sábado, 16 de abril de 2016

Entre Giardinelli y Bruschtein nos quedamos con Mengolini



Dado que hemos estudiado tanto tiempo al kirchnerismo, es más que comprensible que continúe nuestra fascinación al respecto. Por si hiciera falta, aclaramos que nuestro interés por el kirchnerismo no se debe a que sus oponentes sean genuinos republicanos, sino a que lisa y llanamente nos sigue sorprendiendo día a día, lo cual no hace sino provocar un incremento de nuestra fascinación. 

Tomemos, por ejemplo, el pensamiento de Mempo Giardinelli, quien si bien no se reconoce como kirchnerista, suele tener opiniones no menos fascinantes al respecto. Giardinelli cree que “si acaso la familia Kirchner o los Sres. Báez, López, De Vido, Boudou o cualesquiera otros funcionarios hicieron indebidos negocios… lo que habría que hacer son investigaciones serias, probanzas claras si las hubiere, y entonces, velozmente, o condenas precisas o bien disculpas públicas” (Página 12). Como se puede apreciar, Giardinelli se esfuerza palmo a palmo con Hernán Brienza para convertirse en el Sergei Bubka de la tautología, ya que parafraseando aquella línea memorable del personaje de John Gielgud en “Arturo, el millonario” (la versión original, no ese esperpento recientemente perpetrado), si decir tautologías fuera un deporte olímpico, Giardinelli enorgullecería a su país. En realidad, hay varios deportes en los que podría destacarse en caso de que se convirtieran en olímpicos. 

Lo que le llamará la atención a nuestros lectores es la concesión hipotética o contrafáctica de Giardinelli. ¿Tiene sentido acaso explorar la absurda posibilidad de que la mismísima familia Kirchner estuviera involucrada en negocios indebidos? Quizás la mencionada concesión sea meramente per impossibile, i.e. una proposición solamente invocada en aras de la argumentación para mostrar otro absurdo probablemente inferior, tal como, v.g., Hugo Grocio concediera alguna vez la inexistencia de Dios para mostrar el absurdo de la inferencia según la cual la moral es arbitraria. 

Luis Bruschtein, por suerte, en su nota de hoy toma un camino mucho más reconfortante y tranquilizador al sostener que los kirchneristas “son personas decentes y trabajadoras como la mayoría de las personas de cualquier pensamiento político. No les gusta la corrupción y detestan a los ladrones. Simplemente no creen y rechazan las acusaciones contra la ex presidenta porque son conscientes en [sic] el contexto interesado en que son y fueron promovidas” (Página 12). Como se puede apreciar, Bruschtein descarta completamente la veracidad de las acusaciones en contra de al menos un miembro de la familia Kirchner debido al contexto en que dichas acusaciones han sido formuladas. 

Ahora bien, en nuestra condición de abogados del diablo (y no porque creamos que las acusaciones contra la familia Kirchner tengan siquiera un ápice de asidero) y siendo muy conscientes del riesgo de ser acusados de caer bajo la descripción de “a Uds. no hay [para ser elegantes] nada que les venga bien”, nos vemos obligados a volver a traer a colación un punto que ya nos había llamado la atención en una de las tantas Cartas Abiertas que tuvimos el placer de leer. En efecto, nuestros lectores recordarán, si es que tenemos lectores y si es que nos leían en aquel entonces, que Carta Abierta, con razón, insistía en que las razones por las cuales Clarín denuncia al kirchnerismo no son precisamente morales, si se nos permite el eufemismo. Nótese que si bien la sabiduría popular ya cuenta con un muy elocuente apotegma al respecto: “Clarín Miente”, este apotegma no hace referencia al contexto sino al contenido. El punto de Bruschtein, sin embargo, es que una acusación es falsa debido a su contexto.  

En aquel momento, de hecho, habíamos decidido estipular que Clarín es el Diablo, fundamentalmente para no perder tiempo. Sin embargo, nobleza obliga, el problema subsistía ya que, y ahora nos vamos a citar, “no podemos descalificar el contenido de la denuncia sólo por su fuente. Vamos a dar un ejemplo extremo. Hasta Hitler puede decir la verdad, aunque nadie deseara creerle, tal como lo muestra el caso de la matanza de Katyn. En efecto, Hitler tenía razón cuando protestaba a los cuatro vientos no haber matado a los 20.000 oficiales e intelectuales polacos encontrados muertos en los bosques de Katyn, porque la matanza fue realizada por los soviéticos. Nadie, por supuesto, tiene ganas de creerle a Hitler, pero las creencias no tienen nada que ver con las ganas (al menos por lo que se sabe hasta ahora de la psicología humana y del mundo)” (Carta Abierta: Lo justo). Si ahora simplemente añadiéramos a la consideración de la fuente de una denuncia su contexto (Hitler se moría de ganas de mostrar que, para variar, había una matanza que no era suya), da la impresión de que el argumento de Bruschtein empezaría a ceder terreno peligrosamente. 

En fin, nos parece que entre la posición de Mempo Giardinelli y la de Luis Bruschtein, nos quedamos con la de Julia Mengolini: “La corrupción no quita lo bueno del proyecto político” (¿Qué son los Gobiernos sino... ?). Nuestros héroes serán personas de, en las palabras de Giardinelli, “dudosísima moralidad”, pero son héroes y son nuestros.   

1 comentario:

  1. ¿Por qué los que están tan profundamente convencidos de la inocencia de la ex y sus cortesanos, no pasan día sin sorprendernos con nuevas y elaboradas argumentaciones? No será como lo de Hitler y Katyn, en la que todos sabían de que no era el culpable, pero la verdad debía ser ocultada para mantener la alianza con el diablo, en aras del triunfo final. Por aquí si bien ya no hay posibilidad de un triunfo, pero por lo menos existe la necesidad de conservar lo ganado durante la década y, por supuesto, la libertad ambulatoria.

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