Detalle de "El Triunfo de la Iglesia" o "Iglesia Militante y Triunfante"
(Andrea da Firenze, 1365, Capilla Española, Santa Maria Novella, Florencia)
Ignacio de Loyola agregó a sus
Ejercicios Espirituales algo así como unas “Reglas para pensar como un militante” en el contexto de una Iglesia rodeada por sus enemigos. Un eximio historiador de las ideas como Hasso Höpfl explica que estas reglas exigen que los militantes "sostengan de manera entusiasta cualquier cosa que impugnen los herejes,
porque lo impugnan los herejes, y deben mantener un discreto silencio acerca de las doctrinas que..., aunque verdaderas, son abogadas por los herejes” (
Jesuit Political Thought, p. 33). Es esta, a primera vista, curiosa relación entre ortodoxia y herejía precisamente lo que describe Borges en un cuento: “De pronto, una oración de veinte palabras se presentó a su espíritu. La escribió, gozoso; inmediatamente después, lo inquietó la sospecha de que era ajena. Al día siguiente, recordó que la había leído hace muchos años en el
Adversus annulares que compuso Juan de Panonia. Verificó la cita; ahí estaba. La incertidumbre lo atormentó. Variar o suprimir esas palabras era debilitar la expresión; dejarlas era plagiar a un hombre que aborrecía; indicar la fuente era denunciarlo. (…). [E]n el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona” (“Los teólogos”, en
El Aleph, pp. 45, 48).
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