La intención parece ser buena: re-apropiarnos de la ESMA para que nunca más se cometan allí delitos de lesa humanidad. De ese modo, podemos reconvertir a la ESMA en un salón de usos múltiples, un centro de actividades dedicadas a la promoción y defensa de los derechos humanos. Sin embargo, la crítica reciente expresada por familiares de algunos desaparecidos e incluso, entendemos, por algunos ex-desaparecidos, es atendible. Queda especificar por qué, y la comparación con Auschwitz es muy útil al respecto.
Auschwitz, entendemos, se convirtió en una especie de museo muy sobrio. Una parte del campo quedó tal como estaba durante el Holocausto para dar testimonio de lo que pasó, cómo era la vida y la muerte en ese lugar. Pero no se hacen asados, ni brindis, ni tampoco se dictan seminarios, o representan obras artísticas, etc. De hecho, muy pocos desearían asistir allí a dichas actividades. Una vez entendido el testimonio, uno, suponemos, desea no quedarse más de lo necesario. Y si desea volver, es para volver a recibir dicho testimonio.
La razón es obvia: no hay ninguna necesidad de demostrar superioridad alguna sobre los nazis. La guerra que permitió detener el Holocausto no era una guerra entre iguales en sentido estricto. Jamás hubo partido, como se suele decir. La superioridad moral de un bando sobre el otro, al menos en lo atinente al Holocausto, era tal que impedía la idea misma de convertir a Auschwitz en un triunfo—la ceremonia que los romanos solían practicar cuando uno de sus generales vencía a un enemigo legítimo y regular. Un triunfo tiene lugar, o como se dice ahora, se festeja, sólo cuando el vencido es un par. Todo triunfo, a su modo, implica un reconocimiento del status del vencido.
Otro ejemplo que se nos ocurre ahora es la reconversión que los turcos hicieron de la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla luego de la caída de la ciudad, muy probablemente debido a que el cristianismo había hecho otro tanto con algunas mezquitas. En lugar de dejar a la iglesia tal como estaba, para mostrar lo que los musulmanes en ese momento habrían entendido que era una monstruosidad, se reapropiaron del lugar para convertirlo en exactamente lo contrario en cierto sentido, pero sin cambiar su status. Los dos polos comparten la escala en la que se miden. Hoy nos parece obvio que se trata de dos religiones, por distintas que sean.
Volviendo a la ESMA, la política oficial al respecto parece estar dirigida a festejar un triunfo, por lo cual es contraproducente. La reapropiación que va más allá del circunspecto testimonio es una manera de reconocer el status de quienes cometieron delitos de lesa humanidad. Desde un punto de vista moral y político es un sinsentido. Por si hiciera falta, ciertamente el problema con el brindis y el asado en la ESMA—más allá de las tenebrosas referencias de expresiones como “asado” y “parrilla” en dicho lugar—no es que hubo ingesta de alimentos y bebidas (aunque sería difícil de concebir un asado en Auschwitz, más allá de que quizás, quienes deban realizar una eventual tarea de mantenimiento allí tengan que alimentarse mientras tanto). El problema es que hubo una celebración, del tipo que fuera. En cierto sentido, es una victoria de quienes cometieron delitos de lesa humanidad, un reconocimiento absurdo. Y por lo tanto, una manera de negar la comisión de las violaciones de derechos humanos allí cometidas.
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