viernes, 3 de octubre de 2014

¿Paz o Pacifismo?




Para alguien como Nietzsche, la decisión de la ONU de establecer un Día Internacional de la No Violencia habría sido un sinsentido. En efecto, Nietzsche creía que “la vida actúa esencialmente… ofendiendo, violando, despojando, aniquilando, y no se la puede pensar en absoluto sin ese carácter” (Sobre la Genealogía de la Moral). Las preguntas que debemos hacernos entonces son si Nietzsche habría tenido razón—después de todo hasta Nietzsche se puede equivocar—y qué tan cerca está la ONU de Nietzsche.

Para responder habría que determinar primero qué entendemos por violencia. La palabra misma “violencia” sugiere cierta violación de algo, pero no explica qué es precisamente aquello que es violado. En realidad, nos hemos acostumbrado a decir que algo es “violento” para expresar nuestro rechazo, de tal forma que, por ejemplo, se ha vuelto cuasi-proverbial creer—entiendo que gracias a una banda de rock—que “violencia es mentir”, lo cual en el fondo es una metáfora para expresar que mentir está (muy) mal. En muchas ocasiones cuando queremos denunciar grandes injusticias decimos precisamente que son violentas para llamar la atención y enfatizar la necesidad de que se debe hacer algo al respecto.

El problema con la equiparación literal entre la violencia y la injusticia, es decir, entre una especie y el género, no solamente consiste en que la idea misma de violencia se nos escurre de las manos (¿qué no sería violento en caso de que la injusticia y la violencia fueran sinónimos?), sino que además implicaría que cada vez que nos enfrentáramos a una situación injusta podríamos actuar violentamente. Pensemos, por ejemplo, en la así llamada violencia simbólica y la reacción que provocan las caricaturas anti-religiosas en los creyentes. Estas caricaturas pueden ser ofensivas, quizás injustas, ¿podría entonces la violencia simbólica justificar la violencia literal contra los autores? Si la respuesta fuera que la violencia simbólica es distinta a la literal, entonces habría que preguntarse para qué llevan el mismo nombre: solamente provoca confusión.

A la inversa, el Estado enmascara la violencia que ejerce bajo el nombre de “fuerza”, como si la violencia estatal estuviera siempre justificada, lo cual es ciertamente absurdo, y es por eso que nos preocupa la así llamada violencia institucional.

¿Qué entiende entonces la ONU por violencia? En el sitio oficial consagrado al Día Internacional de la No Violencia, la ONU invoca una frase muy representativa de Gandhi al respecto: “Existen muchas causas por las cuales estoy dispuesto a morir, pero ninguna por la cual esté dispuesto a matar”. De ahí que sea natural suponer que las instancias de violencia que subyacen al Día Internacional de la No Violencia sean las sospechosas de siempre: el homicidio, la violación sexual, la tortura, etc. En tal caso, la cuestión es si el No de la ONU a la violencia es tan absoluto como parece serlo el del pacifismo de Gandhi.

En realidad, mucha gente cree ser pacifista hasta que cae víctima de la violencia, y en tal caso se siente bastante lejos de Gandhi y mucho más cerca de aquel viejo adagio latino: “es lícito repeler a la violencia con violencia”. En otras palabras, muy poca gente comparte la idea cristiana primitiva de que la violencia es tan repugnante que siempre debemos sufrirla antes que ejercerla (de hecho, hasta el cristianismo cambió de opinión apenas dejó de ser perseguido y se convirtió en oficialista).

La ONU no es una excepción. En efecto, sería un error creer que la adopción por parte de la ONU del nacimiento de Mahatma Gandhi, un verdadero ícono pacifista, como Día Internacional de la No Violencia, se debe a que la ONU es una institución pacifista. En lugar de prohibir la violencia exigiéndole a los Estados miembros que ofrezcan la proverbial mejilla restante en caso de una agresión, la ONU les reconoce en tal caso el derecho a la legítima defensa. Además, la ONU puede autorizar el uso de la violencia para hacer cumplir el derecho internacional.

De ahí que si bien a muchos, no sin razón, les provoca risa el Premio Nobel que obtuviera hace poco el presidente de EE.UU., no debemos olvidar que el Premio en cuestión fue el de la Paz, y no el del Pacifismo, y que la paz muchas veces se obtiene mediante la guerra. Obviamente, esto no justifica el imperialismo de la política exterior estadounidense, pero sí muestra que la conexión entre la paz y la guerra no es necesariamente contradictoria—no al menos en términos causales. Es el pacifismo el único que cree que la peor de las paces es preferible a la mejor de las guerras, aunque vengan degollando. De hecho, como nos lo recuerda Tácito, algunos confunden “paz” con desolación.

Por otro lado, los Estados suelen declararle la guerra al terrorismo, merced a una sutil distinción entre precisamente el acto de guerra y el terrorismo. Mientras que el orden jurídico internacional autoriza actos de guerra y sus efectos colaterales sobre no combatientes, se muestra inflexible con el terrorismo (estatal o insurgente) entendido como el ataque deliberado contra no combatientes.

Ahora bien, la distinción que se suele hacer entre la guerra y el terrorismo puede ser psicológicamente sutil pero no por eso deja de ser moralmente endeble. Después de todo, el derecho interno es mucho más exigente ya que criminaliza no solamente al homicidio intencional sino también el homicidio culposo o negligente. En otras palabras, la distinción psicológica entre la intención y la previsión es innegable, pero de ahí no se sigue que sea moralmente apropiada, particularmente en el caso de los actos de guerra. Y no nos olvidemos de que el número de víctimas de actos terroristas no pueden siquiera hacerle sombra a los cientos de millones de víctimas de los actos de guerra del último siglo.

Siguiendo con las distinciones, no nos extrañaría enterarnos de que Gandhi amén de haber preferido morir a matar, también habría preferido morir a dejar morir a los demás. Sin embargo, algunos creen que la distinción entre actuar y omitir, o entre la violencia subjetiva y la estructural, es moralmente relevante, como si pegarle un tiro a alguien fuera mucho peor que dejarlo morir de hambre sin tener que incurrir en grandes costos, a pesar de que el hambre hoy en día es mucho más letal que el homicidio o la guerra.

Probablemente, la diferencia real entre actuar y omitir se deba a que la persona que muere por un disparo suele estar cerca del que jala el gatillo, mientras que la que dejamos morir de inanición—a pesar de que podríamos evitarlo sin grandes costos de nuestra parte—suele ser alguien que no solamente está muy lejos sino que además ni siquiera sabemos quién es. La cuestión, por supuesto, es si esta distinción, que quizás sirva para apaciguar nuestra conciencia, es a la vez moralmente correcta.

Es difícil entonces resistir la conclusión de que la doctrina del efecto colateral (que mantiene viva la distinción entre guerra y terrorismo) y la distinción moral entre actuar y omitir subsisten porque sobreestimamos el punto de vista de la intención y la relación espacial entre agente y víctima, y subestimamos el punto de vista de las víctimas y por lo tanto la gravedad de las consecuencias de nuestros actos, a pesar de que para la víctima la cuestión clave no es la intención última de la agresión o qué tan lejos esté el victimario, sino la violencia en sí misma.

Además, algunos suelen oponerse a los actos de guerra y no a los embargos comerciales, a pesar de que los segundos pueden provocar muchísimas más muertes que los primeros. ¿No se trata otra vez de una subestimación de las consecuencias, esta vez debido a que provienen de omisiones?

Por otro lado, también somos bastante más tolerantes de lo que pensamos con la violencia en nuestra vida cotidiana, la cual sería impensable sin los así llamados accidentes de tránsito, de trabajo, etc. Del hecho que su nombre no contenga la palabra violencia no se sigue sin embargo que no provoquen daños significativos y a menudo letales. Así y todo, se trata de un daño tolerado, un precio que pagamos para vivir de cierto modo.

Finalmente, tal como nos lo recuerda Nietzsche, muy probablemente “el comienzo de todas las cosas grandes en la tierra… ha estado salpicado profunda y largamente con sangre”. La pregunta es qué se sigue de semejante convencimiento. Por ejemplo, la ONU seguramente es consciente de que las pirámides de Egipto son el producto de trabajo esclavo a una escala gigantesca y sin embargo las ha declarado Patrimonio de la Humanidad, por lo cual comparte la idea de que del hecho de que la esclavitud sea moralmente atroz no se sigue que debamos destruir todo lo que tenga que ver con ella. Otro tanto quizás se aplique a la religión y su genealogía violenta. Hablando de religión, es curioso que algunos de los que denuncian la Conquista de América y no soportan siquiera la estatua de Colón, sin embargo queden extasiados en sus peregrinaciones al Vaticano.

La conclusión es bastante nietzscheana, por así decir. No solamente la paz sino también nuestra humanidad son inconcebibles sin cierta dosis de violencia justificada o tolerada al menos. El gran desafío entonces es determinar cuál es la violencia justificada o tolerada, y decirle terminantemente No a la que no lo es. Como diría otro gran pensador, ¿paz o pacifismo? Esa es la cuestión.

Fuente: http://www.bastiondigital.com/notas/que-violencia-queremos


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