Mempo Giardinelli no es ningún tonto. Se ha dado cuenta finalmente de
que “es un hecho que prácticamente toda la dirigencia kirchnerista… pasó, con
diferentes gradaciones, por el menemismo, y aplaudió y consintió aquel desastre
neoliberal que nos condujo al horrible 2001” (Voto cantado, pero con protesta). Giardinelli sabe además que el
candidato presidencial actual por el kirchnerismo, Daniel Scioli no es una
excepción ciertamente (antes bien, fue el poster boy del menemismo), a pesar de
que ha sido elegido por la líder indiscutible del kirchnerismo. Encima, no lo
“convence el candidato porque no transmite confianza política; porque en la
provincia no hizo un gobierno inolvidable; porque su estilo amiguero lo hace
demasiado moderado y es de temer que clarines, naciones, la tele y el empresariado
feroz se lo van comer crudo y rápido”. Tampoco le merece mayor confianza el
gabinete que Scioli tiene en mente para su eventual gobierno. Es por eso que
Giardinelli se siente “entrampado”, “forzado”, “en una posición incómoda,
crítica y hasta desagradable”, porque debe votar a Scioli. Es comprensible. En una
palabra, Giardinelli está atormentado por su conciencia debido a su voto.
De ahí que Giardinelli se viera obligado a diseñar una nueva
concepción del voto para poder salir de dicho tormento. En realidad, no es la primera
vez que Giardinelli saca algo de su galera intelectual para contribuir al debate
político actual. Por ejemplo, Giardinelli ya había hecho una contribución
inestimable a la teoría política mediante su doctrina del “golpe blando”
(Armando Golpe blando, Arturo Golpe duro). No conforme con su anterior hallazgo, hoy se dirige
nuevamente a la opinión pública para proponer una revolucionaria teoría del
voto, que entendemos podríamos bautizar como la doctrina del “voto cantado,
pero de protesta, a favor de la persona contra la cual estamos protestando” o
“voto con explicaciones” (como diría el grupo Les Luthiers), aunque quizás sea más conveniente, en aras de la economía
espacial, denominarlo como “voto peroísta”, debido a que se trata de una
variación del tema ya tratado acerca de la estructura de los juicios valorativos
del tipo “X pero Y” (Libertad o Dependencia).
La tesis es fascinante. Por un lado, se encuentran los votos
sin más, o por excelencia, que hasta ahora eran los únicos que conocía la
ciencia política. Por el otro, según la nueva doctrina del voto peroísta, en las
próximas elecciones no es suficiente con saber por quién vota un elector sino
además hay que conocer la motivación o estado de ánimo del votante, sin
descartar la intensidad de la preferencia que siente el votante por su voto. La
gran pregunta es qué diferencia hace el requisito agregado por la doctrina
peroísta. ¿Acaso la motivación, el estado de ánimo, la intensidad, etc.,
deberían hacer que el voto valga más o menos que uno, como valían los votos
hasta ahora? De todos modos, la incalculable contribución que hace la doctrina del
voto peroísta es que permite votar todo lo bueno de un candidato, o todo lo que
nos apetezca, y no votar todo lo malo o todo lo que no nos apetezca del
candidato.
Nuestros lectores saben que no es la primera vez que la
filosofía ha tratado esta cuestión. En efecto, por ejemplo, las discusiones
utilitaristas, o consecuencialistas como suelen ser llamadas merced a un atinado
cambio de branding, habitualmente se hacen preguntas acerca de si las
preferencias de las personas deben ser contabilizadas por igual, o si acaso la
intensidad de las mismas debe ser parte del cálculo, lo cual no es exactamente
fácil de lograr. También nos viene a la mente aquella festejada diferencia
hecha por John Stuart Mill cuando decía que él que prefería a un Sócrates
insatisfecho antes que a un cerdo satisfecho. ¿Será que Giardinelli quiere
asegurarse de que la opinión pública lo ubique más cerca de Sócrates que del
cerdo? Quizás en algún diálogo platónico haya pistas sobre cuál habría sido la
actitud socrática frente al voto que atormenta a Giardinelli. Hasta donde
recordamos, sin embargo, Sócrates se tragó de buen grado no tanto un sapo sino
la mismísima copa de cicuta, sin decir ni mu, a pesar de los ruegos de sus acólitos
que le pedían que se escapara, lo cual era la conducta esperada incluso por el propio
régimen ateniense. ¿Quizás el voto peroísta es una especie de purgante que
permite tragarse el sapo, o la cicuta, pero digerirlo inmediatamente y
expulsarlo del cuerpo en tiempo récord?
Por otro lado, la teoría del voto peroísta hunde sus raíces
hasta la doctrina medieval del doble efecto o de los efectos colaterales.
Giardinelli, en efecto, quiere votar a Cristina, suponemos (aunque la critica
bastante en la nota), pero su voto a Scioli es un efecto colateral, previsto aunque no deseado, de la intención
de votar a Cristina. También nos recuerda cómo Alsogaray caracterizaba su propio
voto por los radicales en las elecciones presidenciales de 1983, reveladoramente
“como tomar aceite de ricino con la nariz tapada”. Se trata esta de una doctrina
empleada por quienes sobreestiman a las intenciones por sobre los resultados, y
por ejemplo, usan la doctrina del efecto colateral, como los automovilistas y
los bombarderos, para exonerarse de responsabilidad por casos de homicidio. De
ahí que los consecuencialistas no se dejen influir por esta clase de teorías, a
las que consideran que no son sino un apaciguador de conciencias para poder
lidiar con sus inaceptables consecuencias.
Hay un camino fácil que podría haber tomado Giardinelli. En
efecto, Giardinelli dice que “Los candidatos del kirchnerismo, ciertamente, ya
están fuera de discusión. Están instalados, muchas encuestas los dan
triunfadores en las urnas, y por el bien del país uno espera que sea
efectivamente así”. En otras palabras, dado que el triunfo de Scioli es
altamente probable que suceda Giardinelli podría evitarse el sapo de tener que votarlo,
ya que se trata de un sapo que va a ser ingerido por millones de personas de
todos modos. Sin embargo, Giardinelli no suele tomar atajos, él toma el toro por
las astas.
No podemos esperar hasta el 25 de octubre para ver cómo
incide en el resultado electoral la doctrina peroísta del voto. ¿Cuánta valdrá
el voto peroísta? ¿Más, menos, igual que el otro voto? Mientras tanto, nos
tomamos el atrevimiento de expresar nuestras dudas sobre un par de puntos que
contiene esta nueva sublime entrega del pensamiento de Giardinelli. El primero
se refiere a que Giardinelli escribe la nota “en base al siguiente razonamiento [el subrayado es nuestro]:
nunca me consideré kirchnerista, pero acompañé y celebré la mayoría de las
grandes decisiones nacionales y populares de los últimos doce años”. Mucho nos
tememos que Giardinelli, sin embargo, debe reconocer su condición de
kirchnerista y salir del clóset. En efecto, para poner a prueba el
“razonamiento” de Giardinelli pensemos en alguien que dijera “nunca me
consideré nazi/liberal/peronista, pero acompañé y celebré la mayoría de las
grandes decisiones nazis/liberales/peronistas”. Es hora de que Giardinelli cambie
la manera en que se considera a sí mismo.
El segundo punto es que si a Giardinelli realmente le
preocupa la corrupción, no terminamos de comprender por qué le preocupa el
“pecado” solamente cuando lo comete la oposición, pero no cuando se trata de un
“pecado kirchnerista”. Si en verdad le molesta la “podredumbre moral”, su voto
por el kirchnerismo solamente puede ser explicado por una grosera disonancia
cognitiva, que entendemos puede ser tratada si es detectada a tiempo.
El último punto es: ¿podría alguno de los “manipulados por
el aparto comunicacional más extraordinario que hayamos visto”, i.e. alguno de
los que votan por algún demonio de la oposición, explicar su propio voto en
términos de la doctrina peroísta?¿Podría alguien votar por Stolbizer, Del Caño,
Massa o Macri, pero entrampado, con resistencia, retobado, etc., y mediante el
voto peroísta atenuar todos los efectos no deseados o colaterales de semejante
decisión, votando todo lo bueno pero no lo malo? ¿O será que solamente quienes
votan al kirchnerismo tienen buenas intenciones o merezcan poder apaciguar su
conciencia? En realidad, quizás Giardinelli podría replicar que los opositores deberían
hacer un mea culpa y reconocer que la
oposición no tiene nada bueno, es pura maldad, y por lo tanto no hay nada que salvar.
La conclusión es la de siempre. Como todas las intervenciones
de Giardinelli, con una sola disciplina, v.g. la ciencia política, no alcanza.
Quizás teólogos, juristas, filósofos e historiadores de las ideas, todos
juntos, nos ayuden a hacerle justicia. Están todos invitados.
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