«La causa victoriosa complació a los dioses, mas la vencida a Catón» (Lucano, Farsalia, I.128-9).
sábado, 29 de diciembre de 2012
La Violencia política ataca de nuevo
Hoy Página 12 informa sobre un muy interesante fallo del juez federal de Tucumán Daniel Bejas por el cual fueron procesados diecisiete represores por violaciones a los derechos humanos en relación al "Operativo Independencia". La lista de procesados la encabezan Jorge Rafael Videla y Mario Benjamín Menéndez, los cuales fueron responsabilizados por crímenes contra doscientos sesenta y nueve víctimas.
El juez rechazó el pedido del Ministerio Público para que se cite a indagatoria a la ex presidenta María Estela Martínez, al considerar que la masacre que encabezó el general Adel Vilas en Tucumán “no habría contado con la aquiescencia del gobierno civil en su conjunto”. En efecto, a pesar de que Martínez de Perón había firmado el decreto del 5 de febrero de 1975 por el cual se puso en marcha el Operativo a los efectos de “neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos” en Tucumán, el juez consideró que existe un largo trecho entre el decreto y la comisión de delitos de lesa humanidad. A nuestro juicio, el juez tiene razón.
Pero, y esto no lo informa Página 12 pero sí La Nación, el juez también argumentó que "Si el fiscal considera que durante el Operativo Independencia las Fuerzas Armadas actuaron con la autorización de las autoridades civiles, las acusaciones no podrían acotarse a la Presidenta, debiendo también captar a ministros, legisladores, gobernadores y jueces". Con lo cual, el juez estaría dispuesto a extender la investigación a todos los funcionarios civiles, aunque quizás sólo se trata de una argumentación ad absurdum, una alternativa extrema que indique que el escenario mismo (todos o ninguno) no deja alternativa. Sin embargo, ¿por qué tenemos que descartar dicha hipótesis? ¿Acaso los delitos de lesa humanidad fueron cometidos sólo por militares, sin complicidad civil alguna? En realidad, el juez mismo reconoce que la hipótesis no es tan alocada como parece ya que destacó los “delitos sexuales en perjuicio de mujeres y hombres detenidos clandestinas/os” como un delito autónomo de las torturas y recomendó a los fiscales investigar el rol de los funcionarios judiciales que hicieron oídos sordos ante el terrorismo de Estado antes del golpe.
Por otro lado, el juez rechazó la hipótesis de la “guerra interna, subversiva o revolucionaria”, ya que “Dicho concepto exige la existencia de fuerzas armadas oficiales y disidentes, o grupos armados organizados que, bajo la dirección de un mando responsable, ejerzan sobre un aparte de dicho territorio un control tal que les permita realizar operaciones militares sostenidas y concertadas” (en referencia a un protocolo adicional al Convenio de Ginebra). Y de haber sido una guerra, agregó, “las Fuerzas Armadas debieron haberse circunscripto a lo establecido por los Convenios de Ginebra que regulan los conflictos armados” y que la Argentina ratificó en 1956. Nuevamente, el juez tiene razón. Quien sostiene que existe un estado de guerra a la vez reconoce el derecho que regula dicha estado. Como nos lo recuerda Hobbes, hay cosas que no se pueden hacer "ni siquiera en la guerra [ne in bello]" (Elementos Filosóficos. Del Ciudadano, III.27, ed. Hydra, p. 160). Esta última hipótesis es la que defendía al menos Montoneros, como hemos discutido en otra oportunidad (click), y muy probablemente también la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez del ERP que operó en Tucumán.
Quienes niegan completamente la existencia de actos bélicos sin duda lo hacen para que no queden impunes las violaciones de derechos humanos cometidas contra quienes jamás actuaron violentamente. Pero la otra cara de sostener que no hubo actos bélicos en absoluto es rebajar el status de quienes sí cometieron actos bélicos a meros criminales, y por lo tanto no merecedores de los beneficios que la ley le otorga a quienes cometen delitos políticos (por ejemplo, amnistía, eximición de extradición, etc.). Tal como hemos discutido (click), y volveremos a hacerlo, la violencia política es un arma de doble filo.
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Violencia política y lesa Humanidad
Hoy en Página 12 apareció una nota muy interesante de Adriana Meyer con un título muy apropiado: "La eterna discusión sobre la causa Rucci" (click). Obviamente, la nota hace referencia al "asesinato en 1973 del ex secretario general de la CGT José Ignacio Rucci" y en particular a la decisión de la Cámara Federal, en particular de la sala II compuesta por Horacio Cattani y Martín Irurzun (jueces de los cuales se puede decir cualquier cosa, pero no se puede dudar de su progresismo ni de su independencia frente al Poder Ejecutivo), de "profundizar la pesquisa para intentar dar con los autores materiales e intelectuales, y establecer si tuvieron vínculos con organismos o estructuras estatales". Lo que está en discusión es si dicho asesinato fue un delito de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptible. Sin duda, estamos penetrando en un terreno resbaladizo, pero fascinante, quizás precisamente por eso.
Recordemos que según el Estatuto de Roma, artículo 7.1, "Para el propósito de esta ley, 'crimen contra la humanidad' significa cualquiera de los actos siguientes cometidos como parte de un ataque amplio o sistemático dirigido contra cualquier población civil, con conocimiento del ataque", y en el art. 7 inciso (a) aparece precisamente el asesinato como uno de esos delitos. En el inciso 2.a del artículo 7 se aclara que "Para el propósito del parágrafo 1: (a) 'Ataque dirigido contra cualquier población civil' significa un curso de conducta que envuelve la comisión múltiple de actos referidos en el parágrafo contra cualquier población civil, de acuerdo con o siguiendo una política de un Estado o de una organización de cometer tal ataque".
Hasta aquí, tanto el juez a cargo de la causa como la parte querellante creen para demostrar que el asesinato de Rucci fue un delito de lesa humanidad hay que demostrar que el Estado estuvo involucrado. Los querellantes vienen sosteniendo que “dado el despliegue logístico y de inteligencia involucrado en la comisión del hecho resulta indudable que para su ejecución se contó con la ayuda del Estado o de sus organismos y, de allí, que cuanto menos es necesario indagar en los vínculos que en este sentido pudieren haber mantenido sus presuntos autores”.
Lo más interesante de la nota, a nuestro juicio, sin embargo, es que abre una puerta que permite ir más allá del acuerdo entre el juez y los querellantes, y que puede tener un desarrollo inesperado. En efecto, las "fuentes" mencionadas por la autora conceden que los crímenes cometidos por la organización parapolicial Triple A sí pueden ser considerados delitos de lesa humanidad, a diferencia de este caso que fue, al parecer, claramente cometido por la organización Montoneros. Pero aquí se abre el interrogante. Si los delitos cometidos por la Triple A sí pueden ser considerados delitos de lesa humanidad, ¿por qué no pueden ser considerados tales los cometidos por Montoneros? Una obvia respuesta es que la Triple A era parapolicial, ya que contaba con el apoyo de y/o los recursos del Estado. Sin embargo, recordemos que el Estatuto de Roma no reduce la autoría de delitos de lesa humanidad, sino que contempla la posibilidad de autores "cuasi-estatales" ("state-like", como los llama Larry May), esto es, cree que toda organización que lleve a cabo una política de ataques contra la población civil puede ser considerada como autora de un delito de lesa humana. No tiene por qué ser estrictamente estatal, sino que su estructura debe ser de tipo estatal.
Se podría objetar que, tal como nos lo recordara Roberto Manuel Carlés en facebook, el Estatuto de Roma exige una ataque contra la población civil del cual sea parte el delito en cuestión, y la referencia a "población civil" parece indicar que el delito debe ser cometido contra un conjunto de individuos que precisamente conformaran una "población civil". Ahora bien, esta objeción debería en primer lugar indicar cuánta gente debe reunirse como para conformar una población civil. Quizás una sola persona sea insuficiente. Y sin duda, la referencia del Estatuto a una "población civil" se propone al menos hacer una diferencia entre un delito común y un delito de lesa humanidad. De otro modo, la referencia sería redundante.
Sin embargo, un ataque contra una persona con armas automáticas en la vía pública podría dar lugar a una discusión acerca de su naturaleza. En segundo lugar, si nos atuviéramos a la concepción restringida de población civil, todos los delitos cometidos por la Triple A contra una sola persona (y quizás contra dos o tres) no serían por definición de lesa humanidad. Es más, quizás ninguno de los delitos de la Triple A fueron contra la población civil en este sentido, y sólo su carácter estatal es lo que explica su naturaleza lesiva a la humanidad. Pero esta especificación permitiría que consideráramos a las acciones de Montoneros a la par con las de la Triple A, ya que al dejar de lado la población civil en sentido amplio nos concentraríamos en la estructura de quien cometió el acto (el Estatuto de Roma estructura estatal o cuasi-estatal), no tanto en la acción en sí misma.
En realidad, Montoneros siempre se entendió a sí misma no como una banda criminal sino como una organización política, capaz de y ansiosa por estar en la posición de afrontar la responsabilidad y el riesgo de lo político, un genuino competidor del gobierno incumbente a la sazón, un Estado en potencia. Sin embargo, quien quiere afrontar la responsabilidad de lo político debe a la vez hacer frente a lo que se deriva de una pretensión política, en este caso, ser susceptible de cometer delitos de lesa humanidad. Sólo los Estados, o las organizaciones similares, pueden hacer algo semejante.
En otras palabras, quien actúa como un Estado debe hacer frente a lo que implica el riesgo de la estatalidad, lo cual puede ser buenas noticias en el reconocimiento que buscó Montoneros como combatiente en tanto que agente político, pero también malas noticias ya que sólo los Estados (u organizaciones cuasi-estatales), por no decir agentes políticos, pueden cometer delitos de lesa humanidad. Para negar que Montoneros cometió delitos de lesa humanidad, habría que negarle asimismo el carácter político por el cual Montoneros tanto bregó, por no decir, literalmente, luchó. Habría que ver qué camino tomaría la organización hoy: ¿se jugaría por su naturaleza política, u optaría por un simple status criminal, con tal de evitar una condena?
lunes, 17 de diciembre de 2012
Agítese bien (a Carl Schmitt) antes de usarlo
Hubo una época en la que La Nación sacaba una nota por semana en la que se vinculaba a Carl Schmitt con Ernesto Laclau, debido sobre todo a la influencia de este último sobre la Presidenta de la República y debido al nazismo temprano de Schmitt. Por suerte, este domingo La Nación publicó una nota en la que a su modo se aparta de la tradición del diario.
En efecto, Beatriz Sarlo, en su nota del domingo en La Nación “Teoría y práctica cristinista del «vamos por todo»” (click) escribe que “Un rasgo típicamente kirchnerista es la organización de los hechos según un esquema vertical de amigo-enemigo, donde el mal está definitivamente de un lado y el bien, el valor y la virtud, del otro”, y reporta que este aspecto del discurso kirchnerista proviene en parte al menos de “la influencia de Ernesto Laclau y su teoría del populismo”. Además, Sarlo menciona cierta relación entre Laclau y Schmitt (“Los libros de Laclau demandan un entrenamiento en filosofía política y teoría psicoanalítica, de Schmitt a Lacan”). La nota de Sarlo es una buena oportunidad, de todos modos, para repasar los usos que se suelen hacer de Schmitt, uno de los tópicos favoritos de nuestros lectores, y en particular para enfatizar que Schmitt jamás habría estado de acuerdo con Laclau en lo que atañe al uso que Laclau hace de su teoría (sobre el intencionalismo como método exegético, véase Dos Extraños Amantes).
En primer lugar, para seguir con la terminología de Sarlo, para Schmitt, a diferencia de Laclau, el esquema amigo-enemigo jamás puede ser vertical sino que es esencialmente horizontal: nuestro enemigo siempre es un par, alguien igual a nosotros. Por lo tanto, si somos virtuosos, él también lo es. La tesis de la autonomía de lo político impide que la enemistad sea sincronizada con términos morales, de tal forma que nuestro enemigo sea inmoral y nosotros mismos virtuosos. Creer algo semejante equivaldría a incurrir en la moralización y/o criminalización de lo político tantas veces denunciada por Schmitt. La tesis de la autonomía de lo político implica que la distinción política es distinta a la distinción moral o estética.
En segundo lugar, Sarlo, con toda razón, menciona que la idea según la cual Schmitt identifica a la política con la guerra es sólo una “vulgata filosófica”. En efecto, Schmitt creía que existía cierta relación, pero en ningún caso identidad entre política y guerra. Ciertamente, a primera vista, estas consideraciones sobre la naturaleza de lo político en términos de la antítesis amigo-enemigo sugiere que Schmitt entiende a la política en términos bélicos, como si nuestros conciudadanos no fueran distintos de enemigos con los cuales vivimos en una muy frágil paz. Sin embargo, esta lectura extrema de la tesis de la autonomía de lo político no es tan evidente como parece. En efecto, en primer lugar Schmitt enfatiza que la “guerra no es ni la meta ni el fin o ni siquiera el contenido de la política” y por lo tanto que “lo políticamente correcto… podría residir en la evitación de la guerra” (Der Begriff des Politischen, § 3).
Ahora bien, no se puede negar que la tesis de la autonomía admite según Schmitt una versión extrema según la cual la “diferenciación de amigo y enemigo tiene el sentido de señalar el grado más extremo de intensidad de una conexión o separación, de una asociación o disociación”. Es en este sentido que Schmitt cree que, a pesar del valor moral que pueda tener un enemigo, “él es algo distinto y un extraño en un sentido especialmente intensivo, de tal forma que en el caso extremo son posibles conflictos con él”. Estos conflictos pueden llegar a ser verdaderamente dramáticos ya que “no puede ser decididos ni mediante una normativa general previamente acordada, ni mediante la sentencia de un tercero ‘imparcial’ y por lo tanto ‘no partidario’”. De ahí que según Schmitt “el caso de conflicto extremo sólo pueden resolverlo los participantes entre ellos mismos”. Sólo la “participación existencial” otorga la “posibilidad del conocimiento y la comprensión correctas y de ese modo la potestad de acordar y juzgar” el conflicto extremo (Der Begriff..., § 2). Schmitt entonces se siente más cómodo en la compañía de marxistas y de nietzscheanos que ven a la sociedad humana desde el punto de vista del conflicto antes que en la compañía de los liberales que creen que el consenso antes que el conflicto es lo que caracteriza a la sociedad. Pero junto a su preocupación por el conflicto, Schmitt está tanto o más preocupado quizás por el orden, y jamás propuso crear un conflicto político para consolidar la cohesión de un partido político.
Por si hiciera falta aclararlo, no debemos perder de vista el hecho de que el hábitat natural de la versión extrema de la tesis schmittiana de la autonomía según la cual se le otorga autonomía normativa a la violencia política está fuertemente influida por la manera en la que los Estados europeos manejaban sus conflictos aproximadamente desde comienzos del siglo diecisiete hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. En el ápice de su esplendor durante el siglo diecinueve este cuadro retrataba declaraciones de guerra solemnemente proclamadas y ejércitos profesionales que se enfrentaban en completa paridad normativa. Como resultado de esta paridad, el lado victorioso tenía el derecho de imponer condiciones de paz al vencido, en cuyo caso terminaba el conflicto sin rencores, y los Estados involucrados retomaban su amistad interrumpida como si nada hubiera pasado, a pesar de que ciertamente el balance estratégico entre ellos sí había sido afectado por el resultado de la guerra. La guerra, entonces, era una opción legal completamente válida, literalmente la continuación de la política siempre internacional, jamás local, pero por otros medios y el derecho internacional básicamente tenía la tarea de proveer las reglas del juego de la guerra. Merced a estas reglas, cree Schmitt, la tasa de mortandad de toda guerra era muy inferior a la tasa de la guerra pre-estatal, el enemigo se mantenía a una considerable distancia del criminal, y los terceros gozaban del derecho a la neutralidad. El régimen se quebró luego de la irrupción de la guerra revolucionaria, cuando se invirtió el orden clásico de la guerra, compartido incluso por la tradición republicana, según el cual la guerra exterior era siempre preferible a la guerra civil.
En cuanto al “ir por todo”, Schmitt, tal como lo hemos visto (click), sentía gran admiración por los juristas franceses contemporáneos de Jean Bodin, el grupo de los cuales terminó siendo apodado “los políticos” (les politiques), primero de manera peyorativa porque estaban dispuestos a supeditar sus convicciones religiosas (hoy diríamos ideológicas) a la paz dentro del Estado. Los politiques fueron los primeros en defender cierta autonomía de la política respecto de la religión (hoy diríamos moral) atribuyéndole dicha autonomía al Estado, porque suponían que era ésa la única forma de defender la paz ante el peligro de la guerra civil religiosa o ideológica, una guerra civil que sólo podía terminar con la exterminación del enemigo. En otras palabras, Schmitt jamás habría estado de acuerdo (y cabe preguntarse si Laclau lo está) con el eslogan “vamos por todo”. En realidad, o bien de manera redundante enfatiza que uno se propone hacer lo que tiene que hacer, o hace una diferencia pero el precio de sugerir que uno al lograr quedarse con todo se va a deshacer de sus adversarios, tal como lo sostiene Sarlo casi al final de la nota.
Laclau podría satisfacer muy fácilmente nuestras demandas exegéticas si confirmara que sólo usa a Schmitt para su propia teoría, y aclarara que nunca pretendió haber hecho una interpretación de Schmitt en sentido estricto. Menos mal que no nos dedicamos a la política y al derecho, sino a la teoría política y del derecho. Es mucho más simple y, esperamos, mucho menos arriesgado.
sábado, 15 de diciembre de 2012
Kroopy y el Lobo
Al fin comienza a verse la luz al final del túnel. El camino para la declaración de la constitucionalidad ya está despejado, la democracia ha triunfado gracias al último fallo de primera instancia. El problema es que la estrategia del gobierno fue obviamente que Clarín Miente, antes que Clarín tiene un monopolio (al menos nosotros no vimos al Vicepresidente o al Secretario de Comercio vistiendo una remera o repartiendo medias con la leyenda "Clarín es un Monopolio"). El sentido de una ley antimonopólica consiste en democratizar la formación de la opinión pública, incluso en el caso de que un monopolio dijera la verdad. Que el monopolio mienta en realidad es indistinto. Ojalá que por las mismas razones no exista una concentración de medios oficialista (aunque podemos quedarnos tranquilos al respecto: canal 2, 5, 9, 11, América, 26, Tiempo Argentino, Miradas al Sur, Diario Registrado, Veintitrés, etc. (sobre la TV y la Radio Pública no tiene sentido hablar), todos juntos, no calientan ni un preso, como diría el semiólogo Jorge Corona).
Por otro lado, es de público conocimiento que Cristina sacó el 54 % de los votos a pesar de contar con todo el monopolio en su contra, por lo cual la estrategia de mostrarse como una víctima de grandes corporaciones en realidad hace quedar a Clarín como el proverbial Lobo Sureño, que mostramos más abajo, que trata de cometer acciones malvadas, o que comete dichas acciones, y sin embargo el resultado es siempre contraproducente, y al gobierno lo hace quedar como Droopy, un supuesto pequeño perrito pastor que triunfa siempre contra las malvadas corporaciones, pero que en realidad necesita de un Lobo Sureño. El Lobo Sureño, sin duda, ha hecho tambalear varios gobiernos, con unas pocas tapas de su diario. Pero ya van miles de tapas y sin embargo este gobierno, por suerte, sigue tan fuerte como antes.
En realidad, se trata de un discurso insostenible: suponiendo que el gobierno estuviera comprometido en una lucha contra las corporaciones, ¿cómo hace el gobierno, cuya acción política gira esencialmente alrededor de una sola persona, para sostenerse en semejante lucha desigual? Para tener éxito en semejante lucha, es obvio que debe apoyarse en algunas corporaciones para mantener a raya a las demás, y la cuestión es cuáles son las corporaciones en las que se apoya el gobierno. Una lucha del pueblo contra las corporaciones puede sonar atractiva y pudo haber explicado lo sucedido en Francia a fines del siglo XVIII (y en ese caso el pueblo se alzó contra la monarquía y las corporaciones), pero no en la Argentina de comienzos del siglo XXII. En todo caso, si el gobierno ahora insistiera con que "Clarín Miente", no lo podría atribuir a que Clarín tiene un monopolio, en cuyo caso se quedaría sin adversario y su discurso quedaría vacío. Sea como fuere, al menos ya no vamos a oír hablar de Clarín. No es poco.
Para quienes quieran apreciar o no quieran perderse el acento sureño del lobo:
viernes, 14 de diciembre de 2012
Schmitt y el Kirchnerismo, otra vez
Ya habíamos mencionado que el pensamiento de Carl Schmitt no tiene mucho que ver con el kirchnerismo. En particular, Schmitt no creía que la asociación negativa debería ser usada para mantener la cohesión interna de una agrupación sino en realidad en aras de la totalidad de la asociación política, tal como lo recomendaba el republicanismo clásico (Clarín miente y opina). Pero, nobleza obliga, habíamos visto que ciertos pasajes esporádicos de su obra podrían haber sido escritos por funcionarios kirchneristas (por ejemplo). Y ahora hemos dado con un pasaje schmittiano de 1941 que lisa y llanamente, aunque con un muy ligero cambio, podría haber aparecido en Tiempo Argentino o mejor aún Diario Registrado (¿Página 12?), por no decir "678": "Visto desde el punto de vista político-mundial, las corrientes liberales y constitucionales emergentes en todos los pueblos europeos son, consciente o inconscientemente, instrumentos de la política mundial inglesa. El constitucionalismo en especial encuentra su sentido político-mundial en que dentro de todo Estado constitucional tanto la economía como la prensa, i.e. la construcción de la opinión pública, son esferas desreguladas por el Estado, i.e., cosa de empresarios privados, que se encuentran más allá de las fronteras estatales en el 'libre' mercado mundial y en la 'libre' prensa mundial" (Carl Schmitt, "Staatliche Souveränität und freies Meer", en Staat, Großraum, Nomos, ed. G. Maschke, p. 421). Inmediatamente a continuación agrega Schmitt: "En nuestro actual siglo XX finalmente la Liga de las Naciones de Ginebra de 1919-1933 fue una tentativa de la organización de tales métodos indirectos del dominio mundial inglés". Podríamos reemplazar a la ONU de hoy por la Liga de las Naciones, y no estamos seguros de qué podría reemplazar al dominio mundial inglés (¿un mercado más impersonal, fondos buites?). Pero el parecido es innegable.
Es notable además que Schmitt en respuesta al proceso de desnazificación al cual fue expuesto al final de la guerra (en especial debido a su teoría del Großraum y su supuesta influencia en la política exterior nazi) invocó en su defensa no sólo el hecho de que no había siquiera conocido a Hitler personalmente y que (a diferencia de otros profesores) no obtuvo cargos oficiales, ni siquiera un instituto, ni un auto, ni un UBACYT, sino además invocó la objetividad científica en su defensa (op. cit., p. 453). Lo cual es comprensible: se dedicó, entre otras cosas, al derecho internacional, y se trata de una disciplina esencialmente controversial si las hay, pero siempre desde un punto de vista científico.
Dios no lo permita, pero el antikirchnerismo parece crecer tanto que no nos extrañaría que a alguien se le ocurriera la peregrina idea de establecer un proceso de deskirchnerización, aplicando una "justicia de los vencedores", como se la suele llamar (de hecho, algo muy parecido sucedió luego del golpe contra el Peronismo). Quizás, en este experimento mental, nos dejamos llevar por el clima destituyente que el kirchnerismo mismo invoca, pero como se trata de un experimento mental, precisamente nos dejamos llevar.
El problema para el kirchnerismo es que, a diferencia de Schmitt, el kirchnerismo en general no cree en la objetividad científica, sino en la militancia, tanto en el periodismo como en las ciencias sociales. De hecho, se jacta de su militancia en todos los ámbitos, como si nada pudiera escapar de la militancia. Esto podría volverse en su contra. De todos modos, no hay por qué preocuparse. Hay kirchnerismo para rato, a juzgar por la calamitosa situación en la que se encuentra la oposición. La constitución, sin embargo, va a ser un problema. Pero siempre queda Scioli, un kirchnerista de la primera hora.
martes, 11 de diciembre de 2012
El Cambridge Companion a la Política de Aristóteles
Es una gran satisfacción para nosotros comunicar que el libro editado por Marguerite Deslauriers y Pierre Destrée, The Cambridge Companion to Aristotle's Politics, finalmente ha sido anunciado por Cambridge University Press para el año que viene (click). Este Companion abordará temas, siguiendo aproximadamente el orden de los libros de la Política, como la relación entre la ética y la política, el oikos, propiedad privada, esclavitud, el bien común, justicia, deliberación democrática, guerra y educación. Mientras esperamos su aparición, podemos apreciar en la portada del libro los restos de un templo de Atenea en Assos, hoy Turquía, templo quizás frecuentado por Aristóteles en la época en que vivió en Assos. Fue precisamente en Assos en 2010 donde y cuando algunos de los autores leyeron el primer borrador de los capítulos del libro.
Nuestros fieles lectores de antaño (en realidad, del inicio mismo de este blog el año pasado) recordarán que Marguerite nos había visitado precisamente en el 2011, y que habíamos dado cuenta de las peripecias de su visita en este blog en numerosas ocasiones (v.g.: a marcar la agenda, mejor prevenir que curar, y aprendiz de brujo). Vayan nuestras calurosas felicitaciones para ella y para Pierre.
domingo, 9 de diciembre de 2012
Con el Enemigo (sobre Todo), Justicia
Es indudable que el control judicial de constitucionalidad adolece de un serio déficit político o representativo que suele ser llamado "dificultad contramayoritaria" (curiosamente, uno de los primeros en identificar dicho déficit fue Carl Schmitt antes de decidirse por el nazismo). Habría que modificar dicho control, sin duda. Pero mientras tanto sea parte de nuestro derecho constitucional hay que seguirlo, lo cual es otro pilar de la democracia. El Poder Ejecutivo no debería enceguecerse en su lucha contra Clarín y por extensión contra el Poder Judicial. Al proceder de este modo sólo logra que un grupo como Clarín pueda darse el lujo de victimizarse. Por si todavía quedaran dudas al respecto, hasta los jueces designados por el kirchnerismo en la Corte Suprema de Justicia han mostrado su preocupación por la interferencia del Poder Ejecutivo en el Judicial, tal como nos lo recuerda un circunspecto senador jauretchiano (click). En realidad, con un poco de paciencia y sentido común, sólo queda esperar hasta que la Corte Suprema se expida sobre la constitucionalidad de la así llamada Ley de Medios. Y después, y antes ciertamente también, habría que gobernar.
Habíamos usado este mismo video en relación a otro tópico en el que estaba involucrado el diablo mismo (click). Nuevamente, la cuestión es si el diablo, sea los mismos militares que cometieron graves violaciones de derechos humanos, o incluso Clarín, un grupo que tuvo una activa participación en los años dictatoriales, tienen derechos. La respuesta es que el diablo tiene los mismos derechos que cualquier otro ser humano, fundamentalmente porque es un ser humano, y tiene dichos derechos hasta tanto no los pierda, lo cual ocurre sólo mediante sentencia firme de un juez, al menos bajo un régimen que suele ser llamado democrático.
"A man for all seasons" (1966).
[Esposa de Tomás Moro] Arréstalo! - [Tomás Moro, excelentemente interpretado por Paul Scofield] ¿Por qué? -Es peligroso! - [Roper] Calumnias. Es un espía! - [la hija de Tomás Moro] Ese hombre es malo! -No hay una ley en contra de eso. -La ley de Dios! -Entonces Dios puede arrestarlo. -Mientras hablas, él se fue! -Debería irse, si él fuera el Diablo, hasta que viole el derecho. -¿Ahora le das al Diablo el beneficio del derecho? -Sí, ¿qué harías vos? ¿Cortar un camino por el medio del derecho para ir en búsqueda del Diablo? - Sí, cortaría cada ley en Inglaterra para hacer eso. -Y cuando la última ley estuviera cortada y el Diablo se volviera contra vos, ¿dónde te esconderías, Roper, cuando todas las leyes ya no existirían? Este país está plantado con leyes de una costa a la otra... Las leyes humanas, no las de Dios, y si vos las derribás, y vos sos justo el hombre para hacerlo... ¿realmente pensás que podrías mantenerte en pie contra el viento que soplaría entonces? Sí, le doy al Diablo el beneficio del derecho en aras de mi propia seguridad.
viernes, 7 de diciembre de 2012
El 7D según Eisenstein
"Las luchas por un nuevo orden fueron ricas en peligros en todas las épocas. Toda gran reforma y toda transformación legal significativa choca contra la resistencia de intereses muy poderosos e influyentes. Todo campeón de un derecho nuevo, naciente, tiene una ocupación de riesgo. 'La Justicia es una especie de mártir', ha dicho Bossuet". Este texto no habla de ni está escrito por los abogados kirchneristas sino por Schmitt (de 1942) y se refiere a lo que él llama la primera "época heroica" de los legistas franceses, aquellos que contribuyeron a la formación del Estado (Carl Schmitt, "Die Formung des französichen Geistes durch den Legisten", en Staat, Großraum, Nomos, p. 195). A su modo, el kirchnerismo también trata de fortalecer al Estado en contra de una corporación, no feudal en este caso ni eclesiástica sino empresarial y de medios como Clarín, pero corporación al fin. De hecho, ya habíamos tocado el tema (click).
La situación es similar a la de Felipe IV el Hermoso cuando éste se deshizo de los templarios. Jacques Vergès, un especialista en procesos políticos, lo explica muy bien y sucintamente: "La orden, extendida desde Chipre hasta España, reflejaba un ideal cristiano de unidad que se hallaba en contradicción con el incipiente nacionalismo del reino de Francia y, lo que era más importante, se estaba convirtiendo en una poderosa organización financiera. Abrumado por las dificultades que lleva consigo la creación de un Estado fuerte y centralizado, Felipe IV el Hermoso tuvo que recurrir a ella y entonces tuvo ocasión de evaluar su poder, incompatible con el suyo: la orden estaba condenada" (Estrategia judicial en los procesos políticos, p. 102). Felipe el Hermoso entonces no tuvo que enfrentar ningún 6D ó 7D, sino que contaba con un excelente abogado como Guillaume de Nogaret, no con Julio Alak o Martín Sabbatella. Así cualquiera.
martes, 4 de diciembre de 2012
Kirchnerismo y Forma política
No es infrecuente escuchar en estos tiempos y lugares que la prioridad lógica y normativa o valorativa le corresponde claramente al líder o la persona antes que a la institución. Hay otros que se oponen terminantemente a dicha prioridad, y por eso la invierten. Se trata de una discusión que lejos de ser novedosa se remonta hasta el institucionalismo eclesiástico al menos, tal como nos lo recuerda Carl Schmitt. Sin duda, el compromiso de Schmitt con el nazismo y su culto a la personalidad del líder-compromiso que si bien abarcó a varias de sus obras por lo demás alcanzó a los primeros años del régimen y de hecho luego fue investigado por dicho régimen-no es fácil de reconciliar con su admiración por la racionalidad jurídico-institucional.
Sea como fuere, casi al final de Teología Política II, de Schmitt, p. 119, leemos que: "para la imagen general de la relación entre teología y jurisprudencia es muy importante que el jurista Tertuliano, en el instante decisivo de la institucionalización [de la Iglesia], se atuvo al carisma del mártir y se opuso a la transformación total del carisma en un carisma del cargo. San Cipriano formuló en este instante de la historia el extra ecclesiam nulla salus. La obra en tres volúmenes de Arnold T. Ehrhardt titulada Politische Metaphysik von Solon bis Augustinus trata este momento en el segundo volumen (Tübingen, 1959) bajo el título La revolución cristiana. Cipriano le dio a la teoría jurídica de la Iglesia, que Tertuliano encontró, la formulación que hizo 'perfecta' a una organización jurídica (II, pp. 134-181, capítulo 'La Iglesia africana'), mientras que el jurista Tertuliano se opuso a este tipo de perfección jurídica al atenerse al carisma (no de[l] cargo) del mártir, que Cipriano negó en beneficio del carisma de[l] cargo de sacerdote" (traducción de Trotta, ligeramente modificada).
Schmitt de hecho ya había señalado en su temprano ensayo Catolicismo Romano y Forma Política, siguiendo una pista de Max Weber, que el racionalismo romano sobrevivió gracias a su "institucionalismo, el cual es esencialmente jurídico; su gran logro consiste en que hizo del sacerdocio un cargo", aunque de una manera especial. "El Papa no es un profeta, sino el representante [Stellvertreter] de Cristo. Todo salvajismo de un profetismo desenfrenado es alejado a través de esa forma [Formierung]. De este modo, que el cargo es hecho independiente del carisma, mantiene el sacerdote una dignidad, que parece abstraerse completamente de su persona concreta. A pesar de eso no es él el funcionario y comisario del pensamiento republicano y su dignidad no es impersonal como la del funcionario moderno, sino que su cargo se remonta en una cadena ininterrumpida hasta el encargo personal y la persona de Cristo" (Römischer Katholizismus und politische Form, p. 24).
Según Schmitt, la forma jurídico-política de la Iglesia proviene del hecho de contener “la más sorprendente complexio oppositorum” (RKPF, pp. 24-25), la cual designa la capacidad de contener oposiciones (11), la más importante de las cuales es la combinación de la “eterna ambigüedad” con “el más preciso dogmatismo y una voluntad hacia la decisión, tal como culmina en la doctrina de la infalibilidad papal” (14). De este modo, dentro de la Iglesia Schmitt encuentra un modelo tanto del conflicto político como de la autoridad para resolverlo, así como un modelo de la síntesis entre ambos mediante la noción de representación. Hay que reconocer que aunque se pueden decir muchas cosas de la Iglesia Católica, es innegable que sabe algo de instituciones. Ya van unos cuantos siglos, algunos dirán demasiados, que se mantiene y todo gracias a su institucionalismo.
La cuestión es que el cristianismo pudo seguir adelante sin Cristo, gracias a sus instituciones. El peronismo también lo hizo sin Perón (su Iglesia fue-y es-la Provincia de Buenos Aires). ¿Podrá el kirchnerismo, o al menos el cristinismo, lograr otro tanto con, digamos, La Cámpora?
domingo, 2 de diciembre de 2012
"Maldito sea este Anillo" (Alberich, El Oro del Rin, IV)
La Dirección General de La Causa decidió enviar a un miembro de su equipo a la reciente representación del "Colón Ring". Después de todo, no sólo de filosofía política y del derecho vive el hombre (y la mujer). Se trató del audaz intento de montar la tetralogía entera en cierto sentido, es decir, las cuatro óperas que la componen, pero en un solo día, desde las 14:30 hasta las 23:15. Teniendo en cuenta los intervalos, el tiempo neto fue de unas siete horas, casi la mitad de lo que suelen dudar las cuatro óperas juntas. Así y todo, se trató de un largo trecho, más que apropiado para llevar una generosa caja de tizas, lo cual no desanimó en nada a nuestro enviado acostumbrado a asistir eventos deportivos de extensa duración, incluso desde la apertura del estadio. De hecho, nos recuerda que una vez, más precisamente el día del gol de Rojas en La Bombonera, concurrió a la misma en el momento de su apertura, y se retiró por supuesto, en ese glorioso día de lluvia, luego de la puntillosa hora que se suele respetar luego del final del partido para evitar desmanes entre las parcialidades contrarias (expresión redundante, si las hay). También asistió temprano la última vez en el Monumental, gracias a la enorme gentileza de su amigo Omar Morete, lo cual no impidió que esa raza infame gozara de su habitual suerte, aunque durante casi todo el partido volvió a ser la grandeza de otrora. De todos modos, para nuestro enviado las nueve horas pasaron relativamente rápido, o tan rápido como cuando asiste a la cancha.
Hablando del Ring, el mismo enviado nos recuerda que Frederick Spotts en su libro Bayreuth: A History of the Wagner Festival, p. 190, cuenta que Hitler en 1940 instituyó lo que fueron llamados “Festivales de Guerra”, en los que el Teatro de Bayreuth no estuvo abierto al público en general sino a los “huéspedes del Führer”: miembros del ejército y trabajadores en la industria militar, quienes como recompensa por sus esfuerzos eran llevados a Bayreuth con todos los gastos pagos. A muy pocos de los huéspedes del Führer les gustaba la ópera y mucho menos Wagner, de tal forma que estos huéspedes conformaban una audiencia cautiva: no tenían elección, tenían que asistir o asistir: eran transportados en grupos a Bayreuth en un tren musical del Reich, llegaban a las seis de la noche y marchaban en columnas a las barracas en donde eran alojados. A la mañana siguiente se reunían en el teatro en donde recibían folletos sobre Wagner y lecciones sobre la ópera que iban a ver ese día. A la mañana siguiente volvían, siendo reemplazados por otro contingente de huéspedes del Führer. Muchos de los soldados muy probablemente habrían preferido seguir peleando antes que escuchar a Wagner. No así nuestro enviado. Tampoco sintió nuestro enviado, a diferencia de Woody Allen, ganas de invadir Polonia luego de escuchar a Wagner.
Yendo a la obra en sí misma, y muy a grandes rasgos, para dar sólo una idea de lo acontecido, el oro de El Oro del Rin eran los niños, y los nibelungos eran embarazadas torturadas de cuyos hijos se apropiaban los captores (al final de El Ocaso de los Dioses los niños se reencuentran con sus padres, justo antes de que, supuestamente, los consuma el consabido fuego del fin del mundo con el que termina la tetralogía). En Sigfrido, Mime le sirve un mate envenenado a Sigfrido (cartonero por lo demás). Además hubo un Wotan peronista, mejor dicho, un Wotan representado por Perón, y Fricka era Isabelita (pensándolo bien, los únicos privilegiados son los niños también es un eslogan peronista). Puede ser sonar una producción peronista, pero no hay que olvidar que al final a los dioses (peronistas según la producción) se les prende fuego para dar lugar a los seres humanos. Los cantantes fueron muy buenos. Mime, Sigmund, Sieglinde, Sigfrido y Brünnhilde sobresalientes. Las orquestas excelentes, salvo un problemita, creemos, al final del Ocaso (la segunda orquesta), pero como ningún crítico musical la mencionó bien pudo haberse tratado de una apreciación de nuestro enviado, que por lo demás no sabe nada de música.
Dado este panorama, era inevitable que se desatara una tormentosa polémica. Por un lado, la muy razonable crítica de Diego Fischerman en Página 12 (click). Por el otro, La Nación, que en líneas generales se indignó con lo acontecido. Es curioso. El Director de La Nación puede ventilar sus dudas sobre la democracia en público, pero sus críticos no toleran que alguien se atreva a mutilar el Ring. Es elogiosa la magnanimidad principista del diario. De algunas cosas podemos dudar, pero hay otras con las que no se juega. Es muy tentador parafrasear a Beatriz Sarlo: "Con el Ring no, García Caffi". Nos hace acordar a un sketch de Olmedo (al cual ya habíamos hecho referencia en este blog: click) en el que el personaje que él representaba era un guionista que contaba que tenía un proyecto para una película que siempre giraba alrededor de la venganza de una persona cuya familia era asesinada, violada, etc., por una banda de motociclistas, pero dicha persona sólo reaccionaba cuando le rayaban el auto. Es que todos tenemos ciertos valores respecto de los cuales trazamos una raya, y nos decimos a nosotros mismos (y a los demás): "con esto no se jode". Nietzsche mismo creía que el arte era más importante que la democracia. La Nación no está sola en su quijotada estética.
Los wagnerianos, entre los que de hecho se encontraba Nietzsche mismo, al menos por un tiempo, son gente muy especial. Para muestra, basta un botón. Winifred Wagner, esposa de Siegfried y nuera de Richard, se convirtió en directora de Bayreuth luego de la muerte de Siegfried (no es un juego de palabras). En su primera temporada de 1931 contrató a Furtwängler antes que a Toscanini para dirigir el Ring. Para hacer corta una larga historia, Furtwängler casi se mató en el viaje de avión de Berlín a Bayreuth, avión que había tomado para empezar los ensayos. Milagrosamente él y el piloto se salvaron ilesos. Cuando llegó al Festspielhaus una hora más tarde de lo convenido Furtwängler encontró a todos más preocupados "por su inaudita falta de puntualidad que por su cercano encontronazo con la muerte" (Frederic Spotts, op. cit., p. 161).
Pero volvamos a La Nación. Su tradicional crítico, Juan Carlos Montero, comentó en su análisis de la representación que "al aparecer los responsables de la puesta escénica, el público estalló en un abucheo multitudinario y a unísono de toda la sala, altas, palco y platea, como pocas veces se escuchó en el Colón", y a juzgar por lo que agregó inmediatamente él compartió dicho abucheo: "Es que fue verdad incuestionable que la puesta estuvo plagada de connotaciones y hechos desagradables: niños maltratados, bebes atesorados como oro, embarazadas tiradas en el suelo, ondinas con botas y pañuelos en la cabeza faenando pescado, Wotan vestido como militar latinoamericano, Fafner en silla de ruedas, Hunding con pistola y aspecto de pirata, más allá del boceto escenográfico parecido a una villa" (click). Es curioso que según Montero el problema haya sido que la puesta se haya referido a "cuestiones y hechos desagradables", como si el público del Colón no quiere ni enterarse de que alguna vez hubo apropiaciones de niños, dictaduras militares, gente en silla de ruedas, piratas, etc. (suponiendo además, que todos son "desagradables"). Por lo demás, cabe preguntarse por qué exactamente el "público del Colón" abucheó la puesta "peronista".¿Se debe a que dicho público es tan antiperonista que no quiere ni oír hablar de Perón, dado que lo considera "desagradable" (lo cual surge de la crítica de Montero), incluso cuando implícitamente en esta producción se le atribuye en parte el Golpe del 76? ¿O se debe a que dicho público es tan peronista que se queja de la representación de Wotan como un Perón decadente, que de hecho lleva al Golpe del 76 (amén de las desapariciones y apropiaciones de niños)?
Otro crítico de La Nación, Jorge Aráoz Badí, lisa y llanamente decidió irse luego de La Valkiria: "Ante la desazón y el aburrimiento frente a un espectáculo, lo mejor que puede hacer el espectador es irse. Así lo hice" (click). Un tercer crítico de La Nación, Pablo de Kohan, simplemente desea que esta clase de desatinos no se produzcan otra vez, nunca jamás (click), y de hecho menciona dos tipos de argumentos en contra de estas representaciones: "No se cuestiona la libertad artística de un creador para transgredir normas o expandir límites, sino sus objetivos y resultados. Este ColónRing es argumentalmente endeble y musicalmente frágil, con ese sólido e inexpugnable entramado de los leitmotiv wagnerianos mortalmente lesionado y con una extensión desmesurada que sobrepasa cualquier capacidad de concentración". En la jerga podríamos decir que si bien un creador es libre de hacerlo (argumento deontológico), las consecuencias son tales que dicha libertad no debería contar (argumento consecuencialista). En otras palabras, el Sr. Kohan se contradice. Si uno tiene un derecho de hacer algo, entonces las consecuencias no deberían jugar en su contra. Y si las consecuencias son las que mandan, decir que alguien tiene derecho a hacer algo no es sino una manera de referirse a las consecuencias del acto son deseables.
Pero al menos el Sr. Kohan nos provee las herramientas para discutir esta producción del Ring. Antes de sumergirnos en ellas, debemos aclarar que dentro de la psicología de nuestro enviado tiene lugar una verdadera batalla campal entre sus intuiciones mitristas (para designar de este modo la actitud de La Nación) según las cuales hay mucho de sacrílego en la mutilación de una obra y sus creencias informadas según las cuales en realidad un análisis de los argumentos revela que las intuiciones no son infalibles.
En efecto, una aproximación deontológica se concentraría en las intenciones de Wagner, que son sagradas para toda representación de la obra. Sin duda, Wagner jamás habría consentido a que el Ring sea montado de este modo. Pero, a pesar de que el nombre es el mismo, muy pocas personas pueden haber creído que asistieron a una representación del Ring en sentido estricto, sino a una selección de compases, por así decir. Con lo cual, las intenciones de Wagner están a cubierto. Alguien podría replicar que Wagner tampoco pudo haber querido que se ofreciera esta selección, con el nombre cambiado. Lo cual es cierto, pero entonces la cuestión es si sólo deberíamos actuar teniendo en cuenta las intenciones de Wagner in toto. ¿Habría querido Wagner de hecho que se representara el Ring, entero por supuesto, fuera de Bayreuth? ¿Habría querido Wagner que usaran aire acondicionado en una teatro de ópera, subtítulos, etc.? Él sólo quería que fueran a verlo por su obra, y nada más. Quienes no estuvieran al tanto de la misma, o no la entendieran, o no supieran alemán, no le preocupaba a Wagner. Sin embargo, y con razón, los intencionalistas no se preocupan por esto.
Finalmente, vayamos ahora a las consideraciones consecuencialistas. Un argumento en contra de la producción es la confusión de la gente entre el Anillo (14 horas) y el Anillito (7 horas). Insistimos que muy poca gente pudo haberse confundido. Quizás el argumento más fuerte sea el que teme que, si tuviera éxito, el Anillito haría desaparecer al Anillo. En realidad, a juzgar por estas críticas, el Anillito no tuvo éxito. Pero aunque lo tuviera, dudamos que los amantes de Wagner prefirieran un Anillito que la enchilada entera, como se suele decir en inglés. El Anillito en realidad es un pis aller, una manera de salir del paso en la espera del anhelado momento de redención, mientras tanto aparece la ocasión de asistir al Anillo, y si es posible en Bayreuth, algo que por obvias y muchas razones, muy pocos pueden llegar a lograr. Quien asiste al Anillito o bien decide no ir nunca más porque prefiere el Anillo, o bien percibe que su deseo por el Anillo se ve incrementado por dicha asistencia, tal como Enobarbus cuenta sobre Cleopatra: "Otras mujeres empalagan los apetitos que alimentan, pero ella [nos] hace hambriento[s] / Cuando más [nos] satisface" (William Shakespeare, Antonio y Cleopatra, II.ii.242-4). Nunca podemos tener demasiado Wagner.