Esta negación liberal de la política admite a su vez tres grandes variantes. (1) Una moral o rawlsiana, según la cual la política es básicamente un sucedáneo de la ética, como si existiera una razón pública capaz de lograr el asentimiento de cualquiera que fuera razonable. (2) Otra, judicial o dworkiniana, cree que la política es esencialmente un desacuerdo jurídico resuelto por un tribunal. (3) La última, mercantil o neohobbesiana, entiende a la política como una negociación o intercambio que intenta alcanzar un punto de equilibrio de los intereses en disputa. El corolario en los tres casos es en el fondo el mismo: el liberalismo, en lugar de obtener un consenso genuino, impone hipócritamente cierto estado socio-económico de cosas injusto, confiriéndole una pátina de objetividad o neutralidad en términos del Estado de Derecho, de la Constitución o del Mercado—o una combinación de los tres—.
Es por eso que el kirchnerismo, según algunos debido a la influencia de Carl Schmitt, se niega a entender a la política como la continuación de la ética, del derecho o de la economía por otros medios. De ahí no se sigue por supuesto que la política sea inmoral, ilegal o ineficiente. El punto es que, por ejemplo, si bien todos aceptamos que la libertad es un valor, que los tribunales deben resolver conflictos jurídicos y que la economía debe ser eficiente, eso no nos ayuda a resolver si las retenciones al campo son restricciones injustificadas de la libertad, si los tribunales tienen suficiente representatividad política para resolver desacuerdos constitucionales, o si la redistribución del ingreso es nociva para la economía. Lo que caracteriza al conflicto político entonces es que se trata de un enfrentamiento entre partes con argumentos igualmente atendibles, incluso partiendo de premisas compartidas, y muchas veces la búsqueda del consenso enmascara la defensa del status quo. Hasta aquí, el kirchnerismo tiene razón.
El kirchnerismo, al igual que Schmitt por supuesto, no se conforma con enfatizar el conflicto sino que tiene su propia versión del orden. En otras palabras, cree ser revolucionario pero está lejos de ser anarquista. Según el kirchnerismo la única solución genuinamente política del conflicto consiste en las decisiones tomadas por un líder elegido de manera democrático-plebiscitaria. Esta confianza K en las decisiones de su liderazgo explica por qué para un K la cuestión de quién gobierna es mucho más importante que el control a dicho gobierno. Dado que quien gobierna es el representante del pueblo soberano, no hay razones para desconfiar de dicho gobierno. En realidad, la persona que desconfía del representante del pueblo en el fondo duda del pueblo mismo y por lo tanto nos da razones para desconfiar de ella misma. ¿Existen acaso razones valederas para desconfiar del gobierno del pueblo?
De ahí que el problema principal con la filosofía política K es que reivindica la política siempre y cuando provenga del Estado K. En efecto, si la sociedad civil marcha en contra del kirchnerismo eso no es considerado pueblo ni política en sentido estricto, sino una manipulación corporativa (si alguna vez el kichnerismo se llegara a encontrar en el papel de opositor, toda su Kulturkampf en aras del monopolio estatal de lo político se le volvería en su contra; de hecho, el macrismo ya le está administrando en Buenos Aires una generosa dosis de su propia medicina).
Esta descalificación del enemigo es un rasgo constante del kirchnerismo, pero no así del pensamiento schmittiano, lo cual nos hace dudar de si los kirchneristas han leído correctamente a Schmitt (si es que lo han leído en absoluto). En efecto, la suposición según la cual nuestros enemigos son idiotas o perversos útiles para los intereses corporativos es muy extraña, ya que la otra cara de la autonomía de la política, tal como Schmitt insiste una y otra vez, es que la política es una lucha entre iguales. Incluso personas bien intencionadas y con información suficiente pueden enfrentarse políticamente.
Creer que la política es una lucha del bien contra el mal, por el contrario, implica una asimetría tal entre los contrincantes que necesariamente moraliza y/o criminaliza el conflicto político en beneficio obviamente de quien dice ser el representante del bien. Y dado que el relato K no sólo invoca al pueblo como sujeto de la acción política sino que además su trama gira alrededor de los derechos humanos, todo aquel que se le enfrenta corre el riesgo de convertirse no sólo en un enemigo de la soberanía popular sino además de los derechos humanos, algo así como un Luis XVI redivivo (hablando de la nobleza, que siempre obliga, la identificación de un enemigo interno a los fines de lograr cohesión nacional no es ajena a la obra de Schmitt, pero sólo pertenece a su período nazi, el cual fue muy breve en comparación con la totalidad de su producción).
Finalmente, cuando el kirchnerismo se encuentra en inferioridad de condiciones morales o legales (v.g. en relación al patrimonio de Lázaro Báez), o debe explicar sus alianzas con gobernadores cuasi-feudales (v.g. Insfrán o Alperovich), o experimenta más o menos rápidos cambios de humor político (sobre Clarín, YPF, Irán, el Papa, el dólar, etc.), no tiene empacho en abandonar su superioridad moral para ensuciarse en el lodo cotidiano de la política, justificando su acción en términos instrumentales debido a la infalibilidad de su liderazgo. El problema aquí no es sólo su oscilación entre los derechos humanos y la Realpolitik según mejor le convenga, sino que además no admite que sus adversarios políticos puedan hacer lo mismo.
En resumen, el kirchnerismo tiene razón en sostener que la política es autónoma y conflictiva. El problema es que pretende aprovechar todas las ventajas de la reivindicación de la política (el conflicto en nombre del pueblo y los derechos humanos) sin sus desventajas (se trata de una lucha entre iguales). La conclusión parece ser inevitable: el kirchnerismo reivindica lo político sólo si le concedemos el monopolio de lo político. No hace falta leer a Schmitt para recordar que se suponía que esa actitud hipócrita era la liberal, no la de quienes reivindican el conflicto.
Fuente: Bastión Digital
No se si los kirchneristas han consultado a Carl Scmitt, probablemente lo conozcan por intermedio del matrimonio Laclau, cuyas obras dicen haber leído. Chantal Mouffe considera que concebir el objetivo de la política democrática en términos de consenso y reconciliación no sólo es conceptualmente erróneo, sino que también implica riesgos políticos. Un mundo donde se haya superado la discriminación nosotros/ellos se basa en premisas equivocadas, por ello la tarea de los teóricos y políticos democráticos consiste en promover la creación de una esfera pública de lucha agonista donde puedan confrontarse diferentes proyectos políticos hegemónicos.- Lo político para ella es entonces un espacio de poder, conflicto y antagonismo, donde el enfrentamiento nosotros/ellos permanece, pero no como enemigos, sino como adversarios.
ResponderEliminarComo esa confrontación tiene por objetivo lograr una profunda transformación de las relaciones de poder existente y el establecimiento de una nueva hegemonía, que requiere que el adversario sea derrotado, y aunque Mouffe expresa que eso no es incompatible -¿pero puede serlo?- con el mantenimiento de las instituciones de la denominada “democracia formal”, siempre se corre el riego que el nuevo proyecto hegemónico intente ser permanente y obstruya toda posibilidad de que en el futuro existan proyectos políticos alternativos.-
Me quedo con esta visión: “La democracia es un régimen pluralista que implica la aceptación de la divergencia de intereses y opiniones, y organiza la competencia electoral sobre esa base. Institucionaliza el conflicto y su regulación. Por eso, no existe democracia sin que se efectúen opciones tajantes para resolver los diferendos. Hacer política en democracia implica elegir su campo, tomar partido. En sociedades caracterizadas por la división social y por la incertidumbre con respecto al futuro resulta una dimensión esencial. Pero, al mismo tiempo, no existe democracia sin la formación de un mundo común, sin el reconocimiento de los valores compartidos que permita que los conflictos no lleguen al extremo de la guerra civil. De ahí la necesidad, a los efectos de respectar cada una de esas dimensiones, de distinguir las instituciones del conflicto y las del consenso. Por un lado el mundo partidario, subjetivo, de la esfera electoral-representativa; por el otro, el mundo objetivo de las instituciones de la democracia indirecta. El reconocimiento de la especificidad de estas últimas permite así honrar plenamente los dos polos de la tensión democrática. Esto lleva al mismo tiempo a superar lo que históricamente se ha manifestado como la permanente tentación de no reconocer la legitimidad de los conflictos e hipostasiar la idea de unanimidad (tentación que no ha dejado de alimentar las ilusiones y perversiones que minan la historia del régimen democrático).” Rosanvallon, Pierre. La legitimidad democrática. Manantial, Bs. As. 2010. páginas 36 y siguientes.
perdón, si en frente del kirchnerismo hay consenso y conflicto dentro...
ResponderEliminar¿dónde está ese consenso materializado como alianza electoral?
¿que quedó del consenso para instalar un centro cívico en el borda hace un par de semanas?
por otro lado, si en el kirchnerismo no hay consensos, como es que gobierna en la provincia Scioli, el ex vice de Néstor que fue "arrinconado" por decir que iban a ver reajustes de tarifas a los 90 días de gobierno?
abrazo
Miguel
Miguel, muchas gracias por el comentario. Parece haber un malentendido, si es que el comentario se refiere a la nota sobre kirchnerismo y filosofía política. La nota, hasta donde recordamos, dice que el consenso predicado por el liberalismo muchas veces es ilusorio e incluso hipócrita. La nota sí dice que el kirchnerismo usa habitualmente el conflicto para hacer política. Es muy interesante la referencia a Scioli. Cuando no hay elecciones Scioli es el peor gobernador del mundo, pero cuando se acercan las elecciones Scioli mejora notablemente (coincidimos en que la relación entre Scioli y el kirchnerismo es apasionante). Y el Gobierno no sólo tiene un conflicto con Scioli inter-electoral sino que recordemos se opone a todas las corporaciones, y por definición cualquiera que se oponga al Gobierno es corporativo. Ese es el punto de la nota. Pero vamos a releerla para estar seguros.
ResponderEliminarEduardo, muy buena la cita de Rosanvallon. La contrademocracia es parte de la democracia en nuestra época. El único problema que tiene es qué hacer en caso de una sociedad completamente polarizada.
ResponderEliminarA pedido del público, Tristán Bauer, presidente de Radio y Televisión Argentina, hace esta declaración: "Cuando los medios públicos toman esta decisión caen todas las críticas"(http://www.infonews.com/2013/05/22/politica-77129-tristan-bauer-cuando-los-medios-publicos-toman-decisiones-caen-todas-las-criticas-futbol-para-todos.php).
ResponderEliminarAndrés:
ResponderEliminarSiempre tengo a mano estas reflexiones: Considera Pietro Ingrao que la concepción de la política como guerra pone el acento sobre los momentos de la “apropiación” y “repartición”, al extremo de que asuman un peso absolutamente dominante sobre el sector de la producción de la economía.- “Guerra, apropiación, repartición son vistos en definitiva como connotaciones específicas y constitutivas de la político y al que todo acto, o pasaje, es continuamente referido”.- “Es así como son prácticamente cancelados los momentos del consenso, de la participación, y las formas, las dimensiones, las articulaciones en las que consenso y participación pueden realizarse.- Una vez que la política es definida de esto modo, se entiende que permanezca gravosamente en la sombra el tema de la producción, de su desarrollo posible y por tanto, de la innovación productiva y social.”, tomadas de: Ingrao, Pietro. Contra la reducción de la política a guerra. Revista Punto de Vista. Nº 20, Bs. As. 1984, Págs. 12/18.-
Y estas de Rosa Luxemburgo:
"La libertad sólo para los simpatizantes del gobierno, para los miembros de un partido único, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y de forma exclusiva para quienes piensen de otra manera. Sin elecciones generales, sin plena libertad de prensa y de reunión, sin un contraste libre de pareceres, la vida desaparece de todas las instituciones públicas, se convierte en una mera apariencia de vida, en la que el único elemento que permanece en activo es la burocracia. La vida pública se adormece paulatinamente…de vez en cuando se invita a una elite de trabajadores a reuniones en que las que la única misión de los invitados es aplaudir los discursos de los dirigentes y aprobar por unanimidad sus proposiciones. En el fondo se trata del dominio de una camarilla; de una dictadura, sin duda, pero no la dictadura del proletariado, sino simplemente la dictadura de un grupito de políticos.”
Citada en : Shub, David. Lenín (2) 1917/1924. Alianza. Madrid. 1977. Págs. 442/443.-
Siempre me parecieron de permanente actualidad para nuestra sociedad.
Andrés:
ResponderEliminarLo de Bauer es lamentable, demuestra muy bien que priva la difusión del relato por sobre la vida y la seguridad de la población. Parece que lo que importa de un espectáculo deportivo, no es el espectáculo en si,su disfrute por los espectadores, sino la posibilidad de suministrar adecuadas dosis de propaganda oficial, con dineros públicos, y esperemos que no sea también con costos humanos.
Saludos.
muy interesante, recomiendo su lectura
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