Cuando todavía no se han apagado los ecos de la fascinante
tesis de Mempo Giardinelli sobre la naturaleza del voto (que no hace mucho, de
hecho, hemos examinado en este blog: MG y el voto peroísta),
el caso de Horacio González muestra que la tesis de Giardinelli está lejos de
ser un fenómeno aislado, como sí lo son, por ejemplo, las muertes por
desnutrición en el Chaco. En efecto, González acaba de hacer público su voto
desgarrado, a desgano, por Daniel Scioli (el voto desgarrado).
En nuestra entrada sobre Giardinelli, nos habíamos
preguntado qué diferencia puede hacer el estado de ánimo del votante al momento
de contar su voto. La escuela anglosajona de ciencia política, en efecto, siempre
pragmática y desencantada con el mundo, cree que cada voto vale igual, con
independencia del ánimo del votante. Quizás Giardinelli y González, más afectos
a los matices de la cultura continental, puedan invocar ejemplos en los cuales
las emociones, o la falta de ellas, sí hacen una diferencia. Por ejemplo, es
muy común ver que los jugadores de fútbol no gritan los goles que marcan contra
sus equipos anteriores, en señal de respeto por estos últimos, quizás incluso
con lágrimas en los ojos. Claro que semejante ejemplo nos lleva a preguntarnos
cuál es la razón por la cual estos jugadores precisamente juegan en contra de
sus anteriores equipos por los que sienten tanto cariño, y la respuesta es que
le tienen más cariño todavía al dinero. Evidentemente, la metáfora deportiva es
un arma de doble filo.
En realidad, la reticencia de Giardinelli y de González se debe a que ambos desconfían de la candidatura de Scioli, como si se tratara del proverbial caballo de Troya. Sin embargo, ellos mismos sugieren que quien le abre la puerta al caballo de Troya, a sabiendas de que se trata del caballo de Troya, pero avisa que lo hace renuentemente, entonces su acción, si bien no está completamente justificada, al menos no es digna de reproche, o no hay razones para exigirle otra conducta, como suelen decir los penalistas. El que avisa no traiciona, bien podría ser el eslogan de esta tesis.
En realidad, la reticencia de Giardinelli y de González se debe a que ambos desconfían de la candidatura de Scioli, como si se tratara del proverbial caballo de Troya. Sin embargo, ellos mismos sugieren que quien le abre la puerta al caballo de Troya, a sabiendas de que se trata del caballo de Troya, pero avisa que lo hace renuentemente, entonces su acción, si bien no está completamente justificada, al menos no es digna de reproche, o no hay razones para exigirle otra conducta, como suelen decir los penalistas. El que avisa no traiciona, bien podría ser el eslogan de esta tesis.
Sin embargo, esta misma mañana hemos visto una nota en
Infonews que explica precisamente qué es lo que sucede en el cerebro al momento
de elegir (qué pasa en el cerebro a la hora de votar).
Allí nos enteramos de que los miembros de Carta Abierta se han sometido
gentilmente a un experimento neurocientífico. Después de todo, no
hay que olvidarse de que los cerebros de Giardinelli y de González no son los
únicos involucrados, sino que todos los cerebros entendemos de Carta Abierta
comparten la preocupación de estos dos intelectuales. Precisamente, un equipo
de neurocientíficos ha dado con lo que se suele llamar en la jerga “el dilema de
Scioli”.
En efecto, a los intelectuales kirchneristas se les
presentan dos escenarios distintos. En el primero (denominado en la jerga “Sciolivp+gobpciabsas”
o “Scioli bueno”), Scioli se presenta como candidato a vicepresidente y luego
como gobernador durante un período que abarca en total doce años. El 99,75 % de los intelectuales kirchneristas que se sometió
al experimento decidió votar por “Scioli bueno” no solamente con ganas, sino agitando diferentes estandartes,
incluso soltando globos y palomas. En el segundo (denominado en la jerga “Sciolipresidente” o “Scioli
malo”), Scioli se presenta como candidato a presidente. Los neurocientíficos se
asombraron al comprobar que en el caso de “Scioli malo” el 99,75 % de los
intelectuales kirchneristas consultados manifestaron que lo votarían pero
solamente a desgano, desgarrados, tal como González y Giardinelli lo han hecho público
recientemente.
Los neurocientíficos en primer lugar aventuraron la curiosa
hipótesis de que a estos intelectuales kirchneristas no podría interesarles menos la Provincia de Buenos Aires y/o que Scioli fuera presidente pero como resultado de haber sido vicepresidente, i.e. a raíz de la indisposición de quien fuera presidente a la sazón.
Sin embargo, después de todo se
trata de neurocientíficos, detectaron que en realidad la diferencia es
cerebral. En efecto, habiendo escaneado el cerebro de los participantes en
estos estudios, percibieron la diferente reacción del cerebro en ambos
escenarios. Quienes votan con ganas a Scioli (lo que la jerga científica llama “Sciolivp+gobpciabsas”
o “Scioli bueno”) evidentemente han sufrido un daño en la corteza prefrontal
ventromedial. Este comportamiento es típico en el caso de psicópatas de baja
ansiedad (conocidos por sus déficits socio-emocionales), que tienden a tomar
decisiones utilitaristas, como también lo hacen quienes sufren de alexitimia,
un desorden que reduce la conciencia de nuestros propios estados mentales (cf. Joshua Greene, Moral Tribes. Emotion, Reason, and the Gap between Us and Them, Nueva York, Penguin, 2013, p. 125). En cambio,
quienes votan a Scioli a desgano (lo que la jerga científica llama “Sciolipresidente”
o “Scioli malo”), lo hacen porque su cerebro funciona correctamente. Como bien decía Hobbes, paulatim eruditur vulgus. El vulgo aprende lentamente, pero aprendemos.
Podemos entonces concluir que, afortunadamente, los miembros de Carta Abierta se han
recuperado afortunadamente del daño cerebral sufrido antes de votar por Scioli bueno y es por eso que hacen público su
rechazo y su apoyo a la vez a la candidatura de Scioli malo. Enhorabuena.
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