dos, sin embargo, no queda claro qué pretende hacer con ellas el autor.
En efecto, si del hecho que (1) "no existen las personas 'independientes'" el autor quiere inferir que no hay respuestas correctas sobre aquello a lo que se refiere la ideología, entonces sus propios alumnos de Teoría del Conocimiento se preguntarán por qué habrían de creerle en sus clases. Es más, seguramente Follari mismo supone que su teoría de la ideología, y sus clases, no son meramente ideológicas, sino correctas, porque se apoya en argumentos válidos.
Un buen ejemplo muy reciente de cómo articular las ideologías con la existencia de respuestas correctas es el de Eduardo Anguita. Su ideología, de la cual nadie puede dudar, no le impidió sostener que la fecha de la indagatoria de Boudou no fue pensada "para competir con titulares de diarios del día siguiente" sino que obedece a "una lógica procesal" y el tema "era [tan sensible] para la Casa Rosada" que iniciada la investigación "de inmediato fue destituido Esteban Righi, hasta entonces procurador general de la Nación" (click).
Vayamos ahora a la tesis (2) según la cual "todos dependemos de nuestras ideas", la cual es completamente cierta. No podemos pensar sin ideas. Pero de ahí no se sigue, otra vez, que nuestras ideas equivalgan a ideologías, o que no puedan cambiar. Follari mismo sostiene que "los que saben que... tienen [ideología]... pueden razonar sobre ella, modificarla" y por eso critica a quienes no tienen "la menor posibilidad de reaccionar frente a sus propias distorsiones, de modificar su pensamiento o de afinarlo".
Finalmente, hay un párrafo de Follari que nos llama poderosamente la atención:
"Si hubiéramos nacido en Sudáfrica y no en Argentina, pensaríamos muy diferente. Si hubiéramos nacido en tiempos de Pericles en la Grecia Antigua, hubiéramos aceptado la esclavitud como natural. Si hubiéramos nacido en Arabia Saudita, seríamos muy probablemente musulmanes".
Se trata de contrafácticos que todo defensor de criminales de lesa de humanidad que se preciara de ser tal podría invocar para protestar por el carácter ideológico de la persecución de la que sus representados son objeto. ¿Acaso durante la última dictadura cívico-militar no hubo aceptación generalizada acerca de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la misma? ¿Sólo son castigados hoy porque cambió su aceptación?
Por el contrario, no pocos creen que hay algo moralmente aberrante en tales crímenes en sí mismos que los separa de toda consideración histórico-política o ideológica, y merecen ser repudiados con independencia de quiénes y cuándo cometan dichos delitos.
La conclusión parece ser que sólo quienes piensan como Mirtha Legrand pueden aprovechar esta nota completamente.
domingo, 1 de junio de 2014
Intelectualismo Nac & Pop, by Forster
Preocupado por la reacción mediática ante la Carta Abierta 16, Forster denuncia el “profundo antiintelectualismo” de algunos medios: “¿Intelectuales? En los ’90 ocupaban el borde del borde, eran apenas la expresión de un resto arqueológico que remitía a otra época del mundo. Ahora, cuando por esas locas sorpresas de esa misma historia a la que se había decretado finalizada y decrépita, regresan los intelectuales”. Es por eso que, según Forster, ciertos medios prefieren a los “intelectuales distantes, neutrales ante la lucha política decisiva, cultores de una autonomía encristalada, críticos de todo, virginales, asépticos, almas bellas” (click).
Ahora bien, en la respuesta de Forster sobresalen los siguientes puntos.
(1) ¿Por qué cree Forster que estamos mejor ahora que en los noventa, debido a que ahora los intelectuales participan y antes no? Forster parece suponer que el intelectualismo tiene cierto valor intrínseco. Quizás en sus comienzos la noción de intelectual adquirió cierta connotación positiva, pero fue debido a que los intelectuales se expresaron en defensa de una causa justificada (el caso Dreyfus), y no porque eran intelectuales.
De hecho, teniendo en cuenta las posiciones políticas que adoptaron los intelectuales desde que se acuñó la expresión, semejante actitud reivindicatoria de los intelectuales es esencialmente un prejuicio bastante extraño. Hubo brillantes intelectuales que apoyaron incondicionalmente al estalinismo y al nazismo. En otras palabras, el valor de la actividad intelectual depende de cómo es realizada y qué fines persigue. En todo caso, la actividad intelectual puede tener un alto valor estético e incluso filosófico, pero no por eso merece en sí misma un valor moral o político especial. Un intelectual, sobre todo, debería ser consciente de eso.
(2) Forster habla del anti-intelectualismo de algunos medios, y alega que estos medios no le perdonan a Forster leer a autores “que escriben demasiado difícil y oscuro y se niegan a dejarse engullir como una papilla de fácil digestión”. Sin embargo, según el propio Forster, el problema que tienen los medios con Forster no es que sea un intelectual sino su posición política particular, de ahí que el anti-intelectualismo que invoca Forster es una falacia. Es como si Caruso Lombardi acusara a los medios de estar en contra de los directores técnicos porque critican cómo para sus equipos. Por lo demás, si hay algo de lo que Forster no se puede quejar es de no haber sido difundido por los medios. Si estamos discutiendo a Forster es gracias a ellos.
(3) Que Forster se queje de la falta de “rigurosidad conceptual” de los medios y de su falta de vuelo intelectual (no desean “aleja[rse] del nivel zócalo”) es como si Caruso Lombardi se quejara del juego poco vistoso de los técnicos rivales. En efecto, Forster a menudo confunde la “rigurosidad intelectual” con la adjetivación copiosa. Otra vez, Forster quiere convertir en una cuestión gremial su debilidad argumentativa, todo lo cual se acentúa especialmente en cuestiones de corrupción, las que como dijera en otro lugar, y citamos de memoria, “no le importan un carajo” (gracias a Dios sin mayores adjetivaciones), o las llama significativamente en esta nota “las opacidades de la política y de la gestión estatal” [el subrayado es nuestro].
(4) Forster se enorgullece de que él, a diferencia de los periodistas que lo descalifican, lee “a Kafka o a Borges, a Hegel o a Mariátegui, a Thomas Mann o a Marechal, a Benjamin o a Casullo, a Marx o a León Rozitchner, a Juan José Saer o a Nietzsche que escriben demasiado difícil y oscuro y se niegan a dejarse engullir como una papilla de fácil digestión”. Es extraño que un intelectual nac & pop como Forster se enorgullezca de no “engullir… papilla de fácil digestión”. Y nos mata la curiosidad de saber qué habrían dicho, v.g., Hegel y Nietzsche de su lectura nac & pop by Forster.