martes, 24 de junio de 2014

¿Filosofía del Fútbol?

A tono con el Mundial, suponemos, hace poco apareció una nota de Dario Sztajnszrajber sobre el resultadismo y el buen juego en el fútbol (click). La tesis central de la nota es que es muy difícil por no decir imposible distinguir entre el resultadismo y el buen juego. En efecto, según el autor:

"Hay una línea ambigua que divide el resultadismo del buen juego. Es ambigua porque es discutible el concepto mismo de buen juego. ¿A qué se refiere ese “bien”? Se lo asocia, según algunos, a la belleza. Jugar bien es jugar lindo. Pero se confunden así las nociones de bien y de belleza, como si un buen juego tuviera que ver con rescatar cierta estética que todo juego posee. (...). Pero como toda estética, se vuelve imposible de medir. Salvo que exista una disposición reglamentaria que cuantifique belleza y sea posible contabilizar, por ejemplo, cuántos caños, rabonas, jueguitos realiza cada equipo".

Un primer problema con esta tesis es que no existe confusión alguna entre bien y belleza. La idea misma de "buen juego" es obvio que se refiere a la estética. Eso queda muy claro en portugués, tal como lo muestra la expresión "jogo bonito".

En segundo lugar, si fuera cierto que la estética en el fútbol es imposible de medir, el autor debería sostener que la Holanda del 74 y del 78 no jugaron bien porque no obtuvieron el campeonato. O pensemos en el Barcelona que sin duda juega, o jugaba bien, y no porque sí salió campeón repetidamente.

Además, el Barcelona muestra que sí rinde "como negocio una especie de Harlem Globetrotters del fútbol", al menos durante cierto tiempo, a pesar de las dudas del autor de la nota. Y hasta donde sabemos, los partidos del Barcelona han servido para sublimar instintos de violencia. Son los partidos del fútbol argentino los que no pueden cumplir con esta función antropológica, quizás porque no son precisamente instancias de buen fútbol.

En tercer lugar, la propuesta del autor de "asociar... el buen juego con el cumplimiento de lo que el juego dictamina" no tiene mayor sentido, precisamente porque tal como lo dice el autor, "El reglamento podrá o no gustarnos, pero no habla de belleza". Quien cumple con lo que dictamina el reglamento juega correctamente, pero no bien, así como quien hace más goles gana, pero no por eso juega bien. Y sólo algún fanático de las reglas, como lo son varios de los que trabajan en el equipo de La Causa, podría alegar que seguir reglas es jugar bien. No nos queda claro si según el autor hay otras personas aparte de los adoradores de reglas que trabajan en este blog que creen realmente que "jugar bien es hacer más goles que el contrario". Decir en tal caso que alguien jugó bien sería equivalente al "si sucede, conviene".

En cuarto lugar, si bien el autor tiene dudas sobre la existencia del jugar bien, no duda de la existencia de criterios de justicia o merecimientos que nos permiten evaluar el resultado, ya que, suponemos, ese es precisamente el sentido de citar la diferencia entre el derecho y la justicia. Pero entonces, el autor contradice sus propias dudas expresadas al comienzo de la nota. Es obvio que la calificación de un resultado como justo deriva al menos en parte de la estética del juego desplegado, y sólo muy ocasionalmente los merecimientos, v.g., en términos de ocasiones de gol podrán ser completamente independientes de consideraciones de buen juego.

(Dicho sea de paso, es muy extraña la idea según la cual el "derecho siempre ejerce la violencia porque se inclina por un tipo de interpretación de la justicia y deja otras afuera". Con ese criterio, la nota misma en cuestión sería violenta porque se inclina por una interpretación sobre el buen juego en perjuicio de otras interpretaciones. El derecho, en realidad, ejerce autoridad, y ocasionalmente es violento cuando provoca un daño físico o psíquico, y no cuando excluye una interpretación).

En quinto lugar, la siguiente frase mezcla una redundancia con una contradicción: "Está claro que el resultado nunca concreta la justicia, pero pone un límite necesario para que el juego pueda efectivizarse. Lo único que importa entonces es el resultado, pero el resto no sólo importa, sino que se vuelve, justamente por ello, utopía". En efecto, (a) es obvio que a toda competencia es inherente la idea de un resultado, y no sólo para "efectivizarla". Sin resultado, no hay competencia. Y (b) si "lo único que importa es el resultado", no tiene sentido agregar inmediatamente a continuación "el resto no sólo importa sino que...".

En sexto lugar, es nuevamente redundante decir, como lo hace en el siguiente párrafo, que la utopía "no cuenta como resultado", "no define un partido". Si contara, o definiera un partido, no sería una utopía. Y precisamente, es la utopía, o los estándares valorativos, los que usamos para discutir los merecimientos del resultado. Si los merecimientos coincidieran siempre con el resultado, no existiría el resultadismo y el buen juego sería redundante.

Finalmente, del último párrafo surge entonces el autor cambia de opinión ya que el buen juego deja de ser para él ambiguo para convertirse en utópico. Claro que si por utopía entendiéramos un estándar que usamos para evaluar los partidos, estaríamos completamente de acuerdo, con lo cual la nota perdería su sentido.

Para los que quieren fútbol y filosofía, un poco de Monty Python:


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